4M | Elecciones en la Comunidad de Madrid
Madrid, radiografía de un electorado centrado a la izquierda con solo cinco victorias del bloque progresista en 25 años
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El 18 de febrero de 2011, el entonces candidato del PSOE a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Tomás Gómez, se desplazó hasta la redacción del diario El País para una de sus primeras entrevistas de cara a unos comicios autonómicos que estaban a la vuelta de la esquina. Con traje negro, camisa blanca y gesto serio, el dirigente socialista se enfrentó a una de las preguntas que más se ha puesto sobre la mesa en la región en las últimas décadas. "¿Es Madrid de derechas?", lanzó la periodista. "No, el electorado es de centro izquierda. Otra cosa es que no se haya traducido en una hegemonía política de la izquierda en las urnas", respondió el político. Tres meses después de aquella conversación, el bloque conservador sacó al progresista en las urnas más de una veintena de puntos porcentuales. Cuatro años más de mayoría absoluta del PP de Esperanza Aguirre –72 escaños– que reabrió nuevamente un debate sociopolítico que lleva presente en la región prácticamente desde mediados de la década de los noventa.
No hay noche electoral en la comunidad autónoma que no se cierre siempre con la misma cuestión: "¿Es o no esta región sociológicamente conservadora?". No es raro plantear dicho interrogante. Al fin y al cabo, los resultados en las urnas llevan ya cinco lustros apuntando en esa misma dirección. Desde 1995, cuando el Ejecutivo regional giró por primera vez hacia la derecha, los madrileños han acudido a ejercer su derecho al voto en 24 ocasiones, teniendo en cuenta municipales, autonómicas y generales. Únicamente en cinco el bloque de izquierdas fue capaz de llevarse el gato al agua en número de votos. Eso sí, lo hizo por la mínima, con unas diferencias porcentuales que en el mejor de los casos alcanzaron los cinco puntos. Fue en las elecciones generales de 2004. Una cita con las urnas que se produjo en un contexto muy particular: tras los atentados del 11M y después de descubrirse las mentiras del Gobierno de José María Aznar sobre la autoría de la matanza en los trenes de cercanías.
Ninguna de las escasas victorias progresistas en las autonómicas ha servido para dar un giro al Ejecutivo. En la primera, la de mayo de 2003, la derecha solucionó el traspiés con el tamayazo. En la segunda, la de 2015, lo hizo la caída de IU por debajo de la barrera del 5%. Tampoco fueron, por otro lado, triunfos muy holgados. La izquierda sólo sacó a la derecha uno y tres puntos porcentuales, respectivamente. Atrás han quedado ya aquellos resultados aplastantes que se registraron a comienzos de la década de los ochenta, donde la suma de las listas progresistas llegó a sacar en la región más de veinticinco puntos a las opciones más conservadoras. Una diferencia que se fue recortando progresivamente hasta que, en 1995, se produjo el cambio de tendencia. A partir de entonces, las tornas se invirtieron. Y el bloque conservador subió hasta tal punto que fue él el que, en 2011, se puso por delante de la derecha en más de veinte puntos.
¿Ha habido, por tanto, un cambio ideológico de la sociedad madrileña? Sí, se ha derechizado, aunque mínimamente. El salto se aprecia fundamentalmente en el barómetro postelectoral del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) relativo a las elecciones autonómicas de 1995. En aquel estudio, la autoubicación ideológica media de los encuestados se situó en el 4,95, en una escala donde el 1 equivale a la extrema izquierda y el 10 a la extrema derecha, lo que supuso una escalada de medio punto respecto a las cifras que se venían manejando hasta la fecha –en los estudios postelectorales de 1987 y 1981 rondaba el 4,4–. Aunque con alguna excepción, lo habitual en los últimos años es que se sitúe tras las citas electorales regionales y municipales en el entorno del 4,7. Una cifra que, como recuerda el politólogo Lluís Orriols, se encuentra "por encima de la media nacional". "Tiene, por tanto, un sesgo algo más conservador", resume.
¿Quiere esto decir que la sociedad madrileña sea de derechas? No, atendiendo estrictamente a la escala ideológica. Más bien, estaría en un centro inclinado hacia la izquierda. De hecho, hay sociedades más escoradas hacia posiciones conservadoras que la madrileña. Es el caso, por ejemplo, de Castilla-La Mancha. En esta comunidad autónoma, donde el PSOE ha gobernado en nueve de las diez legislaturas –la única excepción fue en 2011–, la tónica habitual de los últimos treinta años ha sido una autoubicación ideológica que ha rozado el 5 de media, una barrera que incluso se superó ligeramente en las últimas tres citas con las urnas regionales. En la misma situación se encuentra Murcia desde que se convirtió en plaza fuerte del PP en 1995, año en el que comenzó una derechización social que desde 2007 ha superado la autoubicación ideológica media del 5,2 –en 2011 llegó a escalar hasta el 5,53–. Umbral en el que también se mueven La Rioja o Castilla y León, otros feudos históricos conservadores.
Tampoco es más conservadora que otras tantas regiones, atendiendo a los estudios postelectorales de las autonómicas. En Aragón y Baleares, la media se situó en el 5,1 y 5, respectivamente. En Canarias o Asturias, en el 4,8. Y en Comunitat Valenciana, en el 4,7.
El problema de la desmovilización
Y si está en un centro escorado a la izquierda, ¿por qué resulta todo un reto que este bloque se imponga en las urnas? Una posible explicación podría estar en la diferencia existente entre la autoubicación dentro del espectro ideológico y el comportamiento que se tiene a nivel electoral. "Puede haber votantes que se sitúen perfectamente en las encuestas en el 3 o el 4 pero que luego acuden a las urnas e introducen la papeleta de Ciudadanos o el Partido Popular", explica el politólogo Daniel V. Guisado. En este sentido, dice, pueden intervenir muchos factores. Desde el programa hasta la oferta electoral. O, incluso, propuestas muy concretas. Pone como ejemplo el caso de las restricciones a nivel económico como consecuencia de la pandemia. "Puede haber votantes que se ubican en el lado progresista pero que consideran que la hostelería es importante y que la izquierda no hace suficiente para defenderla", apunta.
De hecho, la de los bares y restaurantes es una de las banderas que Isabel Díaz Ayuso ha agarrado con más fuerza a lo largo de la legislatura. "Para arruinar más a la hostelería conmigo que no cuenten", decía la futura candidata conservadora a la Presidencia de la Comunidad de Madrid a comienzos de año, cuando el aumento de los contagios obligaba a las autoridades a estudiar medidas adicionales para hacer frente al coronavirus. Ahora, centra parte de su campaña de cara a la cita con las urnas en esta misma cuestión, sabedora de que es un sector que antes de la crisis sanitaria daba trabajo directo a unas 200.000 personas. Y lo hace a pesar de que la región es la única que no ha repartido ayudas a sus hosteleros, como publicó infoLibre, aunque también es necesario recalcar que el Gobierno madrileño es el que menos restricciones ha aplicado a lo largo de la pandemia en este ámbito.
No obstante, tanto para Guisado como para el politólogo Eduardo Bayón, buena parte de la explicación de que al bloque progresista le cueste un mundo imponerse en una sociedad de centro que mira a la izquierda tiene que ver con la temida desmovilización. "Tras las elecciones de 1990 muchas zonas donde las rentas medias se ubicaban por debajo de la media regional, como puede ser todo el cinturón rojo, empezaron a votar menos y es una dinámica que se ha mantenido", apunta el primero. "Las diferencias de participación entre izquierda y derecha suelen ser importantes", coincide el segundo. Así, por ejemplo, mientras que el bloque conservador ha logrado movilizar en sus mejores momentos en las dos últimas décadas algo más de dos millones de votos –en las generales de 2011 o del 28 de abril de 2019–, la izquierda no ha sido capaz de sobrepasar en ninguna de las citas con las urnas en la región la barrera de los 1,7 millones de papeletas.
Los análisis postelectorales realizados por el CIS también muestran esta desmovilización de la izquierda en las sucesivas citas con las urnas a nivel autonómico a lo largo de los últimos veinte años. "Sí, fui a votar y voté" es una respuesta que, de media, marcan más los electores que se autoubican a la derecha que a la izquierda. Así, por ejemplo, en los comicios celebrados tras el tamayazo, acudió a introducir su papeleta en la urna una media del 92% de los encuestados situados entre el 7 y el 10 en la escala ideológica, frente al 75,5% de los que se situaban entre el 1 y el 4, casi diecisiete puntos más. Una tendencia que se repite en casi todas las elecciones regionales celebradas tras el cambio de siglo. La única excepción, las de 2015, la última vez que se consiguió imponer el bloque progresista. Por aquel entonces, la media en la bolsa conservadora fue del 82,7%, frente al 94,97% de los que se autoubicaban a la izquierda del tablerobolsa .
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Un vuelco que se produjo en un momento político muy concreto. Por aquel entonces, el escenario bipartidista acababa de romperse con el aire fresco que traían nuevos partidos como Podemos y Ciudadanos. Con el aterrizaje de los morados, la oferta de formaciones de progresista se amplió. Fue un punto de inflexión en una región en la que, recuerda Orriols, la izquierda siempre ha estado sumida en importantes crisis orgánicas. Sólo hay que poner el ojo en la Federación Socialista Madrileña, eternamente dividida en facciones en guerra permanente. Un ambiente de enfrentamiento cainita que también ha marcado buena parte de la historia de IU en la Comunidad de Madrid. Tiras y aflojas continuos que terminan por desmovilizar al electorado. Por eso, de cara al próximo 4M, uno de los objetivos que se han marcado las tres candidaturas progresistas es evitar la confrontación y situar la mirilla sobre la actual presidenta regional.
Tampoco ayuda para sacar a la gente a las urnas el hecho de que exista la sensación de que las llaves de la Puerta del Sol sólo están en manos de la derecha. "Que el PP lleve más de 25 años gobernando de manera ininterrumpida también genera una apatía importante entre el electorado de izquierdas. Y si no se pone una candidatura atractiva o una opción de oposición realista no salen a los colegios electorales", dice Guisado. Los politólogos no creen que, hasta las autonómicas de 2015, las fuerzas progresistas fuesen capaces de poner sobre la mesa una papeleta ilusionante con capacidad para movilizar masivamente. Por el lado del PSOE, los elegidos para batirse el cobre fueron Rafael Simancas y Tomás Gómez. Por el lado de IU, Fausto Fernández, Inés Sabanés y Gregorio Gordo, que acabó siendo expulsado de la organización por su papel en Caja Madrid y las famosas tarjetas black.
Los expertos también añaden a la coctelera otro elemento. Después de un cuarto de siglo de utilización de Madrid por el PP como laboratorio de ideas neoliberal, señalan que se va generando una suerte de "hegemonía cultural y política" de la que se benefician. Es esa privatización de la sociedad por la que en su día apostó Margaret Thatcher. "Los Gobiernos generan opinión, y esto acaba influyendo también en las preferencias en los ciudadanos", dice Orriols. Es un poco la idea en la que insistía también el propio Íñigo Errejón tras la cita con las urnas de mayo de 2019, la que llevó a Díaz Ayuso a la Puerta del Sol. "Creo que en la Comunidad de Madrid se ha normalizado una especie de antropología neoliberal y nos hemos acostumbrado a un urbanismo que rompe los lazos comunitarios; a que los servicios públicos son para pobres y, por tanto, quiero un poco más de dinero para irme a la privada; a que como la precariedad se normaliza el problema nunca es el salario, no lo cuestiono, por lo menos que me bajen impuestos", decía.