Partido Popular

La política exterior del PP: choque con Venezuela y Cuba, atlantismo y guante blanco con Marruecos"

El líder del PP, Pablo Casado, conversa con el opositor venezolano Leopoldo López durante una marcha en Madrid por la democracia en Cuba.
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La política exterior de Pablo Casado es también política doméstica. De hecho, sus escasos pronunciamientos en esta materia desde que sucedió a Mariano Rajoy al frente del Partido Popular, hace ahora algo más de tres años, están muy vinculados al debate interno, especialmente en relación con América Latina. El líder del PP los utiliza sobre todo para acusar al Gobierno de complicidad con Cuba y Venezuela.

Casado vive desde el verano de 2018 volcado en la batalla con el presidente Pedro Sánchez. Su objetivo es convertir a su adversario en el catalizador de la reunificación del voto del centroderecha. Esa coyuntura explica en parte que el Partido Popular dedicase en su programa de 2019 apenas 139 palabras a esbozar la acción que se proponía llevar a cabo en el exterior.

Y eso que Casado con frecuencia alardea de que la política exterior resulta para él “muy querida” porque es, dice, “a lo que me he dedicado antes de estar en política y después de estar en política” (en su currículum no consta actividad alguna previa a la política).

El programa con el que el PP perdió las elecciones de noviembre de 2019 se comprometía a “promover la democracia en Venezuela”, “apoyar a los demócratas de Cuba para impulsar una transición política que permita dar paso a una democracia y poner fin a la dictadura más longeva de Iberoamérica” y a “impulsar en el marco de la UE las iniciativas necesarias para apoyar junto los países de la OEA a los demócratas de Nicaragua”.

Esos tres estados están siempre presentes en los discursos de Casado cuando habla de la política exterior española. Igual que Estados Unidos, país al que el programa del PP dedica el segundo y último párrafo del capítulo en esta materia: “Potenciaremos la relación trasatlántica con Estados Unidos para convertir a España en un auténtico ‘hub del Atlántico’. Promoveremos las iniciativas diplomáticas necesarias para hacer de Rota la sede de la VI Flota”.

El líder del PP quiere que España lidere una oposición frontal a los regímenes de Nicolás Maduro en Venezuela, de Miguel Díaz-Canel en Cuba y de Daniel Ortega en Nicaragua. Una ofensiva en la que pretende involucrar a los países de América Latina y especialmente a Estados Unidos. Casado quiere que España recupere la interlocución que nuestro país tuvo con Washington durante el mandato de José María Aznar. Un período por el que muchos dirigentes del PP sienten nostalgia.

La dirección del PP invoca con frecuencia el “atlantismo”, la recuperación de los vínculos con EEUU, como el eje de su propuesta de política exterior si algún día consigue llegar a la Moncloa. Casado da una enorme importancia a esa relación para que España pueda salir bien parada en un área tan relevante para nuestro país como el Magreb, cada vez más inestable, y en particular con Marruecos. Fuentes del partido relacionaron la crisis de mayo, en la que Rabat desafió a España permitiendo la llegada masiva de inmigrantes a Ceuta, con el deterioro de las relaciones hispanoestadounidenses y la creciente sintonía entre Marruecos y Estados Unidos.

Para atraer a Estados Unidos a una nueva era de sintonía con España, Casado propone tres cosas. En primer lugar, ofrecer a Joe Biden la base de Rota (Cádiz) como sede de la VI Flota, las fuerzas navales de EEUU en Europa, que en la actualidad opera desde el puerto italiano de Nápoles. En segundo lugar, hacer lo mismo con la base aérea de Morón (Sevilla) como sede de Africom, el mando militar de Washington para África, ubicado en Stuttgart (Alemania). Y, en tercer lugar, ofreciendo a Biden el respaldo de España —y su peso relativo dentro de la Unión Europea— para cercar a Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Estos tres países preocupan especialmente a Casado —si cayera el régimen cubano, ha llegado a decir, lo haría todos los demás que le son afines como “fichas de dominó”—, pero no sólo. El líder del PP habla menudo con sus principales socios en América para denunciar el riesgo que, desde su punto de vista, suponen también para la estabilidad de la región los regímenes de izquierdas de la zona. Y para denunciar el apoyo que, según él reciben del Gobierno de Pedro Sánchez, al que ha llegado a acusar de ponerse del lado de las dictaduras.

Amigos y enemigos

Casado tiene muy buena sintonía con el presidente colombiano Iván Duque, el ecuatoriano Guillermo Lasso, el guatemalteco Alejandro Giammattei o el chileno Sebastián Piñera. Y combate abiertamente a los presidentes de Argentina (Alberto Fernández), Perú (el recién llegado Pedro Castillo) y Bolivia (Luis Arce), a los que tacha de populistas y acusa de deteriorar las instituciones democráticas. “España tiene que ser un factor clave de apoyo a las democracias latinoamericanas tanto frente a los regímenes iliberales como a las dictaduras”, asegura.

“De un tiempo a esta parte”, argumentó en un acto celebrado la pasada primavera, “observamos cómo el populismo, en sus distintas versiones, se aprovecha de la angustia, las frustraciones y las dificultades de las personas, para tomar las instituciones con el único objetivo de desmontarlas desde dentro”. Y lo hace, según él, “destejiendo las sociedades, azuzando fantasmas del pasado y creando compartimentos estancos y enemigos imaginarios a los que responsabilizar de sus fracasos e inutilidad”.

“Lo vemos en América Latina. El continente hermano para España ha sido un triste y doloroso pionero. Lo que empezó en Cuba, se extendió a Venezuela y ha llegado a Nicaragua, ahora amenaza ya a otros países y ha cruzado el océano hasta alcanzar a la vieja Europa”, se lamentó en el mismo acto. Porque, según él, ha sido el populismo latinoamericano el que ha financiado a la coalición de la izquierda radical griega (Syriza) y a Podemos en España.

“Es urgente aislar a las dictaduras” de la región, señala a menudo. Y para conseguirlo “España tiene una gran responsabilidad en la zona, como la tiene Estados Unidos. Y cuando lleguemos al Gobierno vamos a recuperar el vínculo atlántico y la presencia en Hispanoamérica”, promete en sus intervenciones.

“El proyecto que yo impulso”, destacó en otra intervención, esta vez preparatoria de la convención de otoño en la que el PP quiere relanzar su oferta política, “tiene una profunda vocación atlántica e iberoamericana y por eso creemos imprescindible fortalecer las alianzas políticas regionales” con una implicación de EEUU. “Entre otras cosas es importante recordar” a Estados Unidos “que debe mirar al hemisferio sur con mas atención. Si su preocupación es la emigración, que no se someten al chantaje de los populismos. Si quieren combatir el cambio climático, que apoyen el desarrollo de esta tierra. Si quieres seguir siendo el faro de la libertad que ilumina al mundo, los pueblos de Venezuela, Nicaragua y Cuba les aguardan”.

La inspiración de estas ideas tiene un nombre: la Fundación FAES. La organización presidida por José María Aznar es, según el propio Casado, quien lidera la creación de las ideas que nutren la política exterior del PP, especialmente en materia de relaciones con EEUU y América Latina.

El equipo de internacional de la dirección actual del partido es, en justa correspondencia con las prioridades domésticas de Casado, un gran desconocido. Destacan dos personas, ambas curtidas a las órdenes de Jorge Moragas, el que fuera jefe de gabinete de Mariano Rajoy y hoy embajador de España en Filipinas. La primera es Valentina Martínez, diputada por A Coruña y secretaria de Internacional del PP. El segundo es Pablo Hispán, recientemente expulsado del área de influencia del propio Casado, donde permaneció menos de dos años, pero que conserva responsabilidades como viceportavoz en el Congreso.

Casado se prodiga a la hora de hablar de América, pero es mucho más parco cuando se trata de la Unión Europea. Si Rajoy defendía más integración, su sucesor se autodefine como un “europeísta pragmático”. “Si se nos pide opinión sobre el futuro de la Unión Europea”, explicó hace pocas semanas, su intención es proponer “que no nos distraigamos en debates bizantinos sobre lo que somos o sobre lo que queremos ser”.

A juicio de Casado, la discusión sobre el futuro de Europa no tiene que ver ni con la profundización de las instituciones democráticas ni con el perfeccionamiento de la Unión. “Tenemos que avanzar en los problemas reales. Para una unión más fuerte hay que competir, crear empleo y liderar”, no perder el tiempo discutiendo sobre “escaños” o “reforma de tratados”.

De lo que no habla es de uno de los principales problemas que, según todos los analistas, afronta el continente: la expansión de la extrema derecha. Un asunto sobre el que el PP ha mantenido posiciones ambiguas, cuando no complacientes, a diferencia de la mayoría de sus socios del partido Popular Europeo. Para muestra, la reciente votación en el Parlamento de Estrasbugo en la que la negativa a condenar las leyes homófobas en Hungría alineó al Pablo Casado con la extrema derecha de Viktor Orban, el gran referente europeo de Vox.

En esto ocurre lo mismo que con Jair Bolsonaro, presidente de Brasil y el representante más genuino de la extrema derecha en el hemisferio sur. Jamás hace referencia a él cuando denuncia los populismos en América Latina.

Afganistán y el Magreb

Todo lo que se sabe de la opinión del PP sobre geopolítica asiática es que España ha actuado “tarde y mal” para evacuar a los españoles y sus colaboradores afganos del aeropuerto de Kabul tras la vertiginosa victoria de los talibán. Ni Casado ni sus colaboradores han hecho propuesta alguna sobre cómo gestionar la nueva situación, más allá de declarar la necesidad de esforzarse en evitar que el cambio de régimen en Afganistán facilite las actividades del terrorismo yihadista.

En el caso del Magreb, la tercera área de mayor interés internacional de España, tampoco se conocen muchos detalles sobre la política que Casado se propone llevar a cabo para el caso de que gane las próximas elecciones. El PP eliminó de sus documentos electorales las referencias al Sáhara Occidental que durante años vincularon a este partido a la defensa del referéndum mandatado por Naciones Unidas.

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Durante el conflicto desatado por Rabat al facilitar la llegada masiva de migrantes a Ceuta el PP se alineó con el gobierno de Mohamed VI al mostrarse comprensivo con su malestar porque España decidiese, a petición de Argelia, ofrecer asistencia hospitalaria al líder del Frente Polisario. El líder del PP calificó ese gesto de torpeza y evitó cualquier referencia a la cuestión del Sáhara, pese a las numerosas evidencias que sugieren que lo que Marruecos estaba haciendo era presionar a España —y a otros países de Europa— para que el Gobierno reconociese la soberanía marroquí sobre el territorio saharaui.

Para las relaciones con Marruecos Casado defiende una política de guante blanco en línea con lo que siempre ha formado parte del consenso de los sucesivos ejecutivos españoles. La prioridad es favorecer los intercambios comerciales e intensificar la cooperación en materia antiterrorista, lucha contra el narcotráfico y control de la emigración.

Su receta para las relaciones con Marruecos está en las antípodas de la que defiende con Cuba: diálogo, cooperación, diplomacia y sintonía. Y nada de Sáhara, derechos humanos o democracia.

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