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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

La crisis del bipartidismo

España se mimetiza con Europa y afronta una era de gran fragmentación política

Papeletas de diferentes partidos dispuestas en un colegio electoral.

¿Se puede gobernar con un Congreso atomizado? El final del bipartidismo, en las elecciones de diciembre de 2015, no sólo se ha consolidado sino que, aparentemente, va a más. La suma de votos del PP y del PSOE, que antes se movía con soltura entre el 70 y el 80%, no supera el 56% desde 2016 y la última encuesta de 40dB publicada por El País sugiere que los dos partidos del turnismo español tras la restauración democrática se mueven ahora mismo por debajo del 50%.

El mapa político actual ha obligado a los partidos a cambiar su cultura de pactos y a trabajar sus alianzas en cada momento en función de los debates que se plantean. El Gobierno de Pedro Sánchez lo ha puesto en práctica a lo largo de la primera mitad de la legislatura, apostando por la izquierda en algunas medidas, entre ellas los Presupuestos Generales del Estado, y echando mano de la derecha en otras, como la prórroga del Estado de Alarma con la ayuda de Ciudadanos.

Fuentes de la Moncloa recuerdan que el presidente Pedro Sánchez ya asumió con “pragmatismo” esta realidad después de que la repetición de las elecciones en noviembre de 2019 disipase el sueño de una mayoría holgada. El líder del PSOE, aseguran, es quien mejor ha interiorizado que la nueva política va a exigir a corto y a medio plazo gobiernos de coalición y complejas negociaciones para llegar a acuerdos.

Lo que no significa, subrayan, que no sea posible avanzar, como demuestra el hecho de que el Gobierno haya superado el ecuador de la legislatura con dos presupuestos aprobados y sin haber perdido ninguna votación importante. La coalición ha demostrado que es posible dar “estabilidad” al país sin tener mayoría absoluta.

La expresión política de España nunca ha sido tan plural como lo es en estos momentos. Y aunque ese fenómeno no parece que vaya a ir a menos, el líder del PP, Pablo Casado, sigue creyendo que es posible regresar al bipartidismo. Y que la multiplicación de partidos en el Congreso es un problema: “El multipartidismo es lo peor que ha pasado en España en diez años”, llegó a afirmar en una entrevista en Telecinco el verano pasado.

Casado no oculta su nostalgia por los tiempos en los que el PP sucedía de manera natural al PSOE y viceversa. Es en parte consecuencia del escaso margen que su partido tiene para elegir socios. Más allá de Vox el PP sólo puede esperar el apoyo de UPN, Foro y Coalición Canaria, apenas cuatro o cinco diputados. Y quizá de Ciudadanos, si logra sobrevivir a las próximas elecciones. El resto, sobre todo los partidos nacionalistas e independentistas, incluidos los más próximos a la derecha, como el PNV, Junts y el PDeCAT, están hoy por hoy fuera de su alcance.

Ciudadanos propone desde hace años una solución que le gustaría al PP, pero para la que no existe mayoría en el Congreso. Los naranjas siempre han defendido una reforma electoral que eleve el listón que da acceso al reparto de escaños restringiéndola a las formaciones capaces de sumar al menos un 3% de los votos en el conjunto de España. ¿El objetivo? Dejar fuera del Congreso a los nacionalistas y ampliar la cuota de representación de los partidos de ámbito estatal.

El Congreso de los Diputados tienen en estos momentos once grupos parlamentarios y en él están representados 24 partidos. En 2023, si se cumplen las expectativas de la Plataforma España Vaciada, pueden ser más, a costa sobre todo de los cuatro más numerosos (PSOE, PP, Vox y Unidas Podemos). 

Si no existen mayorías claras, y las últimas encuestas apuntan en esa dirección, en la próxima legislatura llegar a acuerdos será todavía más difícil que en esta. Pero España no es en esto una excepción. Si acaso, un país que se incorporó tarde a un fenómeno que va a más en casi toda Europa. 

El declive del bipartidismo europeo

En la Unión Europea el peso de los dos grandes partidos tradicionales —los socialdemócratas y los populares— es también cada vez menor. Crecen, a su costa, liberales, verdes, formaciones de izquierda, ultraconservadores y ultraderechistas. En Estrasburgo se sientan ahora mismo siete grupos políticos sin contar el cajón de sastre de los no inscritos. La suma de los dos grandes grupos tradicionales (325 escaños) no alcanza para reunir mayoría absoluta 353), así que hace falta, como mínimo, el concurso de una tercera formación. De hecho, para nombrar una nueva Comisión se vieron obligados, por primera vez desde la fundación de la UE, a contar con los liberales.

A pesar de ello, el Parlamento Europeo llega a acuerdos. Sus grupos están en su mayoría acostumbrados a negociar, a ceder y a pactar para tomar decisiones necesariamente representativas de la cada vez más plural política europea.

Europa esta poblada de ejemplos que son a la vez una prueba de las dificultades que entraña un hemiciclo superpoblado de siglas y de la habilidad de las democracias del viejo continente a la hora de tejer alianzas capaces de dar soporte a ejecutivos viables. 

Esa es la razón por la que en Bruselas no extrañan las diferencias internas dentro de gobiernos como el español. De hecho, es la norma en la inmensa mayoría de las capitales, donde en los ejecutivos a menudo hay tres o más socios y en los parlamentos no sólo ha aumentado el número de partidos representados sino que también se ha reducido el peso de la fuerza más votada.

En la Asamblea Nacional de Francia, por ejemplo, hay más del doble de partidos que hace 20 años.

Alemania acaba de estrenar un gobierno tricolor (socialdemócratas, liberales y verdes) después de unas elecciones en las que aunque sólo alcanzaron escaño nueve partidos, el ganador (SPD) se hizo apenas con el 28% de los escaños de la Cámara (por comparar, el PSOE tiene el 34,2% de los asientos del Congreso).

En la Cámara de Diputados de Italia la división abrió hueco a trece grupos, pero la formación de mayorías ha supuesto nuevas divisiones que han atomizado aún más la representación, El Gobierno de Mario Draghi, que ni siquiera es diputado, se apoya en una heterogéneas alianza compuesta por el Movimiento 5 Estrellas (M5S), La Liga, el Partido Democrático, Italia Viva, 13 diputados del grupo mixto y una parte de otras dos fuerzas (Forza Italia y Libres e Iguales). El grupo mayoritario (M5S) tiene apenas el 25% de los asientos en la Cámara.

Mark Rutte, el primer ministro de Países Bajos, acaba de formar gobierno después de una negociación que ha durado 271 días. El nuevo ejecutivo, como el anterior, es cuatripartito: el VVD de centro-derecha de Rutte, el D66 de centro-izquierda, el CDA de centro derecha y Christen Unie (conservadores). 

El caso sueco

En Suecia, con un Parlamento muy fragmentado y a la espera de lo que suceda en las elecciones de este año, la socialdemócrata Magdalena Andersson se convirtió en diciembre en la jefa de un gobierno minoritario de partido único, que cuenta con 100 de los 349 diputados del Parlamento (el 25% de la Cámara). Hasta ese momento gobernaba el país una coalición rojiverde pese a no tener mayoría gracias al cordón sanitario —cada vez más endeble— que todos los partidos decretaron para aislar a la ultraderecha de Demócratas de Suecia. 

“Tenemos una larga tradición de colaborar [con otros partidos] y estamos listos para hacer lo necesario para llevar a Suecia hacia adelante”, declaró Andersson nada más tomar posesión. Hasta ahora, socialistas y verdes habían tenido que negociar con centristas y liberales, además del Partido de Izquierda Socialista. El anterior primer ministro, el también socialdemócrata Stefan Löfven, cayó derrotado por una moción de censura impulsada en junio por los centristas.

En Dinamarca gobiernan los socialdemócratas en solitario pero, a diferencia de lo que ocurre en Suecia, en virtud de un acuerdo suscrito con el llamado “bloque rojo”: Social Liberales, Socialistas Populares y la rojiverde Lista Unitaria, además de otros tres pequeños partidos. La primera ministra es Mette Frederiksen y su partido, aun siendo el más votado, sólo consiguió en las elecciones de 2019 el 25,9% de los sufragios. La oposición la forman siete formaciones. 

Dinamarca tiene una larga tradición de gobiernos compuestos obligados a pactar que la serie de televisión Borgen —cuya nueva temporada se estrena el 13 de febrero— ha hecho popular en todo el mundo. Pero esta es la primera vez que ensaya el gobierno de un partido en solitario y en clara minoría.

El cordón sanitario a los ultras de Auténticos Finlandeses (segunda fuerza del país nórdico con 39 escaños) obligó a los socialdemócratas fineses, el partido más votado en este país (apenas 40 asientos en un Parlamento de 200 diputados), a pactar con otros cuatro y formar una coalición a cinco con la Alianza de Izquierda, los verdes, la minoría social liberal y el Partido del Centro.

Hasta el año pasado, en Noruega, en cambio, la derecha tradicional había abierto las puertas del ejecutivo a los ultras para echar a un lado al partido laborista, el más votado en 2017 pero con sólo 49 escaños en un Parlamento de 169. En el gobierno estaban los socios noruegos de Vox (el Partido del Progreso), un partido liberal y los democristianos, que presidían el Ejecutivo a pesar de tener apenas 45 escaños. Los cuatro sumaban mayoría absoluta.

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Las elecciones de 2021 cambiaron ese equilibrio al castigar a la coalición. Ahora gobiernan en solitario —pero en minoría— los laboristas, pese a perder un diputado y tener apenas el 26,3% de los votos. Los conservadores retrocedieron nueve y los ultras seis.

Suiza es otro buen ejemplo de atomización, pero sobre todo de acuerdos. En su Parlamento hay 18 formaciones políticas y la tradición da lugar a la creación de gobiernos muy transversales independientes de la ideología. El ejecutivo actual tiene el apoyo de 146 de los 200 diputados de la Cámara.

Aquí el partido más votado, el PP suizo, lo fue con el 25,59% de los votos. Comparte el Consejo Federal del país —el Gobierno— con el Partido Socialista, los liberales y el Partido de Centro.

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