Un mundo en crisis
El fiasco de Afganistán desmonta el mito de que la democracia pueda 'exportarse' por la fuerza
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El académico italiano Daniele Archibugi, de larga trayectoria investigadora en el campo de las relaciones internacionales y la globalización, ha dedicado importantes esfuerzos a tratar de responder una pregunta: ¿Se puede exportar la democracia?
No es raro que ahora, con 63 años, dirija su mirada a Afganistán y haga balance. "La democracia es un régimen político que da poder al pueblo. Si una potencia externa quiere empoderar al pueblo mediante bombardeos aéreos e invasiones, es muy difícil que el pueblo se sienta empoderado. Percibirán la intervención externa como un abuso, incluso si el gobierno en funciones de su propio país es una dictadura. Esto es lo que ha ocurrido tanto en Afganistán como en Irak. En lugar de crear un consenso a nivel local, la guerra ha polarizado las posiciones y ha fomentado las divisiones étnicas", responde.
Archibugi, que ha enseñado en las universidades de Sussex, Cambridge y Roma, así como en la London School of Economics, trabaja hoy en el Consejo Nacional de Investigación Italiano y en el Birkbeck College de Universidad de Londres. Estos días cobra vigencia un artículo de su autoría, titulado justamente ¿Se puede exportar la democracia? y publicado en noviembre de 2019.
En su texto, Archibugi no sólo se hace la pregunta, también ofrece la respuesta. En síntesis, sería que sí, que es técnicamente posible exporta la democracia mediante una intervención militar externa. Pero que casi nunca se hace. Y que el saldo de la gran potencia del último siglo, Estados Unidos, es negativo.
"Exportar la democracia", explica Archibugi en su artículo, "es un sueño estadounidense" que se ha convertido pocas veces en realidad. El autor cita un caso emblemático de éxito, Italia en 1945. Aunque los estadounidenses percibían su llegada como una ocupación, que en rigor se produjo tras intensos bombardeos aliados, la historia dice que los soldados americanos fueron recibidos por la población como liberadores: "Sobre el terreno, los aliados, especialmente los estadounidenses, no sólo no infundían miedo, sino que, por el contrario, fueron aceptados como amigos".
Archibugi atribuye esta receptividad al trabajo de la Resistencia italiana, que propagó entre la población la idea de que los recién llegados eran "aliados". En Alemania y Japón, donde la resistencia había sido débil, el entusiasmo popular ante la llegada de los estadounidenses fue mucho menor, si bien tampoco fueron atacados. No obstante, ambos países son integrados por Archibugi en la escueta nómina de ejemplos de "éxito" al resultar de su intervención militar una democracia. Obviamente, Archibugi no atribuye enteramente cada caso la democratización del país a la intervención americana cuando se da, ni tampoco le achaca su no democratización cuando no se da, pero su acercamiento sí permite ver que lo más frecuente es que la "exportación" falle.
En la primera mitad del siglo XX, los fracasos en la democratización vía intervención militar afectaron a países vecinos y, aparentemente, fácilmente controlados, como Panamá (1903-1936), Nicaragua (1909-1933), Haití (1915-1934), República Dominicana (1916-1924) y Cuba en tres ocasiones (1898-1902, 1906-1909 y 1917-1922). Estados Unidos sufrió fracasos análogos en Corea del Sur, Vietnam del Sur y Camboya en las décadas de 1950, 1960 y 1970. Ni siquiera en Haití, después de la Guerra Fría, tuvo éxito la Administración USA. Después de la Segunda Guerra Mundial, sólo han podido contar como casos de "éxito" –entendido como tal, desde la óptica estadounidense, la incorporación de Estados a su órbita económica y política– a Granada (1983) y Panamá (1989).
Este cuadro es de la primera versión del artículo de Archibugi, de 2006.
Balance realizado por Daniele Archibugi y publicado en el artículo ¿Se puede exportar la democracia?
Hoy regresamos a Archibugi para actualizar los datos, con la caída de Kabul fresca en la retina. Han empeorado.
"Me temo que las historias recientes han añadido nuevos fracasos. Los más relevantes son Libia 2011 y Siria. Ambos casos han sido un fracaso", responde el investigador, que recuerda que la tentación estadounidense de erigirse en exportador de valores no ha sido en la historia patrimonio exclusivo del país norteamericano. La Atenas de Pericles, la Francia jacobina y la Rusia bolchevique, expone, "creyeron que estaban en su derecho y tenían el deber de liberar a pueblos enteros". Pero la Historia escribe sus propios guiones.
En conjunto, de las 27 intervenciones estadounidenses recabadas por Archibugi durante más de 120 años, sólo 5 (18,5%) han terminado en democracias.
El fracaso de un "sueño"
La caída de Kabul en manos de los talibanes ha hecho evidente el fracaso del proyecto de construcción nacional cívica al margen del integrismo que había inspirado a la coalición internacional. Pero, además, el cierre del conflicto ha supuesto una novedad en la narrativa de guerra estadounidense, a raíz de las declaraciones de Joe Biden: "El objetivo nunca fue construir una nación democrática, sino luchar contra el terrorismo".
Incluso en casos en los que la intervención de EEUU era obviamente secundario y resultaba claro que lo principal era la contención del comunismo –Corea, Vietnam, Camboya–, el discurso oficial había tratado de mantener viva la idea de que, en última instancia, el despliegue militar era para llevar a aquellos países el ideal norteamericano. Tras las palabras de Biden, The New York Times ha escrito lo que podría leerse como el epitafio de esa misión histórica atribuido a sí mismo por el país de Lincoln: "La reconquista de Kabul por los talibanes es trágica porque el sueño americano de ser la nación indispensable para la construcción de un mundo en el que reinen los valores y derechos cívicos, la emancipación de las mujeres y la tolerancia religiosa ha resultado ser sólo eso: un sueño”.
Como ha explicado a infoLibre Fernando Arancón, director de El Orden Mundial, "Estados Unidos siempre defiende intereses geoestratégicos, pero utiliza un discurso buenista que Biden rompe". Rompe formalmente, cabría añadir, porque 20 años de "guerra contra el terror", con la identificación de "Estados canallas" como el Irán de Mahmud Ahmadineyad o Corea del Norte en paralelo al mimo a otros como Arabia Saudí o Emiratos Árabes, ya habían evidenciado dobles raseros evidentes. El Arab Opinion Index muestra que el 81% de los árabes cree que Estados Unidos constituye "una amenaza para la seguridad y la estabilidad de la región", frente a un 55% que lo opina de Rusia y un 32% de China. Es difícil ser una inspiración democrática con tasas de popularidad así.
El fracaso democratizador de la "guerra global contra el terror" iniciada por George W. Bush tras el 11S salta a la vista. Ahí está Irak, que "era un Estado represor al máximo, pero sólido, mientras que ahora es un Estado nominal que, sin llegar al nivel de desintegración de Afganistán, sólo se sostiene gracias a Turquía, los kurdos y las milicias proiraníes", indica Arancón.
Claves del éxito y el fracaso
Archibugi va más allá y recuerda que Estados Unidos, pese al idealismo que promueve su establishment político, ha sido un entusiasta promotor de dictaduras en América Latina en la era Kissinger, que hizo célebre la frase para definir al dictador amigo: "Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".
EEUU también ha participado en conspiraciones contra gobiernos elegidos en Irán (1953), Guatemala (1954), Indonesia (1955), Brasil (década de 1960), Chile (1973) y Nicaragua (década de 1980), en un listado que deja fuera su participación en experiencias de lawfare que se prolongan hasta nuestros días, como ha expuesto Arantxa Tirado en El lawfare. Golpes de Estado en nombre de la ley (Akal, 2021).
Sus antecedentes de apoyo a dictaduras no han "eliminado de la mente del estadounidense medio la idea de que su país no es sólo el más libre del mundo, sino también el mejor en llevar la democracia a otros países", escribe Archibugi. Es más, "exportar la democracia es parte de un código genético estadounidense y un objetivo declarado de su política exterior". Y ello a pesar de los hechos.
Con su balance de "exportaciones democráticas" por delante, Archibugi cierra con tres conclusiones. La primera es que hay regímenes populistas y teocráticos, como el iraní hoy en día, que gozan de importante respaldo popular. Gustará o no, pero no se puede perder de vista. "Ni siquiera es suficiente que un régimen tenga una fuerte oposición interna. También hace falta que exista un fuerte deseo indígena por instituir un régimen democrático y unas élites competentes que lo representen", anota.
La segunda conclusión, aunque parece obvia, hay que resaltarla: las poblaciones suelen percibir los ataques bélicos como agresiones al pueblo, aunque estén destinados a derrocar un régimen represor. Las excepciones, al margen de los casos irrepetibles de Italia, Alemania y Japón, se refieren a "países pequeños" con gobiernos "muy impopulares", como Granada y Panamá.
La tercera es que el gobierno de transición con apoyo externo debe "integrarse socialmente" en el país, cosa que no ha ocurrido ni en Afganistán ni en Irak. Concluye Archibugi: "Imponer la democracia –literalmente, el gobierno del pueblo– en contra de la voluntad del pueblo es sencillamente absurdo".
Ya tenemos las claves del fracaso. ¿Cuáles son las del éxito? "Podemos preguntarnos por qué ha funcionado en Japón, Alemania e Italia en 1945. La razón es muy sencilla: los gobiernos de estos países iniciaron la guerra. Una vez que la perdieron, fue mucho más fácil para los ganadores proponer un régimen político alternativo", expone el autor a infoLibre.
Mejor zanahoria que palo
El historiador Roberto Muñoz Bolaños cree que hay cuatro requisitos básicos para una implantación democrática: 1) Estructuras de Estado previas. 2) Un mínimo de funcionamiento socioeconómico estabilizador. 3) Apoyo mayoritario de las élites a la democracia. 4) Un antecedente democrático, si bien esto no es imprescindible. "En Afganistán, no se daba ninguno. Además, se veía a Estados Unidos como un ocupante, cuya violencia era difícil de justificar", señala.
A su juicio, las "vías pacíficas" ofrecen un camino más sencillo para la democratización, como demuestra el caso de la incorporación de países a la Unión Europea. El problema de Estados Unidos, dice, es que "no tiene club posible al que incorporar" a países como Afganistán o Irak.
Diego López Garrido, vicepresidente de la Fundación Alternativas, destaca el modelo europeo de persistencia en los valores democráticos, no sólo con la incorporación de países al club, sino también con la exigencia de estándares democráticos, como hace ahora ante las derivas de Hungría y Polonia.
Tanto Muñoz Bolaños como López Garrido llegan por vías distintas a una conclusión similar: para exportar la democracia, es más útil la zanahoria que el palo.
Archibugi indica que los medios más eficaces para la democratización son los "incentivos económicos, sociales, políticos y culturales", y pone como ejemplo a la UE. "A menudo olvidamos que es la experiencia con mayor éxito en la promoción y consolidación de la democracia", señala en su artículo, en el que lamenta que la UE no utilizase la zanahoria de la incorporación al club comunitario para evitar las masacres tras la disolución de Yugoslavia.
Exceso de determinismo
Guillem Colom, experto en seguridad, defensa y geoestrategia, cree que los anglosajones han pagado el error de "asumir que la evolución histórica es lineal", y que va quemando etapas desde las sociedades de base clánica a la democracia, un proceso que puede alentarse y acelerarse artificialmente.
Esa idea generó una "expectativa falsa" en Afganistán, donde además los países occidentales no han apostado realmente por una victoria. Se pregunta Colom: "Claramente, ¿ha sido Afganistán un elemento estratégico para Estados Unidos? No. Se vio al cabo de un par de años, cuando se metió en Irak".
El consultor estratégico José María Lasalle, director del Foro de Humanismo Tecnológico de Esade, mantiene su ideal de que la "democracia es universalizable" en tanto que se puede cimentar sobre "valores compartidos" con base a la "dignidad humana", pero asume, vista el auge del nacionalpopulismo en el siglo XXI, que puede que no sea "irreversiblemente universalizable".
El transcurso de los siglos le muestra, además, que una democracia necesita determinadas condiciones para levantarse, porque "nace de la sustancia histórica y cultural" del país, así como de la existencia de una "oportunidad" marcada por múltiples factores. Por ejemplo, explica, España en los años 30 tuvo una oportunidad de construir una democracia liberal homologable a la de otros países europeos, pero –al margen de la rebelión interna– sopló en su contra la crisis europea de la democracia de aquella década. En Irak y Afganistán Occidente "ha cometido un error determinista", al no considerar debidamente esos factores externos. En el caso de Afganistán, señala, queda pendiente "despejar una serie de conflictos previos que lastran el reconocimiento del otro", requisito básico para la convivencia democrática.