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Caníbales

La nostalgia o la vida

La primera vez que se murió alguien de mi móvil fue a finales de los noventa. Entonces el teléfono no era inteligente (ni común). Era un instrumento de trabajo y/o una pijada. Y, sobre todo, era privado. Sólo teníamos el número de teléfono de nuestros jefes y de la familia y amigos muy cercanos. No dábamos el número de móvil a nadie.

Murió él y yo conservé su número con la misma fiereza con que durante años me abría la cicatriz (emocional, física, literal) que me había causado un alemán con aire de intelectual: no quería que se borrara la marca. Y lo mismo hacía con ese número: lo buscaba entre mis escasos contactos y, al ver su nombre, me alegraba constatar que me seguía doliendo, que le seguía queriendo.

  ***

Veinte años después tengo el teléfono abarrotado. Los muertos –demasiados después de tanto tiempo, vida, amores, accidentes, enfermedades y sustos– se esconden entre miles de contactos a los que casi no conozco.

Mis duelos ya no pueden asaltarme, pero a veces los convoco y hablo con ellos. Se han quedado al fondo del whatsapp los últimos mensajes que me mandó gente a la que echo mucho de menos. Y quiero que suban, que me hablen, que me escriban, que me manden una flamenca.

  ***

He intentado pedírselo a Siri: “Siri, por favor, ponme con el otro lado, se me está quedando allí el corazón”. A Siri no le caigo bien y me suele contestar con displicencia: “no te he entendido bien”. Usa el mismo tono si le pregunto por el tiempo.

 

  • Quizá- aventuró una ingeniera- tu problema con Siri es que te gusta el lenguaje preciso. Sin latiguillos, sin emoticonos… Tu semántica se está quedando obsoleta.

Yo creo que es algo más básico. Hablo en voz baja y Siri responde mejor a las voces cargadas de convicción y testosterona.

Esas voces también cruzarán la frontera: seremos todos un perfil digital abandonado, un número que sólo se marca por error. Seremos, también, paz.

  ***

Algo de eso adivina Facebook y prefiere que lo ignoremos. Por eso todos los días nos despierta con recuerdos. “¿Te acuerdas de que publicaste esta foto hace siete años? ¡Vuelve a compartirla! Si tu vida ya no contribuye a tu marca personal, recuerda que lo fue, que puedes volver a lograrlo. ¡Venga!”.

El mundo de la sonrisa falsa, el mundo de El Show de Truman.

“Comparte. Comparte. Comparte. Dime lo que compartes y venderé quién eres”.Dime lo que compartes y venderé quién eres

No sé si para mi desgracia o para la de facebook, ya no publico casi nada: si yo no sé quién soy, me niego a que facebook me invente. Y tampoco quiero recordar lo que publiqué: prefiero pensar que ya no soy quien fui, que el presente es más que suficiente.

  ***

Facebook insiste. “Hoy tienes recuerdos para rememorar con, con, con, con…”. Y entonces facebook también se me llena de muertos. Quito la aplicación del móvil y Siri, cabreada, me resetea el aparato sin avisar. Cuando intento encenderlo, ha muerto: no se sincroniza con la nube ni, mucho menos, con una copia de seguridad que nunca hice. No tengo fotos, ni contactos, ni apps. No existo. No soy.

Busco ayuda de tienda en tienda: las oficiales, las alegales, las piratas, las virtuales. Nadie entiende mi móvil y mucho menos a mí. Al llegar a casa se lo enseño a mis cachorritas: “Mirad: este iPhone es un posavasos”.

 

  • ¡Trae!

Mi hija lo enciende y descubre que sí conserva una lista: la de contactos favoritos.

Detox

 

  • Sólo hay doce números, mami.

Los miro: están los que tienen que estar, y están todos vivos. Corremos a apuntarlos en un papel y despedimos al móvil con honores. En pleno apocalipsis, ha salvado lo importante.

Fuera de la pantalla nos quedan el dolor y la vida.

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