Sólo le falta entrar bajo palio en la sinrazón
El errático quehacer que define actualmente al conservadurismo político español y, en concreto, al ala más radical encarnada por su líder Pablo Casado Blanco y adláteres, recuerda las glosas que Eugenio d’Ors escribió en 1932 para el periódico madrileño El Debate, reunidas diez años después bajo el título Aldeamediana. La traza retrógrada de aquella obra parece anunciarse ya desde la dedicatoria del autor a quien fuera embajador francés en el primer gobierno de Franco, mariscal Pétain, de infausta memoria, y a su mujer. El pensador catalán describe a modo de símbolo un village moyen de la Francia profunda, para de inmediato levantar acta de la vigencia en ese pueblecito de lo que denomina “revolución” (o “progresismo”) y “paganismo”, atributos que parecen haber acabado con los verdaderos valores de largos siglos de catolicidad y tradicionalismo. No extraña que Ors fuera colaboracionista temprano del bando nacional en la Guerra civil y cómplice de la dictadura desde sus primeras horas.
La tesis de aquellas glosas orsianas trae a las mientes Doña Perfecta (1876), la novela de Pérez Galdós. Contrariamente a la obra del filósofo barcelonés, a la que precede en más de medio siglo, la colisión ideológico-social en la asturiana Orbajosa se debe a aquellos que, asidos a las esencias tradicionales del rancio inmovilismo, se oponen a cualquier intromisión de cualquier desarrollo y adelanto de la modernidad; y lo harán incluso a precio de drama consumado.
Pero volvamos a la fábula de Eugenio d’Ors. En aquellas “glosas desangeladas” escribe que la “turba” del pueblecito francés derribó una cruz y la iglesia se quedó sin culto, que el párroco se volvió loco, el sacristán se hizo beodo empedernido y el médico optó por el suicidio… A la degradación habían contribuido el separatismo bretón, espoleado por grupos intelectuales y políticos “de color casi comunista o comunista del todo” y, según extendida creencia, culpable de un atentado, además de otras perversidades propias de la evolución o progresismo y de la “paganía”, reflejadas en las leyes y en la enseñanza pública. Ante esta diagnosis y nefasta deriva de la sociedad, Ors apela a la religión católica, salvífica para el destino de la nación, y al doctrinarismo totalitario que no por casualidad acababa de hacer suyo el franquismo. Y en ello redunda en su libro de 1942, cuando la Francia de Vichy había bajado la cerviz ante el galope desenfrenado del nazismo y Franco apilaba méritos de genocida.
En el discurso del Partido Popular durante esta legislatura, y de manera muy especial en el de su presidente, resulta fácil distinguir larvada la tesis reaccionaria de don Eugenio en Aldeamediana. Por su actual desquiciamiento, las derechas han colocado en el frontispicio de la indecencia la consigna de considerar ilegítimo al gobierno de Pedro Sánchez, un ejecutivo de coalición, para más inri, al que imputan todos los males del mundo y tildan de responsable de la degradación y quiebra nacional, causadas a golpe de leyes progresistas y avances sociales. Es decir, una turba revolucionaria como la del pueblecito francés de la narración orsiana. Y ello, porque ese gobierno al cual presumen no reconocer mina los sacrosantos valores de las derechas y destapa sus vergüenzas. Para tal empresa de descrédito todo vale. Hasta la mentira más grosera y el insulto más soez desde la tribuna del Congreso jaleados por la bancada de su grupo político. Para que luego retumben los ecos de su mendacidad en los comadreos televisivos y entre la baja estofa a sueldo de indas, claveres y marhuendas prestos siempre al libelo, e incluso detrás de pancartas callejeras. Todo perfectamente orquestado en aras del desgaste, del descalabro y de la asfixia gubernamental.
Más todavía. Eugeni d’Ors aludía a los separatistas bretones y a su violencia. Pues bien, a modo de gota malaya, las derechas vigentes recurren sin empacho a la injuria más ruin cuando reiteran hasta la saciedad, falsariamente, la connivencia del Presidente Sánchez con el separatismo catalán y, además, con los representantes democráticamente elegidos del partido vasco Bildu, sin reparar en la amalgama de fuerzas que lo conforman, ni en que es la formación con la que gobernaron antaño en otros lares o la misma a la que, sin distingos, echan en cara su pasado terrorista etarra, olvidando las propias raíces en el franquismo, cuya represión se resisten a admitir.
En su inepcia Casado parece estar condenado a continuar desenvolviéndose en una flexión sobre dos tendencias, la falangistoide de los abascales y la franquizante de sus correligionarios menos moderados
En cuanto al líder popular, últimamente vemos a un Casado cariacontecido, con la compostura del coleccionista de disgustos y derrotas. Raro es el día en el que no saca a pasear su lógica ignorancia en materia de derecho, que el catedrático Pérez Royo sentenció certeramente como "analfabetismo jurídico"; o en el que nos sorprende con declaraciones sin sentido que le retratan en su disfunción cultural. ¿Qué más puede dar de sí un lince que aprobó a granel asignaturas de Derecho y obtuvo un máster exprés por arte de birlibirloque? Se le acumulan los errores debidos a sus improvisaciones pueriles, le sobran papeles para subir al estrado su soberbia chulesca y retahílas de afrentas a imagen y semejanza de la ultraderecha abascaliana. Director de una orquesta cada vez más desafinada, alienta el cainismo entre su tropa y supura temores, empeñado en segar la hierba bajo los pies de cualquier aspirante a su canonjía.
Se conduce por un abaniqueo de promesas que supuestamente le permiten coger aire de subsistencia, entre ellas, la derogación de cuantas reformas legislativas se promulguen. Porque las entiende como regresión y descomposición nacional, como el salto atrás que denuncian las glosas de Aldeamediana. Antaño lobezno del PP, nos habló de “fosas de no sé quién” y de las “guerras del abuelo” y sigue fervorosamente opuesto a la ley de memoria democrática. Le causa sarpullido todo cambio orientado a la mejora de la educación pública. Pese al requerimiento europeo, pretende evitar a toda costa la reforma de la llamada “ley mordaza”, asumiendo como propios los argumentos falaces del sector más ultramontano de la policía al tiempo que la instrumentaliza. Nada le importan los recortes de derechos y libertades de la ciudadanía, pues auspicia un perenne estado policial. Por todo ello, últimamente se tira a la calle como la cabra al monte, instigador y cómplice de la agitación social con el exclusivo fin de acabar con el Gobierno, una vez aprobados muy a su pesar los Presupuestos Generales del Estado y frustrada toda esperanza de anticipo electoral.
En su inepcia Casado parece estar condenado a continuar desenvolviéndose en una flexión sobre dos tendencias, la falangistoide de los abascales y la franquizante de sus correligionarios menos moderados. A esta especie de vaivén se reduce el dilema de su existir político. Le pesa demasiado la historia más oscura de su partido y es incapaz de soltar lastre. De ahí que al dictado de su pensil nacionalcatólico obre en consecuencia. Exige que cesen los homenajes a terroristas y que no prescriban sus crímenes; sin embargo, dicen los suyos que por error acudió a una misa catedralicia en memoria del dictador Franco, precisamente en el aniversario de su muerte. A la desvergüenza sólo le falta entrar bajo palio en la sinrazón.
Hagamos votos para que ante tanto progresismo, Casado y sus acólitos no terminen como los habitantes del pueblecito francés de las glosas orsianas.
Coda. Poco después de redactar estas reflexiones, se daba tierra a Almudena Grandes. Sólo el sectarismo y la zafiedad explican la ausencia institucional del alcalde y presidenta de la Comunidad de Madrid en el adiós a la insigne escritora madrileña. No dan para más bajeza.
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Javier Pérez Bazo es catedrático de Literatura española de la Universidad de Toulouse - Jean Jaurès.