"¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero?". Entre el 1 y el 11 de julio, los entrevistadores del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) le hicieron esta pregunta a 2.952 personas de 296 municipios, ubicados en 49 provincias distintas, aplicando cuotas de sexo, edad y número de habitantes de las poblaciones para alcanzar una fotografía lo más exacta posible del sentir de la sociedad española. De las respuestas salió un récord sociológico: nunca en la reciente historia democrática los españoles mostraron mayor descontento con sus políticos. No es una impresión rescatada de las maldiciones lanzadas en las conversaciones de bar: hablar mal de los políticos es casi connatural a las democracias. Es una realidad refrendada por los datos, que a su vez apuntan al deterioro de la economía –y a la impotencia de la política para arreglarla– como caldo de cultivo estructural de esta desafección y a la inestabilidad y la falta de consenso como detonantes coyunturales de un auge que pulveriza los máximos de una serie histórica que arranca en 1985.
El 18,2% de los encuestados –es decir, más de 18 de cada 100– citaron "los/as políticos/as en general, los partidos y la política" como principal problema. No un problema entre muchos, sino el principal, por delante del paro, el terrorismo, las pensiones, la sanidad, la educación, el racismo, la inmigración y la crisis de valores, por citar un ramillete de los 41 que los encuestadores ofrecen como abanico de opciones... El 12,3% clasificaron a la política como el segundo problema más grave. El 7,6%, como el tercero. En total, un 38,1% de los españoles consideran que la política, los partidos y los políticos –teórica solución a los problemas de una sociedad democrática– es uno de los tres principales problemas del país. Récord absoluto. Desde 1985, cuando arranca la serie del CIS, sólo cuatro problemas han superado este porcentaje en alguna ocasión: el paro –rey absoluto de los problemas para los españoles–, el terrorismo –con una evolución muy vinculada a los picos criminales de ETA–, la economía –que sigue alta, en el 25,7%, pero lejos de las marcas por encima del 50% que alcanzó entre 2009 y 2012– y la corrupción –con topes por encima del 60% en 2014–.
Ese 38,1 es una cifra que invita a preguntarse: ¿Qué está pasando?
Una drástica subida
"Es una cifra alta, más alta que nunca. Y aunque es verdad que ha habido otros momentos en que ha estado alta, lo llamativo ahora es la fuerte subida desde mayo", analiza con la serie histórica por delante el politólogo Eduardo Bayón. En efecto, la subida es drástica. En mayo –en una encuesta realizada antes de las elecciones del 26M–, el 11,5% consideraba a la política como el principal problema, 7,3 puntos menos que en julio. El repunte es considerable. También lo es en el porcentaje de los que consideran a la política entre los tres primeros problemas: del 27,8% en mayo al 38,1% en julio. Es decir, una cifra que ya estaba alta se convierte en récord durante la etapa clave de negociación para la investidura de Sánchez y la formación de gobiernos en las autonomías, fase que se inicia tras las elecciones del 26 de mayo.
¿A qué se puede atribuir este repunte de los últimos meses? Lo primero que hay que precisar es que no tiene –no puede tener– relación con el fracaso en la investidura de Sánchez, porque la encuesta recabó las respuestas entre el 1 y el 11 de julio. Los debates y las dos votaciones de investidura tuvieron lugar entre el 22 y el 26. Pero esto no quiere decir, precisa Bayón, que el "ambiente de bloqueo" no esté determinando este calentón antipolítico que detecta el barómetro. Hay una base para unos números tan inflados, consistente sobre todo en la crisis sin desdeñar la corrupción, señala Bayón. Pero el "bloqueo constante" influye en este agravamiento, añade.
El barómetro récord
Merece la pena descender a los detalles del barómetro de julio. El porcentaje de españoles que consideran a la política el primer problema, 18,2%, jamás había estado tan alto. También bate récord, con un 38,1%, el porcentaje de quienes consideran la política entre los tres principales problemas, una serie que puede seguirse desde 1985. Pero es que, además, la consideración de la política como problema también se coloca en las cifras más altas en la respuesta a una segunda pregunta, que ya no apela a la impresión general del entrevistado, sino a la percepción sobre su propia vida. Esta segunda pregunta está formulada así: "¿Y cuál es el problema que a Ud., personalmente, le afecta más? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero?". Aquí el porcentaje de personas que sitúan a la política como el principal problema asciende al 5,1%. Los que lo consideran el primer, el segundo o el tercer problema son el 12%. Son también las cifras más altas registradas nunca.
Como se puede observar, los porcentajes de los que consideran que la política es un problema son siempre significativamente mayores que los que consideran que es un problema que les afecte personalmente. Es decir, se trata de impresiones determinadas por su mediatización. Y fuertemente influidas por la subjetividad, a su vez marcadas por la posición del individuo. Por ejemplo, si observamos el barómetro del CIS en detalle, la política es más vista como uno de los principales tres problemas de España por los que tienen estudios superiores (45,3%) que por los que no tienen estudios (23,9%), más por los hombres (43,3%) que por las mujeres (33,2%). Por cierto, no conviene aferrarse a la idea de que la antipolítica tiene más arraigo entre los jóvenes. En la franja de 18 a 24 años la consideración de la política como uno de los tres principales problemas del país es la más baja de todas las franjas, con el 30,5%, a buena distancia de la segunda, entre 45 y 54 años, con el 36,2%. Sí, los jóvenes son los menos hartos de los políticos.
Polarización y multipartidismo
Hay un impulso inicial para esta ola antipolítica, que según los analistas consultados sale de la crisis y la corrupción. A ello se suma ahora un mayor desgaste de la imagen de los políticos por factores nuevos –ya no tan nuevos, en realidad– como el bloqueo constante. El catedrático de Sociología Xavier Coller cita entre los factores a tener en cuenta la espectacularización de la política, sometida al ritmo de las tertulias y las redes sociales y a la exigencia de los clics y las audiencias. Y hace dos apuntes sobre el multipartidismo. El primero, la actual etapa de falta de consenso y acuerdo deteriora la imagen de la política, afirma, porque el consenso es un objeto socialmente reconocido como beneficioso. El segundo apunte de Coller es este: "Hoy hay más políticos en el escenario. Antes había dos partidos, o dos y medio si metemos a IU, más los nacionalistas. Ahora tenemos a cuatro o cinco grandes más los autonómicos", explica. Es decir, al haber más donde elegir para repartir antipatías, saldría dañada la imagen en conjunto de la política. A esto se suma –añade Coller– la "permanente sensación de disputa, de conflicto, de que están todos a la greña". A su vez, la disputa da audiencia y clics. Es una pescadilla que se muerde la cola.
Del análisis de Coller se desprende la idea de que el multipartidismo, al brindar una mayor oferta de posibles objetivos de nuestras fobias e incrementar la sensación de guirigay, puede contribuir al auge del porcentaje de los que ven la política como un problema. El politólogo Roger Senserrich apunta hacia una conclusión similar. "Estamos viviendo una crisis de confianza en el sistema actual de partidos", señala. Esto determina, añade, un odio a lo que se conoce como "clase política". "La gente tiende a odiar a la clase política, no a los de su partido. Dicen: 'Todos son un desastre menos el mío'. Hay una mayor polarización, a la que los social media han ayudado mucho", señala. La polarización explicaría que, a pesar de que antes de las elecciones del 28 de abril la consideración de la política como problema ya estuviera alta (el 13,1% lo veía el primer problema, el 31,4% entre los tres primeros), la participación fuera alta en las generales. El análisis de Senserrich apunta a que la mala imagen general de los políticos –común a encuestados de una u otra ideología– tiene relación con las adhesiones inquebrantables. Se puede responder que la política es un problema pensando en Pablo Iglesias o en Santiago Abascal, pero en la tabla estadística las dos respuestas engordarán el mismo porcentaje. El elevado sentimiento antipolítico sería así un síntoma más de la polarización que vive España (y no sólo España, es un fenómeno global del que se están beneficiando sobre todo populistas de derechas).
Causas estructurales y coyunturales
Factores aquí citados como el multipartidismo, la polarización, la incapacidad de consenso, la inestabilidad, la histriónica espectacularización mediática de la política o su sometimiento a la dictadura de las audiencias forman un cóctel que, a tenor de los académicos que han abordado el tema, ha explotado en forma de este galopante descrédito de la política. Pero ahí no se queda la búsqueda de causas. Hay otros motivos más profundos y estructurales. "Los datos actuales vienen de un fenómeno que dura ya una década. No es un coyuntural. Es algo en lo que se unen la crisis económica, la percepción social de la corrupción y el sentimiento antipolítico", explica Coller.
Senserrich cree que la élite política española ha acumulado además méritos para ganarse el descrédito popular. "Es normal que los votantes no adoren a los políticos. La época en que había políticos universalmente populares pasó, si es que llegó a existir. Pero en España la clase política, desde las elecciones, está mostrando falta de ganas de llegar a acuerdos, un cinismo descarado, un uso de las negociaciones para ganar ventaja política... Yo suelo perdonar todo a los políticos, creo que tienen un trabajo imposible. Pero la verdad es que el hartazgo, incluso para mí, está justificado", afirma. Y añade": "Ahora mismo, con los resultados que hay, podría haber gobierno. Estamos generando un problema que se podría evitar. En cambio, no se evita por cálculos a corto plazo y animosidad entre líderes políticos".
El catedrático de Sociología Xavier Coller, investigador de la formación de nuestra clase dirigente, también tiene palabras críticas sobre la calidad de la clase política española. "No sólo pasa con los líderes. Es un problema más amplio. No se selecciona a los mejores para ir en las listas para ir en las listas electorales o en puestos altos de la Administración", señala Coller, que habla a las claras de la falta de "incentivos económicos" suficientes como un problema de fondo. Y rescata el término "selección adversa", utilizado por Belén Barreiro en un artículo en el El País en 2013, para calificar la perversa dinámica dominante en la selección de cuadros políticos. Y, claro, eso se paga en forma de escaso cariño por parte de la opinión pública.
De la crisis económica...
La evolución de los datos de los barómetros del CIS ayuda a entender cómo ha ido sucediendo. La serie que permite mirar más hacia atrás, hasta 1985, es la del porcentaje que españoles que meten la política entre los tres principales problemas. Veamos. En mayo de 1985, cuando el CIS empieza a preguntar, sólo un 4,5% citaba la política como uno de los tres principales problemas. El primer pico se alcanza en 1995, agotada la euforia de la transición, en el apogeo de la crisis del felipismo y en crisis económica, con cuatro tomas por encima del 15%. Luego va cayendo. Entre 1998 y 2002 el porcentaje no pasa del 10%. 2003 es más agitado: hay cuatro barómetros por encima del 10%, ninguno por encima del 12%, es decir, siempre lejísimos del 38,1% de hoy. En 2007, el año con los primeros síntomas serios de crisis, ya hay ocho meses con porcentajes por encima del 10% y un pico del 16% (marzo). No obstante, estos datos se alternan con otros por debajo del 10%. La temperatura no sube hasta el meollo de la crisis. En enero de 2009 está en el 8,9%. En diciembre de 2010, en el 19,3%. La última vez que estuvo por debajo del 10% fue en abril de 2009 (8,8%).
Tomemos los datos de los meses de julio para ver la evolución. En julio de 2004, hace 15 años, en plena bonanza económica, sólo un 6,5% de los españoles colocaban a los políticos entre los tres principales problemas. Era el octavo problema en orden de importancia por detrás de las drogas, la economía, la inmigración, la vivienda, la inseguridad ciudadana, el terrorismo y el paro. En julio de 2009, hace diez años, el porcentaje ya se coloca en el 10,8%. La política es el cuarto problema, por detrás la inmigración, la economía y el paro. La dinámica ascendente se va consolidando a lo largo de los años siguientes conforme la crisis abrasa al país:
– Julio de 2010. Un 21,6% consideran la política entre los tres principales problemas.
– Julio de 2011. El porcentaje sube al 23,9%.
– Julio de 2012. Sigue la escalada: 25,4%.
– Julio de 2013. Aún más alto: 27,6%.
Son los años en los que la crisis provoca sus consecuencias más duras y la política se revela impotente para afrontarla. El análisis sobre la percepción de la política como problema del Informe sobre la democracia en España (2017) de la Fundación Alternativas establece una vinculación directa con la crisis: "Usemos el indicador que usemos, los efectos especialmente fuertes de la Gran Recesión en España han magnificado la crisis de representación. Así, por ejemplo, a partir del estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, 'los políticos en general, los partidos políticos y la política' se sitúan casi siempre como uno de los tres principales problemas [...], mientras que la valoración de la situación política, el grado de satisfacción con el funcionamiento de la democracia o la confianza en los partidos alcanzan mínimos históricos".
Una vez la economía empieza a ofrecer noticias alentadoras, el porcentaje de españoles que ven la política como un problema baja. En julio de 2014 la bajada es levísima, al 26,4%. Pero abre una tendencia. En julio de 2015, el porcentaje está ya en el 19,1%. Es, si miramos la serie histórica desde 1985, muy alto. Pero va bajando con respecto a los años más crudos de la recesión. De hecho, sigue bajando hasta el 14,8% del mes de diciembre de 2015.
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Pero un 14,8% son 23,3 puntos menos que el 38,1% de julio de 2019. ¿Qué ha pasado desde entonces si, al menos en los grandes números, la economía está consolidando su recuperación? Es que España entra desde entonces en lo que Eduardo Bayón ha llamado "ambiente de bloqueo". Diciembre de 2015, de hecho, es el mes de las elecciones generales. Se va a acabar la mayoría absoluta del PP. De hecho, se va a acabar el bipartidismo. En abril de 2016, tras la investidura fallida de Pedro Sánchez en alianza con Albert Rivera (Cs), el porcentaje de encuestados que consideran la política uno de los tres principales problemas del país ha subido al 20,8%. Es más, un 8,4% lo ve como el principal problema. En septiembre de 2016, tras las segundas elecciones y la investidura fallida de Mariano Rajoy, un 29,3% ve ya a la política como uno de los tres principales problemas, el doble que en diciembre de 2015. Un 14,5% lo considera ya el fundamental, cuando en diciembre de 2015 era un 5,9%. Un 11,3% cita la política ya como uno de los tres problemas que más le afecta personalmente, porcentaje que venía, antes de las elecciones de 2015, de un 5,1%.
El impacto de la inestabilidad en el auge de estos indicadores es claro. A raíz de la investidura de Rajoy con la abstención del PSOE (octubre de 2016), el porcentaje de españoles que ven la política como uno de los tres grandes problemas vuelve a bajar. La tendencia a la baja no se detiene con la moción de censura que lleva a Sánchez a La Moncloa (junio de 2018), pero sí con la reapertura del melón electoral. En noviembre de 2018, en precampaña de las elecciones andaluzas, está en el 31,3%. Desde entonces hasta julio de 2019, en un largo ciclo marcado por la crispación, la irrupción de la ultraderecha, la inestabilidad, los vetos y las negociaciones de pactos, ha ido subiendo hasta el actual 38,1%. La política se ha ido consolidando como el segundo problema, por detrás del paro, por delante de la economía y la corrupción. Es curioso: desde que el PP fue desalojado del poder, la preocupación por la corrupción ha pasado del 39,6% al 25,1%. Y ello mientras la política rompía récords como fuente de problemas para los españoles. Ello estrecha el cerco sobre la inestabilidad y la falta de acuerdos como causa relevante. Siempre con el telón de fondo de la inquietud económica. Con Sánchez en el Gobierno, la preocupación por la economía ha subido del 20,6% al 25,7%.
Como ha analizado el sociólogo David Pac Salas (Desafección y repolitización ciudadana, 2018), la continuidad en la consideración como problema de la política no tiene ya un carácter coyuntural, como en los 90, sino que es un fenómeno duradero que traspasa los límites del "descontento" para entrar en el terreno de la "desafección", que conlleva "un alejamiento de los ciudadanos respecto al sistema político" de carácter estable. El caldo de cultivo, coincide Pac Salas, está en la crisis. El bloqueo siembra aún más desafección sobre ese terreno abonado. El próximo CIS se publicará previsiblemente a finales de septiembre o principios de octubre, quién sabe si con una convocatoria electoral para el 10 de noviembre encima de la mesa. Si hubiera una nueva votación, sería con cifras inéditas de desafección. Electoralmente, el impacto es una incógnita. Sociopolíticamente, los investigadores consultados coinciden en su preocupación.
"¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero?". Entre el 1 y el 11 de julio, los entrevistadores del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) le hicieron esta pregunta a 2.952 personas de 296 municipios, ubicados en 49 provincias distintas, aplicando cuotas de sexo, edad y número de habitantes de las poblaciones para alcanzar una fotografía lo más exacta posible del sentir de la sociedad española. De las respuestas salió un récord sociológico: nunca en la reciente historia democrática los españoles mostraron mayor descontento con sus políticos. No es una impresión rescatada de las maldiciones lanzadas en las conversaciones de bar: hablar mal de los políticos es casi connatural a las democracias. Es una realidad refrendada por los datos, que a su vez apuntan al deterioro de la economía –y a la impotencia de la política para arreglarla– como caldo de cultivo estructural de esta desafección y a la inestabilidad y la falta de consenso como detonantes coyunturales de un auge que pulveriza los máximos de una serie histórica que arranca en 1985.