Las escuelas de debate, un antídoto social contra la desinformación que puede mejorar la política

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Niños, jóvenes y adultos. Políticos, periodistas, profesores o abogados. Las escuelas y formaciones de debate se están convirtiendo en una nueva tendencia para todas las edades y todos los perfiles académicos y profesionales, según revela el aumento de las matriculaciones. Y, como consecuencia, han empezado a abandonar su tradicional encorsetamiento en el ámbito privado. Cursos, talleres, sociedades, incluso títulos propios y másteres oficiales. Las universidades públicas multiplican su oferta en este tipo de formaciones y ponen el foco en un área educativa hasta ahora desatendida: la oratoria.

Pero, ¿qué habilidades esenciales permite desarrollar el debate? Uno de sus beneficios principales, más allá de aprender a expresar e intercambiar ideas, es la construcción de pensamiento crítico y analítico. “Incluso respecto a cuestiones en las que pensabas que tu postura era infalible y no tenía fallas”, matiza Adrián Fernández, diputado del Parlamento Vasco del PSOE, formador y juez de competiciones de debate y Mejor Orador de la Liga Española de Debate Universitario en el año 2020. “Cuando te pones frente al espejo y te abres a considerar otros planteamientos, te das cuenta de por dónde cojean tus ideas y, de lo contrario, de factores interesantes de otros discursos”, continúa explicando, recordando su paso por la Sociedad de Debate de la Carlos III de Madrid.

También es una buena estrategia para reconocer y protegerse contra los bulos. “Como formador en la Universidad del País Vasco (UPV), insisto siempre en el primer paso de toda preparación: la búsqueda de información veraz, fiable y contrastada. En no quedarte con el primer dato que encuentras y con la idea preconcebida que tienes sobre determinado tema”, desgrana Fernández. Y aquí radica el principal problema: no todo el mundo tiene acceso a este tipo de formaciones. O lo que es lo mismo, existe una brecha formativa que favorece la vulnerabilidad frente la manipulación discursiva y la desinformación esparcidas por determinados grupos mediáticos y políticos.

“Aunque están creciendo el número de cursos y sociedades en el espacio público, todavía siguen estando muy monopolizados por el sector privado o limitados al entorno universitario, que ya de por sí es un filtro social”, advierte Fernández. La solución: incluir las competencias en oratoria dentro del sistema educativo ordinario. Y cuanto más temprano, mejor. “Es la única forma de evitar que solo los miembros de familias ricas y con mayor nivel cultural desarrollen las famosas ‘habilidades blandas’”, sentencia el político.

Ahora bien, más allá de una asignatura concreta, lo que los expertos ponen sobre la mesa es un cambio estructural, repensar el propio modelo de impartición de clases. “Ocurre lo mismo con el feminismo. La clave está en incluir la perspectiva de género en todas las materias”, desarrolla Fernández. En este caso, se trataría de pasar de las anticuadas clases magistrales a modalidades que fomenten la participación activa de los alumnos en forma de debates, ponencias, mesas redondas…

¿Y por qué ahora? Fernández sitúa el origen de la creciente popularidad del debate en una demanda del mercado. “Aprovechemos la demanda para democratizar estas formaciones y hacerlas accesibles a todas las capas de la sociedad”, insiste una vez más. No es una ninguna casualidad que los cursos y clubes de debate hayan prosperado hace mucho en el ámbito de la educación privada. El interés por la oratoria apunta hacia la pretensión de hacer oír la propia voz en el discurso público. Si se regalan las habilidades oratorias a las élites, se consiente el secuestro de la voz pública.

Políticos a debate

En contra de la creencia habitual, las habilidades de un orador no tienen por qué ser patrimonio exclusivo de representantes públicos o profesionales de la comunicación. “En España, el perfil de asistentes a este tipo de cursos es muy variado. Todo el mundo puede beneficiarse de aprender a argumentar y debatir ideas desde el respeto y la tolerancia”, confirma Daniel Casanueva, presidente de Trivium, una de las asociaciones de debate más grandes de Madrid, con convenios con escuelas y universidades como la UC3M, la URJC y la UNED.

Saber debatir implica además adquirir una mayor capacidad para manejar desacuerdos de manera constructiva. "Es una herramienta de resolución de conflictos esencial para la salud democrática", enfatiza Casanueva. "Deberíamos exigirnos más como ciudadanos, hablar y escuchar más voces y puntos de vista, para poder tomar mejores decisiones informadas. Y, desde luego, exigir mucho más a quienes nos gobiernan".

Tampoco todos los políticos españoles han recibido necesariamente formación específica en debate. Para todo lo que tiene que ver con la construcción de discurso y la manera de comunicar, se sigue recurriendo sobre todo a los tradicionales asesores o directores de comunicación. "No se lleva todavía tanto como en EEUU o Latinoamérica la figura del spin doctor, al estilo Iván Redondo", añade Fernández. Aunque es una fórmula de asesoramiento en clara expansión en los círculos políticos nacionales. "Los políticos se rodean de muchos expertos que les instruyen en la preparación de debates, intervenciones y discursos, según cada caso y la habilidad de base que tengan. Hace tiempo que en España ya se ha empezado a hablar de spin doctors. Por ejemplo, Verónica Fumaral, de la escuela americana u Óscar López, ambos asesores de Pedro Sánchez. Incluso Miguel Ángel Rodríguez, responsable del estilo comunicativo de Ayuso", completa Eva Aladro Vico, profesora titular de la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM, especializada en comunicación política.

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Más allá de la asistencia personalizada, el modelo estadounidense y del norte de Europa de academia de debate para futuros políticos no termina de cuajar en España. A más de uno podría no venirle mal, aunque con matices. "Las normas del debate académico poco tienen que ver con el debate político o electoral", subraya Fernández. Se pueden ganar campeonatos de debate y que las cosas no vayan tan bien en el plano político. Para ejemplo, el ex dirigente de Ciudadanos, Albert Rivera, campeón con el equipo de debate de la Universitat Ramón Llull en la Ledu de 2001.

Hay que saber aterrizar lo que se dice, evitando la tentación de automatizar discursos estereotipados y formalmente perfectos pero vacíos o incomprensibles. "Y de utilizar nuestra capacidad discursiva para dirigir a la ciudadanía en determinada dirección”, defiende Fernández, consciente del riesgo de caer en derivas populistas y que socavan la democracia. En este punto coindice Casanueva, para el que "debatir no implica convencer a través de la emoción, las falacias y los trucos dialécticos, sino a través de la lógica". En palabras del parlamentario vasco: "No somos comerciales, no vendemos un producto. Comunicamos una forma de entender el mundo".

Hablando de comunicación, tampoco los periodistas y tertulianos parecen disponer de demasiados opciones de formación en oratoria en los entornos públicos. "Suelen ir más por libre. Hay talleres integrados en algunos másteres y títulos propios. En la propia Facultad de Comunicación de la Complutense, en las asignaturas de comunicación política, solemos reservar un pequeño espacio para enseñar a comunicar en debates, pero no hay algo organizado de modo reglado. De ahí la necesidad de buscar en cursos y escuelas privadas estos contenidos", concluye Aladro. 

Niños, jóvenes y adultos. Políticos, periodistas, profesores o abogados. Las escuelas y formaciones de debate se están convirtiendo en una nueva tendencia para todas las edades y todos los perfiles académicos y profesionales, según revela el aumento de las matriculaciones. Y, como consecuencia, han empezado a abandonar su tradicional encorsetamiento en el ámbito privado. Cursos, talleres, sociedades, incluso títulos propios y másteres oficiales. Las universidades públicas multiplican su oferta en este tipo de formaciones y ponen el foco en un área educativa hasta ahora desatendida: la oratoria.

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