Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
¿Torturar en España sigue siendo gratis? ¡No, gracias!
Hay países que son paraísos fiscales. Otros son deliciosos paraísos donde la gente se tumba en la arena de sus playas estilo Hollywood. Y también otros países son paraísos para que los crímenes de lesa humanidad y los criminales que los cometieron se salgan de rositas. ¿Le ponemos el nombre a uno de estos últimos paraísos? Pues sí. Se llama España. La España de charanga y pandereta que cantaba Antonio Machado. La del carro robado a Manolo Escobar y el que viva España del que se apropiaron los de Vox por el morro y casi seguro que sin pagar derechos a la SGAE. La de los garrotazos fuera de las pinturas de Goya. La de la Monarquía que habla cuando no debería hablar y se queda muda como Harpo Marx cuando tendría que decir algo para convencernos de que ser de derechas no es lo mismo que vivir a cuerpo de rey (nunca mejor dicho) contra la izquierda. Este artículo no va de la Monarquía. Pero es que no puedo con ella. Los reyes me caen mal. Y su familia. En algún sueño me sale que la hija Leonor sale al exilio acompañada por el séquito de Borbones antes de subir al trono. Soñar es gratis, como antes decía que torturar en España les sale gratis a los torturadores. De eso, precisamente, sí que quería escribir en esta columna de infoLibre.
Un párrafo de Natalia Ginzburg: “Arrancadas dolorosamente al silencio salen las pocas, estériles palabras de nuestra época, como señales de náufragos, hogueras encendidas entre colinas lejanísimas, débiles y desesperadas llamadas que el espacio se traga”. Eso es lo que está pasando en este país cada vez más volcado en la vergüenza histórica. El borrón y cuenta vieja de la transición es imposible de superar. La Ley de Amnistía y el Código Penal se tragan las palabras casi desesperadas clamando justicia para las víctimas de la dictadura franquista. No sé por qué son imposibles de superar esas barreras. El tiempo de la transición fue el que fue —con sus aciertos y sus errores— y el que ahora vivimos es el que ahora vivimos. Verdad de Perogrullo. Pero parece que no. Parece que aquel tiempo y el de ahora son el mismo tiempo. ¡Qué cosa más rara! Hace casi cincuenta años que se murió el dictador y es como si su fantasma siguiera paseándose en pantuflas por los pasillos de los poderes legislativos y judiciales. Y muchas veces —demasiadas veces— también por las decisiones que toma el ejecutivo. Porque aquí ni dios corrige una coma a las atrocidades cometidas por los jerarcas y subalternos de la dictadura. La víctima al hoyo y el verdugo al bollo. No me río. Lo que siento es vergüenza, una tristeza infinita, la rabia que nos queda después de ver cómo aquellas palabras desesperadas que escribía Natalia Ginzburg se las traga la vigencia impune de los crímenes del franquismo.
Ni dios corrige una coma a las atrocidades cometidas por los jerarcas y subalternos de la dictadura
Hace un año la magistrada Ana María Iguácel Pérez, del juzgado nº 50 de Madrid, admitió a trámite la querella presentada por Julio Pacheco contra cuatro miembros de la Brigada Político-Social. Y fue la primera vez que se llamaba a declarar a uno de los querellantes. Julio Pacheco y su mujer Rosa María García (citada también como testigo) fueron torturados por esos policías en 1975 y era la primera vez que una denuncia de ese tipo era admitida por la justicia. Muchos años ya que la Coordinadora estatal de apoyo a la Querella Argentina contra crímenes del franquismo (CEAQUA) presenta estas denuncias y nunca hasta ese caso de torturas a Julio Pacheco habían sido acogidas por la justicia. Había esperanza, esta vez, en que se abriera un proceso judicial distinto a los anteriores. Con el morro torcido de la cautela, pensábamos que los torturadores igual no se iban de rositas. Pero la alegría dicen que dura poco en la casa del pobre. Y así ha sido. La misma jueza que admitió a trámite la querella acaba de decir que nada de nada. Que lo que pasó entonces no está contemplado en la legislación de ahora. Lo de siempre. Una vez más las risas de los torturadores que siguen vivos y la imagen surrealista de los muertos revolcándose en sus tumbas a carcajada limpia. ¿Y la famosa Ley de Memoria Democrática? ¿Dónde está? ¿Habrá que leer el Manual de Instrucciones para conocer a fondo sus efectos secundarios? Yo qué sé. Es que cuando escribo de estas cosas (y mira que escribo) todo me parece una puñetera mierda.
Pasará el tiempo y quienes fueron víctimas de la barbarie franquista serán un recuerdo (o un olvido) en los tiempos futuros. Pero el presente no se agota. Y por eso vamos a seguir presentando denuncias contra los crímenes y los criminales del franquismo. Vamos a recurrir lo que haga falta hasta que ya no podamos más porque los cuerpos se van haciendo viejos, a pesar de las vitaminas que nos inyectamos con pequeñas victorias como la que conseguimos cuando el Juzgado nº 50 de Madrid admitió a trámite la querella presentada por Julio Pacheco el año pasado. Vamos a estrujar las leyes como un trapo de cocina para sacarle todo el jugo posible a la gran injusticia en que se ha convertido la justicia en nuestro país. Vamos a seguir en un compromiso y en una responsabilidad que nunca abandonaremos: el compromiso y la responsabilidad de hacer que este país deje de ser un paraíso para los torturadores. Lo fue cuando el franquismo acogió a tantos nazis después de la Segunda Guerra Mundial. No puede seguir siéndolo para los criminales de la dictadura franquista en tiempos, según dicen, democráticos. Según dicen, claro. Según dicen.
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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es 'El boxeador', editado por Piel de Zapa.
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