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La juerga es mi bandera

Nativel Preciado Ideas Propias

Los que viven en torno a las plazas o parques escogidos por los participantes del botellón están hartos de sufrir daños colaterales, acceder a sus casas ente montañas de basura pestilente y pasar noches en vela por culpa del ruido. Lo mismo sucede con los pacientes vecinos de las calles repletas de bares con terrazas. Primero llaman a la Policía para que actúe dentro de la legalidad y, si no llega a tiempo, tiran agua desde las ventanas. Han decidido tomarse la justicia por su mano. De momento, se limitan a duchar a los folloneros más persistentes, pero algunos dicen que no descartan utilizar otras sustancias menos inocuas para garantizar su derecho al descanso. ¿Llegarán tan lejos?

¿Quién tiene la culpa de que un sector de la juventud se haya lanzado a la calle para beber ingentes cantidades de alcohol, desvalijar comercios, cargarse el mobiliario urbano, levantar barricadas, apedrear a la Policía, gritar como energúmenos e impedir que sus vecinos puedan vivir en paz? La pandemia, el confinamiento, el paro galopante, el pésimo sistema educativo, la esclavitud laboral, la publicidad venenosa, la televisión basura, la autoridad incompetente, los jueces que no penalizan, la Policía que no reprime, los padres que no imponen normas ni ejercen su autoridad, el futuro incierto y más bien negro… ¿O no es para tanto? Quizá le doy al asunto más trascendencia de la debida. Por supuesto que no es un fenómeno novedoso y se podría pasar por alto si no fuera porque el insomnio provocado por el ruido, un drama en sí mismo, tiene efectos secundarios: genera hipertensión arterial, pérdida de audición, carácter irascible, rabia, desasosiego e instintos violentos. No exagero. Les recuerdo que, en 1989, los militares estadounidenses lograron que el dictador y narcotraficante panameño, Manuel Antonio Noriega, saliera de su refugio en la nunciatura de la Santa Sede después de escuchar durante tres días y tres noches música heavy metal a todo volumen. No lo pudo soportar y se entregó.

En diversas ciudades del mundo se han buscado soluciones incompletas: toque de queda, cordón policial, impedir la bebida en la calle, multas disuasorias, aumentar el precio del alcohol, endurecer la ley… El problema es que todo defensor de este tipo de medidas represivas será tachado de viejo progre, censor, burgués, anquilosado y carcamal. Una sarta de insultos que pretende dividir en bandos antagónicos a unos jóvenes rebeldes y hedonistas que se sacuden las cenizas de una pandemia contra unos izquierdistas viejunos, intolerantes y represores, en vías de extinción. Esa “izquierda puritana”, defensora de causas nobles políticamente correctas, la engloban dentro del término “woke”woke, que ahora se emplea de forma peyorativa para designar a los “progres trasnochados” que se sienten moralmente superiores al resto.

En el bando de los hedonistas rebeldes se grita la palabra libertad de una manera equívoca y se jalea la protesta contra cualquier tipo de autoridad o jerarquía. No es casual que proliferen las camisetas con el logo A.C.A.B., aunque muchos de los que las llevan ignoren el significado de una sigla que responde a la frase inglesa All cops are bastardAll cops are bastard, en español, Todos los policías son bastardosTodos los policías son bastardos. En cuanto a la consigna de la libertad se refiere exclusivamente a la necesidad de colocarse a base de consumir sustancias como el alcohol, hasta llegar al coma etílico si fuera preciso, y al desafío a las más elementales normas de convivencia, enunciadas al principio de estas líneas. En resumen, libertad para gritar, bailar, romper cristales, quemar contenedores, arrojar sillas a la policía y poco más. “¡Necesitamos beber!”, decía un joven, cargado de razón, en una fugaz aparición televisiva. El ocio nocturno, en las distintas fases de la pandemia, se ha convertido en el sacrosanto derecho de una parte de la juventud que ha impuesto la juerga como su bandera.

Sospecho que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha entrado en la categoría de izquierdista viejuna y progre trasnochada, desde el momento en que pidió a la Guardia Urbana y a los Mossos d’Esquadra que reprimieran el botellón en la plaza de España que, durante la madrugada de las fiestas de la Mercè, tuvo un saldo de más de cuarenta heridos y veinte detenidos. El desenfreno del botellón y el periplo etílico por los antros y las tabernas ha sido una práctica legendaria para los jóvenes de toda condición, pero se trataba de una moda marginal que nunca había adquirido la categoría de reivindicación libertaria. Con la excepción del inefable Tierno Galván, alcalde de la Movida, cuando pronunció ante la multitud aquello de “… el que no esté colocado que se coloque… y al loro”. Gesto populista donde los haya; de lo más acorde con los tiempos que vivimos.

No quiero hacer psicopolítica, sobre todo después de haber leído las sagaces teorías del filósofo Byung-Chul Han. Dice el coreano, santo de mi devoción, que el neoliberalismo es el sistema más eficiente para explotar la libertad. “Se explota todo aquello que pertenece a prácticas y formas de libertad, como la emoción, el juego y la comunicación (…) la psicopolítica neoliberal es una política inteligente que busca agradar en lugar de someter”. Pues eso, lejos de reprimir, se estimula el desmadre y se explota la libertad constantemente. No dejen de leer a Han para entender lo que nos está pasando.

Soy contraria a las teorías conspirativas, así que no me cabe en la cabeza que la idea de fomentar la rebeldía superficial de los juerguistas esté amparada por determinada ideología. Pero sí me gustaría que alguien tuviera el valor de hacer una encuesta de madrugada, en pleno fragor de la batalla, con dos preguntas elementales: si creen en la democracia y cuál es su opción política preferida. Creo que coincidiría con mis pensamientos, que no expresaré por escrito para no excederme en el juicio que me merecen los propagadores inconscientes del anarcocapitalismo. Pero de esta opción en auge y de los nuevos influencer hablaremos otro día.

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Nativel Preciado es periodista, analista política y autora de más de veinte ensayos y novelas, galardonadas con algunos de los principales premios literarios.

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