Todas nosotras, en 'tintaLibre' marzo

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El feminismo no nació ayer ni tampoco es solo ese clamor que nos visita cada 8 de marzo. El feminismo no es una excepción, no es una novedad, no se puede reducir a esa batalla que asusta tanto a los guardianes de la Revolución Islámica en Irán como a los nuevos profetas que, aquí en España, quieren abolir las leyes de violencia de género. Si hay algo en lo que se parecen los reaccionarios es en el trato a las mujeres. El feminismo es un pasaporte obligatorio de la transformación social que está llegando con retraso a la hora del planeta. El feminismo es el centro de una cultura de la diferencia, de una civilización que aspira a la tolerancia. Sin feminismo no cabe el humanismo.

Las corrientes culturales, históricas y políticas que lo transitan hablan ya de una misteriosa mujer que, en El banquete de Platón, explica a Sócrates en qué consiste el amor. Se llamaba Diotima. Las corrientes actuales pueden presumir ya de que hay muchas Diotimas. Acaba de cumplirse un siglo del asesinato en Berlín de Rosa Luxemburgo y todavía estremece el coraje y la visión política de esta mujer que alumbró la socialdemocracia y que, por oponerse a la intervención alemana en la Primera Guerra Mundial, fue ajusticiada por sus propios compañeros de viaje, celosos de su gran protagonismo en la sociedad del momento. Rosa Luxemburgo era polaca, era judía, estaba coja, era mujer.

Un escenario muy distinto (pero con los mismos bastones en las ruedas) es el que conoce y transita Alexandria Ocasio-Cortez, socialista norteamericana, que desde el Bronx está tratando de subvertir el pesado lastre que hace que el Partido Demócrata tenga miedo de ser atrevido para derrocar a esa aberración de la sociedad patriarcal que representa Donald Trump. Es como si por cada avance en las trincheras de la igualdad crecieran en proporción los albaceas de la sinrazón y el odio. La mejor noticia para AOC es que todavía no tiene edad para presentarse a las elecciones presidenciales.

La historia trae también a la actualidad a dos mujeres españolas del siglo XIX que el buen hacer de historiadoras como Anna Caballé o Isabel Burdiel están redescubriendo. Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán, a través de la literatura y del activismo social, del desafío a las convenciones académicas de su época, lograron que el término feminista fuera un aliado indiscutible del progresismo, de la educación y la justicia. Su obra tampoco oculta una gravosa contrapartida: soledad, oscuridad, desprecio. Lo mismo que apunta en una entrevista sin tapujos Ida Vitale, la poeta uruguaya que con 95 años recogerá en abril el Premio Cervantes.

Este número de marzo es el relato de algunos casos de esa historia rebelde, y muchas veces injusta, que no se puede contemplar en ningún caso solo bajo la etiqueta de feminismo.

tintaLibre está a la venta a partir del viernes 1 de marzo en quioscos y librerías de toda España.

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