Fátima forma parte de una promoción de ingenieros de caminos que al terminar su carrera se encontró con el panorama desolador de una España que, en plena crisis económica, destruía empleo en su sector a un ritmo imparable al tiempo que caían en picado las condiciones laborales de una de las titulaciones más duras del sistema universitario. Sin unas perspectivas sólidas de futuro en España, esta salmantina de 30 años decidió probar suerte en el extranjero, logrando escalar hasta un puesto de trabajo en la sede de Washington del Banco Mundial (BM), el organismo internacional afiliado a la ONU de asistencia financiera a los países en vías de desarrollo. Desde su sede en la capital de Estados Unidos, se ha acostumbrado a viajar por todo el mundo, haciendo valer la calidad de una educación pública recibida que no deja de reivindicar como una de las mejores del mundo.
Estudió Ingeniería de Caminos en la Universidad Politécnica de Madrid y poco después terminó un máster de comercialización y finanzas internacionales, una especialización que, según indica, la ha capacitado para acceder al departamento de transportes de la organización internacional. “Todo tiene que ver con el máster que hice. A través de él hay como diferentes fases. Primero estuve un año trabajando en la Embajada española de Washington y al año siguiente superé el proceso de selección para entrar en el Banco Mundial”, explica. Un puesto de trabajo que ostenta desde marzo de 2015 y en el que aspira a quedarse al menos un año más.
Habla con infoLibre desde Ecuador, el país en el que se encuentra realizando una de las “misiones” encargadas por el Banco Mundial. “Suena un poco evangelizador, pero es que le llamamos así”, explica con una sonrisa que le surge con la misma naturalidad con la que describe sus funciones en la institución: “Lo que hacemos es supervisar proyectos. Evaluamos que es financiable con fondos del BM, y después hacemos un seguimiento de que los procesos sean transparentes y de que se sigan las salvaguardas medioambientales y sociales, es decir, también supervisamos la parte técnica”.
Esta salmantina ha logrado esquivar el escenario “deprimente” al que se han enfrentado en los últimos años los ingenieros españoles, expuestos a unas condiciones laborales degradadas tras la irrupción de la crisis económica entrando en una de las instituciones con más peso en la economía global. Una posición que difícilmente podría imaginarse cuando, en los últimos años de carrera, iba viendo cómo las expectativas depositadas en su especialidad iban cayendo una tras otra a golpe de recesión y desempleo. “La caída nos impactó a todos. Cuando nos estaban formando en la carrera nos decían que era duro y que muy pocos podrían salir a ejercer en un mercado con muy buenas oportunidades. Cuando acabé la carrera en 2010, de repente, ya no quedaba nada de eso. Uno se preguntaba ¿qué ha pasado con lo que nos habíais contando?”. Sin embargo, Fátima no iba a permanecer parada mucho tiempo esperando que le llegara la respuesta: “Estuve trabajando durante un par de años al terminar la carrera. Para la ingeniería civil fue duro, como para todos los demás sectores. Empezaron a aparecer personas formadas buscando un empleo al tiempo que caían los salarios y las condiciones laborales que antes habían sido más o menos aceptables. Llegó un punto en el que vi que era el momento de salir fuera, no solo por motivaciones económicas, sino para aprender”.
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Ahora, Fátima reconoce estar agradecida al sistema educativo español. Preocupada porque las nuevas generaciones no dispongan de las mismas oportunidades que ella, echa la vista atrás para defender el acceso universal que le ha permitido superar el proceso de selección en una de las más altas instituciones mundiales. “Yo he llegado hasta aquí gracias al sistema educativo público español, porque para empezar, yo cuando estudié Caminos siempre tuve becas del Ministerio. No me podían quedar asignaturas, porque si no mis padres no me podían pagar la estancia en Madrid”. Un esfuerzo personal y familiar en el que también participó el Estado español, que ha contribuido en la formación de toda una generación cuya formación, afirma, nada tiene que envidiar a la de los países que ahora reciben el talento español. “En Alemania están encantados de que nosotros formemos profesionales y luego los enviemos allí a trabajar”, sentencia.
Señala también como uno de los males que aquejan al mercado laboral español la mentalidad del empresario, poco acostumbrado a apostar firmemente por la formación y continuidad de los recién titulados. “En España el empresario no tiene una visión a largo plazo. Tienen una actitud de utilizar las capacidades de una persona, y no se dan cuenta de que hay formar a la gente. Y estoy de acuerdo en que hay que ceder algo para poder aprender, pero hay gente que ya tiene su titulación y que se tiene que volver a matricular de una asignatura de la carrera para poder seguir haciendo prácticas”, argumenta. “Eso debe cambiar, por lo menos para mejorar las condiciones de los más jóvenes”. Una demanda que coincide con la de muchos otros que ya han conocido otros escenarios laborales fuera de las fronteras españolas.
Fátima de momento no volverá a España, pero confiesa que sobre su cabeza planea siempre la idea del regreso. No obstante, teme que su actual currículum tenga difícil encaje en el mercado laboral: “Mi perfil ha cambiado mucho y ya no sé bien dónde podría encajar”. Mientras sigue examinando y evaluado proyectos de financiación por todo el mundo, observa una realidad española a la que aún no sabe si darle su aval: “Me gustaría ver que el Gobierno tiene una estrategia clara en cuanto a qué es lo que quieren hacer para que los jóvenes se queden en España, porque yo lo que sí que he visto es que tenían una política de incentivar a que la gente saliera fuera. Me gustaría ver en algún momento que apuestan porque la gente se quede. Ahí es cuando yo diría que se ha mejorado”.
Fátima forma parte de una promoción de ingenieros de caminos que al terminar su carrera se encontró con el panorama desolador de una España que, en plena crisis económica, destruía empleo en su sector a un ritmo imparable al tiempo que caían en picado las condiciones laborales de una de las titulaciones más duras del sistema universitario. Sin unas perspectivas sólidas de futuro en España, esta salmantina de 30 años decidió probar suerte en el extranjero, logrando escalar hasta un puesto de trabajo en la sede de Washington del Banco Mundial (BM), el organismo internacional afiliado a la ONU de asistencia financiera a los países en vías de desarrollo. Desde su sede en la capital de Estados Unidos, se ha acostumbrado a viajar por todo el mundo, haciendo valer la calidad de una educación pública recibida que no deja de reivindicar como una de las mejores del mundo.