Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
Errejón, la izquierda, la derecha, el machismo y el feminismo
Las denuncias por violencia machista a Íñigo Errejón y su dimisión han agitado la política y la sociedad, y vuelven a poner de manifiesto la insuficiencia de un sistema que convive con la violencia contra las mujeres entre el silencio y el anonimato, para alzar la voz sólo ante determinados resultados.
Lo que más llama la atención de nuevo es la sorpresa, porque demuestra el gran desconocimiento que existe sobre la violencia de género, como ocurre cuando se concentran los asesinatos de mujeres y nadie se explica por qué. El conocimiento de la violencia de género nos muestra que la situación es tan terrible que la concentración de homicidios es algo que se puede producir; del mismo modo que puede suceder que un hombre de izquierdas y abanderado del feminismo pueda ejercer violencia machista. Ninguna de las dos situaciones es frecuente, pero las dos se presentan.
De hecho, es algo que he repetido siempre, “la diferencia entre un partido de izquierdas y un partido de derechas no está en el número de machistas, sino en el número de feministas”. El machismo no es conducta, es cultura, y por tanto responsable de la identidad definida por el marco cultural y del proceso de socialización consecuente bajo sus elementos, de manera que las ideas y las ideologías están sometidas a estas referencias identitarias y culturales. En consecuencia, en la política y en la sociedad puede haber hombres de izquierdas machistas y violentos, como se han conocido estos últimos años, del mismo modo que los hay de derechas en otros casos también conocidos.
Los partidos de derecha han saltado a criticar la violencia que ellos niegan que exista, al parecer porque la ha ejercido un hombre de izquierdas
Todo ello se refleja de forma gráfica en la reacción desde los partidos de derecha y de izquierda.
Los partidos de derecha han saltado a criticar la violencia que ellos niegan que exista, al parecer porque la ha ejercido un hombre de izquierdas, porque cuando la lleva a cabo uno de derechas se trata de “un divorcio difícil” y lo ponen en las listas. Y lo hacen cuestionando al feminismo como si fuera él el responsable de la violencia, cuando lo que demuestra la realidad es que lo que se necesita es más feminismo para acabar con las agresiones y con el silencio que las envuelve. Pues ¿cómo creen los partidos de derechas que se acaba con la violencia de género, con más religión o más pin parental?
Las posiciones conservadoras tienen que ser coherentes y reconocer que defienden un modelo androcéntrico en el que la violencia contra las mujeres se evita con la sumisión de las mujeres, y en el que los hombres sólo tienen que ser más comprensivos para ceder y conceder algunos espacios, como ha venido ocurriendo históricamente.
Los partidos de izquierdas tienen que ser conscientes de que, a pesar del feminismo presente en sus organizaciones, y de todo el trabajo de las mujeres feministas que forman parte de ellos, la estructura y modelo también es androcéntrica, porque es la cultura la que define los modelos y orienta la mirada. Una mirada crítica que aún necesita detenerse en las graves consecuencias de la desigualdad para erradicarlas (violencia, discriminación, brecha salarial, desigualdad, cambio climático…) y que dificulta adoptar medidas transformadoras de carácter estructural.
Lo mismo que la derecha ha entendido que los cambios en igualdad son una “guerra cultural” y llama a la acción a toda la sociedad, la izquierda tiene que entender que la política “single issue”, es decir, centrada en cuestiones trascendentes, pero de manera puntual e inconexa, siempre será insuficiente para transformar el marco cultural androcéntrico. Y en ese proceso de transformación social el feminismo tiene que dirigirse de manera directa a los hombres para que sean feministas, no sólo para que digan que lo son o lleguen a ser aliados, cómplices o pro-feministas. Y eso significa trabajo y proceso. El planteamiento no es sencillo pero, si el objetivo es una transformación cultural, esta solo se puede conseguir con mujeres y hombres. Los hombres también tienen que estar, no como protagonistas, pero sí como parte, de lo contrario no habrá cambio cultural, sino un nuevo marco teórico más igualitario desde el que se desarrollarán políticas e iniciativas para gestionar los resultados de la desigualdad. Y, como hemos repetido, al machismo hay que erradicarlo, no gestionarlo.
La falta de ese proceso identitario en los hombres, a los que sí se dirige el machismo y los interpela en su masculinidad para que sigan siendo “hombres de verdad” cargados de virilidad, como se observa entre la gente más joven, es lo que permite que el propio Íñigo Errejón explique lo ocurrido como una especie de accidente propiciado por factores que van desde el patriarcado hasta el neoliberalismo, sin que se muestre consciente de que en todo ese proceso ha sido él quien ha ido tomando decisiones desde posiciones de poder para reforzarse como persona y como personaje. No son dos entes distintos, como trata de explicar en su comunicado, es el mismo individuo que utiliza el personaje para reforzar los elementos identitarios de la persona y satisfacer sus deseos, para que luego sea esa persona reforzada y satisfecha la que le susurre al personaje qué tiene que hacer y con quién.
El patriarcado no es un ente abstracto ni una nube tóxica, es la normalidad definida por la cultura androcéntrica y asumida por cada una de las personas que no se rebela ante él. No basta el relato sobre una nueva realidad para que la realidad sea diferente, lo vemos cuando un hombre de izquierdas y abanderado del feminismo puede ser un maltratador, y cuando un hombre condenado por violencia de género puede ser finalista en un premio de relatos sobre igualdad, como ha sucedido en Valencia con un diputado de Vox.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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