Errejón, échame una mano

Iñaki Gutiérrez

A estas alturas del partido, poetas a sueldo profieren a grandes voces: ya se sabe con quién comió Carlos Mazón el 29 de octubre, día en que se hundió el cielo sobre Valencia sin que sonaran a tiempo las alarmas. Fue con una experta en comunicación (nota bene: comunicación, campo de Agramante, terreno que bien abonado sirve para que pueda medrar más de un cantamañanas). La conversación que mantuvieron entre ambos iba sobre la contratación o no de la experta para que se ocupara de dirigir À Punt, medio que por lo que se ve va manga por hombro. A todas luces, en el ánimo de los poetas a sueldo alberga la intención de que los contribuyentes vayamos a otra cosa, mariposa. Pero qué va, los contribuyentes, cardos borriqueros por excelencia, sabemos bien que la miel no está hecha para el hocico del asno. Así que sigamos, hay tela que cortar.

Hiciera sol, nevara o lloviese, a Méndez siempre le tocaba dar con personajes agitados, incoherentes, contradictorios. Para llegar adonde quería ir, a dar con el criminal, untaba a confidentes, hostiaba a nazarenos y —lo cuenta González Ledesma, que lo conoció de cerca— no veía inconveniente alternar en teatrillos del Barrio Chino barcelonés (sí, ahora esas calles son llamadas El Raval) con filipinas que se hacían pasar por chinas y practicaban con sus clientes el francés, si las pesquisas para dar con el culpable requerían cultivar ese tipo de amistades. Por la noche, o cuando le vencía el cansancio, Méndez descansaba en un hotelucho de la calle San Ramón (habitaciones solo para dormir, aunque según el caso y propinilla por delante, se hacía la vista gorda). Y al día siguiente, Méndez volvía a empezar.

Carvalho, un descreído de la policía y la justicia —Vázquez Montalbán, padre de la criatura, así lo admite en conversación con Georges Tyras (Geometrías de la memoria, Editorial Alrevés, léanlo, merece la pena)—, se movía por las Ramblas, reponía fuerzas en Can Lluis (no busquen el restaurante, ya no existe, como a tantos otros se los ha llevado la corriente de los fondos buitre, habrán oído hablar de ella). Reponía fuerzas, digo, con olleta de Alcoy, condumio a base de oreja y pies de cerdo, nabos, arroz, judías y butifarró y, caso de haber, no todos los días son festivos, cuenta la leyenda que Carvalho fumaba puros Cerdán (hechos a mano y traídos de Santo Domingo, pocas bromas) para desentrañar entre volutas de humo quién podría ser el autor de la fechoría que le había puesto entre manos el cliente de turno para que se ganase el sueldo resolviendo el caso.

Qué hay de cierto sobre la psicofonía que con voz de Mazón reclama lastimera: "Errejón, échame una mano, anda, que yo también estoy en las mismas que tú: no sé cuándo soy personaje y cuándo soy persona"

Uno y otro, Méndez y Carvalho (y muchos más que no se citan para no aburrir refiriendo una lista interminable de investigadores prestigiosos), para salir del laberinto que encerraba el enigma del por qué el sospechoso fulano de tal había hecho qué enfocaban un par de puntos poco santos: la cartera y la bragueta. Siempre acertaban. Qué par de tipos, no es extraño que estén en la gloria.

Pero volvamos a las cosas y dejémonos de literaturas. Como se ha dicho al principio, ha trascendido, por fin, ya era hora, que el 29 de octubre de 2024 estuvo  en un conocido restaurante del centro de Valencia (el nombre se omite para no hacer publicidad gratuita), etcétera, etcétera. Tras ese parto de los montes, ¿a qué venía tanto silencio, si todo era tan normal? ¿Acaso algún asesor experto en comunicación buscaba con la opacidad que envolvía la comida de marras que a nadie se le ocurriera propiciar que los Méndez y los Carvalho del momento barajaran la cartera y la bragueta como pistas a seguir? 

De ser así, la lumbrera ha dado en el clavo, y sea quien sea debe ser fichada sin demora y con buen salario puesto que el juego está ya repartido a tres bandas ocupadas una, por los de los números, que firman en las páginas salmón; otra, por los de letras que se aplican en buscar para las secciones de sociedad amores imposibles y pasiones desatadas y violentas (¡viva Serrat!); y la tercera, por Iker Jiménez y su corte de investigadores expertos en morbosidades políticas, lindezas espaciales y yerbas de layas diferentes (la mayor parte venenosas) esmerados en averiguar qué hay de cierto sobre la psicofonía que con voz de Mazón reclama lastimera: "Errejón, échame una mano, anda, que yo también estoy en las mismas que tú: no sé cuándo soy personaje y cuándo soy persona".

En fin, todo sea por Valencia.

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 Iñaki Gutiérrez es historiador y suscriptor de infoLibre.

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