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"Periodismo alternativo": una triple amenaza

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Antonio Oviedo

En el organismo sindical de la Unión General de Trabajadores y Trabajadoras que dirijo, la Federación de Servicios, Movilidad y Consumo de UGT, integramos, entre las múltiples actividades productivas que están bajo nuestra competencia, el sector de medios de  comunicación. Desde hace tiempo, la mayoría de responsables de nuestra Organización en secciones sindicales de UGT en medios de comunicación y empresas propietarias –sean periódicos, radios o cadenas de televisión– me trasladan su preocupación por el  impacto que está teniendo en los denominados medios de comunicación tradicionales  –añadiría, además, profesionales– la creciente y “desleal” competencia de emisores de  información agrupados de forma difusa bajo la tramposa etiqueta del “periodismo  alternativo”. Esta nueva realidad informativa supone una amenaza palpable para el empleo –y la calidad del empleo– en las empresas de información y en sus medios de  comunicación; una amenaza para la veracidad de la información que consume la ciudadanía y que conforma la opinión pública y, por último –y aunque pueda sonar tremendista– una amenaza para los sistemas democráticos. Pero vayamos por partes. 

A lo largo de los últimos veinte años, la progresión exponencial de las tecnologías de la información y la comunicación ha supuesto un cambio radical en el modelo de creación y difusión de contenido informativo y en las formas de consumo de este contenido por  parte de la sociedad. Yo pertenezco a una generación que iba al quiosco a comprar los periódicos. Esa estampa hoy está prácticamente desaparecida, y no os estoy hablando  del siglo pasado. 

Veracidad de la información 

Los medios de comunicación tradicionales han sabido adaptarse al nuevo paradigma digital –que también ha favorecido la aparición de otros nuevos, nativos digitales como infoLibre, con idénticos estándares de calidad y profesionalidad– pero no contaban con que este modelo traería consigo la posibilidad de que cualquier ciudadano o ciudadana pudiera crear y difundir contenido “informativo” de forma autónoma y con muy pocos recursos: un teléfono móvil y un ordenador. A partir de aquí, la capacidad de difusión a través de las múltiples plataformas que existen en Internet es infinita. Lo hemos visto  con la tragedia de la Dana en Valencia, lo vimos con la pandemia del Covid-19 y lo vemos, periódicamente, a propósito de muchos hechos noticiables cuyo enfoque puede condicionar el resultado, como ha sucedido en procesos electorales de distintos países, también el nuestro. Este escenario descrito conlleva una primera amenaza: para la  veracidad de la información. Es decir, para la verdad de los hechos.

Los medios profesionales tienen una línea editorial, sí, e intereses privados, también. Pero son profesionales y cuentan con profesionales. Esto conlleva una ética del trabajo. Siempre me fiaré más de lo que lea, vea o escuche en una reconocida cabecera, una radio o un telediario que lo que pueda contarme un cualquiera –por muchos seguidores que tenga– en un video viral o una entrada pobremente redactada en su perfil de  Facebook, X (antes Twitter) o Instagram. 

Como señaló el teórico de la comunicación y el periodismo Walter Lippmann el pasado siglo, “la crisis de la democracia es la crisis de su periodismo”

Amenaza para los medios profesionales 

Otra amenaza es para la superviviencia de los medios tradicionales y para el empleo en  los mismos. El nuevo modelo de creación y difusión de información está produciendo un cambio en los hábitos de consumo –sumado al hecho, comprensible, de que muchos medios serios, profesionales, presentan sus informaciones bajo suscripción– lo que deriva en menor rentabilidad para los propios medios en términos de lectores y de ingresos publicitarios. A partir de aquí no hay que ser muy agudo para intuir que cuando  las cosas empiezan a ir mal las empresas toman medidas de recorte y precarización. Esto,  a su vez, también genera un efecto negativo sobre la calidad de la información que generan esos mismos medios. Según revelaba un estudio de la Fundación BBVA  publicado el pasado año, “en 2008, en España había 121.000 personas trabajando en los medios, una cifra de empleo que ha caído un 11% hasta situarse en 108.000 en 2022”.  

Desinformación y riesgos para las democracias 

La tercera y última de las amenazas es para la democracia: sí, tal cual. Como señaló el teórico de la comunicación y el periodismo Walter Lippmann el pasado siglo, “la crisis de la democracia es la crisis de su periodismo”. La desinformación, los bulos, las noticias fake están ganando terreno en el magma informativo a medida que los medios tradicionales, profesionales y solventes van desorientándose en sus estrategias para consolidar su posición en el ecosistema comunicativo y consolidarse como referentes  informativos y primera opción para el ciudadano que quiere conocer la verdad de los  hechos. Cuanto más ruido hay en el debate público, más difícil es aproximarse a cierta verdad. Por eso mismo determinados medios deberían apostar por informadores profesionales, analistas y expertos cualificados, especialmente en canales como el medio televisivo, huyendo de opinadores profesionales que hablan de todo y no son expertos en nada. Igualmente, los periódicos, las radios y las agencias deben apostar por reforzar sus plantillas, dotarlas de recursos e invertir en tecnología. Es la única manera de combatir estas amenazas y alzarse como referentes de una información veraz y de calidad producida con criterios profesionales y éticos.

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Antonio Oviedo es Secretario General de la Federación de Servicios, Movilidad y Consumo de UGT.

En el organismo sindical de la Unión General de Trabajadores y Trabajadoras que dirijo, la Federación de Servicios, Movilidad y Consumo de UGT, integramos, entre las múltiples actividades productivas que están bajo nuestra competencia, el sector de medios de  comunicación. Desde hace tiempo, la mayoría de responsables de nuestra Organización en secciones sindicales de UGT en medios de comunicación y empresas propietarias –sean periódicos, radios o cadenas de televisión– me trasladan su preocupación por el  impacto que está teniendo en los denominados medios de comunicación tradicionales  –añadiría, además, profesionales– la creciente y “desleal” competencia de emisores de  información agrupados de forma difusa bajo la tramposa etiqueta del “periodismo  alternativo”. Esta nueva realidad informativa supone una amenaza palpable para el empleo –y la calidad del empleo– en las empresas de información y en sus medios de  comunicación; una amenaza para la veracidad de la información que consume la ciudadanía y que conforma la opinión pública y, por último –y aunque pueda sonar tremendista– una amenaza para los sistemas democráticos. Pero vayamos por partes. 

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