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Una fortuna opaca y nunca investigada

El rey emérito, Juan Carlos I.

Aníbal Malvar

Tenía cinco años cuando el rey [Juan Carlos I] reconoce haber hecho el primer mal negocio de su vida. Fue en Lausana. Un español que había ido a visitar a su padre [Juan de Borbón, en el exilio] le regaló una pluma de oro. Justo delante del Hotel Royal, donde vivían entonces, había una tienda en la que los niños solían comprar caramelos y chocolate. Como Juanito no tenía un céntimo en el bolsillo tuvo la luminosa idea de venderle la pluma de oro al portero del hotel por cinco francos y correr a gastárselos en golosinas. En cuanto don Juan se enteró fue a ver al portero y tuvo que compensarle con 10 francos para recuperar la pluma. “Me has hecho perder cinco francos, le riñó al hijo que, con el tiempo, le haría perder muchísimo más”. Fin de la cita, que diría Mariano Rajoy.

No es la única anécdota de la biografía infantil de nuestro rey cesante que alumbra la peculiar relación posterior de Juan Carlos I con el dinero. Hay que viajar al Estoril de 1945 y ver al príncipe destronado de siete años ser reprendido duramente por su preceptor, Eugenio Vegas Latapié, por su escasa afición al estudio, a la reflexión y a cualquier atisbo de gimnasia intelectual. “Por este camino nunca podrá ganarse la vida”, le soltó el almidonado dómine al futuro heredero político de Franco. A Juanito, que es como le llamaban en casa, no le debió sentar bien el rapapolvo y desapareció de Villa Giralda, el palacete de 51 habitaciones regalado por la nobleza monárquica española. Cuando, hacia la noche, el príncipe regresó, traía en los bolsillos un buen puñado de dólares. Había pasado la jornada recogiendo pelotas en el Club de Tenis para los amigos millonarios de su padre. “Tú creías que no me podía ganar la vida... Claro que sí”, dejó seco a Latapié.

El primer párrafo es cita textual del libro Juan Carlos I (una biografía sin silencios), que aparecerá en las librerías este mes de abril bajo el sello de la editora Akal. Su autora es la periodista gallega Rebeca Quintáns López (Arzúa, 1964). La segunda anécdota se puede rastrear en otra biografía durísima sobre el monarca publicada en 2000 por la editorial Torturaren Aurkako Taldea, del fallecido periodista Pepe Rei, y firmada por la periodista italiana Patricia Sverlo. Las similitudes entre ambas obras son en muchos casos tan excesivas que inspirarían una inapelable denuncia por plagio. Hasta que el juez fuera informado de que Sverlo y Quintáns son una misma persona.

-¿Por qué entonces te ocultaste como Sverlo y hoy publicas con tu nombre?

-Algo ha cambiado. En los últimos años se abrió un poco la veda con Juan Carlos, aunque no con todos los temas de la monarquía. Y, además, ya sabes lo que pasó con Un rey golpe a golpe

-He oído cosas, pero prefiero que las cuentes tú.

-Cuando Pepe Rei y yo preparábamos su publicación, ya sabíamos que íbamos a tener problemas. A pesar de que en la redacción [de la revista Ardi Beltza, oveja negra, dirigida por Rei] no había cultura de secretismo, se comentaba todo, con aquel libro él mismo extremó las precauciones. Poquísima gente sabía nada. Siempre nos íbamos a pasear por la playa de la Concha cuando hablábamos del tema, con las baterías de los teléfonos desmontadas. Después salió el libro, a Pepe lo detuvieron, el libro fue secuestrado y la editorial cerrada.

-A Pepe lo detuvieron más bien por presunta colaboración con ETA, aunque luego salió en libertad porque la Audiencia Nacional no encontró ningún indicio.

-Todo tuvo que ver. Pero las fechas coinciden. Y Pepe y yo sabíamos que algo tuvo que ver el libro.

-¿Se vendió bien?

-En el poco tiempo que estuvo en las librerías, unos 40.000 ejemplares. Y la traducción catalana también funcionó estupendamente. Y eso a pesar de que ningún medio de peso se hizo eco del libro. Silencio total. Censura.

Porque ni Un rey golpe a golpe, ni mucho menos la actualizada biografía que saldrá en abril, se limitan a narrar las andanzas y travesuras del monarca campechano, navegante y motero. Ambos libros tratan algunos de los temas tabú en esta eterna Transición a la democracia que vive España desde la muerte de Francisco Franco. Como el dudoso papel de Juan Carlos aquel 23-F que lo encumbró como salvador de la libertad. O su eterno trabajo como comisionista que, según estimaciones de The New York Times, basadas en precedentes trabajos de la revista Forbes y la desaparecida Eurobusiness, le ha proporcionado una fortuna estimada de 1.800 millones de euros. Como en el caso de su yerno, Iñaki Urdangarin, las cuentas no cuadran. Su sueldo nunca ha superado los 292.000 euros anuales. Teniendo en cuenta que de su padre sólo heredó 6,6 millones de euros en la cuna financiera de los más grandes patriotas españoles (Suiza), ninguna calculadora en su sano juicio osaría tensar así la matemática. “Aunque los 6,6 millones de don Juan son caja A”, matiza Sverlo-Quintáns. “Si había caja B, eso no se sabe”B.

¿Dónde guarda el rey emérito su fortuna?

La pregunta es ¿dónde se guarda ese dinero? Resulta difícil imaginar que bajo los colchones de Zarzuela. ¿Cuánto es exactamente? ¿Por qué no está en España? “Con excepción de la famosa pieza de NYT no hay cifras concretas. ¿Dónde está? Lo puede haber colocado cualquier Paco que haga banca privada. Hay infinidad de sucursales, infinidad de bancos. Nadie ha investigado. Yo estoy totalmente seguro de que estamos ante el gran súper escándalo, que difícilmente podría soportar este país. Nadie ha investigado. Ni yo ni nadie. Pero estoy seguro de que estamos hablando de una de las grandes fortunas españolas”, asegura el periodista Jesús Cacho (Palencia, 1943), fundador y director de Voz Populi, exdirector de ElConfidencial.com, ex de El Mundo, de El País y autor de más de media docena de libros de investigación. Entre ellos destaca El negocio de la libertad (1999), el primero que se atreve a hurgar en los bolsillos de Juan Carlos de Borbón. Y también, misterios de las imprentas, publicado por Ramón Akal (Foca Ediciones). Aunque no por coincidencias inocentes.

El 2 de septiembre de 1997, en el hotel Palace de Madrid, Cacho firmó un acuerdo para la elaboración del libro con dos responsables de la editorial Plaza&Janés. Se acordó un muy generoso adelanto, ya que el libro abordaba la llamada “guerra digital” entre los gigantes Telefónica y Prisa por hacerse con la cabeza de león del nuevo negocio televisivo, y pocos periodistas en España reunían el rigor, los conocimientos, los contactos y la buena prosa de Jesús Cacho para abordar la tarea. El 19 de octubre de 1998, en el restaurante madrileño La Paloma, una responsable del sello barcelonés se reunió de nuevo con Cacho: “Me transmitió la mala nueva: los jefes, después de haber recibido los originales de los cuatro primeros capítulos, habían decidido no publicar el libro, a menos que yo consintiera en mutilar alrededor del 50% de los textos”, explicó el autor en aquel ya casi veinteañero prólogo. “No se andaban con excusas a la hora de explicar su decisión: no queremos problemas, dijeron. No los querían con Polanco, ni con la Casa Real, ni con el PSOE, ni con el Gobierno, por lo que gustosamente se avenían a perder el dinero que habían adelantado [...] y a ceder el original para que pudiera ser publicado por otro editor”. A Ramón Akal no le salió del todo mal la jugada. El 18 de abril de 2000, El Mundo titulaba: “Jesús Cacho ya ha vendido 75.000 ejemplares de su libro maldito”.

El negocio de la libertad ya destripaba las dudosas andanzas recaudatorias de Manuel Prado y Colón de Carvajal, albacea mayor de Juan Carlos prácticamente hasta su ingreso en prisión, en 2004, por la estafa del escándalo KIO. Si se acepta el hecho (desde los años noventa casi incontestable) de que Prado era presuntamente el recaudador y distribuidor de las mordidas del rey cesante, se le conoce su participación en el levantamiento de, al menos, 200 millones de dólares para las viajeras y opacas cuentas de Su Campechana Majestad. Los primeros 100 millones datan del año 1977, cuando Prado tramita presuntamente un préstamo que le concede la casa real saudí por esa cantidad. El rey Fahd, buen amigo de su homólogo español, accedió al empréstito a 10 años sin intereses, “un regalo”, escribe Cacho, “puesto que, con los tipos de interés entonces vigentes, bastaba con colocar esos millones en un banco para doblar, como poco, esa cifra”. Los saudíes, ni nadie más, volvieron a saber nada de aquel dinero. Los enfados recaudatorios del hermano de Fahd son míticos entre la beautiful mallorquina.

La segunda mordida de otros 100 kilos acabó en los tribunales. Y muestra lo rentables que pueden ser las guerras para cierta gente. Tras la invasión de Kuwait por el Ejército de Sadam Hussein en 1990, desaparecieron de la filial española (Grupo Torras) de KIO (Kuwait Investiment Office) 55.000 millones de las antiguas pesetas. Ante tal maravilla de ingeniería financiera inversa, los petroleros kuwaitíes no dejaron de mostrar cierta disconformidad, y reclamaron el dinero. Javier de la Rosa, hombre de KIO en España y amigo del rey, no tuvo reparo en confesarles que había dedicado ese dinero a mordidas políticas para apoyar la Tormenta del desierto, ya que España cedió sin restricciones a la aviación estadounidense las bases de Rota y Torrejón. O sea, parte de la soberanía nacional. “Constituye una de las mayores estafas de todos los tiempos”, considera Cacho. “Alguien había engañado a la familia Al Sabah en el exilio haciendo creer a sus miembros que el rey de España disponía de la facultad de autorizar la utilización de las bases por los norteamericanos, facultad que corresponde al Gobierno y al Parlamento”.

Pero los monarcas de la media luna llevaron el asunto a los tribunales, donde el conseguidor admitió haberse embolsado 100 millones de dólares por dictámenes y asesoría.

-¡Coño, qué dictámenes más caros! -se asombró el juez Miguel Moreiras en la sala.

-Es que usted, señor juez, se mueve en un mundo en que estas magnitudes no le cuadran, le respondió el siempre despierto Manuel Prado, con el desparpajo al que tienen derecho los descendientes directos de Cristóbal Colón. Quizá fue ese gen viajero lo que le indujo a guardar ese dinero en Suiza.

Las comisiones del petróleo

Los monárquicos siempre han justificado la utilidad de la institución en su prestigio internacional, un prestigio que, según ellos, facilita las relaciones de los empresarios españoles con sus camaradas extranjeros. Lo que suelen olvidar contarnos es que ese prestigio se remuneraba, según muchos indicios, al 2% en comisiones. Así sucedió durante la crisis de petróleo, en 1973, cuando los países árabes negaron sus exportaciones a los Estados afectos a Israel durante la guerra del Yom Kippur. El entonces príncipe Juan Carlos fue llamado por el Gobierno franquista para que mediara ante su amigo, el príncipe Fahd: “Decid a mi hermano el príncipe don Juan Carlos que le enviaremos todo el petróleo que España necesite”, fue la respuesta inmediata.

Ya como rey, en 1979, también participó a través de Manuel Prado (siempre Prado) en paliar para España la crisis petrolera de los ayatolás iraníes. “Como norma, España pagaba el petróleo más caro por el sobrecoste de las comisiones, que podían oscilar entre uno y dos dólares por barril de crudo. Un petrolero de 200.000 toneladas lleva aproximadamente 1,5 millones de barriles, lo que podía producir un beneficio de dos millones de dólares [al comisionista]”, escribe Quintás en su libro de próxima aparición. Según los datos de 1980 de la Asociación de Empresas Refinadoras, ese año España importó 16,8 millones de toneladas desde Arabia Saudí. Un solo comisionista (y no se sabe de otro) pudo ingresar aquel año 168 millones de dólares por ver pasar los barcos. La pregunta es, de nuevo, adónde puede haber ido ese dinero.

Pero las fuentes de presuntos ingresos descontrolados de Juan Carlos no terminan ahí. El excéntrico José María Ruiz Mateos aseguraba que, siendo el Borbón aun príncipe, solía llamarle para quejarse de falta de liquidez, de la imposibilidad de pagar el servicio de Zarzuela, de lo que le costaba el mantenimiento de su familia política al completo (“Son unos inútiles. No ganan dinero... No puedo más” / “No se preocupe usted de nada, Alteza. Usted dedíquese a los problemas de España, que para lo demás estamos nosotros, estoy yo”). Y, siempre según la versión del empresario, acudía a Zarzuela con maletas de Loewe cargadas de fajos, que Juan Carlos aceptaba con displicencia y nunca abría delante de su plebeyo benefactor. Nobleza obliga. No en maletas de Loewe con dinero negro, sino a través de piadosas donaciones, obtiene, al parecer, también el monarca ingresos. Aunque siempre aceptadas con cierto oscurantismo, las herencias que particulares dejan a las arcas reales no son baladís. Aunque sí, a veces, sospechosas.

Es el caso de la del duque de Hernani, Manfredo de Borbón, lejanísimo pariente por línea menor de los Borbones pero de estirpe carlista y antiborbónica. Por su herencia pleiteó con la real casa el sobrino Luis Alfonso Méndez de Vigo, que asegura que Juan Carlos maniobró con la viuda del generoso duque para heredar su colección de pintura, una pinacoteca de incalculable valor que incluye tizianos, caravaggios, rembrandts, grecos, goyas... Una noche de febrero de 1977, casi una veintena de esas obras fueron robadas, y los títulos de propiedad destruidos. Eso facilitaba mucho su venta en el mercado negro. Algunas obras no se han podido recuperar. Entre las que conservó la viuda del duque, destaca un bodegón del pintor toledano Juan Sánchez Cotán (1560-1567), precisamente por la escasa popularidad del artista en los grandes catálogos contemporáneos. Sin embargo, en 1991 el museo del Prado adquirió el lienzo por 2,7 millones de euros, cuando tasaciones externas cifraban su valor en 150.000 euros. ¿Una compensación desde Patrimonio por la complicidad de la viuda? “No me atrevo a decirlo así, pero suena muy mal, ¿no?”, responde Patricia Quintáns.

En su autobiografía Adiós, princesa Adiós, princesa(2011, también Foca) David Rocasolano, primo de Letizia Ortiz, recuerda con cariño y nostalgia la devoción que observó en don Juan Carlos hacia el arte y la pintura: “Durante aquella cena tediosa [en Zarzuela], sin esperar a que acabaran los demás, Juan Carlos encendió un cohiba de 25 centímetros. Aquellas espirales de humo se dirigían empecinadamente no recuerdo si al Sorolla o al Velázquez que cuelgan de la pared, pegándose al óleo y acariciándolo como acaricia un cáncer. No sé qué pensaría un conservador de Patrimonio Nacional si estuviera sentado con nosotros a la mesa. Supongo que se habría quedado tan callado como me quedé yo”.

Además de por su sensibilidad artística, sin duda el rey cesante será recordado también por ser el monarca europeo contemporáneo que ha coleccionado más íntimos en las cárceles. Y de todo el mundo. Javier de la Rosa; su exconsejero áulico Mario Conde; su conseguidor Manuel Prado; el traficante de armas Adham Kashogui (socio del hijo de Prado en Triad Internacional e involucrado en el escándalo Irán-Contra); los Albertos (Cortina y Alcocer); el exgobernador del Banco de España Mariano Rubio; Raúl Gardini (que se suicida en 1994 tras ser acusado de corrupción en Italia); Marc Rich, contrabandista de petróleo a quien el FBI persiguió por 65 delitos... Y quizá muy pronto su yerno, Iñaki Urdangarin. O su propia hija.

Silencio de la prensa y de los jueces

Rocasolano también le dedica un capítulo a esto último, al caso Nóos. Y lo hace mostrando hasta cierta comprensión hacia los nobles venales a causa de “la atmósfera de impunidad” que se respira en La Casa: “Lo que le sucedió a Urdangarin es algo que nos pudo haber ocurrido a Telma, a Érika [las dos hermanas de Letizia] y a mí... Creo que se dejó llevar por la inercia corruptora”. Quizá como cualquier compi yogui.

Lo mismo sugiere Jesús Cacho cuando se queja de que ningún gran medio de comunicación ni estamento judicial haya indagado en los infinitos indicios de corrupción que ornamentan la Corona, y en el destino de los supuestos 1.800 millones: “El tabú se sostuvo porque somos una sociedad poco democrática. La deriva de Juan Carlos la alentó ese secretismo. Si hubiera existido libertad de prensa, sin duda el monarca no hubiera llegado a estos extremos. Si hasta metía a sus novias en el maletero del Mercedes para sacarlas de palacio”, añade en tono hiperbólico. “Si hubiéramos tenido una prensa democrática y patriótica en España, no hubiéramos permitido el despelote de este personaje. Este país se lo consintió porque tuvo miedo a ser libre”.

Y la presión sobre la verdad continúa. Desde México, el fotógrafo rosa Antonio Montero confiesa a esta revista que su libro Paparazzi Confidencial (también Foca, ya con turbación) “lo rechazaron prácticamente todas las editoriales de este país, y eso que algunas lo habían encargado. Mi libro se vendería mejor si estuviera a la vista en las librerías. Sinceramente, yo no lo he visto desde que salió en noviembre”.

El editor Ramón Akal es reacio a las entrevistas. Concede cinco minutos telefónicos a regañadientes.

-Llevas siendo el azote real desde los años ochenta, cuando implicaste al rey en la trama civil del 23-F en tu revista España Crítica.

-Yo no soy el azote de nadie. Entonces, los de la Brigada Antigolpe que estaban investigando lo sucedido fueron neutralizados. Y me filtraron el informe a mí. Por el cabreo, supongo. Lo que duele es que la investigación de la fortuna del rey es muy cara y laboriosa, sólo posible con la voluntad de un gran medio de comunicación con muchos recursos. O de la Justicia, que tampoco ha actuado.

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-Con tanto libro sobre sus andanzas, Juan Carlos ya parece tu enemigo personal.

-No es un enemigo personal. Yo es que respeto mucho la Constitución española, que nos exige a los editores unas publicaciones veraces.

Y ahí queda la sospecha sobre la fortuna real flotando sobre el aire de nadie sabe qué paraísos fiscales. La herencia espectral que irá a parar a los bolsillos del impoluto Felipe.

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