Cumbre europea en Bruselas

"Todo pintaba fatal, pero éramos 22 contra cinco, les pudo el vértigo y recularon": así vivió Sánchez las horas más tensas de la cumbre europea

Mark Rutte y Pedro Sánchez durante el cuarto día de cumbre en Bruselas.

La intrahistoria del último Consejo Europeo, el más largo de los celebrados desde el nacimiento de la Unión, revela una batalla entre socios que va más allá de un debate sobre la distribución de ayudasdistribución por la pandemia y la fijación de mecanismos de control del uso que cada país dará a ese dinero. Detrás del conflicto planteado por los autodenominados frugales, a los que el resto de Europa ha rebautizado como tacaños —Países Bajos, Austria, Suecia, Dinamarca y Finlandia—, se esconde un reposicionamiento de una parte de los socios europeos que, tras la salida del Reino Unido, han decidido tomar el relevo del euroescepticismo y de la oposición al eje francoalemán, el motor histórico de la Unión.

La cita de Bruselas, cinco días de reuniones, negociaciones y discusiones que se prolongaron hasta que en la madrugada del martes se cerró un acuerdo, estuvo a punto de naufragar en la noche del domingo. Si no lo hizo, aseguran fuentes de la negociación española consultadas por infoLibre, fue porque el presidente del Consejo, Charles Michel, fue capaz de leer la división en las filas de los países tacañostacaños y decidió prolongar la reunión para que el resto de la Unión, bajo el liderazgo de la alemana Angela Merkel y el francés Emmanuel Macron, tuviesen la oportunidad de romper el frente liderado por el primer ministro holandés, el liberal Mark Rutte.

El momento más delicado tuvo lugar esa noche. Después de tres días de intensas negociaciones, las posiciones parecían irreconciliables. El grupo de cinco países contrarios a las ayudas se había conjurado para no aceptar más de 300.000 millones euros en transferencias para los países más afectados por la crisis económica causada por la pandemia. Los otros 22, entre ellos España, habían renunciado a conseguir los 500.000 que defendían en un principio, pero no estaban dispuestos a aceptar nada por debajo de400.000. Esa era su línea roja.

La estrategia de Rutte y sus aliados, el conservador austríaco Sebastian Kurtz y los socialdemócratas Stefan Löfven (Suecia), Mette Frederiksen (Dinamarca) y Sanna Marin (Finlandia), pasaba por intentar dividir el bloque de 22 países liderados por Francia y Alemania, pensando en que los estados del este —en particular el llamado grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, Chequia, y Eslovaquia, la referencia europea de Vox) y las repúblicas bálticas preferirían un acuerdo con 300.000 millones que ninguno. Pero el grupo de los partidarios de un fondo más ambicioso se mantuvo unido y el domingo por la noche se hizo evidente que ninguno de sus miembros iba a desertar.

Los primeros ministros de Holanda, Austria, Finlandia, Suecia y Dinamarca, reunidos en Bruselas este fin de semana.

Los tacaños hicieron entonces su última oferta: 350.000 millones. Ni uno más. En sus intervenciones describieron la cifra de 400.000 como poco menos que “un capricho” de Merkel y Macron. Si no se aceptaba, se levantaban de la mesa.

Del otro lado, todos los países se mantuvieron firmes. “Se visualizó muy bien que estaban completamente solos”, subraya una fuente consultada por infoLibre. Los 22 países liderados por el eje francoalemán dejaron claro que por menos de 400.000 no habría acuerdo. Se sucedieron las intervenciones,“en general en un tono muy duro” hacia Países Bajos, Austria, Suecia, Finlandia y Dinamarca. Y ahí se abrió la brecha.

Las primeras ministras danesa y finlandesa empezaron a dudar. Ambas son socialdemócratas y no se sienten del todo cómodas en la alianza con Rutte y sobre todo con Kurtz, el conservador austríaco. Este grupo siempre creyó que lograría dividir al resto y, de pronto, a la vista de que cumbre iba a naufragar, “les entró vértigo”. No querían aparecer como las culpables de un fracaso histórico en un momento crucial para el proyecto europeo, tocado por la salida del Reino Unido y amenazado por una grave crisis económica. Estaban solos, no habían conseguido sumar a nadie más a sus posiciones y se vieron señalados como los responsables de un enorme fiasco.

La decisión de Michel

En ese momento, lo normal hubiese sido dar finalizada la cumbre y posponer el problema. Pero el presidente del Consejo, Charles Michel, supo ver las grietas en el muro liderado por Rutte. Suspendió el plenario y dio un margen para nuevas reuniones multilaterales. Los de Merkel y Macron hicieron ahí su jugada: ofrecieron 390.000 pero siempre y cuando los tacaños aceptasen recibir menos compensaciones presupuestarias (el dinero que algunos países reciben para equilibrar su condición de contribuyentes netos).

En ese momento quedó claro que para Dinamarca y Finlandia subir la cifra no era un problema, todo lo contrario que para Países Bajos, Suecia y Austria, cuya agenda local —por distintos motivos— alienta el rechazo al fondo de reconstrucción. Y “empezaron a recular”. La noche siguiente fue de consultas. Y de ahí, al acuerdo, en la madrugada del martes. “Deal!” [acuerdo], anunció eufórico Michel a través de Twitter. Eran las 5:21 horas de la mañana.

La cumbre acabó bien para Europa, pero la batalla alentada por Países Bajos, Austria, Dinamarca, Suecia y Finlandia para combatir el fondo europeo de reconstrucción y el endeudamiento que conlleva no es más que el primer episodio de un nuevo ciclo de tensiones entre euroescépticos y europeístas una vez que el Reino Unido, que hasta ahora había ejercido ese rol en la Unión, se ha salido del escenario.

El presidente francés, Emmanuel Macron, y la primera ministra alemana, Angela Merkel, al término de la cumbre.

La delegación española que acompañó a Pedro Sánchez en Bruselas tiene claro que detrás de este pulso lo que hay “es una gran pugna en torno al equilibrio de poderes dentro de la UE” tras la retirada de los británicos. En juego está quién ejerce el poder y quién el contrapoder, el papel del eje francoalemán, que España apoya como locomotora de la Unión. El nexo que une a dirigentes tan diversos como Rutte, Kurtz, Löfven, Frederiksen y Marin es la “profunda desconfianza” que sienten hacia las instituciones europeas, el Parlamento y la Comisión, que consideran poco democráticas y dominadas por los tecnócratas. Su apuesta es siempre por el Consejo Europeo, a poder ser con decisiones unánimes que les permitan bloquear decisiones.

Este grupo aprovechó que la propuesta del fondo de reconstrucción era un proyecto francoalemán —corregido por la Comisión, pero inspirado por Merkel y Macron— para dar su primera batalla contra lo que consideran “la dictadura de los dos grandes. Eso es lo que estaba detrás de la cumbre de este fin de semana”.

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La cumbre vivió también algunos momentos de tensión, como el protagonizado por Rutte y el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, muy disgustado con la intención de su homólogo holandés de condicionar las ayudas a la opinión de un solo país. Algo que Matteo Salvini, el líder de la ultraderecha italiana, hubiese podido utilizar contra él. Y como el debate de la llamada rule of law, la propuesta de algunos países de condicionar las ayudas al cumplimiento de las normas democráticas fundacionales de la UE con la intención de meter en vereda a los gobiernos reaccionarios de Polonia y Hungría y que tampoco salió adelante.

El eje francoalemán ha estado muy activo durante estos días. Pedro Sánchez, según las fuentes consultadas, ha formado parte de él apoyando sus movimientos y coordinando a los países del sur —Portugal, Italia y Grecia— así como tendiendo puentes con los primeros ministros tacaños, con algunos de los cuales mantiene un relación muy fluida y ante los cuales trató de ejercer toda su influencia.

El domingo por la tarde, poco antes de la sesión decisiva en la que la cumbre a punto estuvo de fracasar, Portugal, España, Grecia e Italia “se reunieron con los frugales. Fue una cita a corazón abierto, para decirnos lo que pensamos de verdad. Se dijeron cosas muy duras”. En ese momento “no hubo acuerdo”, relata un colaborador del presidente Sánchez. Pero apenas unas horas después, la unidad del frente antifondo se quebró.

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