Lo que no se mide no existe: la falta de datos de muertes en residencias impide un control eficaz en los centros
Se sabe cuántas son cada año, si fueron más hombres o más mujeres, qué edad tenían, dónde vivían y por qué causa fallecieron. Las estadísticas que publica el INE dibujan periódicamente un mapa detallado de cómo es la mortalidad en nuestro país. Paralelamente, y con un poquito más de retraso, el Ministerio de Sanidad elabora un informe que analiza los patrones de las defunciones que ha habido en todo el periodo de un año. Se ve si aumentan, si descienden. Y también se dan algunas pistas de por qué lo hacen. El último se publicó este mes de diciembre y concluyó que en 2022 se incrementó el número de muertes, sobre todo, por dos factores: por el calor y por la epidemia de gripe. Fueron los mayores de 85 años los principales perjudicados. Ahora bien, ¿cuántos de ellos vivían en residencias? Ahí las estadísticas no dan respuesta. Ninguna. El dato, simplemente, no existe.
Pero volvamos al primero. Hace dos años, los fallecimientos de mayores de 85 años supusieron el 48,6% del total, según se desprende del documento de Sanidad. Fueron prácticamente la mitad. Avancemos ahora un año. Y hagámoslo con las cifras del INE, que da la posibilidad de ampliar la horquilla y ver las defunciones de los ancianos de más de 80. Ahí la cosa cambia y el porcentaje se eleva mucho más. En concreto, hasta el 61%. La cifra es elevada, pero no por ello sorprendente o negativa. "Que los fallecimientos que hay en España se concentren en las personas más mayores significa que algo estaremos haciendo bien", señala Hicham Achebak, investigador postdoctoral del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).
Ahora bien, eso es una mera lectura preliminar. Tras ella llega la pregunta: ¿Puede reducirse esa mortalidad? ¿Hasta qué punto? Ahí ya no sirve sólo con saber quién muere y de qué, sino dónde y cómo lo hacen.
El agujero estadístico
Eso es más complicado. Se desconoce cuántos mayores de 80 años viven en geriátricos, a pesar de que la población de esta edad supone el 77,8% de los residentes en estos centros. No se empadronan cuando ingresan. Y el DNI, a partir de los 70, es permanente. Es decir, que no hace falta renovarlo ni tampoco actualizarlo. De este modo, los certificados de defunción difícilmente reflejan en algún momento la dirección de una residencia. Ahí está el primer fallo. Es imposible saber, en síntesis, cuántos residentes fallecen.
No ocurre en todos los países. Como explica la doctora en epidemiología por la Universidad de California, María Victoria Zunzunegui, otros países de nuestro entorno como Francia y Reino Unido, que sí analizan estos datos, establecen que entre un 22% y un 25% de las defunciones anuales ocurren entre mayores residentes de geriátricos. Si trasladáramos ese porcentaje a nuestro país, continúa, habría alrededor de 100.000 ancianos de residencias fallecidos cada año. En el propio centro o en el hospital. "Pero no lo sabemos con exactatitud", lamenta.
Lo denunció ella misma en un artículo publicado en la revista Gaceta sanitaria en 2022 en el que criticaba esta "situación anómala". "No es posible conocer el número de muertes de las personas que viven en residencias dado el bajo porcentaje de defunciones ocurridas en las residencias con un certificado de defunción en el que figura la residencia como domicilio habitual. Tampoco es posible saber cuántas personas procedentes de una residencia fallecen en el hospital después de su ingreso", señalaba en el documento.
El epidemiólogo Fernando García López lo firmó con ella —y también junto a Vicente Rodríguez, del Grupo de Investigación sobre Envejecimiento— y reclama soluciones. "Debería modificarse el formulario con el que se rellenan las defunciones y que se concrete también si la persona estaba o no institucionalizada", señala. Si no, dice Achebak, otra opción es que el empadronamiento en el centro sociosanitario sea una condición sine qua non para ser ingresado. Fórmulas hay, aseguran todos las voces expertas consultadas.
La imposibilidad de estudiar un dato desconocido
La advertencia no radica en ningún caso en un mero deseo de conocimiento. A él se suma la necesidad de responder a la pregunta que se formula Achebak: ¿hay mortalidad evitable? ¿Cuánta y cómo puede actuarse sobre ella? García López es muy claro. "Todo aquello que no se mide no existe. Por eso si no medimos los fallecidos en las residencias es imposible que veamos la magnitud de este dato", señala. Y que detectemos posibles o potenciales problemas.
Volvamos a lo que sí sabemos. El incremento de la mortalidad del año 2022, según Sanidad, se debió fundamentalmente a la ola de gripe y al calor. Ese año hubo 9.799 defunciones por neumonía e influenza. De ellas, el 63,5% ocurrieron en mayores de 85 años. En cuanto a lo segundo, continúa el documento, se sabe que "las olas de calor empeoran el pronóstico de muchos pacientes que presentan enfermedades crónicas, sobre todo en personas mayores". Por eso se puede concluir que "las olas de calor ocurridas durante el verano contribuyeron al aumento de las tasas de mortalidad por otras causas de muerte" como, por ejemplo, Alzheimer, diabetes mellitus y septicemia. En concreto, el número de defunciones por estas causas subió respectivamente un 28%, un 24% y otro 28% entre 2021 y 2022.
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Los datos del INE también llegan a conclusiones similares. A lo largo de todo 2023 hubo 11.880 fallecimientos por neumonía e influenza, de las cuales el 76% se concentró en ancianos mayores de 80 años. En el mismo periodo murieron 79.887 personas de esas edad por problemas circulatorios. Y 10.215 por enfermedades infecciosas. Y 11.131 por Alzheimer. Destaca esas causas Zunzunegui y no por casualidad, sino porque el calor, señala, también empeora esas dolencias. En términos relativos, las circulatorias supusieron el 30% de todas las muertes de mayores, las infecciosas el 3,8% y el Alzheimer el 4,2%. No puede decirse no obstante, completa la experta, que todas ellas sean o evitables o prevenibles, pero tampoco lo contrario. Porque faltan datos.
Indicadores de calidad
Si los hubiese podría actuarse sobre ese porcentaje que sí es evitable o prevenible. Por ejemplo, si en los meses de julio y agosto se detecta un pico de fallecimientos en residencias por enfermedades circulatorias, o entre diciembre y enero otro por neumonía o influenza, podría deducirse que no hay una adecuada climatización de los centros. Así lo señala Achebak. "Tener esos datos podría revelar que no hay una infraestructura física adecuada o que en periodo vacacional la cantidad de personal disponible en esos centros no es el suficiente", explica. Dicho de otro modo: los datos de mortalidad, de existir, no sólo revelarían cuántas muertes hay, cuándo y por qué, sino cómo es la calidad de vida en estos centros. Tanto públicos como privados.
¿Hay muchas muertes por infecciones? ¿Hay otras tantas por caídas? Tener respuesta daría margen para la actuación. "La opacidad" por el contrario, "impide que haya rendición de cuentas", sentencia Zunzunegui.