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Contra Natura
Esta primavera, pensando en el Mundial de fútbol que este mes está celebrándose en Rusia, la cadena argentina de televisión TyC Sports le escribió una carta en forma de vídeo a Vladimir Putin, recién reelegido presidente del gigante eslavo. “Si el amor entre hombres es una enfermedad, nosotros estamos enfermos”, era su eslogan central.
La Rusia de Putin es uno de los países más homofóbicos del planeta, sólo superado por otros situados en África y Oriente Próximo; Argentina, por el contrario, es de los más tolerantes con las distintas variantes de la homosexualidad y el lesbianismo. Combinando estos hechos con la pasión argentina por el fútbol, TyC Sports compuso un mensaje que se quería humorístico y provocador. Venía a decir que el fútbol consigue que hombres abracen apasionadamente a otros hombres cuando su equipo marca un gol, que hombres adoren de rodillas a otros hombres como Maradona o Messi, que hombres celebren una victoria saltando desnudos en un vestuario.
Al Kremlin no le gustó nada esa broma más o menos afortunada. Su embajada en Buenos Aires se encargó de hacerlo saber y TyC Sports no tardó en retirar el vídeo de la circulación para no complicar la presencia de la selección albiceleste en el Mundial. La retirada, por supuesto, no acabó con el hecho que se quería denunciar: la aversión obsesiva y manifiesta de la Rusia de Putin hacia cualquier expresión del amor y la sexualidad que no tenga como protagonistas a un hombre y una mujer. Rusia no es país para gais. Allí existen leyes que limitan explícitamente sus derechos civiles y se practica la bárbara costumbre de apalear anualmente a los manifestantes del Día del Orgullo. Las encuestas muestran que el 74 % de los rusos piensa que la homosexualidad no puede ni debe ser aceptada en sociedad.
No hay nada, sin embargo, en el alma eslava que haga a los rusos más propensos a la homofobia que otros pueblos. Las escasas crónicas que nos han llegado de los tiempos de los principados de Kiev y Moscú (siglos XIII a XVI) cuentan que la homosexualidad era allí más aceptada que en la mayoría de los demás territorios europeos. Aunque eso, y ahí está el quid de la cuestión, no era muy del gusto de la Iglesia ortodoxa. Los popes querían que un comportamiento tan pecaminoso fuera penalizado y terminaron consiguiéndolo en 1716, con Pedro I el Grande, aunque sólo en el seno del Ejército. Fue el zar Nicolás I el que prohibiría abiertamente la homosexualidad en el Código Civil de 1835.
Las llamadas religiones del Libro (judaísmo, cristianismo e islam) nunca han sido tiernas con el amor y el sexo entre personas del mismo género, el denominado “pecado nefando”. El dios único de Abraham, Moisés, Jesús y Mahoma es tan homofóbico como misógino desde el momento mismo en que comenzó a meter sus narices en los asuntos humanos. A medida que su poder sobre las conciencias iba extendiéndose por Europa, Oriente Próximo y el norte de África, también iba terminándose la tolerancia del politeísmo de los antiguos griegos y romanos con las relaciones entre personas del mismo género. Es casi milagroso que escaparan a sus insaciables hogueras los textos sobre el amor entre Aquiles y Patroclo o los versos de Safo de Lesbos.
¿Tiene algo que ver el resurgir de la religiosidad ortodoxa en Rusia con la mayoritaria actitud homofóbica actual en ese país? ¿Hasta qué punto la personalidad del propio Putin influye en ello? No lo sé; lo que sé es que la revolución bolchevique abolió inicialmente las leyes más represivas de la homosexualidad de la época zarista. Y también sé que Stalin se encargó de restablecerlas y hasta endurecerlas en 1933. Fue precisamente en tiempos de Stalin cuando los comunistas adoptaron mayoritariamente la estúpida idea de que las relaciones sexuales entre personas del mismo género eran “depravaciones burguesas” que debían de ser erradicadas por la dictadura del proletariado. Combinada con el machismo castrista, esa idea conduciría a la persecución masiva de homosexuales en la Cuba de los años 1960, que sufrirían en sus carnes el escritor Reinaldo Arenas y miles de compatriotas suyos. También los fundamentalismos laicos pueden ser altamente homofóbicos.
Es indudable que la religión monoteísta, o una interpretación delirantemente rigorista de ella, explica el hecho de que Arabia Saudí y la República Islámica de Irán figuren en un lugar muy destacado de la ominosa lista de los países que persiguen a los homosexuales. En Arabia Saudí, adalid del integrismo suní y gran aliado de Occidente en el Golfo, pueden ser castigados con multas, cárcel, manicomio, amputación y hasta muerte a latigazos en una ejecución pública.
En Irán, abanderado de la inflexibilidad chií, son frecuentes las redadas para limpiar las ciudades de esos “seres malvados y criminales” que son los gais. Allí las condenas también pueden llegar a la pena de muerte. Rivales por la hegemonía regional, la Casa de Saud y los ayatolás están, en cambio, muy de acuerdo en esa y otras negaciones del derecho de las personas a ser como quieran ser siempre que no limiten la libertad de los demás.
Otros países oficialmente musulmanes como Egipto, Mauritania, Afganistán, Pakistán, Emiratos Árabes Unidos, Sudán y Brunei son también terriblemente homofóbicos. Algunos -es el caso de Afganistán y Brunei- reservan sádicamente la práctica de la lapidación a los homosexuales y las adúlteras. Nótese cuáles son los dos comportamientos específicamente penados con un castigo público tan bíblico. Y es que, como dije antes, el fervor homofóbico del monoteísmo sólo es comparable a su fervor misógino. Ese dios único y eternamente enojado que adoran los integristas es heterosexual y falocrático.
Latigazos y pena de muerte
El África negra puede ser asimismo muy peligrosa para los gais. En la lista de países altamente homofóbicos figuran bastantes de los subsaharianos como Nigeria, Senegal, Gambia, Uganda, Ghana, Kenia, Somalia y Zimbabue. Nigeria, el país más poblado del continente africano y el séptimo del mundo, aplica una extraña distinción: los homosexuales solteros son castigados con latigazos, mientras que los casados lo son con la pena de muerte. Y ello con la aprobación del 97 % de sus habitantes. Esta parece ser una de las pocas cosas en las que coinciden la mitad cristiana y la mitad musulmana de la población de Nigeria.
No estamos, pues, ante una actitud persecutoria limitada a la religión musulmana, como tendría tendencia a opinar el común de los islamófobos occidentales. En Uganda, donde el 84 % de la población es cristiana, una ley aprobada en 2014 condena a cadena perpetua a los que practiquen “actos carnales contra natura”. En Zimbabue, donde el 80% de los habitantes se definen como cristianos, el entonces presidente Robert Mugabe lanzó en 2013 una cruzada contra la “basura homosexual” que incluía la amenaza de muerte por decapitación.
En todas partes donde el monoteísmo formatea las conciencias cuecen habas. Honduras, país católico sin la menor sombra de duda, aparece señalado en los últimos informes internacionales sobre discriminación o violencia contra los homosexuales. Al amplio rechazo de la homosexualidad de la mayoría de los hondureños se suma allí una cacería sistemática de los activistas a favor de la igualdad de derechos de todas las expresiones del amor y la sexualidad. Se calcula que más de 80 de ellos han sido asesinados salvajemente en los últimos años.
El caso de India es curioso. En 2013 la prensa internacional dio cuenta con manifiesta extrañeza de que su Tribunal Supremo había restablecido una ley de la época colonial británica que penalizaba con cárcel los denominados actos contra natura. Aquello contradecía la impresión general de que el subcontinente indio siempre había sido permisivo en esa materia. ¿No incluía el centenario Kama-sutra técnicas específicas para las relaciones sexuales entre homosexuales, lesbianas y transexuales? ¿No existen numerosas pinturas y esculturas de los tiempos clásicos del politeísmo hindú que representan relaciones de hombres con hombres y mujeres con mujeres? ¿No consideraban las doctrinas hinduistas la existencia de un tercer sexo capaz de combinar elementos de las naturalezas masculina y femenina?
Los relatos de los primeros viajeros occidentales a India solían incluir la información de que allí existían comunidades de travestis y transexuales, los llamados hijra, que vivían en sus propios barrios, no sólo sin ser perseguidos, sino con un estatus casi sagrado. Los hijra ejercían determinadas profesiones como las de peluqueros, masajistas o vendedores de flores, y participaban, como portadores de buena fortuna, en los bailes de las bodas y las ceremonias religiosas. Se consideraba que eran la encarnación del tercer sexo, que su modo de ser y de vivir procedía de su propio nacimiento y no tenía nada de pecado o enfermedad. Eran sólo una expresión más de la ilimitada diversidad de la creación reconocida por el politeísmo hindú.
Fue el colonizador occidental, en concreto el muy cristiano Reino Unido, el que introdujo en el subcontinente indio su puritana moral victoriana. Hacia 1860 los británicos impusieron en la que era la joya de su imperio la legislación contra las relaciones sexuales no destinadas a procrear que, para pasmo de propios y ajenos, restableció hace un lustro el Tribunal Supremo de India. El dios de Abraham se había colado de esta manera en la tierra de Visnú, Shiva, Kali, Rama y los demás.
España, el país más gayfriendly
Cuando la España de José Luis Rodríguez Zapatero se convirtió en 2005 en uno de los primeros países del mundo en ampliar el derecho al matrimonio para incluir en él a las parejas de homosexuales y lesbianas, el mundo no ocultó su sorpresa. España estaba asociada universalmente a la idea de un país muy católico, el de Isabel, Fernando, Torquemada, Felipe II, Franco y compañía. Se olvidaba así la secular existencia de otra España rebelde y libertaria, la de los heterodoxos, los liberales, los republicanos, los socialistas, los anarquistas y la Movida. En el año de gracia de 2005, esa otra España había conseguido que una amplia mayoría de los habitantes de la piel de toro consideraran una barbaridad la continuidad de la discriminación de gais, lesbianas, transexuales y bisexuales.
España sigue siendo hoy el país más amistoso con estos colectivos, según las encuestas del Pew Research Center. Le siguen Alemania, Canadá, la Republica Checa, Australia, Francia, Reino Unido, Argentina, Italia y Filipinas. Que el país más poderoso económica y militarmente del planeta, Estados Unidos, no figure en la lista de los 10 más civilizados en esta materia, no debería extrañar a nadie. La religiosidad monoteísta, en sus diversas variantes, sigue siendo allí tan importante como el capitalismo salvaje y la industria armamentística.
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Sí, hoy cabe aplicar la vieja fórmula contra natura a aquellas gentes y aquellos lugares que, en nombre de rancias abstracciones, se empeñan en negar la pluralidad de los sentimientos humanos.
*Este reportaje está publicado en el número de junio de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los artículos de la revista haciendo clic aquí.aquí