Igualdad
La igualdad y los festivales de música empiezan a entenderse
La polémica ha envuelto este año la séptima edición del festival Bioritme, en Vilanova de Sau (Barcelona). La noche del 23 de agosto, una mujer acudió al punto violeta instalado por la comisión de género del evento para denunciar que las letras del grupo SFDK herían su sensibilidad. Aunque aquello fue el detonante, el conflicto se componía de más piezas. Los organizadores, a través de un comunicado, expusieron la negativa del equipo técnico de la banda a realizar formación de género previa al concierto y anunciaron su intención de no contar con los raperos para próximas ediciones. El grupo, por su parte, replicó mediante otro escrito haciendo saber que jamás había firmado cláusula alguna que obligara a pasar por ningún tipo de formación. Esgrimieron, además, motivos logísticos –falta de tiempo– para explicar la evasión del curso. Y sugirieron posibles acciones legales ante lo sucedido: "Nuestra imagen se ha visto injustamente dañada a raíz de los comunicados del festival Bioritme y nos reservamos el derecho de emprender acciones legales contra los responsables de esta situación".
Los debates que surgen de lo sucedido son diversos. Pero por encima de ellos sobrevuela un interrogante: ¿qué protocolos, iniciativas o campañas feministas atraviesan los festivales de música? El ejemplo del Bioritme es claro. El protocolo, publicado en su página web, consta de 28 páginas. Al pie de todas ellas luce una consigna en forma de propósito: "El Bioritme quiere caminar junto al feminismo". El protocolo busca poner a punto las herramientas necesarias para luchar contra las agresiones machistas.
Para ello cuenta con un punto lila, en funcionamiento las 24 horas del día, pero también con voluntarias que estarán "dando vueltas por todo el recinto" y con un número de teléfono de la comisión de género. El punto lila "es un espacio de denuncia de agresiones machistas", reza el documento, que de forma muy detallada expone los pasos de una intervención, tanto con la víctima como el agresor, en caso de que se produzca un episodio de violencia.
"Machismo rampante en la industria"
David García Aristegui es miembro de la sección del sector musical de la CNT en Madrid. En conversación con infoLibre llama a una reflexión profunda sobre la situación de los grandes eventos musicales. "Ni un 14% de quienes acuden a festivales son mujeres", asiente, "los números cantan". La solución a su juicio tiene que ver con la puesta en marcha de "políticas activas" para poner remedio de raíz, porque lo que asoma tras toda polémica es la constatación del "machismo rampante en la industria". Y aunque hay festivales que ya se han puesto manos a la obra, lo cierto es que se trata de algo "bastante novedoso". En España, asegura el sindicalista, "todavía hay pocos que se planteen" un trabajo amplio al respecto. Pero se empiezan a dar los primeros pasos.
El festival Iruña Rock se desarrolla en el mes de mayo en la capital navarra. Óscar Briones, miembro de la organización, detalla a este diario el compromiso del evento que promueve. Es algo, dice, "intrínseco a las personas que organizan". Al final tiene que ver –como casi todo– con una "cuestión de ideología". "Entendemos que un festival es un escenario donde se pueden promover muchas cosas", subraya. El festival está adherido a la campaña Me tacho de macho, una iniciativa que parte de la organización Acción contra la trata. La idea, comenta Briones, pasa por cultivar la "información y educación" de cara a un "cambio de mentalidad masculina".
Las bandas también son parte activa de la campaña. "Les pasamos información para que puedan participar, sin ningún compromiso", dice Briones. Los músicos lo hacen a través de vídeos, camisetas y mensajes sobre el escenario. "La inmensa mayoría de las bandas se ha adherido", sostiene el organizador, algo que al mundo musical "le viene muy bien, porque la presencia masculina es muy superior". Los mensajes son una constante en el Iruña Rock. En los escenarios, en las barras y en los puntos violeta con los que también cuenta el evento. Aunque el elemento clave es la formación. "Lo que intentamos es que todos los trabajadores sepan cómo responder en situación de agresión, tienen una formación, están alerta y se protege a la víctima", asevera.
Unos meses después del Iruña Rock, en agosto y también en el norte, tiene lugar el festival SonRías Baixas. Esta vez en Bueu, un municipio de la provincia de Pontevedra. Berta Domínguez, codirectora del festival, explica que la voluntad de crecer en esta materia cristaliza, en el caso de los gallegos, en una colaboración activa con la Diputación de Pontevedra y la Xunta de Galicia. Este trabajo a seis manos se expresa en "el desarrollo de actividades de educación y visibilización" durante el evento, pero también en otros aspectos "no tan visibles, pero de igual o incluso mayor importancia", como el hecho de que "más de la mitad de los puestos de responsabilidad estén dirigidos por mujeres".
Respecto a la violencia en todas sus formas, el festival reconoce no contar con puntos violeta específicos para la denuncia, pero Domínguez recalca que toda mujer que "relate a cualquier persona del equipo del festival que se ha sentido agredida, será remitida a una persona responsable de seguridad con la formación y la experiencia necesarias para afrontar la situación". Este punto, la formación del personal, es la "verdadera herramienta para prevenir y reaccionar en caso de necesidad".
Sobre la atención específica, sensible y acorde con el problema habla la cantautora La Mare, quien difiere respecto a dejar en manos del personal de seguridad la atención a las víctimas. Sería positivo, dice al otro lado del teléfono, que existieran "personas claramente identificadas de la organización, y muchas, que vigilen lo que pasa, que no pongan en duda a la víctima y que no sean personal de seguridad". Aunque el balance no es del todo negativo, la experiencia de la artista y su banda dicta que todavía hace falta "un mensaje más maduro que no se convierta en eslogan".
La Mare reconoce no haber recibido nunca el encargo de colaborar desde el escenario, pero ella misma concibe el espacio como lugar de responsabilidad. En sus actuaciones no faltan mensajes de compromiso, señala, y hasta el momento nunca nadie le ha pedido guardar silencio. "Si eso pasara, no volvería a tocar en ese lugar", resuelve. Ella entiende el escenario "como un altavoz". Por eso cree importante reflexionar sobre el mensaje y esquivar las consignas. "No todo vale", entiende la cantautora. Y plantea la necesidad de palabras dirigidas también a los hombres. "Si estás aquí para beber copas y ser un baboso, vete", zanja sin medias tintas y deja hueco para la crítica: "Se cree que esos mensajes son violentos, pero la violencia está en otras partes, todo el rato".
Coincide en el diagnóstico Vera, vocalista del grupo Mafalda. La cantante se muestra abiertamente crítica con la falta de protocolos –"en los festivales grandes rara vez nos hemos encontrado con protocolos", reconoce– y observa mayor compromiso en las fiestas municipales o financiadas con recursos públicos, un detalle en el que también La Mare repara. "Quizá algún festival que aspira a ser más grande cuenta con puntos lila, porque alguna organización del pueblo se pone en contacto, pero es más paliativo, por lo general no existen protocolos integrados en la organización", subraya. Los equipos "totalmente masculinizados" son, en añadido, la tónica habitual. De nuevo las fiestas autoorganizadas o los eventos con conciencia política se conjugan como excepciones.
A medio camino
¿Existe una evolución real dentro de los eventos musicales?, ¿han experimentado un cambio de mentalidad? La respuesta no es determinante y las victorias no son definitivas. "Más que una evolución, se ha asumido una realidad y se está intentando visibilizar", opina la codirectora del SonRías. Sí se constata cierto cambio de paradigma entre el público. Así lo detecta Domínguez, quien percibe un ambiente de "compañerismo y empatía" por parte de los asistentes. Briones coincide en que la percepción no es la misma hoy que hace cinco o diez años. Ahora, dice, se empiezan a identificar como inadmisibles situaciones y comportamientos que siempre han estado normalizados.
La Mare evita caer en celebraciones. "Sí, se ha avanzado, pero un poco. Es como decir que en feminismo está todo conseguido", razona. Para la cantautora, la innegable evolución no significa que el acoso haya cejado. "Se siguen viendo muchas cosas", afirma, y aunque "la sensibilidad es mayor", habitualmente está en manos de "personas feministas dentro de la organización que prácticamente tienen que pelear para que haya un reconocimiento de esa sensibilidad".
Al final todo depende de la voluntad: de quien integra el festival y de las propias bandas. "A nosotros normalmente no nos piden nada, es algo personal de quienes queremos visibilizar eso", comenta Vera. Las consecuencias de no transversalizar una perspectiva de género y un protocolo específico son claras: si el compromiso se circunscribe únicamente a las personas del punto lila, sin una organización que las respalde, resolver posibles agresiones se torna más complejo, lamenta la vocalista de Mafalda.
En cuanto al compromiso del público, tanto La Mare como Vera se detienen en un aspecto: cuando el alcohol entra en juego, todo se complica. Ahí también reclaman mensajes rotundos. Porque sí existe un cambio, completa Vera, "pero todavía queda mucho camino".
Cuando un 20% de mujeres es un éxito
La sensibilización a nivel interno es una de las patas fundamentales, pero ¿qué pasa con la cara externa? Los carteles todavía están plagados de voces masculinas. El colectivo Mujeres y Música trabaja por visibilizar a las artistas que hacen música, mediante la publicación anual de un análisis sobre la presencia femenina en los escenarios. En 2019 han podido contabilizar una media de un 19,17% de representación de mujeres en los carteles. Los datos constituyen una subida de seis puntos con respecto al año pasado y de ocho en relación al anterior. El diagnóstico para el colectivo es positivo y refleja una "declaración de intenciones". Prácticamente todos los festivales, dicen en su estudio, han aumentado sus voces femeninas, algo que "no es casual".
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Ante este panorama, cada vez más festivales apuestan por cargar sus eventos de perspectiva feminista o por crear espacios no mixtos en los escenarios. Es el caso de She makes noise, un festival de música electrónica que nace en 2013 precisamente tras tomar conciencia de las estadísticas. "Digamos que surge de la rabia y de las ganas también de desmentir los números", porque "había y hay muchas mujeres compositoras, productoras y DJs, pero su trabajo no se visibiliza y no se difunde". Habla Natalia Piñuel, coordinadora de la plataforma y el festival. Lo que empezó tomando forma de web, con pretensiones divulgativa, acabó por evolucionar hasta convertirse en un festival multidisciplinar con sede en La Casa Encendida de Madrid, del 3 al 6 de octubre.
"Hay que educar mucho en igualdad, desde pequeños, y reescribir la historia también para que las niñas, las más jóvenes, tengan referentes femeninos donde fijarse", reflexiona Piñuel. La música electrónica, en añadido, está "intrínsecamente unida a las máquinas y éstas, desde su aparición, se vendieron para los hombres, desplazando a las mujeres". El problema, más allá de lo creativo, "está en la falta de visibilidad y de mujeres en los puestos de poder".
Pero la situación comienza a revertirse. "Hay un trabajo de fondo que viene de muchos años, del movimiento feminista", opina Piñuel, "pero es ahora cuando se empiezan a repensar las cosas y a denunciar más ciertas actitudes y comportamientos". Aún así, advierte, "queda mucho por hacer". Y empezar con algo de ruido no parece un mal punto de partida.