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Sanidad

Más allá de hospitales y ambulatorios: la labor ahora más imprescindible de los pocos enfermeros que trabajan 'en la sombra'

Concentración del colectivo Enfermería Madrid Unida frente al Ministerio de Sanidad.

Pensar en un enfermero o una enfermera siempre evoca la misma imagen mental: un profesional ataviado con su uniforme desarrollando su trabajo en un hospital o en un centro de salud de atención primaria. Nunca —o casi nunca— se sitúa al trabajador en un escenario como, por ejemplo, una cárcel. O un psiquiátrico. O una escuela. O un centro de trabajo. O una residencia. Pero también están ahí, aunque son menos y su trabajo, dicen, esté más invisibilizado.

Si ha habido un protagonista durante todo este 2020 ese ha sido —con permiso del propio coronavirus— el personal sanitario. En el confinamiento de la primera ola de la crisis sanitaria fueron los receptores de aplausos diarios desde balcones y ventanas. Y desde que comenzó la desescalada han acaparado las fotos de distintas protestas convocadas a lo largo y ancho del país para demandar unas mejoras laborales que no llegan. Sin embargo, quienes en el imaginario colectivo han salido a las calles son todos aquellos que trabajan en el ámbito hospitalario y de la primaria. Y es que estos son más, hablando de números, aunque tampoco suficientes.

Como publicó infoLibre, el Consejo General de Enfermería (CGE) ha cifrado en 120.000 el número de enfermeros y enfermeras necesarios para alcanzar las ratios que tienen otros países de Europa. Según los datos del organismo, a fecha 31 de diciembre de 2019 España presentaba una media de 602 enfermeras por cada 100.000 habitantes. La media de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los países europeos de nuestro entorno, en cambio, estaba en 852, 250 más. Ese déficit se extiende a todos los ámbitos donde los enfermeros están presentes.

Ocurre en las instituciones penitenciarias, donde la plantilla es pequeña porque, dice Jesús Marín Daza, enfermero de prisiones desde hace 30 años, "es un mundo muy cerrado" en el que quien quiere "desarrollar su profesión" no puede hacerlo. Ocurre también en las escuelas, donde hasta hace muy poco, lamenta Engracia Soler, presidenta de la Asociación Científica Española de Enfermería Escolar, las enfermeras eran "invisibles". Y en las residencias, donde la labor sanitaria ha cogido fama, por desgracia, durante la pandemia. Y en los centros de salud mental. Y en las empresas…

infoLibre repasa, con ellos, la labor invisible de esos enfermeros en la sombra cuyo trabajo, antes y más con la pandemia, es vital.

en las residencias: "La pandemia ha sido terrible"

Quienes ejercen la enfermería en las residencias de mayores, por desgracia, han salido de esa sombra durante 2020. Esos centros se han convertido, por las características de sus usuarios y por la gestión política y empresarial, en la zona cero del covid-19. Y eso ha sido doloroso para quienes, como Recesvinto Valiente Torija, delegado del Sindicato de Enfermería Satse y enfermero de una residencia en Goya (Madrid) desde 2007, se dedican a la profesión. "La pandemia ha sido terrible. La situación fue horrible", recuerda, desde el otro lado del teléfono. Ha ocurrido así porque les "pilló a todos de nuevas", sin saber cómo responder. "No sabíamos cómo funcionaba el virus y los residentes fueron enfermando a una velocidad increíble", lamenta.

Pero también por el modelo de residencias que hay en España. Según critica, las residencias están articuladas como un centro similar a un hotel. Fue lo que se articuló hace, calcula, tres décadas. El problema es que quien entró entonces con alrededor de 70 años ahora "ha evolucionado hacia un deterioro al que hay que responder". "Ahora quien entra en una residencia lo hace con unas dependencias que hay que cuidar. ¿Y quién cuida? La enfermería", destaca. En ese sentido, remarca Valiente Torija, el trabajo de un enfermero en una residencia es muy similar al que realiza uno en el área de medicina interna de un hospital. Atienden a quienes necesitan cuidados especiales, toman las tensiones, vigilan las glucemias, programan las vacunaciones, etc.

El problema es que ya antes de la llegada de la pandemia eran pocas manos. Ya en agosto de 2018 Satse denunció la "insostenible situación que sufren las enfermeras y enfermeros que trabajan en las residencias de mayores de nuestro país, motivada por el cada vez mayor déficit de plantillas existente". "Podemos hablar de más de 100 residentes por enfermera o enfermero, algo que lógicamente repercute en la calidad de la atención y cuidados que se presta a los mayores, porque, aunque las enfermeras y enfermeros hacen todo lo que está en su mano para que la atención no se resienta, es imposible atender igual a 40 internos a tu cargo que si son 100, 120 o incluso más", aseguró el sindicato. 

Así que atendieron lo que podían. Y como podían. Valiente Torija afirma que el "mayor problema" que tuvieron durante la pandemia fue la imposibilidad de derivar a hospitales —como ocurrió en Madrid tras una orden del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso, tal y como desveló infoLibre—. "Normalmente hacemos hasta donde podemos y si no tenemos medios los derivamos al hospital. En esta situación no se podía hacer esto y nos lo comíamos todo nosotros, sin medios, sin equipos de protección, sin formación", recuerda. "Se podía haber hecho de otra forma", critica. 

Ahora que los meses más duros quedaron atrás, el enfermero admite que la carga de trabajo ha bajado. Pero porque hay menos usuarios. "No es lo mismo atender a 130 personas que atender a 70, por ejemplo", lamenta. 

en las escuelas: de la invisibilidad a reclamar su presencia

Ni siquiera se sabe cuántas personas se dedican a ello. Soler admite, a preguntas de infoLibre, que "es difícil saber el número de enfermeras que hay" en las escuelas, un número que, además, depende mucho de la comunidad de la que se hable. Según el CGE, son alrededor de 2.500 profesionales en las escuelas de toda España. Como dice Soler, casi todas en Madrid. "Hay entre 600 y 800", cifra. En Cataluña, añade, es en los colegios privados y concertados donde más presencia tienen. "En la pública son poquísimas", asegura. Y es que "hasta hace poco las enfermeras escolares eran invisibles", añade.

Natalia Colina es una de ellas. Trabaja desde hace 11 años en un centro concertado de Barcelona, así que tiene la capacidad de ver cómo ha impactado la pandemia en su profesión y, a la vez, cómo la ha cambiado. Cuando todo comenzó muchas comenzaron a teletrabajar. Otras muchas, como le ocurrió a ella poco después, sufrieron un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE). Pero no pararon. Como había "mucho trabajo", recuerda, algunas enfermeras escolares empezaron a colaborar en otros ámbitos. Otras trataron de dar apoyo a los alumnos y familias para darles "tranquilidad", "consejos", "ayuda de cualquier tipo"... Y también colaboraron en la articulación de la vuelta al cole. "Se ha hecho mucha labor con los protocolos, viendo cuáles eran y cómo se podían aterrizar en los centros", indica. 

Pero el trabajo no acabó ahí. Con la vuelta al cole los enfermeros y enfermeras y escolares, dice Colina, han cumplido con una labor de seguimiento de esos procedimientos y de asesoramiento a docentes y familias, además de control de los casos sospechosos de contagio, de los positivos, de los contactos y de las cuarentenas. En definitiva, el trabajo se ha multiplicado. Y no han tenido un refuerzo, al menos en el colegio en el que trabaja Colina, donde estudian unos 2.000 alumnos. 

Y es que el trabajo estructural ha continuado. Según explica Colina, los profesionales como ella asisten en todos los accidentes o indisposiciones que pueda haber. Un niño se cae, a la enfermería. Una niña no se encuentra bien, a la enfermería. "Hay una carga muy grande siempre", explica desde el otro lado del teléfono. También hacen un seguimiento de los alumnos con algún tipo de problema crónico como diabetes o epilépticos. Y ayudan también con el control del calendario habitual de vacunación de los pequeños. Ella opina que su trabajo es muy importante, pero lamenta que apenas se les reconozca. El sindicato Satse ya ha empezado a trabajar para que esto sea así y se implante la figura en todos los centros educativos. A nivel de la educación pública eso implicaría la contratación de unas 20.000 trabajadoras que tendrían "un coste irrisorio comparado con sus ventajas", según indicó María Labrador, adjunta a la Secretaría General de Organización del sindicato, en una entrevista concedida a Redacción Médica.

En centros de salud mental: en lucha por su reconocimiento

Pilar Lozano Sanjuan se dedica a la enfermería en salud mental desde el año 1994. Actualmente trabaja en Cádiz, en un centro que atiende a 40 pacientes con trastorno mental grave. Responde a infoLibre desde allí mismo, zona por ahora libre de contagios desde que todo comenzó. Conseguir poder decir eso con orgullo no ha sido fácil. Por un lado, tuvieron que decidir quiénes pasarían el confinamiento en el centro, sin salir, y quiénes en casa, sin acudir a su terapia. Luego, con la desescalada, y del mismo modo que hicieron los colegios, se vieron obligados a aumentar los grupos de terapias colectivas para que, en cada uno, el número de pacientes fuera menor. Pero a diferencia de las escuelas lo hicieron con el mismo personal que, ya antes, era escaso. "Nosotros tendríamos que tener dos enfermeros más de los que tenemos, además de más terapeutas ocupacionales y monitores", cifra Lozano.

Con ese número pequeño de profesionales, explica, han continuado llevando a cabo el trabajo habitual, basado en el objetivo de alcanzar "la mayor autonomía del paciente". "Tienen que adherirse a su tratamiento farmacológico y aprender a integrarse en todas las áreas: la familiar, la laboral...", explica. A esas labores, que trabajan mediante terapias y talleres —algunos fuera del centro— se ha unido la labor semanal de recordar que no se puede "bajar la guardia con el virus", un trabajo que debe combinarse con el aprendizaje a manejar "las ansiedades y los miedos" derivadas de la propia situación de la pandemia.  

Como Lozano Sanjuan, según el Consejo General de Enfermería, hay 8.164 profesionales en España. Pero algunos, al contrario que ella, trabajan en hospitales o ambulatorios, en lo que se conoce como "unidades comunitarias", explica. El trabajo es diferente, pero el valor del profesional, lamenta, también. Como recuerda Lozano Sanjuan, la enfermería de salud mental lleva reclamando un reconocimiento, al menos en Andalucía, desde 2017. Pero las enfermeras de centros como el de ella no lo han conseguido, lo que supone una "situación conflictiva de agravio comparativo" con algunos compañeros y compañeras de profesión. 

En prisiones: pocos contagios por la prevención y descoordinación

La enfermería de prisiones no la ejercen demasiados profesionales. Según Satse, la media actual es de un enfermero o enfermera por cada 100 reclusos. Aunque depende de la cárcel, claro. Jesús Marín Daza trabaja en el sector desde hace 30 años, así que lo conoce bien. Según dice, la prisión es "mundo muy cerrado" que, sobre todo a nivel sanitario, no ha pasado de los "años 70". Aun así, indica, han sobrevivido al virus con más o menos éxito, ya que no ha habido ningún brote grande en ninguna de las cárceles. Según Instituciones Penitenciarias, "hay 179 funcionarios y 189 internos positivos en toda España". 

¿Por qué? Según dice, por la prevención que a nivel laboral han tenido los funcionarios, sanitarios o no. "Cuando empezó la pandemia nos pasó como a todos. Era una cosa inesperada que nos pilló con el paso cambiado y fue un poco de locos", explica. Pero basaron su actuación en una prevención extrema. Cada vez que alguien presentaba síntomas, se le aislaba, recuerda. Y en una prisión es sencillo. Ya simplemente por su estructura, apunta, el contagio es más difícil. "Se han dado casos de trabajadores positivos que se han contagiado entre ellos pero no a los internos. Nosotros hemos llegado a la conclusión de que eso ha ocurrido por las barreras físicas que hay en las prisiones, que necesariamente distancian a las personas", explica. "Creemos que es por eso porque lo lógico en un centro cerrado y poco ventilado es que se hubieran dado brotes peores", afirma. 

No ha habido demasiada ayuda por parte de las administraciones, dice. Las competencias en esta materia, salvo en Cataluña, las tiene el Ministerio del Interior. Y eso, dice Marín Daza, hace complicado que las cárceles se gestionen de una forma coordinada y acorde en función de cada territorio. "Madrid realiza los protocolos desde un despacho y desde el primero que se publicó en abril hasta hoy ha habido ocho diferentes que cada centro ha tenido que adaptar" a su realidad concreta, dice. Por eso los profesionales sanitarios que se dedican al ámbito penitenciario llevan desde 2018 negociando para que, al menos la competencia de esta cuestión, sea trasladada a las comunidades autónomas. 

Pero las conversaciones están paradas, como ha criticado Satse, a excepción de Baleares y Navarra. "Este claro desinterés por parte de las Administraciones públicas es más grave si cabe cuando la situación de las enfermeras y enfermeros que trabajan en las prisiones ha empeorado aún más a consecuencia de la pandemia de la covid-19 al tener que trabajar en condiciones más difíciles y penosas", apuntan desde la organización sindical, que denuncia la sobrecarga laboral derivada de no cubrir las bajas por contagio y de las ya de por sí mermadas plantillas

Según Marín Daza, el mayor temor actual de los profesionales como él es que se produzcan grandes brotes en alguna prisión. Como recuerda, la población reclusa es de riesgo, sobre todo por enfermedades asociadas. Para Satse también es una preocupación. "La segunda ola está golpeando con fuerza a los centros penitenciarios españoles y la situación dista mucho de estar controlada, teniendo en cuenta, además, que las personas privadas de libertad son una población de riesgo, al tener muchas de ellas problemas derivados del consumo de sustancias estupefacientes, padecer enfermedades infectocontagiosas y mentales, entre otras o tener ya una avanzada edad", indica el sindicato. 

En el trabajo: Pocos trabajadores dedicados a prevenir

Ana Guerra desempeña su labor como enfermera del trabajo en el Ayuntamiento de Palencia desde hace diez años. Es una especialidad de la enfermería poco común. "La oferta de plazas que se convocan es totalmente insuficiente y tampoco se crean plazas en las Administraciones para poder ejercer después como especialista", lamenta. Por eso tiene pocas compañeras. "Es desmotivador", resume.

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¿Cuál es su función? "Lo que hacemos es estar pendientes de la salud de todos los trabajadores. Estamos al tanto de los riesgos a los que están expuestos, conocemos los trabajos que realizan y las consecuencias que pueden tener", dice. Ella lo hace desde el servicio de prevención propio del Ayuntamiento, pero otros compañeros suyos lo hacen en los servicios de prevención ajenos. Porque su trabajo se basa fundamentalmente en la prevención. "A parte de la vigilancia de la salud relacionada con los riesgos de su trabajo, fomentamos hábitos de vida saludables, hacemos mucha promoción de la salud, educación sanitaria, colaboramos con las administraciones en objetivos de salud pública... Por otro lado, también prestamos la primera asistencia sanitaria a todo lo que ocurra en los centros de trabajo", explica. "Nuestra labor ha sido crucial en la gestión de esta pandemia, en muchos de los casos hemos sido el centro de todas las actividades de prevención en los centros de trabajo, evitando la aparición de contagios entre trabajadores", defiende.

Cuando la crisis sanitaria comenzó a golpear con fuerza, empezaron a ver qué trabajadores son vulnerables para reducir su exposición al virus "al máximo posible". Ahora la pandemia ocupa casi todo su trabajo. "Ha cambiado radicalmente cómo funcionamos. Si hay algún contagio dentro de un centro de trabajo tenemos que analizar qué medida ha fallado, reevaluar y reforzar la prevención cuando ha habido un brote, o en los lugares más críticos donde se estén dando los casos", explica. 

"El exceso de trabajo se ha multiplicado por 1.000 y, además, tenemos que estar localizables todas las horas del día y los fines de semana. Si un caso se conoce un sábado, hay que empezar en seguida con el aislamiento. Al lunes no podemos esperar", destaca.

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