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Entrevista

Baltasar Garzón: “Jueces y fiscales son la última frontera contra la corrupción”

El exjuez Baltasar Garzón.

Fiel a su fama de persona independiente, con voz propia y poco aficionado a lo políticamente correcto, Baltasar Garzón (Torres, Jaén, 1955) no deja de subrayar en su extenso y bien documentado libro que la corrupción en España hunde sus raíces en una tolerancia social hacia ese tipo de conductas ilegales. Algo, por cierto, que pocos se atreven a decir en voz alta. No en vano la literatura española, como señala el escritor Julio Llamazares, ha inventado dos géneros: la picaresca y el esperpento.

“Ahora bien”, señala este juez que fue apartado de la carrera tras ser inhabilitado por prevaricación en 2010, “conviene dejar bien claro que la picaresca y la tolerancia social frente a la corrupción surgen de la necesidad, del hambre, de la pobreza… Las pequeñas corruptelas de muchos ciudadanos responden todavía hoy a la urgencia de defenderse frente a los poderosos. Es aquello de con IVA o sin IVA. De todos modos, es verdad que existe una relajación que disculpa muchas veces al corrupto. De ahí, por ejemplo, la amplitud de la economía sumergida en nuestro país o que los defraudadores sean ensalzados como héroes. Basta con acordarse de un personaje como Mario Conde para avalar esta tesis”.

"Puro maquillaje"

Sin embargo, Garzón tiene muy claro que durante la Transición no se adoptaron medidas contundentes para que la corrupción impune y generalizada de una dictadura no se extendiera a un sistema democrático. “No hubo leyes enérgicas de transparencia y que se cumplieran”, señala ele jurista, acreedor de un gran prestigio internacional, “y, además, no se practicó una pedagogía democrática entre los ciudadanos. En definitiva, la lucha contra la corrupción no ha sido ni es, lamentablemente, una prioridad de los gobiernos de la democracia. De hecho, las recientes leyes del PP contra la corrupción no dejan de ser puro maquillaje”.

Se muestra muy crítico Garzón con el papel de la derecha, pero tampoco ahorra dardos contra la izquierda. El jurista está indignado con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, por atemorizar a la sociedad con la llegada de advenedizos. “¿Las manos que han gobernado los últimos años son las únicas fiables? Pues menuda garantía a la vista de los escándalos de los últimos años. En realidad, la derecha sigue atemorizando con aquello tan antiguo de o yo o el caos”.

En cualquier caso, la izquierda tampoco planteó una lucha a fondo contra la corrupción y, en opinión de Garzón, “se dejó encandilar en la Transición con la OTAN, con la UE…” Duda un instante cuando se le pregunta si la derecha resulta, en general, más corrupta que la izquierda y responde: “Digamos que históricamente la derecha ha gozado de más oportunidades para ser corrupta. Los poderosos siempre cuentan con más posibilidades para corromper”.

Tras reconocer que no sabe odiar y que nunca se deja guiar por un rencor, Baltasar Garzón enumera las múltiples actividades en las que está ocupado desde que fuera apartado de la carrera judicial y que van desde su bufete de abogados hasta la fundación FIBGAR, que dirige su hija María, pasando por el asesoramiento jurídico de organismos internacionales. Así pues, desde su polémica suspensión como juez de la Audiencia Nacional por su investigación de los crímenes del franquismo ha batallado en muchos frentes y está especialmente satisfecho de su fundación que ya cuenta con sedes en Madrid, Buenos Aires, México y Colombia.

El papel de la justicia

Habla sin pausas el exjuez, en la sede de la editorial Debate, con un discurso muy articulado, sin papeles delante y con una memoria prodigiosa que exhibe al recordar constantemente fechas y datos. Con el paso de los años, el prestigio que alcanzó en todo el mundo con causas como el caso Pinochet ha convertido a Garzón en un jurista reclamado para diversos cargos y tareas en muchos países.

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Desde su larga trayectoria en la judicatura Garzón afirma que “algunos jueces y fiscales son ahora la última frontera en la lucha contra la corrupción”. Implicados los partidos políticos en una tela de araña de corrupción, maniatada buena parte de la prensa y con una mayoría social tolerante frente a estos delitos, el jurista afirma: “No debería ser así, pero lo es. Jueces y fiscales representan en la actualidad una garantía para castigar la corrupción. Además, cuando el ciudadano pierde la confianza en la Justicia, ya está todo perdido. No obstante, la suma de la corrupción y una terrible crisis económica ha derivado en un clamor de indignación y en la aparición de nuevas fuerzas políticas y sociales. No hay más que ver las últimas encuestas del CIS y el aumento de la preocupación social sobre la corrupción”.

Una y otra vez, repite el autor de El fango, que lleva por subtítulo Cuarenta años de corrupción en España, que la batalla contra la corrupción y en favor de la transparencia debe ser una tarea constante El fango, Cuarenta años de corrupción en España, que pasa por la aprobación de leyes de limpieza democrática y por su aplicación a rajatabla. A lo largo de las páginas de El fango, que abarca no sólo la historia reciente de la corrupción sino la presencia de estos delitos en todos los ámbitos políticos, económicos y judiciales, Garzón atribuye las principales causas a la financiación ilegal de los partidos y a la especulación urbanística. “Hay que darse cuenta”, apunta el jurista, “que la ausencia de una normativa social y responsable del suelo y la burbuja inmobiliaria impulsada por los gobiernos de José María Aznar han derivado en un expolio de lo público en beneficio de lo privado”.

Preocupado desde que era un joven licenciado en Derecho por la Administración de Justicia en España, Garzón critica la eterna lentitud judicial. “No basta”, afirma con vehemencia, “con crear más plazas de jueces si esos magistrados no disponen de más medios humanos y técnicos para desarrollar su labor. Una de las razones que explica que sólo unos 30 condenados por delitos de corrupción estén en la cárcel, entre cientos de imputados, es la falta de medios y el retraso en las sentencias firmes”. Garzón se queda pensativo tras sus gafas y concluye: “Una justicia tardía no puede considerarse justicia”.

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