En favor de las Ritas Maestres

Cuesta creerlo, pero sigue siendo así: un hombre humilla, miente, engaña y presuntamente agrede en términos machistas y todas las mujeres de su alrededor resultan sospechosas. Aquellas que compartieron sus vidas, las que fueron o son sus compañeras, amigas o novias quedan bajo el foco del escrutinio publico y tienen que empezar a justificarse, a dar todo tipo de explicaciones y a defenderse de actuaciones o delitos que nunca ellas cometieron, y que en la mayoría de los casos nunca pudieron ni hubieran podido conocer.

Los delitos privados se llaman así por eso, porque se producen en el ámbito de la estricta privacidad y es muy difícil acceder a ellos si no eres una de las dos partes: agresor o víctima. Es imposible conocer qué sucede en el interior de las alcobas, incluso en el interior de las conversaciones o de las relaciones si los componentes de las mismas no lo expresan en público. Recordemos los buenos padres que violaron a sus hijas e hijos, los tíos, aquellos primos que “juegan” más allá de lo tolerable con sus primas o primos pequeños, los profesores, y por tan abrumadoramente común los curas que han abusado de sus alumnos y alumnas. Quién lo podría sospechar, qué padre o madre pudiera ni siquiera pensar remotamente algo así de su cónyuge o de sus familiares estrictos o de aquellos a quienes uno entrega la educación o cuidado de sus menores.

Este asunto ha de servir de algo. Al menos para que reflexionemos y sepamos que los abusadores, los depredadores y agresores no llevan su infame condición escrita en la frente, es más, suelen ser especialmente encantadores, seductores natos que se ganan la confianza de sus víctimas y del entorno. Esos buenos novios, hermanos, vecinos o amigos que sorprenden y escandalizan a la comunidad cuando resultan ser de manera probada agresores o violadores. Los políticos que a derecha o izquierda (sí, dolorosamente izquierda también), se proclaman respetuosos con la diversidad de género los primeros, y feministas los segundos, pero en la interna de sus formaciones menosprecian, utilizan, apartan o directamente vejan a las mujeres. Las estructuras empresariales o sindicales que ni siquiera se atreven a formular una vocación clara en favor de la igualdad. Las empresas que interpretan los planes de igualdad como una exigencia legal que hay que cumplimentar, pero no comprometerse con ella. Las familias que permiten que las madres se echen a la espalda las cargas familiares.

Este asunto ha de servir para que reflexionemos y sepamos que los abusadores, los depredadores y agresores no llevan su infame condición escrita en la frente, es más, suelen ser especialmente encantadores

Todo esto es machismo, la forma más antigua y más arraigada de discriminación de la historia de la humanidad en cuanto permite la dominación de la mitad de la sociedad con respecto a la otra. No es nuevo. Es sempiterno, permanente, diario. No es el caso Errejón, es la puñetera realidad por la que todas las mujeres de todo el mundo y en diversidad de condiciones sociales y culturales que nos rodean conocemos bien. Pueden ser solo comentarios despectivos, utilización, manipulación, abusos o explotación. De hecho, su expresión más cruel son los asesinatos machistas de los que tanto sabemos y lloramos en este país. No hay sorpresa, no hay novedad. No conozco ni una sola mujer que no la haya sufrido alguna vez en su vida.

Es hora de parar de escandalizarse y empezar a operar. Es hora de no permitir ni una sola negación más, ni un solo comportamiento ni en el ámbito público ni privado que permita cubrir con el halo de la duda lo que no son más que actos intolerables, cuando no plenamente delictivos. Hace décadas que Nevenka sacrificó su vida política y personal. Hoy Rita Maestre ha tenido que dar la cara y exponerse públicamente por tener una relación que terminó hace más de una década con una persona presuntamente deleznable. Hoy la denunciante tiene que huir por las calles y defenderse en las redes de insultos y reproches. De esto tenemos todos y todas una responsabilidad compartida. Responsables somos por no avanzar lo suficiente, por permitir que las miradas se giren a las víctimas y no al agresor, de aplaudir a quienes pretenden sacar rédito político de comportamientos estrictamente privados.

Todos y todas tenemos algo de culpa. Pero pongamos pie en pared. La responsabilidad de los actos personales es personal, y por ello habrá de responder cada cual, en este caso el señor Errejón. La colectiva pasa por desviar el foco, por revictimizar a las personas que han sido víctimas, por eludir el debate real sobre el machismo y la dominación. Lo estamos haciendo tan mal que las mujeres siguen refugiándose en cuentas anónimas o callan antes que acudir a los juzgados. Hemos fallado tanto que quien está dando explicaciones es Rita Maestre. Vayan estas palabras en su favor, y en el de todas las víctimas directas, indirectas y diarias del machismo.

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María José Landaburu Carracedo es Doctora en Derecho, experta en derecho laboral y autora del ensayo 'Derechos fundamentales, Estado social y trabajo autónomo'.

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