Era el arranque de agosto de 2018. Poco más de un mes después de su elección como presidente del PP, Pablo Casado se planta en Algeciras (Cádiz) y Ceuta a hablar sobre/contra la inmigración con un mensaje que parecía sacado del manual de la extrema derecha europea. "España no puede afrontar la llegada de millones de inmigrantes", dijo. Logró titulares y la foto del día. Tras saludar a un grupo de subsaharianos, alertó contra el "efecto llamada" por el "buenismo" del Gobierno. Pues bien, todos aquellos mensajes pueden parecer mejores o peores políticamente, ideológicamente, éticamente. Pueden parecer adecuados o no como mecanismo de atracción de atención de un líder necesitado de share. Pero lo que admite poco debate es que, estratégica y electoralmente, no funcionaron para su partido. Entonces era opinable; hoy hay base empírica para dar por seguro que Casado erró.
Lo mismo puede decirse sobre las apelaciones que hacía Casado a la "España de los balcones", una aproximación retórica al populismo nacionalista de Vox durante el procés. O sobre sus declaraciones acerca del aborto, mostrándose favorable a que la mujer "sepa lo que lleva dentro", comentario alineado con los partidarios de que la embarazada oiga el latido fetal antes de decidir. O sobre su promesa de librar la "batalla cultural" contra los valores progresistas, otra expresión compartida con el partido de Santiago Abascal e importada de la derecha radical de Estados Unidos. Todo ello lo dijo/hizo Casado durante su etapa como presidente del PP, con la confianza de que así achicaría el espacio a Vox y sus votantes volverían "a casa". Se equivocaba.
Los estragos del "efecto contagio"
Hay abundante literatura académica sobre cómo la irrupción de la ultraderecha influye y cambia a la derecha tradicional o convencional o moderada, que abarcaría a todos esos partidos conservadores, liberales, neoliberales, democristianos e híbridos. Aquí y aquí pueden leerse dos estudios sobre lo común que resulta el "efecto contagio". Mucho menos explorado está el terreno que ahora pisan los investigadores en ciencia política Werner Krause, Denis Cohen y Tarik Abou-Chadi en su artículo ¿Funciona la adaptación? Las estrategias de los partidos mayoritarios y el éxito de los partidos de la derecha radical, donde analizan estrategias partidistas, resultados electorales y trasvases de voto en 12 países entre 1976 y 2017: Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Francia, Italia, Noruega, Países Bajos, Reino Unido, Suecia y Suiza.
El trabajo, publicado por Cambridge University Press, desmonta la extendida "creencia" según la cual las estrategias de adaptación a la extrema derecha son "beneficiosas, si no imperativas". "Siguiendo este razonamiento" equivocado a juicio de los autores, "los partidos de derecha radical deberían tener menos éxito cuando los partidos establecidos adoptan posiciones restrictivas en materia de inmigración", aspecto en el que los investigadores ponen especial énfasis. A tenor de los resultados del estudio, no es así. Incorporar temas de la extrema derecha, ir a su rebufo y mucho más adaptarse a sus mensajes no arrincona, sino que engorda a la extrema derecha.
Imitar es perder
"Aunque está bien documentado que los partidos mayoritarios reaccionan al éxito de la derecha radical cambiando su posición política, estas estrategias no parecen dar resultados electorales", señalan los autores. Se cumple la máxima de Jean-Marie Le Pen, antiguo líder del Frente Nacional: los votantes "prefieren el original a la copia". Cuatro sentencias de los autores. 1) "Nuestros resultados sugieren que la adaptación posicional es infructuosa en el mejor de los casos y puede ser perjudicial en el peor". 2) Queda bajo sospecha la "creencia generalizada" de que la adopción de posiciones "más autoritarias-nacionalistas y antiinmigración [...] frenaría el éxito de la derecha radical". 3) "Los cambios adaptativos se han vuelto cada vez más ineficaces, dando lugar a un efecto significativamente positivo en las transferencias netas de votantes a los partidos de derecha radical" 4) "Acomodar las posturas de la derecha radical no beneficia a los partidos convencionales, incluso si endurecen una postura que antes defendían. Por el contrario, los votantes desertan de estos partidos hacia la derecha radical en cantidades notables".
Aunque el artículo ofrece múltiples matizaciones y plantea casos variados, no hay duda de que la "beneficiaria neta" de la imitación es la derecha radical, que ve legitimadas sus ideas y el terreno abonado para su crecimiento. Uno de los autores, Werner Krause, investigador en la Universidad de Viena, señala sobre el caso español a preguntas de infoLibre: "Existe una amplia evidencia científica de que cuanto más atención reciben los temas centrales de la derecha radical –inmigración y proteccionismo cultural–, más votos consiguen estos partidos. En estas circunstancias, los partidos de extrema derecha pueden ganar visibilidad pública, lo que generalmente les beneficia más que les perjudica. En este contexto, la derecha establecida haría bien en no prestar a la derecha radical y a sus demandas políticas más atención de la que merecen".
La deliberada ambigüedad de Feijóo
El politólogo Oriol Bartomeus, autor del ensayo El terremoto silencioso (2019, CIS), tiene el ojo entrenado en el estudio del comportamiento electoral en la era de la volatilidad. Su criterio es coincidente con el de Cohen, Krause y Abou-Chadi. "El abrazo a la extrema derecha siempre acaba mal para el otro partido, que no es visto como el auténtico radical y sí como un sobrevenido. En cambio, ocurre mucho. A veces porque tú mismo [el partido de derecha moderada] usas ese discurso y radicalizas tu voto. Otras veces porque tu electorado se ha radicalizado y crees que radicalizando tu discurso lo seducirás, pero en realidad lo que haces es confirmarle que va en la buena dirección, al mismo tiempo que arrastrar a posiciones radicales a otros sectores de tu electorado que no estaban ahí, aumentando el escoramiento", explica. En resumen, nunca es una buena idea.
Bartomeus cree que Feijóo está actuando, como mínimo, con astucia. Su posición en relación con Vox es, entre otros factores, una de las explicaciones de la mejora de las perspectivas electorales del PP, que en el CIS ha pasado del 23,8% de intención de voto en marzo de 2022, antes de su elección, al 30,01% ahora, una mejora menor que la que le atribuyen numerosas encuestas privadas. En todas va ya en cabeza. El líder del PP logra crecer tanto a costa de Vox como del PSOE. ¿Cómo? Responde Bartomeus: "Al contrario que Casado, Feijóo se centra en lo suyo y no va detrás de todo lo que va diciendo Abascal. El mensaje a su electorado está muy claro: 'Vox no vale la pena'. Es una forma de actuar muy sibilina. Ignora a Vox y desliza que su momento ya pasó, que está en decadencia, cuando lo cierto es que no ha habido ninguna debacle en el partido [ganó dos escaños en Andalucía con respecto a 2018]. Pero al ignorarlo y no hablar de sus temas, cierra la frontera entre su electorado y Vox, evita pérdidas y pone en duda a muchos votantes instrumentales de Vox que ahora ya no tienen claro que hacer, porque Feijóo, en parte gracias a la gran publicidad de que disfruta, tiene una imagen presidenciable que Casado nunca tuvo".
Feijóo no ha llegado a hacer una solemne afirmación de unos altos valores liberales opuestos a los de Vox para diferenciarse y marcar perfil propio, como Casado en aquel impetuoso arranque durante moción de censura de Abascal, cuando abrió una línea a la que luego no dio continuidad. Simplemente, Feijóo se limita a reivindicar "una imagen moderada, sin concretar nada, evitando muchos temas". Lo que no va a hacer nunca es imitar a Vox en temas en que Vox sea el referente, el que lleva el peso de la cuestión. Es decir, no va a ir nunca a rebufo, analiza Bartomeus.
El ejemplo francés es elocuente de lo que no debe hacer el PP. "El discurso del centroderecha –explica Krause– se ha centrado durante décadas en cuestiones relacionadas con la identidad nacional y la inmigración. En lugar de sufrir electoralmente, Reagrupación Nacional es ahora la fuerza electoral más relevante de la derecha". Conclusión, en declaraciones a infoLibre: "Cuando los partidos mayoritarios se acomodan al discurso de la derecha radical, los temas de ésta sobre la inmigración y el proteccionismo cultural empiezan a filtrarse en el discurso público". ¿Significa esto que, si Feijóo ignora a Vox durante el tiempo suficiente, logrará laminarlo? No es probable. Siguiendo el razonamiento de Krause, en todo caso frenará su ascenso. Para que se produzca un hundimiento, explica, hacen falta "mala estructura orgánica", "escándalos públicos" o "disputas entre facciones". Vox no ha llegado al punto de riesgo para su superviencia.
La lucha por la visibilidad
Los estudios en torno al tratamiento mediático a la extrema derecha coinciden en una conclusión: cuanto más tiempo se dedique a los temas que importan a los radicales, aunque sea con un enfoque crítico con su discurso, más ganancia hay para los mesías del descontento. En palabras de Carolina Plaza, investigadora en Ciencia Política en la Universidad de Salamanca: "Está comprobado [...] que hay una relación causal entre el auge del crecimiento del apoyo electoral y la cobertura mediática, sobre todo en relación con la selección de la agenda política". Es también la conclusión a la que llega a nivel general Antonis A. Ellinas en Media and the radical right (2018): periódicos, televisiones y radios, "enmarcando cuestiones clave como la inmigración y la delincuencia, ayudan a legitimar un espacio político en el que la derecha radical pueda prosperar".
Las investigaciones que ponen el énfasis en el marco-agenda no son nuevas. Hajo G. Boomgarden y Rens Vliegenthartb, en Explaining the rise of anti-immigrant parties: The role of news media content (2007), tras poner la lupa en el fenómeno en Holanda y Bélgica, concluyeron que "la prominencia de los temas de inmigración en los periódicos nacionales tiene un impacto significativo y positivo" para la extrema derecha. "Cuantos más medios de comunicación informen sobre temas relacionados con la inmigración, mayor será la proporción agregada de intención de voto de los partidos antiinmigrantes". Esto es así, según esta investigación, sin que una cobertura crítica y periodísticamente solvente de estos temas invierta la tendencia.
De modo que los Abascal y compañía necesitan ante todo visibilidad y normalización. Si sus propuestas pasan a ser discutidas en el espacio público, aceptadas como una opción más, ya ganan. ¿Y qué puede contribuir más a meter sus mensajes en la parrilla televisiva matinal que ser comentados, mucho más aceptados o imitados, por el líder de la derecha homologada? Es otro de los motivos por los que Feijóo ignora –todo lo que puede– a Vox: así también le quita tiempo mediático y contribuye a estrechar su radio de alcance.
Una estrategia con obstáculos
Feijóo se beneficia además de dos ventajas. La primera, en España la visión de la inmigración y la multiculturalidad como problema es menor que en los países del centro y norte de Europa, con lo que Feijóo se ve menos presionado en un tema que, como exponen los investigadores Tim Bale y Cristóbal Rovira en Agenda Pública, es el "zapato" que "más aprieta" a la derecha moderada. La segunda ventaja es que el PP no es un partido democristiano, el tipo de formación que más sufre ante la nueva derecha (Bale y Rovira). A pesar de todo este viento a favor, Bartomeus cree que la estrategia de Feijóo puede toparse con dos obstáculos. En primer lugar, su deliberada ambigüedad puede crearle contradicciones más adelante. Además, amenaza su coherencia la posible necesidad del PP de pactar con Vox tras las autonómicas y municipales de mayo de 2023. "Si los necesitas para gobernar, es difícil hacerlos desaparecer, es imposible ignorarlos", dice. No obstante, conociendo la habilidad de Feijóo para no mojarse si no hay nada que pescar, "intentará soplar y sorber", añade.
Krause también cree que los pactos con los ultras son un peligro para los partidos que reclaman el espacio de la moderación, porque "conlleva inevitablemente el riesgo de integrar y legitimar sus posiciones". "Los partidos centristas que cooperan con la derecha radical se enfrentan al peligro de erosionar el estigma social asociado a estos partidos", sintetiza Krause, que cree que la experiencia general de 30 años de entradas en gobiernos de partidos de extrema derecha –en Italia, Noruega, Austria, Suiza, Países Bajos, Finlandia o Dinamarca– desmiente la extendida creencia en que el poder los desgasta al quitarles el "encanto". En todo caso, se consolidan o dan lugar a nuevas formaciones con las mismas ideas, renovadas. "Esta evolución es visible, por ejemplo, en Italia, donde el ultraderechista Fratelli d'Italia se sitúa en primer lugar en las encuestas".
Una batalla (cultural) a largo plazo
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El sociólogo Iago Moreno, especialista en movimientos en la extrema derecha y fenómenos digitales, da por bueno el diagnóstico general expuesto en este artículo: "Durante la última década la tentativa de 'cerrar el paso al avance de la ultraderecha 'asumiendo' sus reivindicaciones, emulando sus tonos y formas o contagiándose de su semántica y de su estética no ha salido bien". En el caso de España se sumaba la escasa visión estratégica de Casado, que –explica Moreno– cuando apelaba a "la España de los balcones" como "una mayoría desatendida, ignorada y humillada", o cuando insistía en tratar a la izquierda como una "elite cultural" de la que "emanciparse", estaba dando el trabajo hecho a Vox. "Ahora es más difícil [para Vox]. Su entrada a gobiernos de coalición, sus primeros desencantos con las urnas y la pérdida de un compañero de baile como el PP de Casado pueden dejarle fuera de juego", señala.
Moreno es cauteloso sobre el éxito a largo plazo de Feijóo, del que duda que esté "frenando la metástasis" de las ideas de Vox. Según Moreno, el problema de fondo persiste: "El entramado mediático más beligerante y a favor de la derecha, sus casas editoriales y sus organizaciones en la sociedad civil, sus intelectuales orgánicos e influencers, el conjunto del campo derecho sigue estando emocional, intelectual y políticamente amarrado a las lógicas antagonistas, nacionalistas y paranoides del discurso voxista; y Feijóo, si encuentra resitencia, acabará cediendo a eso".
El sociólogo recuerda que Vox "no sale al ruedo a ganar cinco o seis escaños más, sino a transformar el clima político del país a su favor". "Su vocación estratégica apunta más a fondo", concluye. Siguiendo a Moreno, el no mojarse de Feijóo puede ser pan para hoy y hambre para mañana. Un ejemplo: mientras el debate sobre el aborto se recrudece en todo el mundo, atizado por la regresión en Estados Unidos, en el PP proliferan posiciones indistinguibles de las de Vox sin que Feijóo las desautorice. También está asentado el revisionismo histórico, típico rasgo de la extrema derecha. El propio Abascal vende este tipo de logros como victorias. Así lo hacía en una entrevista a El Mundo para relativizar los resultados en Andalucía: "Hemos logrado que todos los debates prohibidos por la izquierda, los progres, cuestionados como estériles por una derecha muy acomplejada, estén de nuevo en la arena política. Vox ha conseguido que a la izquierda le parezca el PP un partido centrado. Hemos logrado un cambio cultural".
Era el arranque de agosto de 2018. Poco más de un mes después de su elección como presidente del PP, Pablo Casado se planta en Algeciras (Cádiz) y Ceuta a hablar sobre/contra la inmigración con un mensaje que parecía sacado del manual de la extrema derecha europea. "España no puede afrontar la llegada de millones de inmigrantes", dijo. Logró titulares y la foto del día. Tras saludar a un grupo de subsaharianos, alertó contra el "efecto llamada" por el "buenismo" del Gobierno. Pues bien, todos aquellos mensajes pueden parecer mejores o peores políticamente, ideológicamente, éticamente. Pueden parecer adecuados o no como mecanismo de atracción de atención de un líder necesitado de share. Pero lo que admite poco debate es que, estratégica y electoralmente, no funcionaron para su partido. Entonces era opinable; hoy hay base empírica para dar por seguro que Casado erró.