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UNRWA, esa tozuda agencia difícil de querer

Álvaro Zamarreño

No vamos a hacer hagiografía. Pero tampoco vamos a perder el tiempo en enumerar lo obvio, cuando hablamos de una organización con más de 30.000 empleados, más de 700 centros de trabajo, e implantada en cuatro estados. Si ustedes quieren buscar tres pies, los van a encontrar. Vamos al grano: ¿por qué estar contra la UNRWA? 

Naciones Unidas integra a unas 80 organizaciones y agencias. Pero hay dos agencias que han sido castigadas por su relación con Palestina: UNESCO y UNRWA. Las dos, por su peso en algo tan relevante como la identidad de un pueblo. La primera, por aceptarla como Estado miembro. La segunda, porque su propia existencia tiene una evidente relación con la existencia del pueblo de Palestina. 

La UNRWA siempre ha sido una agencia difícil. Porque siempre ha sido una agencia que no se ha dejado doblegar. Parte de su reducida plantilla "internacional" puede haberlo intentado. Pero es que la UNRWA es, a la vez, la más universal de las agencias de la ONU, y la más local de ellas. La máxima con la que -al menos en teoría- se trabaja en ayuda internacional, es la de que los beneficiarios tengan el mayor protagonismo posible en la toma de decisiones, el diseño de los programas, y en su propia ejecución, dentro de unos principios básicos universales. 

Raramente esto se cumple, y casi siempre son expertos ajenos a la realidad de las comunidades afectadas los que toman las decisiones. No es el caso de UNRWA. Lo raro es encontrarse con personal extranjero. La inmensa mayoría del personal de UNRWA el 95%, son refugiados de Palestina. Son una sociedad muy formada, capaz por tanto de cubrir intelectual y operativamente todas las necesidades de la propia agencia. ¿Para qué buscar fuera lo que tienes dentro? Cualquiera envidiaría haber conseguido ese objetivo. Y, sin embargo, en manos de sus enemigos, ésta será una de las primeras cosas que atacar: lo muy palestina que es la UNRWA. 

La escasa presencia de personal "internacional", no sólo ahorra grandes sueldos, sino que la hace especialmente eficiente: hay mucho trabajo que sacar adelante, y muy pocas florituras para esconderlo. El trabajo es difícil, es ingrato, y supone trabajar entre los estándares fijados por los donantes, los fijados por el propio universo ONU, el acoso de aquellos que sueñan con su cierre, pero especialmente, la exigencia de la propia sociedad palestina. 

Porque la relación del pueblo de Palestina con la UNRWA no es fácil. Para varios millones de refugiados, es una especie de autoridad educativa, y de seguridad social. Es decir, cosas buenas, pero sobretodo problemas del día a día. Es, también, un doloroso recuerdo de la destrucción hasta sus cimientos que la sociedad palestina sufrió en 1948. Y es esa doble naturaleza del recuerdo la que da el carácter tan especial a la UNRWA: que su azul celeste, sus impronunciables siglas, son el asidero de la identidad palestina. Oirán mucho hablar de UNRWA y Gaza. Pero no olviden que, en medio de todo ese horror, en Jerusalén, en Nablus, en Amán, en Siria, en Líbano, muchos miles de personas siguen haciendo cada día su trabajo en UNRWA. Cada instructor, cada técnica, cada doctora, no ejerce sólo la concreta función asignada en un papel: cada uno de ellos es, a su vez, tejedor de la identidad del pueblo de Palestina.

Ha tenido que llegar 2024, y con él un puñado de poderosos carentes de ética, para que nos diéramos cuenta: la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, es ese pilar sólido al que agarrarnos cuando todo tiembla

Que la UNRWA sea repartidora de comida en Gaza es responsabilidad (culpabilidad) de quien encierra Gaza. Esa humillante dependencia alcanza en la franja cotas extraordinarias, y eso no es fruto de nada hecho por los palestinos, ni la UNRWA, que no tendría que estar repartiendo sacos de harina y azúcar. 

Pero lo que molesta no es que reparta esos sacos. Lo que molesta es la tozudez de los palestinos por preservar a la UNRWA como la forjadora de su identidad como pueblo. En medio de la absoluta oscuridad ética, las escuelas de la UNRWA son -y serán- un inquebrantable símbolo de dignidad, y de extenuante lucha por ser y estar. Toda la supuesta complejidad del conflicto se resume en esos dos verbos: ser y estar. 

Mientras viví en Palestina, hace ya años, reconozco que nunca presté demasiada atención a la UNRWA. Tampoco lo hicieron mis amigos de allí, en las interminables tardes y noches de política e historia. Pero ahí estaba, nunca demasiado lejos de nosotros: si no era una clínica, era una escuela. Si no, un almacén de ayuda. O uno de esos Fiat Punto minúsculos, con las letras azul celeste en su puerta. Y, si no, seguro, seguro, en la propia presencia de un compañero o un amigo refugiado. 

Ha tenido que llegar 2024, y con él un puñado de poderosos carentes de ética, para que nos diéramos cuenta: la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, es ese pilar sólido al que agarrarnos cuando todo tiembla. Derribar ese pilar, derribar Gaza, derribar una vez más a la sociedad palestina, son objetivos muy reales en la toma de decisiones de los enemigos de la UNRWA. Porque los enemigos de la UNRWA no son, en realidad, enemigos de una agencia de la ONU. Son enemigos del pueblo de Palestina. 

Existe una denuncia sobre unos hechos de extrema gravedad penal. La propia agencia ha puesto en manos del órgano fiscalizador de la ONU la denuncia. Y advierte de que llevará a la Justicia penal a quienes hayan transgredido la ley. Poner los hechos en los cauces de Derecho, Justicia, y Tribunales. ¿De qué me suena?

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Álvaro Zamarreño es periodista y ha informado sobre Palestina durante dos décadas.

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