Urge volver a València Pilar Portero
Efecto Feijóo: ¿Se acuerdan de un tal Hernández Mancha?
La memoria flojea muchas veces. Y lo que ocurrió hace apenas nada es como si hubiera sucedido en el tiempo de King Kong, cuando el pobre gorila se cabreaba en la cima del Empire State porque le habían robado, los humanos, la ternura de una mujer a la que amaba con locura. Lo que está pasando en este mismo instante ya es polvorienta y tersa piel de hemeroteca. A principios del último mes de abril, Pablo Casado era una momia sin embalsamar, al aire las tripas que olían a lo que huelen las traiciones: a barro espeso de cloaca. A mí me daba igual que olieran a eso o a algo distinto. Fue uno de los personajes que más he despreciado en los últimos tiempos. El cinismo. La pinta de aquellos jóvenes pijos camisas azules que aglutinaba Fuerza Nueva cuando la transición. Cómo mentía más que respiraba sin que se le moviera una pestaña. Dicen que lo echaron porque denunció la presunta corrupción de Díaz Ayuso. A santo de qué. Lo echaron porque quería sacarse de encima a la competencia. No sabía en qué partido estaba. A quién se le ocurre denunciar un caso de corrupción dentro de un partido considerado por la justicia una banda criminal, corrupto hasta las cachas.
De eso hace sólo unos meses y quién se acuerda de Pablo Casado, de su máster falsificado, de sus disfraces de labrador, ganadero, mecánico de coches y tantos otros que lo convertían en un ridículo imitador de Peter Sellers haciendo del inspector Clouseau. Ahora quién sabe dónde andará el tan aguerrido como breve líder del Partido Popular. Lo mismo que su compadre Teodoro García Egea, que igual anda por las ferias de los pueblos participando en concursos de lanzamiento de huesos de aceituna. Era lo suyo y a lo mejor encuentra ahí una forma de ganarse la vida. ¡Vaya pareja, dios, vaya pareja!
El caso es que después de zamparse sin miramientos a su joven líder, el PP miró a los cielos de Galicia y subió a los altares de la salvación a Alberto Núñez Feijóo, presidente en el gobierno de su tierra durante varias legislaturas. Cuando escribo su nombre ya empieza a caerme mal: cómo me cuesta poner el acento en la primera “o” de su segundo apellido al teclear en el ordenador. No hay manera de que el acento caiga donde le toca. Sobre lo de zamparse sin miramientos a su líder, me viene a la cabeza que es eso lo que les gustaría conseguir a García Page y Lambán con Pedro Sánchez. A ver si les llega una buena oferta del PP —como hicieron con Leguina— y dejan tranquilo al presidente del gobierno y jefe del partido desde que consiguió sobrevivir al golpe de sus coroneles.
El encumbramiento de Núñez Feijóo (maldito acento) parecía el de las proclamaciones imperiales romanas. Mogollón de cornetas y tambores. Solo faltó un desfile por tierra, mar y aire del poderío militar para convertir el acontecimiento en el Día de la Patria. De la suya, claro. Una pomposidad desacomplejada que quería ocultar, precisamente, los complejos de un partido que no encuentra su lugar en una democracia que siempre le vino demasiado grande. Un partido que empieza a gestarse en 1986, cuando Fraga Iribarne dimite de su presidencia en Alianza Popular y hay unas primarias para designar a su sucesor. Dos nombres saltan a la palestra en esas primarias: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y Antonio Hernández Mancha. Venía el primero de una larga trayectoria institucional y orgánica con la UCD de Adolfo Suárez, a quien le segó la hierba siempre que pudo. El otro candidato a suceder a Fraga en los mandos de AP había ocupado algunos cargos orgánicos y en las instituciones andaluzas. Parecía que tenía algún tic nervioso, no paraba quieto, graciosillo con su gracia andaluza, como diría el tópico folclórico y peliculero del franquismo. Tenía un problema: no era diputado y no se podía medir en el Congreso con Felipe González, entonces presidente del gobierno socialista. Intentó una moción de censura y ahí se lo comió vivo Alfonso Guerra: graciosillo contra graciosillo. En 1989 Fraga disuelve AP y funda el PP. Sería él mismo su primer presidente. Su escudero en la secretaría general se llamaba Francisco Álvarez Cascos, Paco para los amigos de entonces. El siguiente sucesor del padrino gallego sería otro que tal llamado José María Aznar. Escribo su nombre y me entran ganas de sacarme un billete para Groenlandia, que no sé muy bien dónde cae, pero seguro que muy lejos.
El pobre Feijóo llora como el niño que no supo defender la fortaleza de la familia. Es sólo carne apaleada por los memes. Y llora y sigue llorando desconsoladamente, como si estuviera viendo la última secuencia de 'Titanic' o 'Lo que el viento se llevó'
Si en aquel tiempo hubieran existido los memes esos de los móviles, no habría habido bastantes para retratar a Hernández Mancha. Era la risa. Imposible tomarse en serio a aquel personaje. Bueno, yo lo recuerdo así. A lo mejor hay otra gente que lo recuerda de otra manera. Duró dos años en el cargo. Harto ya de tanta burla, Fraga refundó el partido en 1989 y de ahí surgiría el actual Partido Popular. El pobre Hernández Mancha hizo mutis por el foro. Ni aplausos de nadie y aún menos de los suyos. Quién se acuerda de un tal Hernández Mancha ahora mismo. El salvador de AP acabó arruinando el partido. Lo mismo que le va a pasar al PP si no se quitan pronto de encima al señor de los acentos difíciles.
Llegó por aclamación a dirigir los destinos de su partido. Le hacían la ola. Buscaban la foto con el líder supremo allá donde estuviera. La tensión interna y la que se vivía en las instituciones por culpa —parece ser— del joven que se parecía a los jóvenes de Fuerza Nueva se había acabado. Venía el pacificador, el líder que el PP necesitaba para no convertirse en una mala copia de Vox. La moderación. El sentido de Estado. Todo equilibrio para que España no pareciera un país de grillos. El Consejo General del Poder Judicial no tardaría en renovarse: fue su primer compromiso. Otro señor que no sabía en qué partido estaba, a pesar de liderarlo en Galicia desde hace la tira de años. Como Hernández Mancha, no era diputado y no podía medirse con Pedro Sánchez. En cuanto se vino de Galicia fue lo primero que me dije: ya está aquí el hermano gemelo de Hernández Mancha. Pronto nos mearemos de la risa. Ni renovación tranquila del Consejo General del Poder Judicial ni nada que se le parezca. En el PP ya se sabe quién manda. Una de las veces en que acudió el pobre Feijóo al Senado llevaba una chuleta que le había mandado El Mundo y unos apuntes que acababa de tomar en la entrevista radiofónica con Jiménez Losantos. Pobre Feijóo. Además, pronto empezó a demostrar que no sabía nada de nada, que era un ignorante de manual, que su juramento de moderación interna y externa reculaba hasta dejar atrás las astracanadas de su rival Díaz Ayuso. El aclamado líder era ya una marioneta manejada sin contemplaciones por Miguel Ángel Rodríguez —el agente futbolístico Mendes en el terreno de la política—, los medios afines y las empresas del dinero que exigen su devolución con intereses estratosféricos. El fantasma de Hernández Mancha se le aparecía en sus pesadillas nocturnas. Escuchaba carcajadas por todos los rincones del sueño. ¿Se ríen de mí?, le preguntaba a un paciente Fraga que ve desde el más allá cómo se le hunde el chiringuito igual que le pasó con Alianza Popular. Pues claro que se ríen de ti, le contesta, y con motivos. Y aún añadía algo más cruel el jefe emérito de la banda: ¿o es que crees que te eligieron a ti porque eras el más listo de la cuadrilla? El pobre Feijóo llora como el niño que no supo defender la fortaleza de la familia. Es sólo carne apaleada por los memes. Y llora y sigue llorando desconsoladamente, como si estuviera viendo la última secuencia de Titanic o Lo que el viento se llevó.
La memoria es corta. Lo de ayer es ya del tiempo de King Kong y las aves gigantes que eran como dinosaurios voladores. Si ustedes van a las hemerotecas y repasan en un rato la vida y milagros de un tal Hernández Mancha verán cómo al pobre líder de los acentos imposibles le quedan dos telediarios, un editorial de El Mundo y media entrevista radiofónica con Jiménez Losantos. Mira que si en Galicia ya tampoco me quisieran... rumia para sí mismo el pobre Feijóo al pensar en su regreso a la tierra que lo vio nacer. Al final resulta que el único con un porvenir más o menos asegurado va a ser el lanzador de huesos de aceituna… ¡Qué gente, dios, qué gente!
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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Algo personal (Piel de Zapa, 2021)
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