La censura pervive en las bibliotecas públicas: Franco sigue sin ser el "General Culo Gordo"

Fachada de la biblioteca pública José Luis Sampedro.

En la página 659 de Obras Selectas de Ernest Hemingway, edición de 1988 (Planeta), el protagonista de Al otro lado del río y entre los árboles, el coronel Richard Cantwell, piensa en voz alta. Amó a tres países y a los tres los perdió, dice. Dos los recuperamos, sigue. “Y recuperaremos el otro, General Asno Gordo”. Es lo que dice el texto. Pero quien acceda a la novela original [pincha aquí] y vaya a esos párrafos del capítulo XVII averiguará que el enfermo y triste coronel Cantwell hablaba en realidad del “General Culo Gordo Franco”. En inglés, el “General Fat Ass Franco”.

La edición castellana de 1988 con cuya mención se abre este texto es la que reciben en préstamo los usuarios de, entre otras, la biblioteca José Luis Sampedro de Madrid –la antigua “Biblioteca Pública Central”–, tal y como comprobó este lunes infoLibre. Exactamente igual verificó en otra biblioteca de la capital, la Vázquez Montalbán, cómo una edición posterior (2001, Seix Barral) de esa misma novela ya introduce un cambio que siembra esperanzas. Pero un poco vanas. O un mucho: donde la más antigua se refiere a dos “lesbianas” con el camuflaje lingüístico de dos mujeres “que no son como todas”, la segunda usa el término que define la homosexualidad femenina siguiendo al dictado el original. Ahora bien, la despectiva bofetada de Hemingway a Franco continúa sin existir: solo está el "Asno Gordo".

Una búsqueda en el catálogo colectivo confirma que ambas ediciones, así como otras previas a la desaparición oficial de la censura en 1978, se encuentran en decenas de bibliotecas públicas de toda España sin que los lectores sepan que el rastro dictatorial sigue incólume en sus páginas. El libro de Hemingway se alza así en paradigma de cómo, casi 48 años después de la muerte del dictador y con el debate avivado por la derecha sobre la inutilidad de las leyes de memoria, ninguna advertencia comunica a los usuarios algo relevante: que la versión que están a punto de leer difiere de la original porque la dictadura no iba a permitirle ni al estadounidense ni a Pepito Grillo llamar "General Culo Gordo" al caudillo.

Todo lo que queda por encima de esta línea tiene su origen en los estudios que sobre la pervivencia de la censura franquista lleva varios años acometiendo Jordi Cornellà, profesor de Estudios Hispánicos en la universidad británica de Glasgow.

Libros censurados... publicados en editoriales antifranquistas

Tras el anuncio de Vox de que se derogarán las leyes de memoria allí donde gobiernen con el PP y los elogios de algunos de sus líderes a lo que representó la dictadura, el último trabajo publicado por Cornellà sobre esta materia aborda la situación de las bibliotecas públicas. En un extenso artículo fechado en 2021 –La censura franquista y el patrimonio bibliográfico– pero que no vio la luz hasta mediados de 2022 en el boletín de Anabad –la asociación de archiveros, bibliotecarios, museólogos y documentalistas–, el experto calza un diagnóstico que también hoy puede acabar cobrando mayor relevancia: “En realidad, lo que desapareció en 1978 no fue la censura sino el aparato censor”.

"Paradójicamente –agrega de inmediato–, muchos de los libros expurgados han sido publicados por editoriales antifranquistas que habían sufrido durante años las imposiciones de la Oficina de Orientación Bibliográfica. La razón de este contrasentido es que el contexto de la Transición no favoreció un debate sobre cómo limitar el impacto de las antiguas prácticas censoras, un tema menor comparado con los retos políticos y sociales que había que afrontar".

De James Bond a 'La semilla del diablo'

Esa mancha en el tejido cultural se ha instalado de tal forma que acaba confundida con el dibujo del lienzo, como demuestra el profesor incorporando a su análisis títulos de obras sobre los que nadie esperaría que hubiese caído a plomo la censura. Por ejemplo, Operación Trueno, de Ian Fleming, una de aquellas donde el extraordinario atractivo de James Bond se traduce en un lenguaje erótico que el franquismo arrancó de cuajo, no se sabe si en pro de la familia y la decencia.

Y lo peor –viene a sostener Cornellà en una conversación telefónica con infoLibre– es que la censura bibliográfica ha pasado por completo inadvertida. “El Ministerio no ha hecho nada nunca”, se lamenta Cornellà. El departamento que actualmente dirige Miquel Iceta subraya que la descentralización del área de cultura hace que las competencias en bibliotecas recaigan sobre comunidades autónomas y ayuntamientos. Conclusión: con un marco legal –las dos sucesivas leyes de memoria– que no incluyen ningún precepto relativo a la amputación, prohibición o desvirtuación que sufrieron múltiples textos literarios durante la dictadura, volúmenes como la versión doctrinaria –ultraconservadora pero sin pin parental o social visible– de lo que Hemingway tituló Across the river and into the trees se mantendrán intactos en las estanterías públicas de acceso universal y gratuito.

El de Hemingway y el de Ian Fleming no son casos únicos. Por ejemplo, de una obra tan conocida a través de sus páginas o de la película que originó como es La semilla del diablo, de Ira Levin, desapareció la parte en que los siempre amables y terroríficos vecinos y sus secuaces se burlaban del Papa y otra donde glorificaban al demonio. Como publicó El País en 2018, se ha reeditado la traducción censurada de la novela 16 veces desde el final del franquismo. Y en todas las reediciones faltan los pasajes segados del texto original.

Censura del papel a la pantalla

En su ensayo breve sobre los efectos de la censura en el acervo bibliográfico público, Cornellà sí dispara un aviso al escribir sobre La semilla del diablo, inmortalizada en pantalla por Mia Farrow y John Cassavetes. “Esta versión cercenada también ha sido editada en formato electrónico, lo que es un buen ejemplo de las dificultades que conlleva detectar y atajar el problema tratado. Los nuevos formatos de edición han permitido que la censura siga reproduciéndose y, de hecho, la reedición de obras censuradas será más frecuente a medida que las obras expurgadas durante el franquismo vayan pasando al dominio público”.

Ley de Memoria Democrática y reparación

“Actualmente –escribe Cornellà–, los expedientes de censura se pueden localizar mediante una base de datos solo consultable en el Archivo General de la Administración”, el AGA, ubicado en Alcalá de Henares. Pero la base no solo incluye datos limitados para localizar un expediente sin referencia alguna a “si sufrió cortes o no”, sino que la conforman nada menos que 400.000 registros. No obstante –añade el profesor en su conversación con este periódico–, “se podrían haber implementado estrategias para promocionar la restauración de textos. Para por lo menos paliar algunos de los efectos de la censura”.

Fuera de la ley de memoria

Tres meses antes de que la Ley de Memoria Democrática superase el último trámite en las Cortes y entrase de inmediato en vigor, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) entregó el 5 de julio de 2022 a todos los grupos un decálogo de medidas cuya inclusión en la futura norma solicitaba. El punto 8 decía lo siguiente: “Que se retiren de las bibliotecas de todo el Estado los libros que siguen amputados por la censura franquista. Que se haga una comisión cultural que repare y rehabilite libros, películas y cualquier otra manifestación artística perseguida por el franquismo en la que permanezcan las consecuencias de la censura”.

¿Se incorporó al texto legal alguna referencia de ese tenor? “Nada de nada”, responde lacónico Emilio Silva, presidente de la ARMH, así que para los usuarios de múltiples bibliotecas públicas del país el “General Asno Gordo” continuará siendo un invento del escritor y periodista estadounidense. Y así, en silencio, Franco seguirá pisando por tiempo indefinido determinados libros sin dejar una huella visible.

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