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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

Plaza Pública

De Cataluña a Madrid, pasando por Murcia, o la nueva moción de censura a Pedro Sánchez

Congreso de los diputados de España.

Gaspar Llamazares

"Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada".

Max Estrella en Luces de Bohemia, de Valle-Inclán

Parecía que el sainete había terminado con el fiasco de la moción de censura y la participación de los restos de Ciudadanos y Vox en el gobierno de la Comunidad de Murcia, pero después de entrar Vox por la puerta ha salido Ciudadanos por la ventana, todo para cerrar el círculo controlando el grupo parlamentario y con ello la mayoría en el Parlamento murciano. Todo empezó primero con la negativa del PP a la coalición de centro y luego con la humillación electoral de Ciudadanos en Cataluña. De haber sido la mayoría parlamentaria, a quedar por detrás de la extrema derecha.

Ese fue el desencadenante de las mociones de censura en Murcia, diseñadas como tabla de salvación del populismo centrista y de su papel de bisagra en la política nacional, que con su fracaso se volvieron un boomerang, reforzando el gobierno de López Miras y confirmando la soledad del PSOE y de la alianza de la coalición de izquierdas, atados a los nacionalismos e independentismos de la mayoría de investidura. Lo único efectivo fue el cambio de gobierno del ayuntamiento de Murcia. Nadie ha dado explicaciones hasta hoy sobre la opción de estrategia tan catastrófica, precisamente en el terreno de la política murciana, en vez de dar un vuelco más creíble en el marco más favorable y de mayor impacto de la división evidente entre la presidencia y la vicepresidencia de la Comunidad de Madrid. Porque, sobre todo, sirvió como la excusa ideal para otorgarle la iniciativa al PP de desencadenar la convocatoria anticipada en Madrid, algo que la presidenta Ayuso venía acariciando desde hacía ya meses. El esperpento de las imágenes deformadas del Callejón del Gato.

El objetivo desde entonces era recomponer el espacio de la derecha madrileña y española en torno a la reconciliación del PP con sus hermanos de la extrema derecha y de una opa hostil para la eliminación de Ciudadanos. Una reconciliación que ya se había ido gestando en la práctica durante los dos años desde el inicio de la legislatura en la política de la pandemia, tanto en el negacionismo y la prioridad de la actividad económica, pero sobre todo frente al gobierno de la coalición socialcomunista, su política de salud pública y el estado de alarma.

Una recomposición de la derecha que se apoya en una alianza social entre la clase rentista del barrio de Salamanca, el empresariado de la caja B del PP, junto a sectores de la clase funcionarial y ampliado a sectores de la hostelería con motivo de la pandemia. Unido todo ello en torno al orgullo de un Madrid que ha recuperado su tradicional liderazgo económico en España, sobre todo a partir de la crisis política y económica de Cataluña. En definitiva, la refundación de un populismo nacional recentralizador del que ciudadanos no podía participar, debido a la polarización de la derecha y finalmente al haber perdido su posición de liderazgo nacional frente al independentismo catalán. La refundación de un consorcio político, económico y territorial de la derecha que incorpora la normalización de la corrupción política como lubricante necesario de la mencionada alianza.

Por eso estamos ante unas elecciones diseñadas como un plebiscito frente al gobierno socialcomunista que convoca a la alianza movilizadora del voto de la derecha y la reacción madrileñas.

Se trata también de una segunda moción de censura después de la de Vox, de nuevo frente a Sánchez y es también un pulso frente a Casado —a pesar de que éste, al percibir vientos de fronda, ya se había apresurado a abandonar el tímido y casi imperceptible giro al centro de la primera moción de censura— con el objetivo de refundar una derecha trumpista en primer término en Madrid, pero con la vista puesta en la Moncloa. Y no dan por confirmado el liderazgo de Casado de cara a las próximas elecciones que están dando por adelantadas. Antes al contrario, la refundación populista de toda la derecha conservadora necesitará de un nuevo liderazgo adecuado al nuevo paradigma. No tiene por qué ser Ayuso necesariamente, pero será alguien similar. Y es que el problema no es sólo Casado sino unos liderazgos regionales del PP que tendrán que adaptarse o ser sustituidos. El ayusismo es un desarrollo lógico del aznarismo y del paradigma populista instalado en toda la política española y, por tanto, para implantarse con éxito demandará el control total de todo el PP y la absorción sociológica de todas las derechas. Por eso estas elecciones madrileñas han de funcionar como una moción de censura a Sánchez.

Se basa en una gestión de la pandemia que resume el negacionismo vergonzante, la prioridad del negocio sanitario y de la construcción, y del paradigma del individualismo y el consumo hedonista frente al compromiso, la salud pública y la solidaridad. La respuesta de las izquierdas se ha situado a la defensiva desde el fiasco de las mociones de censura, reforzada por el continuismo de los candidatos, por el abandono de la vicepresidencia del gobierno para salvar los muebles en Madrid y por la aceptación del terreno de juego identitario del plebiscito entre la presidenta de Madrid y el presidente Sánchez.

Cuando se decide aceptar el paradigma populista, siempre acaba ganando el retroceso histórico que supone el populismo conservador. Es más radical y coherente en su crítica al sistema democrático y maneja mejor las contradicciones que alberga todo discurso populista. El populismo de izquierdas ha paralizado a toda la izquierda y ha sido asumido por las tres fuerzas, si bien no plenamente en el campo conceptual, sí en prácticas esenciales y, plenamente, en el campo discursivo y de la lógica electoral.

El boomerang en Murcia y la entrada de los ex de Vox representa el fiasco de la estrategia de la Moncloa frente a Casado. Una estrategia que demostró su ansiedad por librarse cuanto antes del pacto de izquierdas, pero carente de visión de Estado a medio y largo plazo. Esta torpeza demuestra la ausencia de pensamiento realmente estratégico y sobrevive tácticamente porque hasta ahora ha carecido de una alternativa conservadora real, pero que ahora en Madrid sí se está formado con un aspecto siniestro. En paralelo, la investidura fallida en Cataluña profundiza en el mensaje de fracaso de la unidad independentista frente al Estado, fruto del callejón sin salida democrático en el que acaba siempre el paradigma populista y al tiempo evidencia la debilidad de los aliados de investidura.

En cuanto al posible resultado, los gobiernos autonómicos más cercanos tienen un plus en busca de la seguridad de los ciudadanos en tiempo de incertidumbre como una pandemia. Es lo que ha venido ocurriendo en las últimas elecciones autonómicas.

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Da la impresión que las previsiones son negativas y que podemos aspirar al fallo del contrario, en este caso de la señora Ayuso por su delirio narcisista. El reciente ataque a la Unión Europea emulando el modelo Orban es un síntoma de la enfermedad, el desprecio de la pobreza y la ignorancia de la situación social bien puede significar el certificado de defunción por colapso de éxito, pero la cuestión política fundamental seguirá siendo que el paradigma populista únicamente trae como consecuencia la posibilidad de regímenes destructivos conservadores. Para liderar la sociedad y no sólo esperar a que esa nueva derecha no gane, no es suficiente una izquierda indefinida en sus compromisos de transformación social y económica, y cómplice o como mucho divagante con respecto al clima populista. Es necesario reencontrarse cuanto antes con una izquierda interrumpida que hizo de la democracia el único instrumento de transformación social.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa.

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