El rey de la dana tiene una memoria muy selectiva Daniel Basteiro
Cuanto más nos privamos, más aumentan sus fortunas
En el próximo mes de abril, pendiente de resolver los últimos trámites, Ferrovial decidirá definitivamente si traslada la sede de su compañía a Holanda. Ahora dicen que Leopoldo del Pino, cuarto accionista del grupo y hermano del actual presidente, está en contra de instalarse en los Países Bajos. Rafael del Pino Calvo-Sotelo cometió el error de anunciar la noticia del traslado en un momento de lo más inoportuno. La oposición quiso sacar provecho y culpó al Gobierno, en pleno fragor preelectoral, de la supuesta inseguridad jurídica por su política fiscal. La reacción del presidente Pedro Sánchez y de la vicepresidenta económica Nadia Calviño fue instantánea. Criticaron su falta de patriotismo. Recordaron que España le había dado todo a Ferrovial y calificaron de inaceptable la actitud de una empresa que ha vivido durante décadas gracias a la inversión púbica y que ahora muestra semejante falta de compromiso con su país. El Gobierno necesitaba evitar por todos los medios el efecto contagio para frenar posibles traslados de otras grandes firmas.
Conscientes del resultado negativo que provocó en la reputación de la compañía su fuga a Holanda, intentaron plegar velas. Tras una semana de desgaste, un portavoz de Ferrovial, intentando calmar los ánimos, salió a desmentir cualquier tipo de motivación fiscal o personal en la decisión y elogió la seguridad jurídica española, “homologable a la del cualquier otro país europeo”. Sea cual sea la decisión, el daño ya está hecho. Como consecuencia de la polémica salieron a relucir una serie de noticias sobre las andanzas de la saga de los Del Pino. Lujosas mansiones, fabulosos tesoros artísticos, aviones privados, yates, veleros y, cómo no, desavenencias familiares, divorcios, reclamaciones, enfrentamientos y hasta remontarse al origen de su fortuna. Asuntos que a nadie le gusta airear y menos le hubiera gustado al fundador de la dinastía, Rafael del Pino y Moreno y, sobre todo, a su esposa Ana María Calvo-Sotelo, hermana del que fue presidente de Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo. Ambos tuvieron cinco hijos y como lema la discreción, la elegancia y la sobriedad. Nada que ver con su principal heredero, aficionado a grandes lujos, que al ser nombrado presidente de la constructora se distanció del resto del clan.
Y en este punto se estarán preguntando si a una de las personas más ricas del mundo le preocupa la opinión del resto de los mortales. Quizá no le afecte tanto a su persona, pero sin duda le importa y mucho a su compañía, que se ha visto obligada a desarrollar una estrategia de comunicación para limpiar la mala imagen creada a raíz de los últimos acontecimientos. La prueba de que la reputación importa es que la decisión de Ferrovial ha provocado el posicionamiento de los otros hipermillonarios que ocupan las primeras posiciones de la lista Forbes. No es fortuito que Juan Roig, en un ejercicio de transparencia sin precedentes, saliera a dar explicaciones precisas sobre la cuenta de resultados de Mercadona, e incluso hiciera mención a la pérdida de confianza de proveedores a los que incluso quiso pedir disculpas. Tampoco es casual que el CEO de Inditex, Óscar García Maceiras, quisiera marcar distancias con Ferrovial y se comprometiera a mantener en España la sede de todas las sociedades de Amancio Ortega.
Vivimos en una economía de guerra, con la inflación disparada y una situación convulsa; sin embargo, las grandes empresas declaran sus mejores intenciones pero no están dispuestas a renunciar a ninguno de sus privilegios
Ferrovial, Inditex y Mercadona, cada cual a su manera, están desarrollando una estrategia para defender la reputación corporativa de sus respectivas empresas. Es improbable que les hayan afectado los improperios recibidos por parte de las ministras moradas del Gobierno; sin embargo, están dispuestos a borrar la desmesurada imagen de “capitalistas despiadados”. La buena reputación no es solo una cuestión ética o estética, sino un valor económico que interviene en la cuenta de resultados. Se trata de una consideración casi imperceptible, pero influye de un modo decisivo en la confianza de los inversores, accionistas, entes sociales, clientes e incluso a la hora de establecer las relaciones con los trabajadores. Cargados de buenas intenciones, los empresarios prometen rebajar la crispación y declaran literalmente entre sus principales objetivos: la creación de empleo y la formación de equipos para contribuir a formar una sociedad más próspera. Todo encaminado a un mismo fin: aumentar sus beneficios para crear riqueza. Es el principio irrenunciable del capitalismo. Mientras tanto, aumenta de forma alarmante el contraste entre la prosperidad macroeconómica y el malestar social. Miremos con atención lo que está sucediendo en Francia.
Vivimos en una economía de guerra, con la inflación disparada y una situación convulsa; sin embargo, las grandes empresas declaran sus mejores intenciones pero no están dispuestas a renunciar a ninguno de sus privilegios. Mejoran las ventas, los beneficios y sus ingresos, pero suben los precios y las familias pierden su poder adquisitivo. Los sueldos crecieron el último año casi seis puntos menos que el IPC. Las comparaciones son odiosas y en este caso de un modo especial. El salario bruto anual de Juan Roig es de 11 millones de euros, más los 88 millones que le corresponden en concepto de dividendos, a lo que habría que añadir los ingresos de su esposa, 45 millones, como vicepresidenta y segunda accionista de la compañía. Por poner otro ejemplo aún más llamativo, el primer accionista de Inditex, Amancio Ortega, ha recibido 2.217 millones sólo de dividendos. Su hija, Marta Ortega, obtuvo una remuneración mucho más modesta, 834.000 euros, por ser este su primer año al frente de la compañía. No seré yo quien juzgue sus méritos. No obstante, teniendo en cuenta que el dinero no desaparece, sólo cambia de manos, sospecho que cuanto mayores son nuestras privaciones, más desorbitadas serán sus fortunas.
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Nativel Preciado es periodista, analista política y autora de más de veinte ensayos y novelas, galardonadas con algunos de los principales premios literarios.
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