Cultura
José Sacristán: “Estamos aceptando lo miserable como solución”
A pesar de que los presupuestos para conformar un elenco sólido en teatro se han recortado considerablemente en los últimos tiempos, y de que en la industria del cine priman las caras bonitas y jóvenes sobre las que están ya curtidas por el humo de cien batallas, José Sacristán (Chinchón, Madrid, 1937), ajeno a cualquier contratiempo, sigue felizmente recibiendo ofertas de trabajo en ambos medios. Se diría que, a sus 78 años, el ganador de un Goya por El muerto y ser feliz (2012) sigue viviendo su profesión, y también su vida, con exquisita modestia, atraviesa una segunda y pletórica juventud.
En 2015 se le pudo ver junto a Sergi López en el filme de Pol Rodríguez Camí a casa, y en 2016 llegarán a los cines otras tres películas en las que ha trabajado: Vulcania, de José Skaf, que se presentó en la última edición del Festival de Sitges; Toro, de Kike Maíllo, en la que comparte cartel con Mario Casas y Luis Tosar; y Las furias, el primer y esperado largometraje del aclamado director escénico Miguel del Arco. Por si fuera poco, en teatro estrenará dentro de muy pocos días Muñeca de porcelana, la última obra del dramaturgo estadounidense David Mamet, que llegará al Teatro Español el próximo 3 de marzo, en un montaje de Juan Carlos Rubio.
A usted se lo siguen rifando. Y son los directores jóvenes quienes se lo disputan.
¡Y con la que está cayendo! Estoy muy, muy feliz, la verdad. Y no solo en lo profesional, porque todos esos realizadores son muy buenos, sino también por lo que tiene de rejuvenecedor compartir con ellos trabajo, vida y opiniones. Son gente con un talento del copón, y con un coraje y un amor por lo que hacen que a mí me emociona. En todos encuentra uno esa cosa cojonuda de seguir queriendo compartir la vida con ellos.
En lo interpretativo, llegar esta temporada al Español con lo último de Mamet es un verdadero lujo.
Pues sí. Es una obra muy buena. No es que Mamet haga una radiografía del poder, sino que más bien le hace una colonoscopia, porque le mete la mano por el culo con muchísima mala leche.
La obra se ha estrenado en Broadway con un Al Pacino de protagonista que no ha recibido buenas críticas; entre otras cosas, porque actuó con pinganillo.
¡Fíjate, es que no se sabía el texto, el cabrón! [risas]. Estuve tentado de ir a verle, la verdad, pero al final no pude. No sé qué le habrá pasado a mi amigo Pacino, francamente, pero yo creo que este papel es para lucirse.
Esta obra coincidirá con el estreno de Las furias, una película que ha generado mucha expectación, quizá por ver cómo se desenvuelve en el cine Miguel del Arco.
¡Es un fuera de serie este muchacho! En todo, porque además posee una gran calidad humana; como diría mi abuela Nati, “es de esos que entran pocos en el kilo” [risas]. Creo que la película es muy buena, es una historia familiar con reminiscencias de tragedia griega, pero que puede remitir también a Woody Allen, a Strindberg o a Bergman. Aunque es mejor que no diga más antes de que la gente la vea.
También es esa calidad humana lo que destacan de usted casi todos sus compañeros de profesión. ¿Se siente bien valorado en este oficio?
Absolutamente. Entre lo que yo me imaginé hace mucho que podría dar de sí dedicarse a esto y lo que está dando, creo que no me puedo quejar. Muy al contrario, soy un privilegiado; aunque en algo haya contribuido o colaborado, tengo muchísima suerte. Estoy profundamente agradecido a todos los compañeros y maestros que he tenido. Sería un miserable si pusiera alguna objeción a lo que me ha ido pasando en todos estos años. Y no lo soy.
Comprendo que esté agradecido por poder seguir en la brecha, pero, seamos realistas, usted ya va cumpliendo una edad, y el teatro es duro. ¿No se ha puesto un tope?
¡Mientras el cuerpo aguante y yo me siga divirtiendo! Mi oficio es un juego: el juego de hacer creer al otro que soy el que no soy. Empecé en el teatro en 1960, hacíamos dos funciones diarias los siete días de la semana, y por la mañana me iba TVE a grabar un Estudio 1. ¡El teatro ahora es de señoritos! [risas] Es verdad que yo me permito algunos privilegios ya a mi edad, y pongo algunas condiciones si me quieren contratar; no hago dos funciones diarias, porque nunca me ha gustado hacerlas y porque me parece una aberración. Pero, ojo, no soy un idiota: no pido tener una roulotte en la gira pintada de rosa, ni que me esté esperando en cada sitio la banda municipal para recibirme. ¡Soy de Chinchón! [risas] En cuanto al ejercicio de memorizar, se hace más complicado cuando tengo que aprender unos diálogos absurdos de unos personajes imbéciles, pero memorizar a Mamet es otra cosa. Yo me lo paso pipa.
En los últimos Premios Ceres, del Festival de Mérida, recibió el galardón honorífico por toda su carrera.
Ahí me disteis en toda la madre, como dicen los mexicanos. En primer lugar, porque recibirlo de manos de mi hermana Concha Velasco y nada menos que en Mérida impresiona mucho. Vi el Teatro Romano lleno, y en pie, aplaudiendo: tendría que ser un idiota para no emocionarme. En segundo lugar, porque recordé cómo en el año 64 del pasado siglo, cuando acababa de nacer mi hijo, yo andaba por ahí haciendo siete papeles de Julio César por 30 duros. Me vi allí corriendo, hasta hoy, y pensé: “Joder, pues se trataba de esto, ¿no?”. Estoy muy agradecido a todos los que estaban en ese jurado. No saben hasta qué punto fue emotivo para mí.
Y, una vez más, usted quiso acordarse allí de su origen humilde y de toda la gente, muchos de ellos ajenos al oficio y a la fama, que le han ayudado en este camino.
Yo sé muy bien de dónde vengo, y lo tengo siempre presente. Sé quién soy, con lo bueno y también con lo malo, pero me sigo mirando al espejo y no me disgusto.
Ha empezado esta entrevista con una frase, “Con la que está cayendo”. ¿Tan mal está el panorama?
Yo soy un hombre de izquierdas, como tú sabes, y estoy asistiendo con pena al desmoronamiento de la izquierda en España. Pero es que ella misma se lo ha ganado. No hay la menor unidad en ella. De la derecha mejor ni hablo, porque me parece bastante impresentable, aunque tenga muy buenos amigos de derechas. En cuanto a los nuevos partidos que están asomando la cabeza, estoy expectante. ¡A ver qué pasa con ellos! Tengo cierta esperanza, ¡aunque, mira lo de Cataluña! Es un esperpento escandaloso; y lo que me asusta es que allí hay un cuarenta y tantos por ciento de la sociedad que cree que es cojonudo lo que les está pasando. Pero, vamos a ver, más allá de que se rompa España o no se rompa España, ¡dónde coño va esta gente, a estas alturas, proclamando la República Catalana en Europa!
Dice que está expectante. ¿Qué le gustaría que cambiase?
Que los ciudadanos dejen de sufrir el atropello al que se les somete. Esto no es una crisis, es ya una guerra; sin muertos, pero con víctimas laborales, sociales y morales. Es terrible que aceptemos como una mejora esta cosa miserable de que nos contraten por hora y media, y que nos paguen lo que les sale de los cojones. La fuerza del contrario es tal que todos nos hemos ido resignando a una situación que hace poco sería impresentable. No sé qué posibilidad hay de recuperar el terreno perdido, pero tampoco debemos quedarnos cruzados de brazos. No se puede considerar como mejoría económica el beneficio de unos pocos y el perjuicio de la gran mayoría. Hay que intentar, por lo menos, que el ciudadano recupere su dignidad. Hay que llamar a las cosas por su nombre, y ser un poco más honestos y más honrados.
¿Y en relación a su oficio?
La lista sería interminable. Las películas en las que he actuado últimamente están hechas a pulmón, con un sacrificio enorme. Solo pido un poco de sensibilidad, y en ese sentido no me queda más remedio que hablar del 21% de IVA [risas], ¡pero es tal el desprecio y la insolencia del Gobierno! Luego la derecha se queja de que en el mundo del espectáculo se les critique. Ya está bien de que, para colmo, nos llamen chorizos y demás gilipolleces.
¿Y qué opina de la cantidad de salas de teatro de pequeño formato que se están abriendo en ciudades como Madrid? ¿No es un poco paradójico en tiempos de crisis?
Está bien que la gente no se quede en su casa y que haga lo que sea. Además, yo he visto espectáculos cojonudos en esas salas, pero es que no se puede comer de eso. Es más de lo que decía antes: estamos aceptando lo miserable como solución.