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LA DANA MÁS MORTÍFERA

Un cole improvisado para proteger a los niños: "Dejan las botitas debajo de la silla y entran a un mundo nuevo"

Erika Asensi entretiene a un grupo de niños mientras sus padres trabajan en la calle para limpiar los restos de la dana, este jueves en Alfafar (Valencia)

Cloe tiene tres años. Hace dos meses pasó de la guardería al colegio y el cambio fue difícil, tardó en hacer amigos, y ahora vuelta a empezar. La riada ha dejado a miles de niños en la provincia de Valencia sin escuelas, y los padres necesitan dejarlos en algún sitio mientras limpian la casa, van a por comida y ayudan a la familia. Así que Cloe y otro medio centenar de niños acuden ahora a pasar la mañana a una ludoteca montada por un grupo de voluntarios junto al Ayuntamiento de Alfafar (Valencia). 

Allí corren, saltan, pintan, leen… lo que necesitan hacer a su edad. La monitora del campamento, Erika Asensi, improvisa durante horas y se deja la piel para que se rían a carcajadas y bailen, y se olviden de lo que hay fuera. Unas persianas opacas no dejan ver a través de las ventanas, que dan a una calle por donde pasan continuamente bomberos, militares y vecinos con mascarillas y guantes. "Sorprendentemente están muy bien, ya los ves. Tenemos mucho que aprender de ellos", dice este jueves orgullosa esta estudiante de psicología de 36 años, que lleva desde los 16 tratando con niños.

La ludoteca se ha improvisado en la escuela de música de Alfafar, un municipio de 20.000 habitantes al sur de València, y sobre el mismo tatami que juegan los niños, por la noche duerme un grupo de policías que ayudan en el pueblo. Asensi madruga todos los días para desinfectar la zona y construir un cole en miniatura en una sala donde también hay pilas de cajas con donaciones que llegan de todo España. Con una barrera de sillas simula un aula que tiene tres espacios: el del movimiento, el del espectáculo sorpresa y el del arte.

"Este es su espacio seguro. Dejan sus botitas manchadas debajo de la silla, y entran en un mundo nuevo, donde solo tienen que pensar en jugar con sus amigos. Tenemos nenes que después de varios días empiezan a hablar. Para ellos también es un proceso lento de interiorizar, como nos pasa a los adultos", explica Erika. "En este momento necesitan mucho cariño porque algunos pasaron toda la noche rodeados de agua, subidos a sillas… y tener este espacio es una manera de abstraerse. Es una ayuda fundamental", añade.

Este cole abrió el sábado y desde entonces han ido improvisando y adaptándose a lo que les iba llegando porque la respuesta de los padres ha sido masiva. El martes ya se plantaron más de 150 niños en la puerta a las 10.00 de la mañana y el caos fue de tal calibre que han tenido que acotar la edad para que solo entren de tres a siete años, y limitar el aforo a medio centenar. Pero hay más de 200 padres que se han pasado por allí o han llamado para intentar para que cuiden de sus niños.

Laura Martín es la madre de Cloe y cuenta que su hija está muy afectada por las inundaciones. Aunque vive en un bajo, su casa de Alfafar es de las pocas del barrio que se libró del agua, pero eso no ha evitado que su hija sufra por el estrés de la situación. "Ha perdido el apetito y antes era súper comilona. Anoche también se despertó varias veces porque tenía sed y quería besos, necesita mucho amor, y hace más de un año que no lo hacía. Sé que algo le ronda la cabeza", relata Laura.

"Es que hasta me decía estos días:

—Mamá, tenemos mucha suerte de que nuestra casa se haya librado, ¿verdad?

Nosotros flipábamos. Y por la mañana me pregunta:

—¿Hoy vais a ayudar otra vez a la gente?

De verdad que se entera de todo con tres años. Y cuando vamos a su cole a por comida, porque hay un punto de voluntarios, me dice que por qué no puede quedarse. Que si hemos cambiado de cole. Tiene muchas dudas".

Todo surge de vecinos y voluntarios

El centro al que acuden estos niños era hasta hace una semana una escuela de música privada, y la idea de transformarlo en un colegio temporal fue de los propios vecinos, como la mayoría de iniciativas que surgen estos días en los pueblos afectados. Los organizadores están muy enfadados con el Ayuntamiento porque necesitan más espacios para abrir ludotecas, pero de momento no hay respuesta. Los niños que no caben en este centro se pasan el día en la calle con sus padres o en casa con los abuelos, pero no les pueden prestar atención y muchos incluso se han quedado incluso sin juguetes por la riada.

Iris de la Vega, una vecina del municipio de 37 años, fue la que coordinó la apertura de la escuela, y dice que está en contacto con el consistorio para abrir un par de centros más, pero por ahora no ha dado resultado. "Hemos tenido que poner un aforo porque no dábamos abasto, y ha habido padres que se han enfadado y me he tenido que comer comido yo todas las broncas por dejarles fuera. Hay gente muy desesperada porque hay mucho que limpiar, y algunos vuelven también al trabajo", afirma.

Una ludoteca en una parroquia

A un par de calles de este centro, en la plaza del Ayuntamiento, otra chica recién graduada en educación social ha montado por su cuenta una pequeña ludoteca en un centro parroquial, y algunos niños que no caben en la antigua escuela de música, acaban aquí. "Cuando pasó lo peor, inmediatamente pensé en los niños, y el párroco me dejó este espacio para que puedan pasar unas horas", comenta Marta López, una maestra de 23 años.

Abrió la sala el martes y ese día apenas fueron cuatro niños, pero después se corrió la voz y el miércoles fueron 15. "De momento muy bien, yo me esperaba que estarían peor porque por ejemplo hay una nena que pasó la noche con el agua por el cuello". De todas formas, ella no pregunta a los niños por lo que han pasado, sino que les da libertad para que cada uno asiente sus sentimientos y se exprese a su ritmo. "Pensaba que alguno llegaría en shock, pero están muy alegres, lo que importa ahora es que jueguen y se despejen".

Una de las madres deja a su niña de cinco años con Marta y explica que lo hace para que salga a la calle y se habitúe a lo que hay a su alrededor. "La hija de una amiga mía lleva sin salir desde la riada porque le ha cogido miedo a la calle. Yo no quiero que le pase lo mismo a la mía, quiero que se acostumbre a esto porque puede volver a pasar el año que viene, o en cinco".

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