23J | Elecciones generales
Las ‘matemáticas de Estado’ con las que Feijóo avala el pacto valenciano rompen las costuras del PP
El PP ha cerrado la semana enredado en lo que su coordinador general, Elías Bendodo, ha llamado “las matemáticas de Estado”. Una teoría según la cual está bien pactar con Vox si la ultraderecha obtienen un 12% de los votos, como sucedió en la Comunitat Valenciana el pasado 28M, pero no si ese porcentaje es del 8%, como pasó en Extremadura. La definición es de Bendodo pero, en realidad, la paternidad de la fórmula es del Alberto Núñez Feijóo, que es quien la enunció para explicar por qué el PP está dispuesto a compartir gobierno con Vox en un sitio pero no en otro.
Y, como ocurre a veces cuando nada encaja, el portavoz electoral del partido, Borja Sémper, se vio obligado el jueves a introducir una corrección para justificar por qué en Murcia el PP está haciendo lo mismo que en Extremadura aunque la extrema derecha logró allí un 17% de los votos: la fórmula sirve, vino a decir, pero sólo si el PP se ha quedado lejos de la mayoría absoluta. Matemáticas de Estado diseñadas para apoyar lo mismo y lo contrario en función de lo que convenga a cada barón en cada territorio.
La lógica interna de la fórmula no tiene coherencia alguna y conduce a contradicciones y resultados ilógicos. Todo el mundo en el PP se ha dado cuenta de ello y, tras un momento inicial de perplejidad, las voces internas críticas han empezado a hacerse oír, de momento en privado, azuzadas en parte por el ecosistema mediático de la derecha, en su mayor parte partidario de los acuerdos con Vox o, como mínimo, de mantener una mínima coherencia en todos los territorios.
La división de pareceres dentro del PP es evidente. Este viernes, en el acto de toma de posesión de Isabel Díaz Ayuso como presidenta de la Comunidad de Madrid, estaban todos los barones. Los que tienen mando en plaza, como Juanma Moreno en Andalucía, y los que pretenden tenerla desde ángulos opuestos, como el valenciano Carlos Mazón o la extremeña María Guardiola. La foto de unidad, esa de la que Feijóo presumía hace apenas unas semanas en contraposición a las divergencias exhibidas dentro del PSOE por barones como Emiliano García Page o Javier Lambán, fue imposible. Quienes estuvieron atentos a los corrillos dicen que Mazón y Guardiola intercambiaron impresiones en privado, pero evitaron hacer declaraciones.
Que el PP se haya convertido en un reino de Taifas a un mes de unas elecciones generales en las que tenía todo a favor es una consecuencia directa de la coalición de barones que montó el propio Feijóo en febrero de 2022 para derrocar a Pablo Casado y hacerse él mismo con la presidencia del partido. Un pacto cerrado en el congreso extraordinario de Sevilla que otorgó a los barones autonomía de decisión en sus territorios a cambio de que todos se conjurasen para recuperar la unidad y desterrasen cualquier tentación de deslealtad.
Por libre
Ese fue el modelo elegido por Feijóo y su equipo. Tan simple como aparentemente efectivo: nadie volvió a criticar las salidas de tono de Ayuso ni puso límites a su ambición dentro del partido; ningún dirigente cuestionó los pactos de Alfonso Fernandez Mañueco en Castilla y León. Pero ahora, a las puertas de unas elecciones, las negociaciones para formar gobierno en cinco comunidades han sacado a la luz las costuras de un partido en el que cada barón va por libre.
Algunos critican que Mazón se diese tanta prisa en cerrar un acuerdo con Vox que incluye cesiones en algunas de las principales banderas de la extrema derecha, desde el cuestionamiento de la violencia machista a la xenofobia, pasando por abrir la educación a la ideología de los padres. Especialmente porque lo que Génova quería era demorar las negociaciones todo lo posible para no contaminar la campaña de las generales.
Otros, en cambio, arremeten contra Guardiola no ya por su abrupta ruptura con la extrema derecha sino por la dureza con la que ha descalificado a los únicos socios que podrían darle la presidencia en una comunidad en la que es el PSOE el que ganó las elecciones.
Lo que nadie entiende, ni los que critican a Mazón ni los que hacen lo propio con Guardiola, es la actitud de Feijóo y de su guardia personal, conocidos en Madrid como el clan de Santiago, porque todos formaban parte de su equipo cuando era presidente de la Xunta. Orgánicamente, el responsable del desaguisado es la mano derecha del presidente del partido, Miguel Tellado, al que muchos reprochan no haber sabido meter en cintura a los barones emergentes. “Una cosa es dar autonomía, otra muy distinta que cada uno haga lo que le da la gana”, sostienen los más críticos. A falta de un criterio mejor, hasta los barones mejor situados en la línea sucesoria de Feijóo están tomando partido: Moreno apoya a Guardiola; Ayuso a Mazón.
Porque a los modelos Mazón y Guardiola hay que sumar una tercera vía, la elegida aparentemente por Marga Prohens y Jorge Azcón en Balears y Aragón, respectivamente: dar a Vox la presidencia de sus respectivos parlamentos sin obtener nada a cambio en la esperanza de que los de Abascal accedan a sí a no entrar en los gobiernos autonómicos. Una decisión que ha convertido en segunda autoridad de Aragón y Balears a dos militantes de la extrema derecha que niegan la existencia de la violencia machista y el cambio climático y que han mantenido en el pasado actitudes xenófobas.
Atrapado entre sus matemáticas de Estado y la actitud de sus barones, que debilitan la imagen de unidad y de fortaleza que se había propuesto exhibir durante la campaña, Feijóo optó este viernes por una pirueta. Su modelo —el cuarto en la lista oficiosa del partido—, no es ni el de Mazón ni el de Guardiola, ni tampoco el de Prohens y de Azcón, aseguró en declaraciones a la prensa. El suyo es el de Ayuso: conseguir mayoría absoluta para no tener que negociar con nadie.
El modelo número cuatro
“Lo he dicho siempre, [mi modelo] es el de Madrid, el de Andalucía, el de Galicia, el próximo de La Rioja. Es el modelo de los gobiernos sólidos, de los gobiernos fuertes, de los gobiernos sin intermediarios, de los gobiernos que salen de las urnas directamente”. Y “no voy a renunciar a él”, subrayó apostando por conseguir el 23J una mayoría absoluta que los electores españoles se resisten a otorgar en unas generales desde el año 2011. “Es el modelo de las grandes victorias”. “Ha sido así durante toda mi vida y lo va a seguir siendo en lo que me quede de biografía política”. Ese es el modelo, añadió incómodo con las cuestiones que le planteaban los periodistas, que propone “a los ciudadanos para no tener que contestar a preguntas” sobre pactos con Vox.
Y mientras la unidad dentro del PP muestra grietas a medida que sus barones ponen en marcha estrategias contradictorias para asegurarse gobiernos, aunque en algún caso eso pueda suponer una repetición electoral, como es el caso de Extremadura y Murcia, su socio en la extrema derecha avanza en el camino contrario y refuerza la unidad interna y el control vertical del partido de la mano de Santiago Abascal, que estos días hace gala de la coherencia que exhibe su formación en todos los territorios.
Este sábado Vox culminará en su asamblea anual una reforma de sus estatutos que refuerza el castigo a la disidencia interna y el incumplimiento de las “instrucciones” que dé la formación para las declaraciones públicas en redes sociales o medios de comunicación.
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La reforma estatutaria afecta también a la estructura del partido y apuntala a su cúspide. El Comité Ejecutivo Nacional —el encabezado por el presidente, Santiago Abascal, y formado por los vicepresidentes y vicesecretarios— refuerza su poder para crear y disolver órganos a su antojo y su núcleo duro, el Comité de Acción Política, liderado también Abascal, podrá tomar las decisiones que considere con autoridad todos todos los grupos parlamentarios y municipales, así como de los cargos públicos que ejerzan responsabilidades de gobierno o gestión en cualquier ente territorial o institucional de la Administración Pública.
La asamblea culminará una discreto pero significativo reequilibrio interno del poder que consolida a Abascal y a su secretario general, el catalán Ignacio Garriga, e impulsa a su portavoz, el eurodiputado Jorge Buxadé, encargado precisamente estos días de hacer visible el control de la dirección nacional sobre los pactos en las diferentes comunidades autónomas.
Gana peso el sector más duro, que el diario El Mundo describía este viernes como los “pretorianos de Abascal, sin vedettes mediáticas, ni opiniones particulares, y con una incuestionable vocación de cruzada: una guerra política y cultural contra la izquierda, la derecha sistémica, el nacionalismo periférico y el pluralismo de las democracias liberales que tanto les incomoda”. Un cambio que conduce a un “partido de estructura vertical, militarizada y personalista” que tiene a la Unión Cívica del “líder húngaro Viktor Orbán” como modelo. Y del que se han caído trece diputados considera demasiado liberales, como Mireia Borrás, Víctor Sánchez del Real y Rubén Manso.