Elecciones 20-D

La izquierda irresponsable

La izquierda irresponsable

Editorial de Ctxt

CTXT apostó tras el 20-D por una alianza a la portuguesa. La realidad no parece ir en esa dirección. Aunque la izquierda obtuvo un millón de votos más que la derecha y se dibujó la opción de un pacto entre PSOE, Podemos y Unidad Popular, con el apoyo de algunos partidos nacionalistas e independentistas, los movimientos de socialistas y podemitas están convirtiendo esa oportunidad, ilusionante para muchos votantes tras cuatro años de nefastas políticas conservadoras, en una quimera.

Da la impresión de que a los dos partidos les atemoriza la posibilidad de formar un gobierno de izquierdas. Y que ambos identifican al otro, como ha pasado tantas veces en la historia, con el gran enemigo a batir, olvidando que el principal objetivo debería ser desalojar a la derecha del poder y liderar un frente progresista de los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), capaz de empezar a moderar la deriva ultraliberal de la Unión Europea.

La responsabilidad mayor del improbable acuerdo entre la nueva y la vieja cultura izquierdista corresponde al PSOE, un partido que vive instalado en el establishment desde hace décadas y que ha perdido la conexión con buena parte de la sociedad. El PSOE carece de empuje, y ha perdido la capacidad de ilusionar a un electorado que ansía un cambio profundo en el funcionamiento de la política y la economía. Muchas de sus propuestas son razonables, pero la gente apenas les presta atención. Lo que necesitan los socialdemócratas es recuperar la credibilidad perdida, pero si la socialdemocracia europea parece haber tirado la toalla durante la crisis económica y democrática, el PSOE parece no tener ni toalla que arrojar. Cada vez más reduccionista en sus análisis, desconoce las dimensiones de los cambios sociales que ha ocasionado el 15-M. Lleno de temor, se refugia en su feudo andaluz y en un discurso plagado de apelaciones a un pasado glorioso que ya no es suficiente y no volverá (“Nosotros universalizamos la sanidad, creamos las pensiones no contributivas, extendimos la educación”).

El lunes 28 de diciembre, el partido todavía liderado por Pedro Sánchez tomó el camino del suicidio en un comité federal marcado por la rebelión de Susana Díaz y otros barones regionales, que, entre acusaciones de bolchevismo a Podemos –formación que ha aupado al poder a varios de esos dirigentes autonómicos–, pusieron por delante de cualquier opción política el simplista “España se rompe”. En la práctica, se trataba de negar toda posibilidad de negociación real a Sánchez, convertido en líder interino.

El secretario general, atacado por todos salvo desde Izquierda Socialista, el PSE y el PSC, tuvo que asumir las tesis de la ambiciosa presidenta andaluza, que condenó al líder –elegido, recuérdese, por los militantes– a emprender una no negociación abocada al fracaso. A Díaz, que exige la rápida celebración del congreso que debe auparla a la secretaría general, no parece importarle lo mas mínimo ninguna otra circunstancia, ningún otro interés.

La segunda responsabilidad de la ausencia de diálogo real entre los partidos progresistas se debe a Podemos. El partido que más fortalecido salió de las urnas apenas ha escondido su deseo de que las elecciones se repitan: su objetivo real y poco disimulado consiste en adelantar al PSOE y colocarse como primer partido de la oposición. Vista la situación interna del PSOE, y la fragilidad de un Rajoy que, como Berlusconi, ya solo confía en el salvoconducto que le libre del caso Bárcenas, Podemos ha lanzado a la arena de Sánchez algunas medidas provocadoras (un presidente de prestigio elegido por el Parlamento y no por las urnas), otras duras de tragar (el final inmediato de las puertas giratorias) y alguna vacía de contenido real (blindaje constitucional de la sanidad y la educación) o imposible de negociar con un PSOE escorado hacia el populismo españolista (referéndum catalán). Y luego ha doblado la oferta con una propuesta de ley de Emergencia Social (la Ley 25), que requeriría de un Gobierno que la aplique para que no se quede en simple humo.

La síntesis pactada por las cuatro almas de Podemos parece más electoralista que basada en el interés general, más teatral que realmente dirigida a buscar el entendimiento con Sánchez. Iglesias fantasea abiertamente con que unas nuevas elecciones serán la panacea. Y en el partido berenjena muchos admiten que prefieren que sean otros quienes gestionen los nuevos recortes que la UE exigirá en enero. La intuición de Iglesias puede ser cierta, y quizá convierta a Podemos en la segunda fuerza. Pero parece difícil que le lleve a ganar los comicios, como afirmó tras visitar a Rajoy. Más bien, lo lógico es que, si se celebran nuevas elecciones, el PP reagrupe fuerzas a costa de Ciudadanos: tras la fragmentación del 20-D, es posible que muchos votantes de centro y de derecha quieran un gobierno fuerte.

La conclusión es que Podemos prefiere adelantar al PSOE y liderar la oposición antes que evitar a los españoles una nueva legislatura del PP. Y lo mismo cabe decir del PSOE: prefiere seguir con sus luchas internas y obedecer los deseos del IBEX antes que garantizar un gobierno que desaloje a Rajoy y los suyos del poder. Los dos partidos, que representan ya dos culturas distintas, han encontrado el pretexto ideal para la inacción en el referéndum catalán. Se trata de un asunto importante, sin duda, pero para nada es el más urgente. La derecha lleva tres años utilizando el anhelo independentista de una parte de los catalanes como cortina de humo de los recortes y la corrupción. Resulta decepcionante que PSOE y Podemos repitan el mismo esquema y no sean capaces de ofrecer una alternativa plausible a un tema que según las encuestas del CIS es la preocupación número 16 de los españoles.

España tiene en este momento dos opciones. La primera es que los partidos tradicionales desprecien el mensaje de cambio de las urnas y miren hacia otro lado con la bendición de Merkel. La segunda, que es por la que apostó CTXT, es luchar por esa alianza de izquierdas que mezcle la vieja cultura política con la nueva, y se proyecte hacia Europa haciendo frente común con los países de la periferia sur, los más castigados por la crisis económica y política. Conviene entender que un país solo no podrá mover un centímetro los cimientos neoliberales de la UE, ni dar una salida positiva al exceso de miedo y a la crisis de democracia y solidaridad que vive la Unión Europea.

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