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APOROFOBIA

Bancos 'antimendigos', el urbanismo hostil con el que los ayuntamientos borran de las calles a los más pobres

Una persona sin hogar duerme a los pies de un banco con reposabrazos centrales, un tipo de mobiliario urbano hostil.

Pinchos, barrotes, bolas de hormigón, bancos individuales, curvos o con relieves… El diseño urbanístico incorpora cada vez más elementos para controlar el uso y la distribución de calles, plazas y mobiliario público. Por detrás de un aparente ímpetu de modernización, los colectivos sociales denuncian el borrado y desplazamiento sistemático de las personas sin hogar de la vida pública. En otras palabras, que la pobreza sea cada vez menos visible en el corazón de las grandes ciudades.

"Cuando estás en la calle, te sientes tan invisible, tan poca cosa, que llega un momento que no esperas nada de los demás", recuerda Guillermo, un madrileño de apenas 25 años que tuvo que pasar casi un año viviendo en la calle. "No hablas con nadie. Vives aislado del mundo", continua. "Y cada vez que te echan, no hacen más que reforzar esa sensación de abandono absoluto".

En este punto insiste Rafa Maellas, director de comunicación de la Asociación Realidades, que lleva años asistiendo a personas sin hogar en la capital. "Este tipo de medidas tienen un peso psicológico importante en las personas que viven en la calle, que se suma al ya de por sí costoso proceso mental del sinhogarismo. Se les niega incluso la posibilidad de descansar, de estar, casi de existir, profundizando su sensación de desarraigo y marginalidad".

La reforma de la Plaza Nueva de Sevilla

El pasado lunes 7 de octubre daban comienzo los trabajos de remodelación de la céntrica Plaza Nueva de Sevilla. En los bocetos presentados por el ayuntamiento, los bancos adoptarán una nueva fisionomía, con la instalación de respaldos de hierro forjado y reposabrazos centrales. “Para que se utilicen para sentarse y no para tumbarse”, aclaraban fuentes municipales a El Correo de Andalucía.

El nuevo diseño se propone a todas luces evitar el descanso y la pernoctación de personas sin hogar, las “estancias indeseadas” a las que se refería durante la presentación el gerente de urbanismo, Fernando Vázquez. “Pretendemos revitalizar el espacio y convertirlo en el escaparate ideal de la ciudad. El objetivo es cuidar el paisaje urbano tras años abandonado”, completaba el alcalde hispalense del PP, José Luis Sanz. Un escaparate "ensuciado" por la imagen del sinhogarismo.

No solo pasa en Sevilla. Alicante, Huesca, Zaragoza, Tenerife... Los ejemplos de mobiliario hostil se encuentran repartidos por ciudades de toda la geografía española. Barcelona es una de las más afectadas. Tanto es así, que el año pasado, la Fundació Arrels elaboró un mapa con hasta 334 elementos arquitectónicos hostiles distribuidos por la capital autonómica.

Los ayuntamientos tampoco son los únicos implicados. Locales, comercios y vecinos se suman habitualmente a estas prácticas. "Rejas en los portales, pinchos en escaparates y poyetes, bolardos a lo largo de las fachadas...", enumera Lucía Fernández, estudiante de trabajo social que colabora como voluntaria en Cáritas.

Un paseo por Madrid

Basta con un paseo por el corazón de Madrid para darse cuenta de que la arquitectura hostil está cada vez más presente en las ciudades. Salimos del metro en la céntrica plaza de Callao, que parece, más bien, un enorme paso de cebra de cemento, generado por el cruce de calles. ¿Su uso? La colocación de stands comerciales. Al fondo, junto a la calzada, dos bloques de granito a modo de bolardos, ¡ah!, y también para sentarse. Por lo demás, un par de bancos individuales, en una plaza por la que pasan al año unas 113 millones de personas.

Seguimos por la calle Preciados en dirección a Sol. A un lado y otro de la calle se suceden las tiendas. Bershka, Zara, Primor, Stradivarius... Todas con sus correspondientes pinchos y barrotes protegiendo el ansiado asiento de sus escaparates. Ahora sí, llegamos al famoso kilómetro 0, símbolo madrileño por excelencia: la Puerta del Sol. Nos recibe otra explanada de cemento. Ni árboles –ni sombra–, ni fuentes, ni bancos convencionales. Tan solo los mismos bloques de piedra, esta vez adornados con incómodos relieves que obligan al asiento individual.

Bajando por la calle Mayor, tras una breve parada en la plaza del mismo nombre, una tercera "plaza dura" devorada por las terrazas, llegamos a nuestro destino final: la plaza de Tirso de Molina. Bancos individuales, taburetillos de piedra, bordillos de piedra con relieves... La salvan una fuente y algunos árboles.

Por el camino, las marquesinas de la EMT, herencia de la exalcaldesa Ana Botella, que dio el visto bueno a un nuevo modelo de bancos con una sobresaliente pieza rectangular en el centro. Desde el consistorio, en su momento, justificaron el diseño como un asidero para facilitar el apoyo de las personas mayores, lo que no evitó el estallido de todo un debate político, social y urbanístico. Hasta hoy.

¿Conclusión de nuestro recorrido? El centro de Madrid está pensado para las compras, las cañas y las visitas turísticas, no para el disfrute y aprovechamiento de sus zonas comunes. Mucho menos por aquellos sin el suficiente nivel económico como para sumarse a la vorágine de consumo y negocio. Madrid no es para sus vecinos.

Vecinos invisibles

"Las políticas de urbanismo hostil son el golpe definitivo para las personas que viven en la calle. Son el culmen de la aporofobia y la deshumanización", denuncia Maellas. Los colectivos sociales se muestran tajantes: se trata de un caso de persecución y violencia estructural. "El espacio público es de todos, para todos. Las medidas que buscan limitar el uso del mobiliario urbano de las personas sin hogar refuerzan su estigmatización y criminalización. Les arrebatan derechos básicos", añade Fernández.

El desplazamiento forzoso de sus lugares habituales desvincula a las personas sin hogar de los equipos de apoyo social de la zona. "La clave del sinhogarismo es la pérdida de una red social y de apoyos. Tener aunque sea a un vecino pendiente puede marcar la diferencia. Aporta un pequeño sentido de pertenencia y de relación con el entorno. Desplazarlos les hace perder sus vínculos y les obliga a volver a empezar una y otra vez", explica Maellas.

Y lo que es aún más importante, no ofrece soluciones reales al sinhogarismo, invisibilizando una problemática social que afecta cada vez a más personas. "¿No quieres que haya personas sin hogar en tu distrito? Me parece bien. Soluciona el problema dándoles un hogar. Que se les trate como personas y se les dé la oportunidad y el apoyo para demostrar sus capacidades, que las tienen", sostiene.

Un espacio público cada vez menos... ¿público?

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Las personas sin hogar son las víctimas más evidentes de un urbanismo cada vez más deshumanizado. Pero no son las únicas. Ancianos, niños o personas con movilidad reducida resultan también especialmente perjudicados. "Afecta a la calidad de vida de todos los vecinos", señala Maellas. "Las ciudades se están convirtiendo en espacios cada día más áridos para el desarrollo de la vida pública y vecinal".

El sinhogarismo es, de por sí, el caso extremo de una situación más generalizada. La actual crisis de vivienda dificulta enormemente el acceso de los ciudadanos menos pudientes a un hogar digno y estable, expulsándolos a un extrarradio cada vez más lejano o condenándolos a condiciones de vivienda precarias. "La amenaza del sinhogarismo no es tan ajena como parece", incide Guillermo.

Según la última Encuesta de Condiciones de Vida, el año pasado, un 16,6% de las personas ocupadas, es decir, con empleo, se encontraba en riesgo de pobreza o exclusión social. Cifra que sube hasta casi el 60% en el caso de los desempleados. "No somos conscientes de esto. Es nuestra lucha, del colectivo y del tercer sector", declara Maellas. "No somos mendigos ni criminales, somos personas con los mismos derechos y dignidad que el resto", concluye Guillermo.

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