Del "binarismo biológico" al "binarismo legal"

Abrir debates sociales a partir de teorías particulares e intentar que toda la realidad gire sobre ellas, no suele dar el resultado previsto en cuanto a la solución de las causas que dan lugar a los problemas existentes. El resultado del problema se solucionará con las medidas adoptadas, pero la realidad social apenas se modificará, lo cual no es bueno para la sociedad y mucho menos para las políticas progresistas, que deben tener como objetivo contribuir a la transformación social.

Lo vemos ahora cuando gran parte de la reivindicación para romper con el “binarismo biológico” que define la identidad sobre el hecho de ser hombre o mujer, se traduce en un “binarismo legal” para que cualquiera de las nuevas identidades definidas al final encajen en la categoría legal masculina o femenina establecida, sea en el deporte, en el uso de determinados espacios de privacidad, en los módulos de la prisiones, en las opciones u ofertas laborales para hombres y mujeres, en las referencias sobre paridad, en el acceso a ciertas profesiones con un número de plazas diferenciadas…

La complejidad de determinados temas sociales no se puede limitar a lo que desde una determinada posición se decida, y menos caer en la simplificación de utilizar una palabra o un concepto para explicarlo todo o para arrojarlo contra quien no esté de acuerdo, algo que está muy presente en la actualidad y lo vemos en conceptos como el ya mencionado del “binarismo”, pero también en otros como el “punitivismo”, el “colonialismo” o el “democratismo”. Todos son conceptos necesarios e interesantes como parte del debate social, pero no pueden presentarse como el centro sobre lo que el resto de posiciones deben girar, ni pensar que porque sean esos conceptos los que inspiran una legislación la sociedad va a cambiar al ritmo de la ley.

El ejemplo más reciente lo tenemos en la ganadora de la medalla de oro olímpica de boxeo femenino en la categoría de 66 kg., la argelina Imane Khelif, sobre todo tras la retirada de la boxeadora italiana Angela Corini en el combate de la semifinal debido a la intensidad de los golpes que recibía. Desde el punto de vista formal todo es correcto según la normativa del COI: una mujer de 66 kg ha combatido y ha ganado, pero desde el punto de vista social ha surgido un debate y un problema que no se puede solucionar diciendo, o bien que todo el mundo que cuestione las circunstancias del combate es un “tránsfoba” que está en contra de la diversidad, o que todo el que la apoye está intentando “borrar a las mujeres”. Seguro que entre los críticos y partidarios habrá gente que encaje en esos argumentos, pero el problema social es mucho más complejo.

Y la complejidad reside en varias cuestiones, pero hay dos esenciales.

  1. Una de ellas es el concepto de identidad, el cual se ha reducido a una forma de ser individual sobre el género y su expresión, cuando la identidad tiene un doble componente, el individual, que está en el centro y sobre el que giran los distintos planos que la configuran, y el social, que es la forma de integrar el elemento individual en la sociedad a través de su pertenencia en grupo con elementos comunes, tal y como recoge el diccionario. No basta ser como uno es para que la sociedad recoja todos esos elementos individuales a la hora definir una identidad con consecuencias formales, por eso las identidades reconocidas por la diversidad también se definen sobre determinados elementos que permiten esa vinculación al grupo identitario, y a partir de ellos reconocer derechos y evitar cualquier tipo de discriminación. Los elementos individuales siempre estarán presentes y condicionarán la vida de las personas y sus relaciones e influirán en la sociedad, pero no serán referentes para adoptar decisiones formales. Ese componente individual es el que hace aún más rica la diversidad y la pluralidad que nos caracteriza.
  2. El otro elemento es la teoría particular sobre la que se pretende reconstruir la realidad social, la teoría queer. Una teoría surgida del postestructuralismo y la deconstrucción con planteamientos interesantes desde el punto de vista filosófico, sociológico, antropológico, político, cultural… pero con un componente muy teórico y académico capaz de sostener la realidad siempre y cuando que no se tenga en cuenta la realidad. En lugar de entrar a fondo en el problema de la cultura androcéntrica respecto a la construcción de la identidad, la orientación sexual, el género… y todo lo que viene definido por la cultura, que es todo, toma la tangente de cuestionarlo en su conjunto debido a su raíz androcéntrica, y plantea una especie de sustitución o suplantación cultural sin más base real que el diseño teórico alternativo. La propuesta no deja de ser interesante, pero no para configurar e imponer la realidad en contra de quienes desde las políticas progresistas y el propio feminismo llevan siglos trabajando en esa transformación real de la cultura y sociedad, no en su sustitución de diseño. Porque uno de los grandes problemas que conlleva la teoría queer es que ha generado un “distanciamiento” e importantes “enfrentamientos” con los sectores sociales y políticos de sus mismas posiciones (izquierda, feminismo, parte del movimiento LGTBI+), no con quienes defienden un modelo de sociedad androcéntrico, algo que era de esperar.

Si una boxeadora tuviera los niveles de testosterona durante la preparación, entrenamiento y combate que tiene Imane Khelif sería excluida por disponer de una situación que altera el sentido de la competición

Este planteamiento teórico lleva a un utilitarismo en el que cualquier argumento es válido, aunque sea contradictorio con la propuesta general. Entre esas contradicciones tenemos cuatro de gran trascendencia:

  1.  Hay una crítica a la visión naturalista que hace la cultura androcéntrica, pero la limita al sexo y deja de lado otros elementos sobre los que la cultura también actúa y utiliza como factores que definen las identidades, como ocurre, por ejemplo, con la “raza” o la discapacidad de las personas.
  2. Cuestiona la referencia del sexo biológico por su papel en la cultura, pero luego recurre a él para definir la “intersexualidad” exclusivamente sobre la situación biológica de las personas intersexuales.
  3. Critica la construcción y expresión de género en las personas heteronormativas (hombres y mujeres cis-género), pero las acepta y da por válidas en las personas trans y no binarias, aunque ellas lo hagan para identificarse con el hecho de ser hombre o mujer según la construcción tradicional.
  4. Al final, a pesar de que se cuestiona el “binarismo” de la cultura androcéntrica, lo que en la práctica se defiende es un “binarismo legal”, tal y como hemos explicado, puesto que lo que se plantea desde el punto de vista práctico es que cualquier persona binaria o no binaria esté dentro del “binarismo legal” en los diferentes ámbitos definidos (deporte, empresa, trabajo, política…)

Toda esta situación no se puede resolver diciendo que la persona que no comparta una posición es que la odia, y no se puede resolver porque no es cierto (al margen de que haya personas que utilicen el discurso del odio en estas circunstancias), y porque el problema social existe.

Y volvemos al ejemplo de la boxeadora Imane Khelif, campeona olímpica de boxeo femenino de 66 kg. En el artículo anterior, Testosterona, deporte e identidad, ya comentamos las implicaciones que supone la existencia de diferentes categorías en el deporte, y las consecuencias en el rendimiento deportivo que puede tener la testosterona. Y tenemos que ser coherentes con los planteamientos que se defiendan si queremos contribuir a la transformación social de la cultura androcéntrica, no sólo a gestionar mejor algunos de los problemas que ocasiona.

Si una boxeadora tuviera los niveles de testosterona durante la preparación, entrenamiento y combate que tiene Imane Khelif sería excluida por disponer de una situación que altera el sentido de la competición. Si los tiene una boxeadora intersexual la competición se ve alterada del mismo modo, puesto que el resultado no depende de si el origen es biológico o farmacológico, sino de la presencia de la testosterona.

Si se decide que las mujeres intersexuales pueden competir con niveles más altos de testosterona, entonces tendremos que cambiar las categorías que se han definido sobre sexo (masculino y femenino) y peso (diferentes kilos), porque el objetivo es buscar una igualdad en la competición. Si el peso ya no es la referencia que da esa igualdad porque ahora se puede competir con los mismos kilos, pero con mayor capacidad física y fuerza debido a los andrógenos, habrá que crear esas nuevas categorías.

En caso de no hacerlo deberíamos preguntarnos cuál es la política inclusiva que se defiende con la situación de Imane Khelif. Si el nivel de testosterona no es un factor excluyente en la competición, se supone que un hombre con el mismo peso y el mismo nivel de testosterona podría participar también en la misma categoría, y lo que habría que hacer es suprimir la competición masculina y femenina y establecer una común para personas “con el mismo peso y niveles de testosterona”. En caso contrario, y que un hombre con el mismo peso y la misma testosterona no pudiera participar en la misma competición, la inclusión de una deportista como Imane Khelif no se haría por su identidad, puesto que biológicamente sería similar, sino por su aspecto de mujer, una situación que no creo que sea lo que se defiende desde la diversidad, la igualdad y el feminismo.

No se puede defender la diversidad identitaria para luego reducirla a un “binarismo legal”, habrá que crear nuevas categorías legales y formales consecuentes a la diversidad, o reflexionar sobre el sentido y significado de la identidad.

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