Luces Rojas
¿Importan?
En efecto, ¿importan las elecciones europeas? ¿Importan a la gente, a los electores? ¿Importan a los partidos nacionales? ¿Importan a los medios de comunicación? ¿Importan al Consejo Europeo? Y lo más central, ¿importan en lo sustantivo, en la capacidad de decidir las políticas que se realizarán en Europa?
Empezamos: ¿Importan las europeas?
No hace falta abundar en algo ya conocido: las europeas son elecciones de segundo orden, percibidas como el preludio de unas generales. En las europeas, se vota principalmente por asuntos nacionales: en España, un 67% según la encuesta preelectoral del CIS. Según datos del Eurobarómetro, la población europea se siente en un 38% exclusivamente de su Estado nación, en un 49% de su nación y luego europeo, y tan solo en un 7% primero europeo y luego de su Estado nación.
Todo esto hace (o es causa de) que las campañas sean casi en su totalidad nacionales y que los medios de comunicación aborden las europeas analizándolas en la medida que estas pueden aportar al juego político nacional.
Los motivos de esta percepción de importancia disminuida son complejos y no están del todo claros pero, principalmente, se debe a la complejidad del sistema institucional europeo, al tenue vínculo democrático percibido entre el voto y las políticas públicas que se realizan en la Unión Europea, a la escasa politización (conflicto) de las europeas, a la debilidad de los partidos europeos y a la inexistencia de una sólida opinión pública europea con medios netamente europeos, una dificultad derivada de la diversidad idiomática del continente.
En resumen, se sabe que no hay un ámbito político europeo fuerte, politizado, con rendición de cuentas ante la opinión publica y que condicione la elección de los eurodiputados, sino un agregado de ámbitos políticos nacionales y de partidos nacionales que se suman en las europeas.
Pero lo más interesante, lo que queremos ilustrar aquí, es mostrar cómo la percepción de la importancia de las europeas y el propio peso que se le da en el debate público puede tener, al final, un claro efecto en la capacidad de las elecciones europeas para decidir las políticas públicas que se realizan en Europa.
¿Importan a la gente?
No parece que demasiado. La ciudadanía tiende a considerar las europeas como algo poco interesante.
Y la información que maneja sobre Europa es realmente escasa.
En el nivel europeo, según el Eurobarómetro, ha aumentado un 9% en el último año el desinterés por los asuntos europeos, llegando hasta el 57%.
Pero además de todo lo anterior, la participación en las elecciones europeas ha sufrido un lento declive desde 1979.
Este cuadro de creciente desinterés, fuerte visión nacional y sobre todo participación a la baja no ha escapado al ojo de los dirigentes políticos, preocupados por la deslegitimación de la UE, preocupados por el “déficit democrático” que autores como Hix, Scharpf o el propio Habermas han apuntado.
En el debate europeo, la baja participación es percibida como una deslegitimación de la UE, como un mensaje de la ciudadanía que no da su visto bueno o no considera realmente relevante para su vida las elecciones europeas. Gran parte de la estrategia de la UE, plasmada en el tratado de Lisboa, ha ido a afrontar esta bajada en la participación, aumentando el poder del Parlamento Europeo, permitiendo presentar candidatos a presidir la Comisión Europea en las elecciones (algo demandado por los votantes en un 55%), aumentando la transparencia, multiplicando los esfuerzos para comunicar.
La legitimidad del Parlamento Europeo se percibe ligada a la participación, algo que, por supuesto, no sucede con el Consejo o la Comisión, órganos de elección indirecta y que se entienden más bien como reductos técnicos con legitimidad indirecta, técnica, estatal.
¿Importan las europeas a los partidos nacionales?
Tampoco parece que los partidos nacionales consideren los temas europeos y las propias europeas como centrales. El objetivo en las europeas tanto para PP como para el PSOE no parece ser tanto el ganar la Presidencia de la Comisión Europea o lanzar propuestas sobre Europa, sino obtener mejor resultado que su oponente.
El discurso no se centra en asuntos europeos, en el debate de la austeridad, sino en temas nacionales, como el aborto, los recortes en sanidad y educación, la reforma laboral, la herencia recibida, la anunciada recuperación económica, las pensiones y algunos temas europeos contextualizados en nacional.
El protagonismo de los candidatos a presidir la Comisión Europea en la campaña es escaso, eclipsado por los candidatos (cabeza de lista) nacionales, que se venden como una especie de “líderes europeos locales”, no está bien claro a qué, llegándose al extremo de contraprogramar con un debate europeo nacional el segundo debate presidencial de la Unión Europea. Y la campaña, en si misma, es una campaña al ralentí: el PP ha presentado a su cabeza de lista muy tarde y apenas se busca la movilización.
Los dos otros dos partidos nacionales, IU e UPyD, realizan su campaña centrándose especialmente en el voto protesta, crítico con los partidos mayoritarios. Y si para los partidos nacionales establecidos las europeas son un ensayo de las generales, para la miríada de partidos nuevos las europeas son la oportunidad para lanzarse al ruedo político nacional con temas profundamente patrios como el terrorismo, la unidad de España, el gasto en autonomías, la crítica al bipartidismo, la corrupción…
Prácticamente todos los partidos nuevos que se presentan carecen de discurso europeo, estrategia europea y de homólogos europeos y, por supuesto, no hacen campaña por alguno de los candidatos a presidir la Comisión Europea. Algunos afirman que se integrarán en uno de los partidos europeos, no está claro cómo, pero otros ni siquiera tienen claro cuál.
Su análisis de la política europea es superficial, en algunos casos de manera poco disimulada. Y sus discursos de batalla, de mitin, son en la gran mayoría versiones a derecha e izquierda del discurso reformista nacional, provinciano, que define la crisis como un problema de los líderes corruptos del establishment (del bipartidismo), culpando a éstos de los problemas económicos y políticos del país, como si la crisis europea y del euro fuese una invención del la política española y no una derivada de un mal diseño institucional europeo y unas políticas públicas concretas (la austeridad).
En resumen, como reflejo de la complejidad y lejanía de Europa y el desinterés de la población, como hemos visto antes, los partidos no centran activamente su campaña, discurso y propuestas en la Unión Europea, reforzando la percepción entre la población de que los asuntos europeos son poco relevantes incluso en unas europeas.
¿Importan a los medios?
De nuevo, apenas.
Si hablamos de debates sobre políticas públicas concretas, el debate entre los medios, salvando excepciones, no pasa del slogan de trazo grueso, volviendo con rapidez a terreno conocido, a los debates nacionales. Sin ir más lejos, el debate de la austeridad y el euro, centro real de las opciones de políticas públicas, no aparece con nitidez en las informaciones sobre las europeas.
Si hablamos de los candidatos, su impacto en los medios es reducido. En EEUU, los mítines o debates presidenciales logran la máxima cobertura. Al menos en España, los candidatos son escasamente conocidos y se les otorga una importancia reducida. Es un reflejo de lo que demanda la opinión pública política pero, también, de la escasa voluntad de los medios de centrar el debate en Europa. Ejemplo significativo de esto fue la negativa por parte de RTVE a retransmitir por la primera cadena el segundo debate presidencial, que se añadió a la contraprogramación antes citada por parte de los partidos y ello pese a la exitosa campaña de CC/Europa en change.org.
Si hablamos de las encuestas, prácticamente todos los medios han publicado encuestas sobre los resultados de las europeas en España, pero ninguno ha publicado encuestas sobre el resultado de las europeas. Es tan kafkiano como ver que los medios provinciales, en plena campaña de las generales, publicasen solo sondeos provinciales sobre el número de diputados que obtendrían en la provincia pero nunca un sondeo general.
Podemos decir por tanto que, sea por una escasa demanda del público, sea por una falta de apoyo de los partidos, sea por desconocimiento o sea por falta de voluntad, los medios de comunicación consideran las europeas como unas elecciones nacionales y así las abordan, con una desgana patente a pesar de tener candidatos a la Comisión Europea, encuestas europeas, debates presidenciales y un conflicto apasionante, político y académico, sobre las políticas públicas que se despliegan en Europa, sobre la austeridad y el euro.
¿Importan al Consejo?
En principio deberían importar. Como es sabido, en una declaración sobre el Tratado de Lisboa se recoge que, respecto a la elección del presidente de la Comisión Europea, “en virtud de lo dispuesto en los Tratados, el Parlamento Europeo y el Consejo Europeo son responsables conjuntamente de la buena marcha del proceso que conduce a la elección del presidente de la Comisión Europea. Por consiguiente, antes de la decisión del Consejo Europeo, se mantendrán las necesarias consultas entre representantes del Parlamento Europeo y del Consejo Europeo, en el marco que se estime más oportuno. Dichas consultas, conforme a lo dispuesto en el párrafo primero del apartado 7 del artículo 9 D, versarán sobre el perfil de los candidatos al cargo de presidente de la Comisión, teniendo en cuenta las elecciones al Parlamento Europeo”.
Traducido del legalés, el Consejo ya no puede presentar al candidato que prefiere al parlamento para que lo sancione, tiene que contar de manera clara con el Parlamento (con el presidente del nuevo Parlamento) y “teniendo en cuenta” las elecciones al Parlamento Europeo.
Esto, que rápidamente ha sido aprovechado por los partidos europeos para presentar candidatos, no es del todo del agrado de algunos miembros notables del Consejo Europeo, entre ellos, la líder alemana Angela Merkel. Hay, como es lógico, resistencia por parte de los países a perder el poder de determinar quién será el próximo candidato a presidir la Comisión y existe un runrún de rumores e insinuaciones sobre que el Consejo podría imponer su candidato.
Pero, ¿podría? Realmente, sería muy difícil vulnerar un mandato claro y legítimo de las elecciones contrariando al partido ganador de las europeas. Pero las claves aquí son “mandato claro”, “legítimo” y “partido ganador”.
Dicho de otra forma, si ganase las elecciones con algo de margen y una alta participación el PES, del candidato socialdemócrata Martin Schulz, sería políticamente suicida que el Consejo impusiese un candidato más de su gusto, pues arrasaría con la credibilidad democrática de las elecciones europeas.
Cuanto mayor sea la participación y mayor el margen de victoria de un partido que no sea el PPE, más difícil es que el Consejo decida comenzar el baile de los salones europeos. Si, por el contrario, gana en número de escaños el PPE frente a cualquier otro partido, políticamente es argumentable que el Consejo maniobre con la connivencia de Juncker para elegir candidato, que podría ser el propio Juncker u otro, incluso contra una coalición mayoritaria. De la misma forma, una baja participación sería un argumento que usaría el Consejo, esgrimiendo su legitimidad que, aunque indirecta, sería mayor que la de las europeas.
Si nos fijamos en lo ajustadas que están las elecciones en cuanto a resultados, es muy difícil imaginar un escenario con una victoria cuestionable (o por coalición), una participación escasa y un Consejo que deje hacer al parlamento para elegir a un candidato no afín a presidir la Comisión Europea.
¿Importan para las políticas públicas que se hacen en la UE?
Como hemos visto, la participación y los resultados de las europeas son los que van a decidir si el Consejo Europeo puede imponer, negociar o debe aceptar el candidato a presidir la Comisión propuesto por el Parlamento Europeo y votado por la ciudadanía.
Pero, ¿sirve para algo presidir la Comisión Europea? ¿Qué poder tiene el presidente de la Comisión para torcer la voluntad del todopoderoso Consejo Europeo? Digamos que tiene mucho que decir, si juega todas sus cartas. En principio, históricamente, ya ha habido un presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, que ejerció un liderazgo claro, potente, y convirtió la Comisión Europea en la institución clave de la UE durante su mandato.
Aunque parezca extraño, el poder actual de Merkel o el Consejo dentro de la UE es más un poder informal que formal, más un poder de veto transformado en proposición por la crisis que un poder reglamentado, más una sombra de poder que atribuye a Alemania la primera o la última palabra que unas normas institucionales formales que lo garanticen.
Es el poder del liderazgo y de las percepciones: en parte (hay más elementos), Alemania tiene poder porque se le atribuye ese poder. Un presidente de la Comisión Europea elegido con una gran participación y por tanto legitimidad, que utilizase en ocasiones y de manera estratégica su capacidad de retirar propuestas de actos legislativos de la UE casi como un ejercicio de veto presidencial, podría marcar el ritmo, llevar la iniciativa y lograr generar esa percepción de liderazgo que es, en definitiva, lo que hace que los demás actores, sin indicárselo de manera explícita, consideren legítimas tus propuestas y se recoloquen para apoyarlas.
No está claro, por supuesto, qué límites políticos tendría un presidente de la Comisión Europea activista, pero si podemos afirmar que los límites son mucho más amplios que los que ha explorado el actual presidente Durao Barroso. El ejemplo de Delors es, sin duda, una muestra de que la Presidencia de la Comisión puede ser central, como lo es en la actualidad el Consejo y sin necesidad de modificar los tratados.
¿Importan?
Como hemos visto, aunque a la población en general, a los partidos y a los medios de comunicación, las elecciones al Parlamento Europeo no les importan demasiado, la elección del presidente de la Comisión y, en teoría, parte de las políticas públicas que se realizarán en la UE, podrían estar muy determinadas por las europeas.
Es irónicamente recursivo que los partidos nacionales, los medios nacionales e, incluso, las poblaciones nacionales que consideran las europeas como poco relevantes o meros preludios de las generales nacionales, logren con esa creencia y la desactivación del voto que produce, que la baja participación en las europeas acabe impidiendo que estas elecciones condicionen las políticas públicas de la UE.
Dicho de otra forma, para cambiar el destino de Europa se requiere, ahora más que nunca, unas elecciones con alta participación que legitimen al presidente de la Comisión frente al Consejo. Y es, precisamente, la desidia de los partidos nacionales, el desinterés de la población y el de los medios de comunicación lo que puede lograr una baja participación que se convierta en un escollo de legitimidad que permita a los Estados, al Consejo, seguir siendo la institución política dominante de la UE.
¿Importan las europeas? Más que nunca, pese a lo que piensen partidos, ciudadanía o medios. Son centrales, pero el discurso de que no valen para mucho es una profecía autocumplida que puede lograr que, al final, las europeas no cuenten.
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Ignacio Paredero Huerta es sociólogo, politólogo y becario FPU en la Universidad de Salamanca, donde imparte docencia. Su tesis se centra en las divisiones sociopolíticas Norte-Sur-Este en la Unión Europea, para la cual ha realizado una estancia de investigación en el Parlamento Europeo.