¡Luchad, luchad!
No es que fuera un ferviente seguidor de Kamala Harris, pero las consecuencias de una victoria de Donald Trump son dramáticas. El mundo tiembla. No sirve de nada el catastrofismo, pero tampoco es de gran ayuda el autoengaño. El estado de ánimo lo describía perfectamente el periodista George Monbiot cuando dijo hace unos días: “Me he resistido a decir esto durante muchos años, porque no ayuda. Pero… estamos tan jodidos”. El célebre científico climático Michael Mann respondió: “Tú y yo, George, tú y yo”.
Es natural que ante cualquier cataclismo abunden todo tipo de explicaciones. En mi caso, tiendo a simpatizar con aquello que decía el filósofo Richard Rorty: cuando las democracias son incapaces de responder a las demandas de la población, empiezan a surgir cosas raras. En el caso de Occidente, detrás de los fenómenos paranormales está el problema de la concentración de la riqueza. Eran los 90s, pero esa falta de cohesión social hacía que ese panorama se pudiera vislumbrar en los Estados Unidos. “Preveo una guerra de un presidente fascista contra China”, decía en aquel entonces el filósofo. La mala noticia es que esa profecía adquiere una forma nítida si desempañamos adecuadamente nuestras gafas. Mark Milley, el antiguo jefe del Estado Mayor en tiempos de Trump, considera a este un “fascista hasta la médula”. Y nadie niega ya la nueva guerra fría con China.
En cierto sentido, la situación es peor que la prevista. A pesar de que la inteligencia artificial no va a suponer una revolución científica como vaticinan algunos ‘tecno-optimistas’, sí creo que estamos ante una nueva tecnología disruptiva cuyo impacto es todavía desconocido, aunque ya empezamos a tener una idea de sus potenciales efectos. A veces no tan potenciales… Lo ocurrido en las elecciones estadounidenses genera sudores fríos: presenciamos al hombre más rico del mundo, Elon Musk, ensuciarse las manos y utilizar esas herramientas para que ganara Trump, mientras que el dueño de Amazon, Jeff Bezos, no permitió al Washington Post posicionarse a favor de Harris, es decir, posicionarse a favor de la democracia.
Hay también otros factores. Por decirlo claro: Occidente nunca ha sido un lugar especialmente respetuoso y amable con terceros países. Muchas veces, cuando hablamos de colonialismo, se tiene la sensación de que todo se reduce a 3 o 4 decisiones de políticos al mando de cada país o imperio. Lo cierto es que es reduccionista: hay toda una cultura que pertenece tanto al pasado como al presente y que influye en las políticas. En mi opinión, eso explica la facilidad con la que ciertos demagogos son capaces de extraer nuestras peores pasiones. Algunos pretenden hacerlo de forma intelectual, como Arturo Pérez Reverte, otros con un barnizado más chabacano. Si personajes dantescos como Alvise o Abascal pueden explotarlo con tanta ligereza, se debe a que esos elementos siempre estuvieron camuflados dentro de nuestras sociedades.
A ese respecto, un amigo me comentaba hace unos meses que sentía que un problema serio es que se ha perdido el miedo a ser intolerante, machista o racista. Hay nostalgia de la antigua intolerancia con los intolerantes. La xenofobia y la criminalización de minorías (en Europa destaca la creciente islamofobia) es otro consenso de las democracias liberales que está quebrado. Da la sensación de que fuera un virus que provoca el afloramiento de los instintos más bajos del ser humano. Resulta dramático porque cada vez existe menos reparo en votar algo con lo que sentirse profundamente avergonzado. Prima también el deseo oculto de que todo se vaya a la mierda. Probar hasta qué punto el sistema puede colapsar. Convertirse en el protagonista de una distopía, porque la vida es aburrida y tediosa, o votar para que el mundo vuelva a aquella pesadilla donde no quede más remedio que luchar en la clandestinidad como en aquella canción homenaje de Leonard Cohen. Si hay algún psicoanalista en la sala, que me corrija. A eso Freud lo llamó “pulsión de muerte”. Parece una idea descabellada, pero que debe tomarse en serio. Hace unos meses en el Financial Times se reproducía esta misma idea: los periodos de paz se construyen porque las generaciones siguientes tienen presente el olor fétido de la guerra; pero cuando la paz se alarga, los jóvenes olvidan y vuelven a incendiar todo hasta que el nuevo ciclo vuelve a empezar. Ya saben ese dicho popular en filosofía sobre que la Historia es cíclica.
El caso de España es distinto, pero se podría decir que, después de la Segunda Guerra Mundial, las democracias occidentales desarrollaron, internamente, anticuerpos para resistir a la tentación autoritaria. Gracias a ello, los totalitarios todavía no son capaces de arrasar con todo, pero no creo que debamos conformarnos con que los enemigos del progreso vayan generando grietas en el edificio que costó tanto construir. Cada grieta alimenta el descontento porque estos manipuladores son capaces de cambiar la verdad y culpar a los demócratas de los escombros que se van acumulando. Solo basta observar la manipulación de la derecha después de la dana.
Además, ellos tienen la ventaja de producir auténticos destrozos gracias al poder disruptivo de la tecnología. En esa misma línea, lo último que ha salido en el Washington Post es bastante perturbador: el Big Data y la Inteligencia Artificial permitieron inundar de propaganda a potenciales votantes de Kamala Harris para que se quedaran en casa. Tuvieron tanto éxito que muchos votaron a Trump sin saber muy bien lo que iban a votar. Con un ejemplo de las tácticas sucias se entiende bien: la comunidad musulmana recibía propaganda sobre lo mal que lo había hecho la administración Biden (cosa que a mi juicio es cierta), mientras que la comunidad judía recibía propaganda de signo distinto sobre lo malo que sería Harris para Israel. El plan es muy simple: conseguir que la gente no tenga ni idea de lo que realmente está votando. De esta forma, la extrema derecha es capaz de conquistar espacios que jamás habría soñado. Recomiendo en este sentido esta entrevista en Al Jazeera a la infatigable periodista y Premio Nobel de la Paz, Maria Ressa.
Hay que subrayar que los reaccionarios que inundan los grandes medios de comunicación han contado con ingentes recursos para enfangar la política española
He intentado reflexionar sobre el tema. No resulta fácil en un mundo que parece condenado a derrumbarse, aunque el tiempo es un gran aliado para tratar de dar una respuesta a los errores, especialmente los cometidos a la hora de juzgar o sentenciar a movimientos políticos como puede ser mi caso. La vuelta de Trump supone, en cierto sentido, entrar en un nuevo mundo. Ponerse de perfil supone ignorar aquellas imágenes de Donald Trump apelando a su público con las palabras “luchad, luchad”. Que lo primero que haya hecho Trump sea llenar su administración de lunáticos y negacionistas de la ciencia para reventar el statu quo es un último aviso. Los tiempos son irónicos: el PP y VOX intercambian ataques a la AEMET mientras las tinieblas avanzan.
En ese contexto aparece Pedro Sánchez, acosado por los propagadores de odio y los oportunistas. "Un congreso bajo asedio” –constata Enric Juliana–. Las circunstancias lo han colocado al frente como el último bastión. Hace unos años de la socialdemocracia en Europa; hoy de la democracia. El panorama es el siguiente: en Alemania, Olaf Scholz va a caer en unos meses y, en Francia, Macron no se puede volver a presentar. No es casualidad que Sánchez sea un profesional de la política con un instinto político superlativo. Hay que subrayar que los reaccionarios que inundan los grandes medios de comunicación han contado con ingentes recursos para enfangar la política española. De lo que no se dan cuenta estos falsos patriotas es de haber generado un sentimiento de simpatía transversal hacia Sánchez. La izquierda en España, condenada siempre a las peleas más surrealistas, ha encontrado algo en lo que estar de acuerdo: el acoso perpetuo al presidente de tu país no está bien. Un sentimiento que se sustenta en algo muy racional, pues somos conscientes que la alternativa es el abismo. En los tiempos de la guerra fría se decía que “lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos”. En los tiempos del trumpismo habría que reformularlo, “lo que es bueno para Sánchez es bueno para España”.
Después de los días de reflexión de Sánchez ―un error desde el punto de vista táctico― los ataques de la derecha se han intensificado. No es ninguna sorpresa. Nuestra derecha es pionera en las guerras culturales, término puesto de moda en tiempos de Trump. Zapatero fue testigo de ello antes de que Trump entrara en política. Nuestro país es diferente y por eso debemos ejercitar la memoria. ¿De dónde venimos? Nuestra derecha nunca fue democristiana. Y los que un día fueron democristianos, como José Antonio Zarzalejos, han terminado por rendirse a la tentación autoritaria. Como ha apuntado Manuel Rico, una muestra de “una derecha cada vez más asilvestrada”.
Si se piensa bien, Zapatero no fue el primero. Un político que pertenecía al Movimiento sufrió en primera persona la ola ultraderechista. Se trata de Adolfo Suárez, aquel político que hizo carrera como falangista para terminar solo y abandonado por haber traicionado a los enemigos del progreso. Luego le llegó el turno a José María Aznar: aquella figura histriónica cuyo legado fue echarse en los brazos de los neoconservadores; o el de Rajoy, más moderado en las formas, pero que creó una policía patriótica, incendió Cataluña y puso trabas al Gobierno de Zapatero para acabar con ETA, como reconoció el ex jefe de gabinete de Tony Blair.
A pesar de errores y goles en propia, los logros de Sánchez son importantes. Un pragmatismo moral, que recuerda al de Zapatero, y un instinto político afilado por las circunstancias nos han colocado en una buena posición en Europa. Tiene mérito porque veníamos de la irrelevancia y del “it’s very difficult todo esto” de Mariano Rajoy. Pese a un contexto difícil de guerras y pandemia, estamos mejor. A Madrid DF le trae sin cuidado. El objetivo es acabar con este Gobierno. Importa poco si la alternativa va a dinamitar la paz social.
La democracia depende en buena medida de que Sánchez siga pulsando las teclas adecuadas frente a los profesionales del odio. La partitura es más compleja, pero debe fomentar, cultivar y fortalecer nuevos liderazgos para cuando quiera echarse a un lado. En otras circunstancias y con la economía creciendo al tres por ciento habría bastado, pero la realidad es que por sí solo no es suficiente. Sánchez debe tomar nota del mensaje que viene de Estados Unidos. Los buenos datos macroeconómicos no bastaron para convencer a una mayoría. Muchos no votaron a Harris porque sentían que la economía iba mal. A ese respecto se pueden hacer análisis conformistas, pero lo cierto es que se necesitan políticas sociales que detengan el desánimo y el nihilismo en una sociedad donde mucha gente tiene serios problemas para pagar un alquiler o comprar una vivienda.
No está dentro de mis intenciones sembrar el desánimo. No hay que quedarse en el “estamos muy jodidos”. Mi punto es que, por mal que estén las cosas, debemos sacar fuerzas de donde sea. Que cada uno luche según sus capacidades, su contexto y su fuerza mental. Desde convencer a tu vecino, o a tus amigos, proteger y ayudar a las minorías, participar y construir espacios democráticos, desmontar bulos, convencer a los que viven en burbujas reaccionarias (medios o redes sociales), escribir, manifestarse, etc. Luchar para convencer. Tampoco hay que renunciar a la comedia ni al poder de la sátira. No podemos permitirnos el privilegio de caer en el desánimo y la desidia. Como decía Mann en su último artículo para el prestigioso Boletín de Científicos Atómicos:
“Nosotros también debemos optar por luchar contra las fuerzas de la oscuridad, contra un movimiento malévolo que representa el fascismo, el autoritarismo, el racismo, la misoginia y la intolerancia, un movimiento que utiliza la desinformación anticientífica como su arma preferida. No lo hacemos porque nuestro éxito esté garantizado. Dadas las fuerzas que se movilizan contra nosotros, somos claramente los más débiles. Ningún mago blanco vendrá a nuestro rescate. Pero tenemos la verdad y la justicia de nuestro lado. Y lo que está en juego simplemente no podría ser mayor. Seguimos luchando por un planeta habitable, para nosotros, nuestros hijos y las generaciones futuras. Porque vale la pena luchar por ello”.
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Isa Ferrero es escritor y activista.