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Violencia sexual de "alta intensidad"

De nuevo ha ocurrido en Pamplona y otra vez durante los sanfermines, las autoridades hablan de que durante las fiestas se han producido 24 agresiones sexuales, 6 de ellas de “alta intensidad”.

Sorprende que desde la violación grupal cometida en 2016 hayamos avanzado para llegar al mismo punto de partida 8 años después. La reacción social que se produjo tras la violación de “la manada” culminó en la aprobación de la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, la conocida como “ley del sólo sí es sí”, una norma que ha creado un nuevo marco para la violencia sexual y da respuesta a las principales situaciones que la acompañan, desde la prevención hasta la formación, atención y reparación. Y entre los grandes avances que ha supuesto la ley, se encuentra la supresión de la distinción entre “agresión” y “abuso sexual”, porque la esencia del hecho criminal reside en actuar contra la libertad sexual de la víctima (la inmensa mayoría, mujeres), no en las formas que utiliza el agresor para actuar contra esa libertad sexual. El grado de fuerza utilizado es importante para entender la posición del agresor y algunas de sus motivaciones y objetivos, así como para establecer la responsabilidad penal, pero todos los casos parten del uso de la violencia y de la voluntad de satisfacer sus “necesidades de poder” a través del sexo. La fuerza no define los hechos ni el sentido de las consecuencias. Es más, antes de la reforma había situaciones de “abuso sexual” mucho más graves y dañinas para las víctimas que algunas agresiones sexuales.

Volver a introducir un elemento cuantitativo en la conceptualización de la violencia sexual, como se ha hecho en las agresiones de los sanfermines de este año, y hablar de “alta o baja intensidad” supone caer en la trampa de una construcción androcéntrica que siempre ha jugado con el elemento cuantitativo para minimizar los hechos cometidos por los agresores, y para quitarle importancia al impacto sufrido por las mujeres.

Bajo esa idea, si se considera que la violencia sexual es de “baja intensidad” porque no ha habido penetración y no presenta consecuencias físicas significativas, como se ha dicho en 18 de las 24 agresiones sexuales de los sanfermines, se considera que es algo menor, sin importancia ni trascendencia, hasta el punto de abrir la puerta y dar entrada a todos los mitos y estereotipos que contribuyen a negar los hechos y a restarle credibilidad a las víctimas. Y si se considera que la violencia sexual es de “alta intensidad”, la valoración social no se detiene en si ha habido o no penetración, sino que se centra en las lesiones físicas que tenga la víctima para alcanzar una conclusión. Y caben también dos posibilidades, que no tenga muchas lesiones, lo cual lleva a negar que se haya producido una violación, y utilizan la ausencia de lesiones para demostrar el “consentimiento” de la mujer. Y si tiene un daño físico importante plantearán que el agresor ha actuado bajo algún tipo de alteración conductual, bien de causa psicológica o tóxica.

Cuando se habla de homicidio no se diferencia entre “homicidio de baja intensidad” y “homicidio de alta intensidad”, se valoran los hechos sobre la realidad de acabar con la vida de una persona y luego se analizan las circunstancias. En ningún caso se anteponen las circunstancias sobre el hecho criminal para matizar su significado. Los elementos relacionados con el modo de cometer el homicidio son parte de otro tipo de consideraciones para agravar o no el delito.

Centrar la valoración de la violencia sobre la intensidad y cantidad de fuerza utilizada en la agresión, es la trampa que ha utilizado históricamente el machismo con muy buenos resultados para sus posiciones. Lo vemos en violencia de género en la pareja cuando la construcción cultural lleva a las mujeres a decir lo de “mi marido me pega lo normal”, y continuar después, “pero hoy se ha pasado”. Una forma de mostrar que lo que se cuestiona no es la violencia en sí misma, sino el grado de violencia que se utilice en un momento determinado.  Es lo mismo que refleja el barómetro del Centro Reina Sofía cuando el 15,4% de los chicos de 15-24 años manifiesta que “si la violencia es de poca intensidad no es un problema para la relación de pareja”, de nuevo se destaca que la clave está en el elemento cuantitativo de la intensidad, no en el cualitativo de la presencia de la violencia. Para el machismo y su sociedad la violencia contra las mujeres no está en cuestión y se acepta que pueda ser “normal” en determinadas circunstancias.

Centrar la valoración de la violencia sobre la intensidad y cantidad de fuerza utilizada en la agresión, es la trampa que ha utilizado históricamente el machismo con muy buenos resultados para sus posiciones

Centrar la valoración de lo ocurrido sobre la posibilidad de cuantificar los hechos, supone la opción de “dosificar” el significado para que la crítica se centre sobre la intensidad del resultado y que el juicio se haga sobre esas referencias, una situación que siempre beneficiará a los agresores y perjudicará a las mujeres que sufran la violencia sexual.

Si volvemos a la información de los sanfermines y comprobamos que 18 agresiones sexuales han sido de “baja intensidad”, deben quedar muy claras dos cuestiones. La primera es que esa “baja intensidad” en los hechos no significa impacto leve en las víctimas; y la segunda es que si han sido de “baja intensidad” no es porque los agresores no hayan podido llevar a cabo una agresión de “alta intensidad”, sino porque es muy probable que con esa forma “leve” de ejercer la violencia hayan visto satisfechas sus necesidades de poder a través del sexo. De manera que lo que para la sociedad es algo “menor” para los agresores ha sido “total y completo”.

Debemos abandonar la conceptualización de la violencia sexual sobre elementos cuantitativos. No hay violencia sexual de baja intensidad, toda violencia sexual es de alta intensidad porque el grado de fuerza empleado será el que necesite el agresor para conseguir su objetivo y ver satisfecha su fantasía de poder en cada momento. Otra cosa será el resultado y todas sus consecuencias, pero como parte de lo ocurrido, no como forma de definir la violencia llevada a cabo.

Si con la “ley del solo sí es sí”, dejamos atrás la distinción entre agresión y abuso sexual, no volvamos ahora a cuantificar la violencia sexual en agresiones de “alta y baja intensidad”.

Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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