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Madrid, versión 2.0 del despotismo ilustrado

Adriana Moscoso del Prado

Madrid es un escaparate, sobre todo en estas fechas en las que competimos en ver quién enciende antes las luces de navidad. 

No hay más que pasearse por sus calles céntricas y comprobar que, desde hace ya un tiempo, los comercios van mutando para atender a un público de paso, en lugar de a un vecindario. 

Esto ocurre porque ese modelo de ciudad en el que el centro se reserva para el turismo y se propician los PAU´s periféricos entre laberintos de autopistas y radiales varias, es el que está apuntalando el actual gobierno del Partido Popular.  

Poco importa que este sea un modelo caduco, superado hace tiempo por haber demostrado sus fallas en numerosas ciudades del mundo (las brechas sociales y la estratificación, la priorización del transporte privado con la contaminación y el cansancio que eso genera, la asfixia del pequeño comercio frente a las grandes superficies, los barrios sin identidad, sólo por citar algunas) superado ya por otras urbes a las que deberíamos de mirar, como Berlín, París, Viena o Barcelona, históricamente mucho más turísticas que Madrid y que por ello nos pueden servir de referencia.

Obviamente que querer atraer la inversión nacional y extranjera es positivo para la ciudad. Madrid es la capital de España y por lo tanto la puerta de entrada a nuestro país de muchos visitantes, sea por turismo, por trabajo o por negocio. Madrid es capaz de proyectar una imagen de nuestro país al mundo positiva, potente y atractiva.

Pero esa visión comienza a ser preocupante cuando se convierte en la única, cuando lo que se impone es un modelo de ciudad ultraliberal en el que parece que todo está a la venta. Cuando el Sr. Martínez Almeida y su equipo de gobierno se olvidan de que un alcalde se debe, en primer lugar, a sus vecinos, y por lo tanto debe también trabajar por garantizar un equilibro entre quienes habitan la ciudad y quienes la visitan o la elijen para sus inversiones, por hacer de Madrid una ciudad más amable, menos contaminada, menos sucia y ruidosa, más abierta, igualitaria y solidaria. Una ciudad donde no te sientas castigado por haber decidido habitar su centro ni olvidado por vivir en un barrio fuera de la M30. 

En el diseño de un modelo de ciudad, las políticas culturales son estratégicas. Pueden hacer mucho por la regeneración de barrios deprimidos, por la integración de colectivos distintos, por la cohesión y la participación ciudadanas, por la descentralización de la oferta cultural, por la atracción y la retención de talento creativo y con ello la dinamización de la economía. 

Madrid es capaz de proyectar una imagen de nuestro país al mundo positiva y atractiva. Pero esa visión comienza a ser preocupante cuando se convierte en única, cuando se impone un modelo de ciudad ultraliberal en el que parece que todo está a la venta

La cultura, por su transversalidad, es el mejor vector para planificar unas políticas municipales a medio y largo plazo, con una visión de 360 grados en la que se tengan en cuenta tanto los desafíos como las oportunidades que ofrece una gran urbe como Madrid. 

Pero ello requiere de ambición, de visión, planificación y también transparencia, permeabilidad y apertura al sector y a la ciudadanía. Precisamente, todo de lo que carecen las actuales políticas culturales del Ayuntamiento de Madrid, si es que las hay.

Llevamos ya un semestre de mandato y todavía no se ha anunciado la elaboración de ningún plan estratégico por parte del Área de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid para este mandato. No sabemos qué plantea la Delegada de Cultura para los próximos 4 años, cuáles son sus objetivos y sus proyectos principales. Qué legado aspira a dejar, qué mejoras proyecta para la ciudad en el ámbito de sus competencias. 

Y no será porque no se lo hemos preguntado, desde el primer día. 

Lo que sí nos ha dejado muy claro, y eso nos da una clara idea de por dónde van a ir las cosas, es que entre sus planes no figura renovar a través de concursos públicos las direcciones de los principales espacios culturales de la ciudad, como Matadero o el Teatro Español, a pesar de ser ésta una demanda del sector y una recomendación de las principales instituciones culturales, públicas y privadas, nacionales e internacionales. La última vez, el pasado 24 de noviembre, la Mesa del Arte Contemporáneo convocada en Madrid por el IAC, presentó su decálogo de buenas prácticas para el sector, dentro del cual y ante los recientes casos de censura en algunas  instituciones culturales públicas, reclama “la obligatoriedad de elegir las direcciones de museos y centros de arte mediante concurso público, mediante un comité de selección paritario compuesto por profesionales del sector, y la presentación de un proyecto, según el documento de Buenas Prácticas en Museos y Centros de Arte mencionados anteriormente, así como el Código de Museos del Ministerio de Cultura y Deporte y el Código Deontológico de ICOM”. 

Este es tan sólo un ejemplo de las dinámicas establecidas por el nuevo equipo de gobierno del PP en el Ayuntamiento de Madrid. Porque no es el único. El pasado 23 de noviembre el alcalde decretó la expulsión de los partidos políticos de la Comisión de Patrimonio Municipal y la semana pasada echó a andar el Consejo de la Cultura de la ciudad de Madrid en su versión más descafeinada tras la reforma de su reglamento efectuada por el PP en 2021 para suprimir las competencias de este en la elección de jurados y en la redacción de las bases necesarias para los concursos públicos. Claro que, si ya no va a haber concursos públicos, pues tampoco hace falta que el Consejo cuente con tales funciones. 

Bienvenidos madrileñas y madrileños a la versión 2.0 del despotismo ilustrado.

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Adriana Moscoso del Prado es concejala del Ayuntamiento de Madrid por el PSOE y portavoz del Área de Cultura.

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