¡Insostenible!
Las Europas que podemos querer
Estos días, más allá de la crisis de Estado que tiene España a partir de la cuestión catalana, están teniendo lugar acontecimientos que determinarán el devenir de otra cuestión, la europea, que ahora mismo tiene tan poco peso en el debate español que Rajoy va a renunciar a intervenir en la Cumbre de Tallín y a las posibilidades de España de influir en la resolución de esta cuestión. Los resultados del FDP alemán, un partido que no quiere cambiar un ápice el funcionamiento de la UE a pesar de sus disfunciones, han caído como un jarro de agua fría en Francia, donde Macron pretendía impulsar reformas que hiciesen que la UE, y sobre todo la eurozona, pudiesen funcionar bien. En este escenario, la izquierda europea llega con un diagnóstico compartido pero con soluciones dispares, que varían dependiendo de los países y de los grupos políticos (GUE, Verdes) a los que pertenezcan los distintos partidos. Por eso, para ganar fuerza y poder utilizar la poca que tenemos actualmente, es necesario armonizar, en la medida de lo posible, las soluciones propuestas, que actualmente se dividen a grandes rasgos entre aquellos que creen que es posible reformar la UE y apuestan por hacerlo y aquellos que piensan que va a ser imposible reformar la UE en un sentido progresista y que, por lo tanto, apuestan por devolver la soberanía a los Estados-Nación y la buena noticia es que es posible hacerlo.
En primer lugar, los potenciales beneficios de una unión política y económica europea son claros. Una UE que fuese capaz de actuar conjuntamente sería una gran potencia independiente de EE.UU., capaz de luchar por la hegemonía mundial y de ser un actor que impulsase la democracia y la lucha contra el cambio climático a nivel global.
En segundo lugar, los problemas que tienen la eurozona y la UE y sus soluciones son conocidos y una gran parte de ellos los expuso muy bien Stiglitz en su libro El Euro. En primer lugar, la UE tiene un déficit democrático que hace muy difícil la implantación del resto de las reformas, porque tal y como reconocía el lema de la Revolución Estadounidense (no taxation without representation), nadie quiere ceder soberanía e impuestos a instituciones sobre las que no ejerce un control. En el caso de la UE, a pesar de contar con un Parlamento elegido directamente, la Comisión es la que tiene iniciativa legislativa (el Parlamente sólo puede votar las directivas y los Tratados comerciales mixtos, pero no hacer propuestas) y una gran parte de las decisiones se toman en otros foros, como el Ecofin, donde generalmente se acaba haciendo lo que quiere el Gobierno alemán.
Una de las soluciones a esta carencia democrática consiste en hacer que la UE se rija por un sistema parlamentario federal, en el que el Parlamento tenga las competencias legislativas, en las que el poder ejecutivo responda ante el poder legislativo y en la que los gobiernos de los distintos Estados estuviesen representados, de manera proporcional a la población de cada uno de ellos, y que funcionase de la misma manera que el Bundesrat alemán. Con esta o cualquier otra solución que democratice la UE y haga que deje de parecer (y de ser) un organismo burocrático y de dominio se empezarían a dar las condiciones para que los pueblos de Europa aceptasen de buen grado ceder más soberanía a la UE.
En segundo lugar, la UE y específicamente la eurozona, tienen errores de diseño que hacen que una unión monetaria no pueda funcionar de manera satisfactoria, haciendo que sus miembros converjan y que sus ciudadanos vivan bien. El primero de ellos está siendo solucionado, y tiene que ver con la unión bancaria. La confianza en la capacidad de los bancos de un país de devolver sus depósitos y sus créditos, especialmente en el caso de un país y/o unos bancos en crisis, depende de la confianza que se tenga en que el Gobierno de ese país estará dispuesto y tendrá capacidad para rescatarlos. Si un país está en crisis y se cree que no será capaz de rescatar a sus bancos, los ahorradores sacarán su dinero de esos bancos para llevarlo a bancos más seguros, empeorando así la situación de los bancos, que a su vez reaccionarían recortando el crédito, haciendo que las empresas, incluidas aquellas que sean rentables, se queden sin financiación para sus proyectos, haciendo a su vez que empeore la situación económica y con ello la situación fiscal, con la consecuencia de que el país en cuestión tendrá aún menos capacidad para garantizar los ahorros de los depositantes y rescatar a los bancos. Para salir de este círculo vicioso es necesaria la unión bancaria, que hace que, por muy mala que sea la situación de un país, los depósitos de los ciudadanos estén garantizados, evitando que se produzca una fuga de depósitos y cortando de raíz el círculo vicioso. Como es natural, si la garantía de depósitos y los rescates se hacen en común, la regulación también lo debe ser y el protocolo de resolución bancaria también.
El segundo desequilibrio fundamental de la eurozona tiene que ver con las balanzas comerciales. Si todos los países tuviesen sus propias monedas, si se produjesen grandes déficits (superávits), en teoría las monedas se devaluarían (revalorizarían) llevando la balanza comercial de nuevo hacia el equilibrio. Sin embargo, en el euro, al ser una moneda única, este mecanismo no existe, de manera que si un país, pongamos Alemania, hiciese una devaluación competitiva bajando los salarios de sus trabajadores, su economía se haría más competitiva, y después de un periodo de depresión económica, este país sería capaz de acumular grandes superávits comerciales a costa de sus vecinos de la eurozona, que tendrían que tener déficits que, de una manera u otra, el país con superávit tendría que financiar, creando así una situación con países prestamistas y países deudores. La salida de esta situación pasaría por reequilibrar los precios reales, ya fuera a través de devaluaciones internas en los países deficitarios o revalorizaciones en los países con superávit.
Sin embargo, la devaluación interna es mucho más costosa para una economía, porque se hace a través de una depresión, tasas de desempleo elevadas, y una deflación que incrementa el valor real de la deuda del país, mientras que la revalorización se hace a través de subidas de salarios e inflación, que rebaja el valor real de la deuda del país con superávit. Pese a esto, el país con déficit es el que tiene incentivos para realizar la devaluación, porque en el momento en el que el resto dejan de financiarle el déficit comercial, no tiene más remedio que hacerlo, mientras que el país con superávit (Alemania) consigue una situación de poder sobre sus vecinos que no tiene incentivo alguno para abandonar, de tal manera que muchas veces el país con superávit prefiere imponer a sus vecinos (los países del Sur) la opción de la devaluación interna, aunque esta sea peor para el conjunto. Para solucionar este desequilibrio de incentivos, Keynes propuso la introducción de un impuesto a los superávit excesivos, que hiciese que el país con superávit accediese a llevar a cabo la revalorización interna y que sirviese para que no se diesen grandes desequilibrios de nuevo.
El tercer problema estructural de la eurozona tiene que ver con la deuda pública. Los desequilibrios comerciales sumados a la socialización de deudas privadas producida durante la crisis y a la imposibilidad previa de que el BCE financiase a los países directamente han hecho que todos los países, especialmente los deficitarios, acumulen cantidades impagables de deuda pública, cuyo servicio (pago de intereses fundamentalmente) supone una carga excesiva para esos países, que no pueden realizar las inversiones necesarias para modernizar una economía, adaptarla al cambio climático, invertir en educación u otras medidas que les ayudarían a converger. Estos problemas se pueden solucionar, tal y como cree Stiglitz, a través primero de una reestructuración de la deuda y después de una mutualización de la deuda a través de la emisión de eurobonos.
Evidentemente para evitar que algún país se endeudase más de lo que debiera, por ejemplo, para construir aeropuertos sin aviones o para pagar grandes sobrecostes a las constructora, el endeudamiento de los países a través de los eurobonos tendría límites vinculados a las fluctuaciones cíclicas o a su necesidad de medidas para el combate y la adaptación al cambio climático, entre otras condiciones, y en caso de querer superar unos ciertos límites de endeudamiento fuera de una recesión habría que pedir la aprobación de los ciudadanos en un referéndum. Por otro lado, la mutualización también se podría llevar a cabo a través de la financiación directa y a bajo interés por parte del BCE, que se podría realizar de acuerdo a programas que limitasen la deuda que se fuese a financiar de acuerdo al estado de la economía, a la sostenibilidad ecológica de la misma o a la capacidad de sus ciudadanos para satisfacer sus necesidades básicas, a programas que permitiesen que a la vez que se cumpliesen estos objetivos la deuda se redujese, como mínimo, hasta niveles ecológicamente sostenibles.
En cuarto lugar, la eurozona y la UE comprenden países con economías muy distintas, de tal manera que su respuesta a los shocks es muy diferente. Por ejemplo, si Oriente Medio y el Norte de África volviesen a ser seguros, una parte de los turistas que ahora vienen a España volverían a ir a países como Túnez o Turquía, y España podría sufrir una crisis como consecuencia, mientras que a Alemania este cambio no le afectaría negativamente. Una crisis de este tipo haría que el gasto en prestaciones por desempleo y en otros estabilizadores automáticos se disparase en España a la vez que los ingresos bajasen, generando déficits públicos bastante importantes, que, dependiendo de la manera en la que se emitiese la deuda, podrían resultar difíciles o caros de financiar. Una forma de evitar que un país sufriese más de lo inevitable sería que la UE financiase los estabilizadores automáticos, que, como la prestación por desempleo, frenan la caída de la economía.
En quinto lugar, la diversidad de regímenes fiscales existente en la UE para gravar las grandes rentas, los grandes beneficios y los grandes patrimonios, hacen que, algunos países como Luxemburgo, Irlanda u Holanda intenten hacerse más ricos a través de la competencia fiscal con otros Estados, en unas operaciones que producen una carrera hacia el fondo en los tipos impositivos a los ricos, que destruyen la progresividad de los sistemas fiscales y que restan ingresos fiscales al conjunto de la Unión. Para evitar esta situación, que es una de las causantes de la explosión de desigualdad actual, todos los impuestos que gravasen la riqueza y los grandes ingresos podrían pasar a tener unos tipos comunes en toda la UE, y el dinero que la UE recaudase a través de ellos se podría dedicar a financiar las ampliaciones necesarias del Presupuesto de la UE como la prestación por desempleo común o programas de rentas mínimas, por ejemplo.
En general, todas estas medidas y otras que no se pueden mencionar por cuestiones de espacio son consideradas deseables por los distintos grupos que componen la izquierda europea, pero una gran parte de ellos piensan que es imposible que se lleven a cabo, especialmente por el reequilibrio de poder en la UE que conllevarían, redistribuyéndolo desde los países del Norte como Alemania hacia los países del sur. Esta es la razón por la que algunos de ellos, de manera aislada, buscan planes B, y tal y como pensaba Varoufakis, tienen razón en que la existencia de un plan B creíble puede ser fundamental para obligar a los países del Norte a aceptar el plan A. Por eso es necesario que las izquierdas europeas se pongan de acuerdo en un plan B que pueda ser creíble y deseable para los distintos pueblos y que retuviese la mayor parte posible de los beneficios posibles de una unión política europea.
Una posibilidad sería que los países del sur estuviesen dispuestos a crear una unión monetaria entre ellos, en la que implantasen todas las reformas necesarias para que funcionase correctamente, que redenominase las deudas en su nueva moneda para evitar que su posible devaluación aumentase la cantidad de dinero a pagar y que tuviese la posibilidad de utilizar como arma negociadora el cambio en el valor de las monedas, en las que el euro del sur bajaría y el del norte subiría, reduciendo radicalmente el superávit alemán tanto con respecto a los países del sur como con respecto al resto del mundo, ya que el valor del euro actual es más bajo que el que tendría un hipotético euro del norte. De esta manera, con la posibilidad de acabar con el superávit alemán, que es la fuente de su poder, el Gobierno alemán podría estar más inclinado a valorar las ventajas de una Europa unida y democrática, como por ejemplo da de contar con un hipotético ejército común que contase con la única potencia militar que quedará en la UE tras el Brexit, Francia.
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Además la opción de los países del sur combina una cierta plausibilidad, ya que en 4 de los 5 países que estarían seguro en esa unión hay fuerzas políticas con posibilidades de formar gobierno o de participar con fuerza en uno (Podemos, Francia Insumisa, BE, Syriza) que aceptarían encantados y en Italia son impredecibles, pero tanto el M5S como el PD podrían aceptar la idea, la capacidad de ser explicada y apoyada en países europeístas como España o Portugal, en los que una opción que mantenga el nivel de integración europea podría ser seductora y contaría con una fuerza suficiente como para hacer que Alemania tuviese que aceptar el plan A o, como mínimo, una relación amistosa con la nueva entidad, cosa que no tendría por qué pasar si solo Grecia, España o Gran Bretaña se fueran de la UE. Este plan B podría ser aceptado por los europeístas verdes y por los soberanistas, además de tener oportunidades de convencer a algunos socialdemócratas, y ofrecería un camino para conseguir la opción preferida por todos ellos, el plan A.
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Álvaro Gaertner Aranda es estudiante de Ingeniería Física en Oldenburgo, Alemania.