Ni “chismografía” ni asuntos del corazón: la relevancia de los audios del emérito con Bárbara Rey
“Emilio, tengo que contarte algo”, le confiesa Juan Carlos I al director del CESID en el verano de 1994. “Verás, me llamó Bárbara Rey y me fui a almorzar con ella… Tuve algún gesto, le toqué un pecho. El viernes llamó una persona a Zarzuela y dijo que tiene fotos. Pide 100.000 dólares”, le cuenta. “Es un chantaje”, responde Manglano.
Este es el inicio de la historia de protección del Estado al emérito que se ha hecho evidente tras la publicación de los audios y fotografías entre él y la famosa vedette. Un episodio que relatan Juan Fernández-Miranda y Javier Chicote en El jefe de los espías (Rocaeditorial, 2021), libro en el que se sumergen en el archivo personal de Emilio Alonso Manglano, director del CESID de 1981 a 1995.
La chismografía: la estrategia de suscribirlo al corazón
Esta semana, el expresidente Felipe González se refería a los audios entre Bárbara Rey y el emérito en Antena 3 como “chismografía”. Como él, algunos sectores de la vieja guardia política y mediática están intentando suscribir este caso al ámbito de la prensa del corazón. Una estrategia que, tal y como explica el profesor e historiador Julián Casanova, hace aguas.
“Hay que separar el chascarrillo, por ejemplo, algo relacionado con la potencia sexual, de lo relevante. Y cuando un monarca tiene una amante y le cuenta cosas de Estado, no es chismografía. Es normal que los que convirtieron al rey en un personaje inmaculado de la inmaculada Transición quieran seguir protegiéndolo, pero esto no va a cambiar la historia ni va a redimirlo”.
Más allá del morbo que puede despertar escuchar cómo se expresa el emérito en la intimidad, la extrema confianza que tenía con su amante y el estado de su falso matrimonio con la reina Sofía, estas conversaciones reveladas por okdiario son relevantes por cómo le confiesa sus secretos, preocupaciones y opiniones sobre el contexto político de aquellos años.
Los lugares ocultos del 23F
Juan Carlos I se pronuncia sobre los políticos de la época o habla, en estos términos, del general Alfonso Armada, condenado a prisión por el 23F y con quien siempre tuvo buena relación. “Ese se ha pasado siete años en la cárcel, se ha ido a su pazo de Galicia y el tío jamás ha dicho una palabra. ¡Jamás!”. Unas declaraciones que han despertado, de nuevo, las sombras sobre el papel que jugó en el intento de golpe de Estado, lo que sabía y lo que no.
Esta semana, Podemos instaba al Gobierno a desclasificar la documentación relativa al 23F. “La implicación del rey está por aclarar. ¿A qué se refiere cuando habla de Armada? Que hable así del 23F es algo preocupante”, afirmaba el portavoz de Podemos en el Congreso Pablo Fernández. “Ha pasado demasiado tiempo para que sigamos sin saber toda la verdad de lo ocurrido”, añadía.
El papel de la prensa
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¿Qué sentido tiene hoy, por ejemplo, mantener inquebrantable la ley de secretos oficiales? “En la era digital, tiene más sentido político que histórico”, opina Julián Casanova. “Es verdad que algunos hechos históricos necesitan el paso del tiempo para valorarlos en su complejidad, pero los “leaks” [filtraciones] de esta época han cambiado el valor de algunos de los documentos, que antes dormían en la oscuridad de los archivos durante décadas”.
El jueves, en una entrevista con Risto Mejide en Todo es mentira, Juan Luis Cebrián admitía que en aquellos años la prensa sabía que no debía atacar a la monarquía parlamentaria. Y quien lo intentaba era vigilado por los servicios de inteligencia. Como le sucedió a la periodista Pilar Urbano cuando se puso a “husmear” en algunos detalles del intento del golpe de Estado, según cuentan Chicote y Fernández-Miranda en su libro.
En la investigación histórica, “nunca se llega a saber toda la verdad”, concluye Julián Casanova. Sobre lo sucedido durante el 23F “se conocen verdades relativas. Hay mucha información, pero faltan todavía algunas piezas que podrían introducir matices. ¿Cambiar la historia de lo que se sabe? Sí. ¿Cambiar la historia con mayúsculas? No”.