Francisco Franco, 'millonetis' (4/4): Un entramado opaco

La historia de la sociedad Valdefuentes tiene algunas otras peculiaridades, siempre según la documentación que obra en el Registro Mercantil de Madrid. Su marcha triunfal, bajo el arrendamiento de la Excma. Sra. Carmen Polo Martínez-Valdés, continuó haciendo progresos. Se constatan en las conversaciones privadas del teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo con su primo hermano. Fueron publicadas, con gran éxito, por Planeta tras el óbito de ambos.

En marzo de 1955, el leal ayudante de SEJE escribió en su famoso libro que el inmortal Caudillo se había dedicado a poner la finca en producción. Buscó agua y la encontró (no en vano se trataba de un zahorí con su tópica “baraka” a cuestas). Plantó trigo, ajos, tabaco, patatas, etc. y obtuvo varias cosechas. Estaba encantado con su “fincaza”.  Le producía pingües beneficios. Vemos, pues, una nueva imagen: un Franco que ya habría olvidado su papel de vendedor de café y que se había transformado en agricultor tras la amalgamación de las 55 fincas y terrenos en una magistral ilustración de lo que daban las “reformas agrarias” que su régimen propiciaba. No como las de la odiada República. Es de suponer, además, que la producción de sus tierras la vendiera por canales más regulares, ya que el estraperlo había, afortunadamente, desaparecido unos años antes.

Lo que no sabemos es de dónde se le despertó al capitán general Francisco Franco esa vocación de espurio gentleman farmer. Desde luego no corresponde al término tal y como se entiende en los países de lengua inglesa, pero si buscamos en la versión castellana de Wikipedia podemos encontrar algún rasgo relativamente similar en la combinación entre terrateniente, ganadero y político. El caso es que, sin duda alguna, le divirtió y le hizo ganar algún dinerillo. Siempre bienvenido.

Franco, de eso no cabe ahora la menor duda, se había convertido en un decidido defensor de la “concentración parcelaria”

Franco Salgado-Araujo añadió en sus Conversaciones (pp. 135s) que no le agradaba “que S.E. esté al frente de una S.A. por razón de su cargo. Creo que hubiese sido mejor que comprase él todas las acciones y la finca la inscribiese a su nombre pues sería lo más serio y mucho más cómodo cuando todo el mundo sabe que la finca es de S.E. y que por allí está Sanchiz como colaborador o encargado”.

Esta anotación muestra dos cosas: la primera que, a pesar de todas las precauciones del exvendedor de café, en esta ocasión el tiro le había salido por la culata al no evitarse los murmullos y el sin duda eficaz funcionamiento de radio macuto en torno al auténtico propietario; la segunda, que el primo hermano (que había conocido el lado oscuro del “Caudillo”) no estaba enterado de las precauciones adicionales que, por intermedio de su santa esposa, SEJE había tomado.

En efecto, el 8 de abril de 1957 una nota manuscrita en el expediente del RMM indica que la escritura original se entregó al abogado Gómez Sanz “para hacer la agrupación de otras fincas”. Franco, de eso no cabe ahora la menor duda, se había convertido en un decidido defensor de la “concentración parcelaria”.

Ahora vamos a ver qué pudo haber detrás de todo aquel entramado que se nos antoja un tanto opaco, aunque las razones siguen escapándoseme. En primer lugar, el contrato privado de la Excma. Señora Doña Carmen Polo Martínez-Valdés con Valdefuentes (observen los amables lectores que sigo despojándola de la habitual coletilla S.A.) de 1º de octubre de 1951 no respondió enteramente a la realidad, ya que la sociedad no se constituyó sino tres días más tarde, el 4 del mismo mes.

Hay dos posibilidades. La primera es que si la señora esposa del Caudillo dijo la verdad, quien mintió fue el segundo conde de Romanones al aportar las propiedades afirmando que “estaban libres de cargas”. La segunda posibilidad es que quien no dijo la verdad fuera la esposa si la fecha del arrendamiento hubiera sido posterior al 4 de octubre (aunque ciertamente invocó el mismo arrendamiento en 1954 para dar mayor fuerza jurídica a su ocupación de facto de las fincas o terrenos constitutivos del activo de Valdefuentes). A lo mejor existen otras razones que avezados juristas pudieran invocar.

En cualquier caso, me parece más oscuro otro aspecto detrás de la constitución de la sociedad en 1951. Salió a la superficie (pero solo para los iniciados o para quienes tuvieran el privilegio de conocer más o menos inmediatamente las inscripciones en el RMM) el 28 de julio de 1954. Es decir, dos años y medio después de la constitución de la sociedad.

En esta última fecha sus estatutos se modificaron para adaptarlos a la Ley de Sociedades Anónimas que había sido aprobada tres años antes, el 17 de julio de 1951. Fue una disposición tan importante que cuando yo era joven e inexperto me la aprendí de memoria, para no correr ningún riesgo en los exámenes. Todavía recuerdo las veces que acudí a mi hermana Carmen, a quien se la recitaba como un papagayo, para que me advirtiera si fallaba en algo.

Lo normal, me ha dicho un amigo catedrático de Derecho de la UCM, el profesor Javier García Fernández, es que el caso resulta un tanto inexplicable. Los estatutos no se redactaron teniendo ya en cuenta que dicha ley había entrado en vigor meses antes. No se trata, sin embargo, de un misterio indescifrable.

Antes de la Ley de Sociedades Anónimas regía el venerable código de comercio de 1885. Era mucho más permisivo en cuanto a las aportaciones no dinerarias. La nueva ley, por el contrario, sin prohibirlas taxativamente, obligaba a los administradores a revisarlas en un plazo de cuatro meses. Mientras esto no se realizase, los aportantes no recibirían los títulos definitivos. El conde de Romanones aceptó. ¿Por qué? Indudablemente podríamos pensar que se fiaba de sus acompañantes como administradores. Pero, ¿hubo algo más detrás? La respuesta es clara: Quien estaba detrás del tingladillo jurídico-mercantil era nada menos que el entonces “centinela de Occidente”, subido a la cima de su gloria después de claudicar en los pactos con los norteamericanos. No se trataría, pues, de ponerle chinitas en tal ascenso.

La argumentación jurídico-política del caso (aceptado por todos los intervinientes, incluido el señor notario que inscribió la escritura) la desarrollé en La otra cara del Caudillo. Franco decidió que la sociedad se registrara como anónima cuando consolidó su dominio sobre la “fincaza”, pero ¿por qué?

La única explicación posible que me argumentó el profesor García Fernández es que tal “fincaza” estuvo durante años bajo el dominio de SEJE, pero mediante una fórmula pensada y meditada para opacar su presencia. Al constituir Valdefuentes bajo una norma derogada se conseguían, objetivamente, dos fines. El primero, soslayar la prohibición de crear sociedades con aportaciones no dinerarias. El segundo, no tener que registrarla inmediatamente y evitar así dar a la publicidad informaciones sensibles. Una cosa es lo que circulara por los corredores del poder. Otra lo que pudiera ser accesible a gente maleante, de mal vivir, como por ejemplo periodistas extranjeros.

El caso pone de manifiesto, una vez más, los rasgos distintivos del comportamiento del Caudillo incluso en el ámbito privado: cautela máxima, secretismo, sagacidad, compra de voluntades, vocación por la manipulación, etc. Sin dificultad cabe transferirlos a la esfera pública: dar el pego, engañar, cambiar gato por liebre. Es decir, “virtudes” que empezó a mostrar cuando era todavía un jovencísimo capitán al querer engañar a todos (incluido S. M. el Rey) con sus mentiritas acerca del heroísmo en el combate de El Biutz en 1916 y que fue afinando progresivamente a lo largo de su dilatada carrera militar y política.

Por cierto, sobre la finca Valdefuentes las informaciones públicas disponibles son legión. Fallecido su propietario y elevado a los altares políticos de la gloria al final no tardaron en surgir algunas en las que ciertos nombres no salen particularmente bien librados.

La más reciente que conozco es esto. Pero ya antes habían aparecido informaciones nada despreciables en La Sexta y El Mundo.

Quizá entre los papeles no digitalizados del capitán general Francisco Franco VC (o en los que eventualmente sigan en poder de sus descendientes) puedan encontrarse más temas que apunten en las mismas, u otras, direcciones. Serían interesantes para indagar algo más y mejor en el intra-mundo del entonces Jefe del Estado. No hay historia definitiva, ni tampoco historiadores definitivos. Lo cual no quiere en modo alguno significar que lo que ya se conoce sea despreciable.

Por lo demás, en mi próximo libro, previsto para el año que viene, abordaré con nuevos documentos algunos de los mitos relacionados con la guerra civil que siguen haciendo estragos entre los lectores españoles, intoxicados durante tantos y tantos años de dictadura y de medios digitales en democracia, pero poco fiables. Nos reiremos.

(Fin de la serie)

(Aquí puedes leer la entrega anterior: 'Invertir en una "finquita"'. Aquí el capítulo segundo, 'Dineros bloqueados', y aquí el primero, 'Una cuenta en Lisboa'.

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Ángel Viñas acaba de publicar, con Francisco Espinosa y Guillermo Portilla, 'Castigar a los rojos' (Editorial Crítica).

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