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El jazz que nació del charlestón y la zarzuela

Josephine Baker a su llegada a Madrid en febrero de 1930.

"Hay un pájaro triste que lleva muchos años intentando escapar de la garganta de Ella Fitzgerald”, decía la crónica del concierto que la gran dama del jazz estadounidense ofreció junto al pianista Duke Ellington y una enorme Big Band en el Monumental de Madrid. Era el año 1966 y en España hacia varias décadas que en algunas salas y antros arrabaleros se podían escuchar los ensortijados ritmos del género musical surgido en las comunidades afroamericanas del sur de Estados Unidos. Exactamente, las primeras referencias directas datan de 1919 y se sitúan en Madrid y Barcelona. En pleno periodo de entreguerras, España todavía paladeaba los réditos de haberse mantenido neutral durante el conflicto (especialmente las industrias textiles catalanas) y los europeos empezaban a escuchar con embeleso las nuevas influencias musicales que habían traído consigo los soldados yanquis. El viejo continente se adentraba en los felices años veinte en los que la algarabía y el relajado consumo de drogas era el mejor caldo de cultivo para que germinasen los ritmos jazzísticos.

Escuchar jazz durante esa época se entendía un símbolo de libertinaje y cosmpolitismo. Y ciudades portuarias como Barcelona eran la entrada de nuevas modas y gentes sin complejos que bailaban los desenfadados foxtrot, cakewalk y charlestón. En ese contexto comenzaría a desarrollarse tímidamente una escena de jazz en España, aunque sin la importancia ni la trascendencia de las de París, Londres o Berlín, mucho más amplias y vitales. Como dice acertadamente la entrada de Wikipedia dedicada al “jazz en España”, la península Ibérica siempre se ha caracterizado por la escasa presencia del género. No obstante, hubo intención: en 1930 la estrella del jazz Josephine Baker llegó a Madrid para actuar en el Gran Metropolitano, teatro y cine en la avenida de la Reina Victoria. En los sesenta, Ella Fiztgerald y Duke Ellington ofrecieron un par de conciertos; y en los setenta se puede comenzar a hablar de una etapa dorada. Es entonces cuando aparecen bares, publicaciones específicas y músicos españoles que abordan el jazz de manera más purista y personal. “La introducción del género en nuestro país se produjo con bastante inocencia, mucho ánimo por lo exótico y mucha confusión, combinándose con estilos como el charlestón, la rumba, la zarzuela o la revista”, cuenta Pablo Sanz, crítico musical y gestor cultural del Centro de Cultura Conde Duque de Madrid.

Con motivo del Festival Internacional de Jazz de Madrid (cuya programación se extiende hasta el 30 de noviembre), Sanz investigó en los archivos del diario Abc en busca de testimonios sobre los inicios y el paso del jazz por nuestro país. No encontró demasiado material, pues hasta bien avanzado el siglo XX la afición a este género fue prácticamente anecdótica. Sin embargo, las crónicas, cuentos, informaciones y anuncios sobre el tema son lo suficientemente llamativos como para haber elaborado una pequeña muestra que se puede ver en la entrada del Conde Duque. “El jazz entró como una cosa de moda”, comenta, “se animaba a las señoras a asistir a los conciertos para ver los últimos diseños de París”. Prueba de ello es el cartel en el que se anuncia el concierto de Baker en el Casablanca con este reclamo para señoras y señoritas. El anuncio da cuenta del desconocimiento sobre el género que tenían hasta las propias salas que programaban los conciertos, ya que precisamente la atrevida Venus de ébano, una mujer audaz y pionera en muchos aspectos, siempre se caracterizó por subir al escenario ligera de ropa, cuando no parcialmente desnuda. La crónica del evento, por cierto, destacaba de ella que bailaba “como nosotros nos imaginamos que deben bailar los salvajes”.

Al desconocimiento se unió también la falta de cantera, ya que en las primeras décadas del siglo XX las escuelas de formación musical eran una rara avis y los músicos que se animaron con el género provenían de orquestas con una tradición musical más castiza. Lo cual explica la fusión con la zarzuela o la rumba. Pero el gran frenazo vino con la Guerra Civil y la dictadura franquista, que “entendió el jazz como algo subversivo y rebelde”. Demasiada lentejuela y libertad creativa para el orden moral que se implantó con mano dura. Según recoge la revista Yorokubo en un artículo, en 1943 la Delegación Nacional de Propaganda se explicaba en estos términos: “España es un pueblo eminentemente musical, enérgico y limpio en sus sentimientos colectivos y no ha de dejarse ganar, ni transitoriamente, por la desconcertada algarabía de un jazz sin justificación artística alguna, ni tampoco por el insinuante reptar de unas melodías que en su ondulante dejadez parecen no tener otra finalidad que la de remover ocultos pozos del subcociente, secos en nosotros, gracias a Dios, por el luminoso Sol meridional y latino, que, para la eternidad cristiana, ha forjado a la luz y al fuego, nuestra alma” (sic).

Las cosas empiezan a cambiar a mediados de los sesenta, cuando dos de las estrellas más destacadas del género, Ella Fitzgerald y Duke Ellington, hicieron una parada en Madrid y Barcelona durante su gira europea. El cronista de Abc se preguntaba de dónde habían salido “tantos cientos de apasionados del jazz”. Añadía, también: “Llegó el jazz a Madrid, nunca es tarde”. No obstante, entre el público se encontraba un devoto fan llamado José Fernández Amaral que escribió una carta al director del periódico criticando el desconocimiento del periodista. Residente en Las Palmas, había asistido a ambos conciertos y se sorprendió cuando leyó en el diario cierto malestar del autor respecto al alto grado de interacción entre el público y los músicos, siendo este aspecto, según él, fundamental para subir el ánimo del intérprete. “En Madrid no entienden de jazz”, concluía indignado.

La pequeña muestra elaborada por Pablo Sanz, que también ha ofrecido una conferencia sobre el tema en el marco del festival, termina en la década de los setenta. Entonces, cuenta Sanz, comienza una etapa de esplendor para un jazz, ya por fin, eminentemente español. “Triunfan Pedro Iturralde y Tete Montoliu dos músicos con corazón jazzístico que dejan de ser espejo para ser imagen, creando un jazz con personalidad propia”. Montoliu (Barcelona, 1933-1997) fue “el primer músico español capaz de hacer propia una música tan ajena a los españoles como lo era, por entonces, el jazz”. El pianista catalán desarrolló el grueso de su carrera fuera de nuestras fronteras acompañando a grandes artistas como Dexter Gordon, Ben Webster o Don Byas. Iturralde (Falces, Navarra, 1929), por otro lado, puede presumir de haber introducido “el flamenco en el lenguaje del jazz, luego definido por músicos como Chano Domínguez y Jorge Pardo”.

Para la expansión y asentamiento del género en nuestro país también ayudó la presencia de militares estadounidenses en la base aérea de Torrejón de Ardoz, que trajeron discos y promovieron la actuación de grandes artistas como la cantante Donna Hightower. Ella terminaría por mudarse a Madrid tras iniciar una relación con Danny Daniel, célebre compositor de canciones como El vals de las mariposas o Por el amor de una mujer. Juntos componen el This world today is a mess, un hit absoluto interpretado por Hightower.

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El affaire entre una dama del jazz como Hightower y una estrella de la canción melódica como Danny Daniel sirve para explicar la evolución del jazz en España: desde un género anecdótico a comienzo del siglo XX (pero que despertaba interés) a una música popular. Nacerían, para ayudar en su consolidación, festivales tan relevantes como el de San Sebastián (1966) o Vitoria (1977), y otros más recientes como el de Madrid, que este año celebra su tercer aniversario. Además de icónicas salas como el Bourbon Street o el Whisky Jazz. El pájaro triste que el cronista de Abc sitúa en la garganta de Ella Fitzgerald no estaba intentando salir, sino que se lo acababa de tragar: era la España de la eternidad cristiana para la que la música jazz, según la dictadura, era demasiado “negroide, salvaje y primitiva”.

*Este artículo ha sido publicado en el número de noviembre de la revista tintaLibre, de venta en quioscos. Puedes consultarla aquí

 

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