El Chile de Boric: una oportunidad para la socialdemocracia europea

Vicente Palacio

Comienza bien. El triunfo de la amplia corriente progresista en torno a Gabriel Boric en las presidenciales chilenas ha sido democrático, impecable. El agónico esfuerzo de movilización de las últimas dos semanas, puerta por puerta, funcionó, alcanzándose un histórico 55% de participación. Sucedió así porque la esperanza se impuso a la reacción. Y porque pudo más el miedo fundado a la involución de Chile en manos de Kast (en justicia social, derechos de la mujer, el medioambiente o la cooperación regional) que el miedo a una esperpéntica Chilezuela bolivariana. El “candidato ultra-izquierdista” (sic) pronunció en la noche de la victoria un discurso razonable y fraternal, de justicia, libertad y protección, armonía con la naturaleza y reconciliación. Tanto que lo hubiera podido firmar el papa Francisco o incluso un pensador liberal de antaño. Casi todo está por rehacer, pero hay una notable claridad en el planteamiento.

De la batalla de Chile, saldada pacíficamente y con ilusión, España y Europa pueden extraer mucho material de reflexión de cara al nuevo ciclo. Lo primero que a uno le viene a la cabeza es que ningún país tiene futuro si excluye a los jóvenes, como mostró el estallido social de octubre de 2019. De lo contrario, conviertes a tu país en un polvorín, o peor aún, en un triste asilo de ideas. La inmensa energía de gente joven celebrando en Santiago y en todo el país, sin violencia ni revanchismo —digamos, bajo las estrellas del verano austral— es algo muy refrescante, de lo que Europa debería tomar buena nota.

Lo fundamental es que estas elecciones no iban de “comunismo o libertad”, a pesar de que a Vox (y a algunos desorientados en el PP) les hubiera gustado. Chile nos muestra que el debate democrático en América Latina no tiene por qué pivotar obsesivamente en torno al eje Maduro/Ortega. Quizá se trata de algo más sencillo y más sofisticado a un tiempo: de debatir acerca de un futuro distinto, de ejercer el derecho a poder entonar una melodía política nueva. Chile ha mostrado que una mayoría de ciudadanos posiblemente están mucho más centrados en los problemas reales que en juegos maniqueos. Claro: hay que resolver muchas cosas, muy especialmente en Venezuela, Nicaragua o Cuba. Pero también en Colombia, México, Perú, Brasil, y en todos, ¿no?. En este sentido, la victoria de Boric abre al menos una puerta para restañar heridas y avanzar, y no solo en Chile, sino también en España. Aquí se echa de menos un debate honesto y abierto entre las distintas fuerzas políticas sobre nuestra aportación a los países latinoamericanos en términos de libertades, justicia o instituciones. Tanto lo que hagamos, como los vacíos que dejemos, tendrán repercusiones. ¿Podemos empezar a trazar puentes aquí y allá?

De la batalla de Chile, saldada pacíficamente y con ilusión, España y Europa pueden extraer mucho material de reflexión de cara al nuevo ciclo. Lo primero que a uno le viene a la cabeza es que ningún país tiene futuro si excluye a los jóvenes

La socialdemocracia europea es quien tiene más que reflexionar —y quizá que ganar— con todo esto. Seguramente porque es por ahí hacia donde la presidencia de Boric comenzará a gravitar a partir de marzo de 2022: hacia un espacio político de zonas comunes con los socialdemócratas europeos. Es un hecho que hablamos un mismo idioma (aunque dialectos diferentes) sobre el fortalecimiento de los servicios públicos, la reforma fiscal, la innovación, la digitalización, el cuidado del medioambiente, la descentralización o los derechos de las minorías. Ahora bien, la clave aquí es que los partidos socialdemócratas —sometidos a una gran volatilidad e incertidumbre allí donde gobiernan, sea España, Portugal o Alemania— ya no pueden arrogarse la hegemonía del espacio progresista como en el pasado. Y menos aún en América Latina, donde partidos homólogos han quedado muy tocados, o incluso sorpassados por fuerzas como el Frente Amplio en Chile, o no digamos en Perú, Argentina o Brasil. Solo si comprendemos la pluralidad existente en el espacio progresista, podremos actuar más rápido, mejor y sin complejos, respecto a las demandas de las sociedades latinoamericanas que se hallan en el precipicio a resultas de la pandemia. Por ejemplo, el gobierno de coalición español da una cierta pista de en qué consistiría el “pensar socialdemócrata, actuar progresista” como aspiración de compartir espacios junto a otras fuerzas, con flexibilidad, audacia, generosidad. Y es solo bajo estas premisas como los partidos del centro izquierda y socialistas pueden recomponerse y volver a resurgir en América Latina. De manera que podría decirse —esta vez sí, parafraseando a Deng Xiaoping— que lo más importante ahora es cazar ratones, da igual que seas gato blanco o gato negro.

La implicación constructiva de España y la Unión Europea en los asuntos políticos latinoamericanos pueden crear un clima favorable a cambios. Ahora viene el momento de demostrar, no solo con las bellas palabras, sino también con hechos y cifras, que hay una vía política y social alternativa para Chile. Para ello, a los recientes manifiestos y declaraciones de adhesión a Boric —de economistas como Piketti, Stiglitz o Mazzucatto; de los expresidentes Zapatero o Felipe González; de europarlamentarios socialistas, verdes y de la izquierda, o la sociedad civil— deberán ir sumándose muchas más señales dirigidas a navegantes políticos, el empresariado o la Bolsa chilenos. Con esa voluntad de re-politización, España debería ofrecer, con humildad pero con determinación, todo su apoyo para enriquecer los trabajos de la Convención Constitucional que den luz en 2022 a un nuevo texto de fuerte impronta social, democrática. Una constitución de todas y todos los chilenos, sin exclusiones de ningún tipo, abierta a la región y al mundo. De hecho, la propia Asamblea está ya en camino de enmendar el rumbo errático de meses pasados, renovar su composición e incrementar su ritmo de trabajo.

Para el Chile de Boric, la Europa “social” y “democrática”, que trata de dejar atrás el neoliberalismo —la de los Fondos de Recuperación, la Europa Social— podría convertirse no solo en un importante complemento inversor y comercial, sino en un gran interlocutor social, político y de desarrollo sostenible. De momento, esa Europa se halla “en pruebas”. Pero podría presentarse como una alternativa clara al modelo que representan China y EEUU y sus guerras bipolares. “Cuando es invierno en el mar del Norte , es verano en Valparaíso” escribió una vez el poeta español Ángel González. Pues bien, parece que ha llegado el momento de que chilenos y europeos se sincronicen “en el mismo tiempo”. Aún más: acostumbrarnos a vivir, y a querernos, “en el mismo día”.

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Vicente Palacio es director de Política Internacional en Fundación Alternativas.

 

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