Las amenazas a la democracia
Ilegalización de adversarios, conspiraciones y pistolas: España entra en la espiral de la política "embrutecida"
En El pueblo contra la democracia (Paidós, 2018), Yascha Mounk explica que no hay una línea roja a partir de la cual se pierde una democracia. La "desconsolidación" democrática es un largo proceso, no una ruptura. Y desgrana el caso de Polonia bajo el Gobierno del partido Ley y Justicia. Profesor en Harvard e hijo de padres polacos, Mounk detalla la degradación sociopolítica del país de los hermanos Kaczynski y se inquieta al comprobar que en Estados Unidos hay –con distancias– un reflejo del proceso polaco. "Todas las grandes señales de advertencia que hoy se están disparando en amplias zonas de América del Norte y Europa occidental estaban ya presentes en Polonia mucho antes de que el Gobierno de Ley y Justicia pusiera en marcha su ataque coordinado contra las instituciones democráticas", escribe Mounk. La conclusión es que la degradación democrática ofrece señales de alerta que permiten anticiparla.
¿Se podría vislumbrar en España? Aunque no exenta de tensiones, España aparece entre las mejores posiciones en los índices sobre calidad democrática. El Democracy Index de The Economist sitúa a España como una de las 20 democracias plenas del mundo tras analizar factores como proceso electoral y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento del Gobierno y participación política. Freedom House le da a España 94 puntos sobre 100, en 18º posición. Y, sin embargo, una impresión negativa recorre la sociedad: una crispación constante, una voladura de consensos, una falta de consideración entre líderes, una sucesión de propuestas "iliberales", por utilizar el término en boga... El nivel del debate, construido sobre noticias falsas o pura demagogia, parece tocar fondo mientras se desatan pasiones identitarias. Hay un retroceso del registro institucional, cuya contención es distintiva de las democracias mejor protegidas.
¿Está pasando algo nuevo? ¿Hay un cambio cualitativo o sólo es esa impresión, típicamente humana, de que lo que ocurre nunca ha ocurrido antes? El filósofo Daniel Innenarity cree que sí estamos cruzando líneas rojas. "Los indicadores de calidad democrática [tipo Freedom House] miden sobre todo aspectos institucionales. Son importantes, pero son poco sensibles a la cultura política. Es decir, al modo como nos hablamos, a la capacidad de compromiso, al respeto al adversario, a la confianza recíproca. Yo creo que esto en España se está dañando", señala. Sigue Innenarity: "Hay un vaciamiento del espacio de transacciones posibles donde se puede llegar a acuerdos. Ese espacio se ha vaciado. La lógica de la campaña ha invadido todo el proceso político".
Los síntomas "iliberales" están de momento en el debate, más que en las instituciones. Pero, como han advertido Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias (Ariel, 2018), ahí es donde comienza el deterioro. "En la actualidad –escriben–, el retroceso democrático empieza en las urnas". Es cierto que las señales de alarma –captura de los árbitros, marginación de actores clave, cambios en las reglas del juego– no han saltado. Y todo apunta a que estamos lejos de ese estadio final del destrozo, la fase de la violencia, que se alcanza en un proceso teorizado por George L. Mosse como la "brutalización de la política". "Hay un embrutecimiento político, pero violencia son palabras mayores. Lo que sí hay es una perversión democrática, que no es sólo española. En Estados Unidos el porcentaje de la gente que no quiere que su hijo se case con alguien de otro partido ha crecido. También el de quienes creen que estaría justificado algún tipo de violencia si el otro partido gana en 2020", señala el profesor de Ciencia Política Víctor Lapuente, que advierte del impacto negativo de las redes sociales y las cámaras de eco, por su refuerzo de los prejuicios, la polarización y los antagonismos. Este tipo de dinámicas vienen favoreciendo por sistema al populismo ultraderechista.
¿Se está deteriorando en España la cultura política? ¿Se están cruzando líneas rojas que ya se han cruzado antes en otros países en proceso de deterioro democrático? infoLibre hace un repaso por todos los elementos utilizados para medir la calidad democrática –la parte no institucional– por The Economist, Freedom House y los autores de El pueblo contra la democracia y Cómo mueren las democracias, dos obras de referencia sobre el ascenso de los "iliberales". En ambas obras se observa el proceso de degradación del debate y el avance de las posiciones "iliberales" tanto hasta alcanzar el poder (Estados Unidos, Italia, Brasil, Hungría, Polonia, Turquía, Austria, Rusia, Georgia, Venezuela) como hasta empezar a determinar el juego político (Francia, Reino Unido, Holanda, Alemania, Suecia). España, con su estructura de opinión pública centrada y levemente inclinada a la izquierda, se ha creído durante décadas a salvo de grandes polarizaciones, lejos de la política brutal y el encanallamiento que preceden a la avería democrática. ¿Se acabó? ¿Encaja ya el ambiente político español en el terreno de riesgo delimitado por las instituciones y autores que han estudiado el fenómeno de degradación democrática?
Indicador 1: Débil aceptación de las reglas de juego (Levitsky, Ziblatt)
Típicamente "iliberal". Si gano, es válido. Si no, no. Puro trumpismo. Ahí cabe inscribir el coqueteo del PP (y también de Ciudadanos) con la idea de la "ilegitimidad" de la moción de censura que apeó a Mariano Rajoy de La Moncloa. Vox ha dado muestras, nada más ganar espacio institucional, de ir por esa vía. Con frecuencia sus iniciativas en el Parlamento chocan con el reglamento o son frenadas por el letrado de la mesa. La reacción del grupo parlamentario es denunciar "censura", abandonar el pleno...
Una de las preguntas que Levitsky y Ziblatt utilizan para identificar el "rechazo o débil aceptación de las reglas democráticas" de un partido es si usa las "manifestaciones masivas" como vía para "forzar un cambio de Gobierno". El PP, Cs y Vox planteaban la manifestación de Colón de febrero en esos términos: "echar" a Sánchez de La Moncloa.
También es síntoma de desconocimiento de las reglas del juego la conducta del presidente de la Generalitat, Quim Torra, al negarse a acatar las órdenes de la autoridad competente en relación a la neutralidad de los espacios públicos, una conducta vinculada a otros dos síntomas de riesgo democrático: la falta de neutralidad de las administraciones y la utilización propagandística de fondos públicos (Mounk). PP y Cs acusan a Sánchez de haber convertido los Consejos de Ministros en una herramienta de propaganda.
Indicador 2: Predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición (Levitsky, Ziblatt; Freedom House)
Otra pregunta de Levitsky y Ziblatt para armar su tabla de "comportamientos autoritarios" es: 1) ¿Sugiere la necesidad de [...] prohibir determinadas organizaciones [...]? Pablo Casado ya defendía en 2017 la ilegalización de partidos independentistas, idea secundada por Xavier García Albiol. Entonces Casado era una estrella en ascenso del PP, del que la cúpula de su partido se desmarcó en este punto. Hoy es su presidente.
A la derecha del PP ha crecido un nuevo partido, Vox, cuyo dirigente Iván Espinosa de los Monteros cree que "habría que analizar" si Podemos "tiene derecho a estar en el juego político" por su "bilis antiespañola".
El presidente de Vox, Santiago Abascal, ha amenazado al secretario de Organización de Podemos, Pablo Echenique, de origen argentino, con "hacer todo lo posible" para que sea expulsado de España. También afirma que hay que "detener" a Quim Torra, pese a que no pesa sobre el president ningún cargo.
Indicador 3: Negación de la legitimidad del adversario (Levitsky, Ziblatt)
Volvamos a las preguntas de Levitsky y Ziblatt para identificar proyectos "autoritarios": "¿Describen a sus rivales como subversivos o contrarios al orden constitucional?". Es un recurso continuo en España. No sólo son ubicados "fuera de la Constitución" los independentistas instalados en un intento de proceso de ruptura unilateral que en efecto vulnera la norma fundamental, sino también Unidos Podemos, que defiende un referéndum que podría llegar a celebrarse mediante reformas, e incluso el PSOE, al que PP y Cs ven fuera del campo "constitucionalista" mientras pactan con Vox en Andalucía. Lo cierto es que la propuesta de Estado con administración única sin autonomías que propone Vox exige reformas constitucionales del mismo calado que las que requeriría un referéndum de independencia.
Pablo Casado (PP) y Santiago Abascal (Vox) han sido insistentes en la negación más o menos explícita de la legitimidad de Pedro Sánchez como presidente. Para ambos, Sánchez es un "okupa" en La Moncloa. okupa
Hay una frontera de "negación de legitimidad del adversario" –también citada por Levitksy y Ziblatt– que en España lleva años traspasándose con Podemos: la acusación de que trabajan a sueldo de países "enemigos", a juicio del acusador, en este caso Irán y Venezuela. Han alimentado esta idea PP, Ciudadanos y Vox.
Indicador 4: Receptividad ante mensajes y actitudes autoritarias (Mounk)
En su estudio sobre el avance de actitudes "iliberales" y el deterioro democrático, Mounk observa un incremento del apoyo a la posibilidad de gobiernos militares en Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Suecia, Polonia, Rumanía, entre otros países. Es una tendencia cada vez más extendida, que en clave de psicología de masas se ha vinculado con la necesidad de certezas e ideas simples ante un mundo en rápido cambio. El ascenso de Trump, Putin, Bolsonaro y Salvini, considerados dentro del perfil de "machos alfa" de marcado talante autoritario, encaja en este esquema.
En España se han abierto debates y recuperado conductas vinculadas a esta tendencia: el populismo punitivo, la agenda política penitenciaria centrada en torno a la "prisión permanente revisable", las respuestas de mano dura frente al procés y, en esta precampaña, la numerosa incorporación de militares a las listas electorales de Vox. listas electorales de Vox
El presidente de Vox, Santiago Abascal, que a pesar de su trayectoria vinculada a cargos y chiringuitos públicos cultiva una imagen de hombre de acción, ha propuesto ahora que los "españoles de bien" puedan llevar armas para su autodefensa.españoles de bien
La idea no ha sido presentada de forma articulada, ni responde a ninguna necesidad social creciente. El resto de partidos y numerosos observadores la han considerado más bien una boutade para acaparar la atención y distorsionar el debate, siguiendo el manual de Steve Bannon. No obstante, el subtexto de la propuesta sí está empapado de esa cultura de la fuerza que exaltan otros líderes "nacionalpopulistas". En Estados Unidos, país con una tradición de uso de armas incomparable con la de España, Trump ha llevado al paroxismo su defensa. En Italia Matteo Salvini impulsa una "ley de legítima defensa". Entre sus primeras medidas en Brasil, Bolsonaro ha facilitado el acceso a las armas.
Indicador 5: Tolerancia ante la violencia (Levitsky, Ziblatt; Mounk)
Emparentada con lo anterior está la tolerancia ante la violencia. ¿Se ha llegado a este punto en España? Sería exagerado afirmar que sí. La condena de la violencia –que por otra parte es un fenómeno poco relevante en el terreno político en España– es una actitud generalizada. En el acuerdo de PP y Vox para el Gobierno andaluz se recogía: "Abogar por un Gobierno basado en el diálogo y el respeto a todas las fuerzas constitucionalistas. Condenamos todo ataque a cualquier fuerza política democrática". No obstante, ningún partido ha explicitado que en lo que respecta a la condena de la violencia este acuerdo deje fuera a Podemos, considerado por PP y Vox ajeno al "constitucionalismo".
La frontera de la instigación de la violencia no se ha cruzado en España, ni tampoco la criminalización y el señalamiento de minorías, aunque sí hay un agresivo discurso de sectores de la derecha sobre inmigración. La respuesta que darían los partidos a las preguntas de Levitsky y Ziblatt para identificar "tolerancia o fomento de la violencia" es no. He aquí las preguntas: "¿Tienen lazos con bandas armadas, con fuerzas paramilitares, con milicias, guerrillas u otras organizaciones violentas ilegales? ¿Han patrocinado ellos mismos o sus aliados de partido linchamientos de adversarios? ¿Han apoyado de manera tácita la violencia de sus partidarios negándose a condenarla sin ambigüedades?".
El conflicto catalán sí está deparando escenas de máxima tensión. Ha habido ataques a sedes de Cs y PP reivindicadas por la organización juvenil independentista Arran, que a su vez han suscitado la petición de ilegalización por parte del PP. Las muestras de máximo desprecio al adversario son frecuentes y no siempre merecen condena. Vecinos del pueblo de Amer (Girona) desinfectaron una plaza visitada por Inés Arrimadas. En un gesto similar, Adelante Jerez desinfectó con lejía un lugar donde Vox celebró un acto.
Indicador 6: Identificación nacionalista de enemigos y traidores (Mounk)
Para Nigel Farage y la UKIP (impulsores del Brexit), los enemigos eran Bruselas y la inmigración. Para Trump, los inmigrantes, personificados en esos mexicanos "violadores" prestos a asaltar la frontera. La obsesión de Orbán en Hungría son los musulmanes extranjeros, obsesión compartida por buena parte de la pujante ultraderecha europea. El ascenso de los profetas de la ultraderecha ha estado vinculado, ahora y antes, a una rebelión contra el pluralismo étnico y cultural y a la consolidación en el imaginario colectivo de villanos extranjeros –o demonios interiores– que han servido de pegamento para facilitar la galvanización de la masa. Es una historia antigua. Ya escribió el estadista estadounidense Henry Clay (1777-1852): "El arte del poder y sus secuaces es el mismo en todos los países y épocas. Señala a la víctima; la denuncia; suscita el odio y la aversión del público contra ella a fin de ocultar sus propios abusos y violaciones".
Es lo que el doctor en Filosofía y profesor de Pensamiento Político y Ética de la Comunicación Miguel Catalán llama, en su obra Poder y caos. La política del miedo (Verbum, 2018), la "licitación simbólica del ataque", que incluye "demonización, cosificación, deshumanización...". De entre todas, la peor acusación es la de "traición", que permite a quien la vierte presentarse como "encarnación del pueblo", señala Mounk. Casado y Abascal, al margen de su insistencia en explotar políticamente la siempre delicada cuestión de la inmigración, señalan continuamente como "traidores" a Quim Torra, Carles Puigdemont y Pedro Sánchez.
El marco óptimo para este maniqueísmo es el "nacionalismo excluyente" (Mounk), que crece como reacción al procés y está teñido de exaltación identitaria. Es la misma veta que han explotado Trump, Farage, Salvini, Orbán, Le Pen, Bolsonaro, Wilders (Holanda)...
"'I a nationalist, ok? Use that word!", ha proclamado Trump, líder del país más poderoso del mundo, validando al máximo nivel el nacionalismo.
La nación y su esencia serían patrimonio sólo de una parte de los españoles, los que piensan como los líderes derechistas, según esta lógica. Vox ha rescatado la idea de "españoles de bien". Teodoro García Egea (PP) sintetizó el ideal nacionalista excluyente, tradicionalista hasta la médula, en una intervención que hizo fama: "Porque nosotros celebramos la navidad, ponemos el belén, ponemos el árbol, celebramos nuestras tradiciones, nuestra Semana Santa y nos sentimos orgullosos, ¡y al que no le guste, que se aguante, porque nosotros somos españoles!". Una identificación nítida entre cultura católica y nacionalidad española, base filosófica del nacionalcatolicismo.
Indicador 7: Conspiraciones y bulos (Mounk; Freedom House)
Mounk identifica el gusto por bulos y teorías de la conspiración en países en los que han avanzado las posiciones "iliberales", con la consiguiente "desconsolidación" democrática. El partido Ley y Justicia ha alentado incesantemente las teorías de la conspiración sobre un supuesto asesinato por parte de Rusia del que fuera presidente Lech Kaczyński, muerto en un accidente de avión. En Estados Unidos Donald Trump ha dado alas al movimiento contra la vacunación. Lo mismo que Marine Le Pen en Francia y Salvini en Italia. Bolsonaro ha promovido una teoría según la cual ha habido una conjura de intelectuales, profesores y autoridades educativas para ocultar los éxitos de la dictadura militar en áreas como el control del crimen o la economía.
Pablo Casado ha alentado la teoría de la conspiración del 11M, sostenida por algunos medios próximos al líder del PP, con el recurso de pedir "la verdad" sobre el atentado. Vox se ha lanzado sin miramientos a alentar dicha teoría, uno de cuyos defensores, Francisco Alcaraz, expresidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, se ha convertido ahora en senador por la formación de Abascal.
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El partido ultraderechista situó como líder en Andalucía al juez condenado por prevaricación Francisco Serrano, que en 2010 afirmó que las denuncias falsas al amparo de la Ley contra la Violencia de Género estaban provocando un "genocidio" de hombres, tal era el número de suicidios.
Vox también situó como cabeza de lista por Albacete a un historiador con una visión contemporizadora sobre el nazismo, que finalmente ha renunciado después de que la Federación de Comunidades Judías de España mostrara su "preocupación". Vox se ha apresurado a aclarar que es defensor del Estado de Israel y su política en Palestina. Es algo –junto a su europeísmo y su neoliberalismo– que lo distingue de otros partidos ultraderechistas europeos. En el Frente Nacional francés y en la ultraderecha austríaca sí ha habido sectores que han mostrado opiniones tibias sobre el nazismo.
Siguiendo con las opiniones historiográficas descatalogadas, Santiago Abascal defiende abiertamente que "la Guerra Civil la provoca el PSOE", si bien aclara que el partido no tiene una posición oficial al respecto.