¿Puede Europa sostenerse por sí sola en un mundo cambiante?
Europa se encuentra en un punto de inflexión, sacudida por vientos geopolíticos que amenazan su estabilidad económica, cohesión política y estructura de seguridad. La alianza transatlántica, antaño piedra angular de la seguridad europea, muestra fracturas visibles a medida que Estados Unidos recalibra sus compromisos globales. La pregunta existencial para la Unión Europea es si puede afrontar estos desafíos y afirmar su autonomía estratégica o si seguirá atrapada en dependencias que la hacen vulnerable a presiones externas.
Estados Unidos no está abandonando Europa por completo, pero está redefiniendo su papel de una manera que obliga a Europa a enfrentar su histórica dependencia del respaldo militar y financiero estadounidense. El orden global liderado por EEUU, construido tras la Segunda Guerra Mundial, se basaba en la seguridad militar, el control económico y la influencia cultural, con Europa como pieza central. Sin embargo, este dominio se ha vuelto cada vez más costoso para Washington. El aumento de la deuda y las limitaciones económicas han llevado a una diplomacia más transaccional, donde las alianzas se definen por cálculos de costo-beneficio en lugar de valores compartidos. Este cambio tiene implicaciones profundas para Europa, que ahora debe decidir si continúa confiando en un Washington que prioriza cada vez más sus propios intereses o si traza un camino independiente.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha expuesto las fisuras dentro de la alianza transatlántica, revelando tensiones latentes. Trump, centrado en sus propios intereses estratégicos, ha estado negociando con Putin mientras presiona a los líderes europeos para que asuman una mayor parte del peso financiero y militar. El reciente Foro de Defensa y Estrategia de París 2025 puso de manifiesto la creciente conciencia en Europa de que no puede permitirse ser un actor pasivo en su propia seguridad. Los líderes europeos ahora buscan formas de mantener el apoyo a Ucrania, garantizar su independencia energética y preservar la estabilidad geopolítica sin depender completamente de Washington. Aunque han roto lazos económicos con Rusia, en lugar de emerger como actores decisivos, se han visto atrapados en un enfrentamiento prolongado con Moscú. La cuestión es si Europa puede reafirmarse como una potencia diplomática o si seguirá siendo un espectador en los conflictos que definirán su futuro.
La realidad es que la diplomacia tradicional basada en "valores" de Europa está cada vez más en desacuerdo con el enfoque transaccional de Washington
Uno de los principales desafíos de Europa es su indecisión para definir los contornos de su autonomía estratégica. ¿Se basa en Washington o en Bruselas? Algunos líderes europeos sostienen que el continente debe mantener su papel dentro de la alianza transatlántica, con la esperanza de que EEUU continúe viéndolo como un socio clave en los asuntos globales. Otros reconocen que el enfoque de Washington se ha desplazado hacia China y el Indo-Pacífico, relegando a Europa a un papel secundario en sus cálculos estratégicos. La realidad es que la diplomacia tradicional basada en "valores" de Europa está cada vez más en desacuerdo con el enfoque transaccional de Washington. La postura de la administración Trump sobre la guerra en Ucrania subraya esta divergencia. Mientras la UE debate un apoyo a largo plazo para la seguridad de Ucrania, EEUU ha alcanzado acuerdos con Kiev que priorizan sus propios intereses estratégicos y económicos, como el acceso a minerales críticos. Esta divergencia resalta la necesidad de que Europa defina sus políticas en función de sus propias necesidades, en lugar de seguir la estela de Washington.
Las limitaciones económicas y militares de Europa complican aún más su búsqueda de autonomía estratégica. La participación de la UE en el PIB global ha disminuido del 28% en 1980 al 14% en 2024, reflejando su menguante influencia económica. El informe Draghi 2024 subrayó la pérdida de competitividad de la UE, advirtiendo que su incapacidad para liderar en innovación tecnológica la coloca en una desventaja estructural frente a EE. UU. y China. Militarmente, el panorama es igual de desalentador. Las fuerzas combinadas de la UE se han reducido de 3,5 millones en 1995 a aproximadamente 1,5 millones en 2024. Aunque la OTAN sigue siendo la piedra angular de la defensa europea, la dependencia de Europa de las capacidades militares estadounidenses la hace vulnerable a las cambiantes prioridades de Washington. Según estimaciones del grupo de expertos Bruegel, con sede en Bruselas, Europa necesitaría 300.000 soldados adicionales y al menos 250.000 millones de euros anuales en gasto de defensa para lograr una independencia estratégica genuina.
La crisis energética de Europa complica aún más su camino hacia la autonomía. Su dependencia de la energía rusa fue un pilar clave de su modelo económico, especialmente para potencias industriales como Alemania. La transición al gas natural licuado estadounidense no ha resuelto el problema: es costoso y hace poco para reducir la dependencia energética de Europa. Esta vulnerabilidad expone a la UE a manipulaciones externas y debilita su posición negociadora en los asuntos globales. Además, crece la especulación sobre una "estrategia Kissinger invertida", en la que EEUU busca una distensión con Rusia para centrarse en contrarrestar a China. Tal giro reduciría aún más la importancia geopolítica de Europa. Si Washington adopta esta estrategia, la UE se vería cada vez más marginada, con sus intereses estratégicos relegados en favor del ajedrez global de EEUU.
Europa no tiene otra opción que trazar su propio rumbo. Esto requiere un enfoque integral: invertir significativamente en su propia defensa para reducir la dependencia de EEUU, mejorar la coordinación militar entre los Estados miembros de la UE, aumentar el gasto en defensa y desarrollar un disuasivo creíble contra amenazas externas. Al mismo tiempo, la UE debe revitalizar su dinamismo económico fomentando la innovación, reduciendo las cargas regulatorias e invirtiendo en industrias estratégicas. La diversificación de fuentes energéticas es crucial. Europa debe acelerar su transición a energías renovables y asegurar proveedores alternativos de energía tradicional. Sin seguridad energética, la autonomía estratégica seguirá siendo una ilusión.
El momento de la verdad ha llegado para Europa. EEUU ya no está dispuesto a asumir los costos de la seguridad europea sin obtener concesiones económicas y políticas a cambio. La relación transatlántica está evolucionando, y Europa debe adaptarse en consecuencia. La pregunta ya no es si Europa debe buscar su autonomía estratégica, sino cuán rápido y eficazmente puede lograrla. Si la UE no actúa con decisión, corre el riesgo de quedar reducida a un actor secundario en un mundo cada vez más multipolar.
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Imran Khalid es analista geoestratégico y columnista de asuntos internacionales.