Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
Se busca: sensatez hasta en la basura
Generamos residuos por encima de nuestras posibilidades porque individualmente nos cuesta lo mismo ser cuidadosos que ser descuidados, aunque nos sale carísimo. A nuestros ayuntamientos, responsables de la gestión de la basura que producimos cada día, les sale carísimo y además no lo hacen bien, salvo contadísimas excepciones como las destacadas en esta herramienta interactiva de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF).
No lo hacen bien porque son más de 22 millones de toneladas de residuos procedentes de los hogares y de establecimientos comerciales, oficinas e instituciones públicas los que anualmente (datos MITECO de 2021) recogen y gestionan de las más diversas formas los más de 8.000 ayuntamientos españoles, y a los que dedican casi 4.000 millones de euros al año. Casi media tonelada de residuos por habitante, de los que en conjunto apenas se recicla el 20%, se composta el 22%, mientras que aún se incinera el 10% y termina en los vertederos un escalofriante 46%. Seguimos, con estos resultados, lejos de cumplir con nuestros compromisos con Europa y, si nada cambia sustancialmente, lo seguiremos estando cuando esta distancia se materialice en multas y sanciones que tendremos que hacer frente entre todos los ciudadanos.
La nueva tasa de basuras ha de garantizar una capacidad recaudatoria suficiente para cubrir los costes de la gestión de los residuos municipales
Les sale carísimo porque quienes generamos residuos pagamos hoy una tasa por el servicio prestado que, además de potestativa (los ayuntamientos no están obligados a cobrarla pudiendo optar por financiarlo con ingresos fiscales a costa de dejar de financiar otros servicios municipales), no está vinculada a ningún factor que permita individualizarla en función de la cantidad de residuos que cada uno de nosotros generamos, ni de si separamos por fracción o desechamos a lo loco todas juntas. La tasa de basuras es hoy una suerte de barra libre cuyo derecho de acceso y uso se calcula generalmente en función del valor catastral de nuestra vivienda o local, que a su vez depende de su tamaño, ubicación y otras características del inmueble, asumiendo implícitamente que la cantidad de basura que producimos cada quien es independiente de nuestros hábitos y dependientemente del valor de nuestra vivienda.
Esta afirmación debería de cambiar radicalmente a partir de abril de 2025, en poco más de medio año, cuando estén operativas las nuevas tasas de basura que adopten los ayuntamientos españoles que, en cumplimiento de la Directiva europea sobre residuos de 2008 y su muy tardía trasposición en la Ley 7/2022, de 8 de abril, de residuos y suelos contaminados para una economía circular, han de cumplir con una serie de premisas básicas. Dos, concretamente.
La primera de las premisas es que la nueva tasa de basuras ha de garantizar una capacidad recaudatoria suficiente para cubrir los costes de la gestión de los residuos municipales, hoy un servicio muy deficitario: según la AIRef, las actuales tasas, donde existen, solo cubren en media el 60% del coste de la provisión del servicio. El resto del coste por supuesto que se paga: con menos servicios sociales, menos equipamientos deportivos, menos adaptaciones de edificios públicos al cambio climático, menos actividades culturales; menos de todo lo demás.
La segunda es que no debe asumir que todos los hogares y establecimientos comerciales nos comportamos igual y que tenemos adoptados los mismos hábitos frente a este asunto tan poco atractivo y tan cotidiano. Es más, son precisamente las características de ese hábito tan personal y familiar, y su evolución, las que debe sustentar el diseño de la nueva tasa y de este modo cumplir con el tan manido a la vez que hasta hoy desaparecido principio de “quien contamina paga”. Esta segunda premisa implica tener la capacidad de identificar quién genera cuántos residuos y de qué fracción, para que el pago sea diferenciado en función de los hábitos y las conductas reales. Y por extensión, implica disponer de la capacidad de premiar el buen comportamiento y la adopción de hábitos que reduzcan la generación de residuos, que es en última instancia el objetivo principal que persigue la regulación.
Recomiendo como lectura de verano este resumen (y el documento completo para los más cafeteros) que radiografía el estado de situación en España de la gestión de los residuos de competencia municipal, para que vayamos entendiendo mejor, asumiendo y aplaudiendo el cambio radical que, si se diseñan con sensatez, van a suponer las nuevas tasas de basura. También para que cuestionemos su diseño final si no cumple con las dos premisas súper básicas a las que han de responder. Y entre tanto, para que nos interesemos como ciudadanos responsables que somos por el tremendo reto de diseño que cada uno de nuestros ayuntamientos de cabecera está enfrentando estos días, muchos de ellos en la más absoluta soledad, con recursos humanos insuficientes, capturados por grupos interesados y sin la complicidad e implicación activa de otros eslabones de la cadena que tienen aún, lamentablemente, la capacidad de ponerse de perfil.
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