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La última estación
El cine y la literatura nos lo han puesto fácil. Es sencillo imaginar un futuro color tierra, donde el agua sea un lujo y la codicia humana haya arrasado con todo. Lo vimos en la película Mad Max: Furia en la carretera y los niños lo aprendieron en la tierna WALL•E. Los seres humanos navegamos con fascinación en la distopía hasta que los primeros síntomas traspasan de la ficción a la realidad. El cambio climático ya está aquí, cuesta dinero y hay que invertir en adaptarse.
El informe anual El Estado del Clima Global, que publica Naciones Unidas, es contundente. El planeta ha perdido tres décadas de lucha contra la crisis climática y ahora hay que gestionar las consecuencias de esa dejadez. 2020 será recordado como el año en el que el covid-19 encerró al mundo en sus casas, pero mientras, fuera, la temperatura media global ascendía aproximadamente a 1,2° grados por encima del nivel preindustrial (1850-1900). A pesar del frío fenómeno de La Niña, el pasado 31 de diciembre despedimos uno de los años más cálidos y la década más sofocante. “El cambio climático lo tenemos ya aquí. Es una alteración tan significativa que empieza a ser peligroso. Estamos en el umbral. Tenemos poco tiempo”, asegura Javier Urchueguía, director de la Cátedra de Transición Energética en la Comunidad Valenciana y del Laboratorio TICs contra el Cambio Climático.
Ya hay más de 32 millones de personas que sufren de manera directa las consecuencias de la emergencia climática en nuestro país, según el Open Data Climático de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Los veranos duran cinco semanas más que a comienzos de los ochenta y las olas de calor acosan durante más días. Tampoco es casual que algunas aves migratorias cambien sus vuelos ni que especies como la mariposa blanquita de la col se hagan mayores antes al acelerar las fases larvarias. Nuestra flora, fauna y los cultivos también se adaptan poco a poco a las subidas de las temperaturas. Cuando no pueden, el peaje es la desaparición.
Todo apunta a que España será un país muy afectado por la crisis climática. La AEMET calcula que, en la Península, los territorios con clima semiárido han aumentado en unos 30.000 km2 , un 6% de la superficie total. Conforme avance el cambio, serán más frecuentes los fenómenos extremos, las lluvias torrenciales que el suelo es incapaz de absorber o las sequías. “Cuando hacemos simulaciones de cara al futuro, vemos que Madrid podría tener un clima muy similar al de los países del norte de África, como en la zona de Argel”, asegura Enrique Salvo, director de la Cátedra de Cambio Climático de la Universidad de Málaga. En un contexto de sequía, gestionar el agua será vital.
Una España calurosa y semidesértica
El Mediterráneo de Joan Manuel Serrat se convertirá en un mar un poco más violento, con el previsible crecimiento de los medicanes, huracanes mediterráneos que podrían aumentar su actividad, muy alejada de los tropicales. De hecho, en el citado Open Data Climático de la AEMET, se advierte de que la temperatura superficial del Mediterráneo ha aumentado a 0,34ºC por década, mientras que el nivel del mar ha subido 3,4 milímetros por año desde 1993. En consecuencia, las playas también empiezan a retroceder. El último Informe Mar Balear da buena cuenta de lo que supone esto. Proyecta que, a finales del presente siglo, el nivel del mar en esta zona podría traducirse en menos de entre siete y 50 metros de playas. En un país donde muchos empleos dependen del turismo, las consecuencias sobre los mares deberían preocupar a políticos y empresarios. Además, hay que añadir otro factor: los españoles tienden a concentrarse cada vez más en las ciudades, también en las costeras. “A esto hay que sumarle las islas de calor urbanas, un fenómeno que en Madrid ya es notable”, añade Enrique Salvo.
Otro ejemplo de esa retroalimentación está en los incendios. “A más sequedad, aumenta el riesgo”, explica Javier Urchueguía, que se remite a un ejemplo de su tierra, el incendio de Andilla de 2012 que costó millones de euros y años de recuperación: “Cuantitativamente hemos calculado que el incendio, que afectó a unas 50.000 hectáreas, liberó el carbono equivalente al de todo el sector de transporte de Valencia en un año. El mensaje es claro: las políticas de ahorro de emisiones no pueden ignorar los riesgos de incendios u otras catástrofes. Pueden ser devastadores para el clima”. Por tanto, no combatirlo cuesta dinero. Según estimaciones de la Agencia Europea de Medio Ambiente, los eventos extremos ya han causado en el país unas pérdidas económicas directas superiores a los 37.000 millones de euros desde 1980. Y eso, sin contar las indirectas.
Más riesgo de brechas sociales
El aumento de las temperaturas también podría aparejar consecuencias sociales, que tengan que ver con el “patrimonio y los valores identitarios”, “la gobernanza”, “la distribución de población en el territorio”, “la cohesión social”, “la conflictividad asociada al aprovechamiento de los recursos naturales” o “la desigualdad social, por citar algunos ejemplos que aparecen en el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático. Además, es un reto también para los sistemas sanitarios, ya que afecta directamente a la salud de la población. Si hay algo que aprendimos del covid-19 es la relación entre la salud humana y el medioambiente. Gracias al virus, hay una palabra nueva que se coló en el vocabulario de los españoles: zoonosis. A más calor, aumenta el riesgo de enfermedades transmitidas por garrapatas o por mosquitos en regiones húmedas (como el mosquito tigre asiático, que transmite dengue, chikungunya y zika).
Los políticos y los empresarios tendrán que tener en cuenta estos datos para organizar la vida social. “Hay que trabajar la fatiga que se produce en el cuerpo humano, por ejemplo, en esos trabajadores al aire libre que vemos en una obra pública. Los horarios han ido empezando antes y terminando antes. Si no, resulta muy difícil trabajar. Dejamos de ser productivos”, ejemplifica Salvo sobre las consecuencias del calentamiento que apenas percibimos. A consecuencia de las temperaturas insoportables en algunos territorios, también habrá ya nuevos migrantes, los climáticos, una cuestión de la que los expertos llevan años advirtiendo y que no está resuelta legalmente: “En las zonas del mundo donde el clima sea más extremo, veremos fenómenos de emigraciones forzosas”, explica Javier Urchueguía. Esto tendrá consecuencias políticas: “Habrá inestabilidad provocada por esta emergencia”. Salvo explica que durante los años de “bonanza climática”, que cifra de los 60 a 80, ya vimos migrantes que venían del norte atraídos por nuestro clima: “Y los acogíamos con agrado”, recuerda.
Cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, llegó a la Moncloa en 2018 hizo algo pionero: creó en España el Ministerio de Transición Ecológica y lo puso en manos de Teresa Ribera. Hoy esa cartera se sitúa en la vicepresidencia cuarta en la jerarquía ministerial, un mensaje político potente. Por el momento, el Ejecutivo ha aprobado el Plan Nacional de Energía y Clima con el que promete movilizar 230.000 millones de euros en España en 10 años y la deseada Ley de Cambio Climático, que compromete a España a tener en 2050 el 100% de energía en fuentes renovables, prohíbe el fracking y apuesta por el coche eléctrico. El objetivo es que el país camine por la senda de los Objetivos del Acuerdo de París de 2015.
Un país en transición
“Por fin tenemos una ley climática y se han incrementado los objetivos que planteaba el PP, pero sigue faltando ambición en la mitigación”, evalúa Javier Andaluz, responsable de clima y energía de Ecologistas en Acción. Ellos hubieran preferido que el recorte de emisiones fuera mayor y que se redujera el uso del coche privado, implementando otros transportes colectivos como el tren eléctrico. El portavoz de Ecologistas en Acción también advierte de que las “panaceas” que vende el Ejecutivo, como el hidrógeno, al que le reconoce papel y utilidad en la transición, no deben convertirse en el árbol que distrae del bosque: “El problema ahora es la falta de una apuesta definitiva por una planificación realista, frenar el modelo de consumo cada vez más globalizado y reducir las grandes cadenas de transporte”. Como siempre, los ecologistas piden debate y visión crítica también para las energías renovables, cuyo próximo reinado es indiscutible. La discusión ya no es el qué, sino el cómo. “Estamos viendo una burbuja de proyectos de energía solar y fotovoltaica, pero nosotros pensamos en la óptica de decrecimiento energético”, asegura Andaluz.
Como ejemplo de los problemas territoriales que están causando las masivas instalaciones de paneles solares, la manifestación del pasado abril de Teruel Existe bajo el eslogan “Renovables sí, pero así no”. En la movilización, los portavoces se quejaron de “la forma apresurada, abusiva y descontrolada” con la que crecen estas instalaciones aprovechando las grandes extensiones de terreno más barato en la España vaciada. Una mala planificación también puede afectar a la biodiversidad o al propio paisaje. Algunos expertos estudian ya el daño que pueden estar haciendo los molinos a los murciélagos.
Desde hace décadas, hay proyecciones científicas que se han ido cumpliendo. Aun así, los gobiernos han podido ignorar las señales hasta que han empezado a afectar al modelo productivo de sus países. “Hace tres décadas había negacionistas. Incluso, en algunos países celebraron el cambio climático y bromeaban con que Londres tendría el mismo clima que Marbella”, recuerda Salvo. Hoy ya nadie hace chanzas y el discurso negacionista es minoritario aunque ruidoso. Eso sí, la sociedad traga con nuevos alegatos más sutiles, como el cornucopia: “Hay un discurso de que la ciencia es capaz de salvarlo todo y de que habrá abundancia de recursos. No tenemos soluciones tan rápidas, aunque estemos trabajando ya en infraestructuras verdes”, se lamenta el científico.
Conciencia y territorio
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Del negacionismo a la cornucopia
Andaluz por su parte asegura que los “antiguos negacionistas” hoy se dedican al “lavado verde” (el llamado greenwashing) y a promover soluciones falsas como la apuesta por los biocombustibles, que tienen otros efectos ambientales. De hecho, para Alejandro Martínez, de Fridays for Future, uno de los grandes errores de la Ley del Cambio Climático tiene que ver con la tan encumbrada comunicación política: “Han intentado vender la ley como una victoria. Para la gente que no entiende de cifras y de sus consecuencias, el hecho de que la comuniquen como una victoria puede darles la sensación de que se hace lo suficiente y que realmente aún tenemos tiempo para evitar el punto de no retorno. Es mentira y eso es algo de lo que toda la clase política es culpable”. Para Martínez es esencial que se eduque a los ciudadanos sobre los riesgos territoriales que van a tener que afrontar en los próximos años como consecuencia de la emergencia. “Da igual que haya un plan si no se nos dan los medios y recursos para poder hacer frente al problema”, zanja. Martínez se refiere al segundo Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático que se aprobó en 2020. En el documento, el Gobierno contempla todas las esferas afectadas por el aumento de las temperaturas, desde la salud hasta las del patrimonio cultural español, pasando por las financieras. Las inundaciones que arrasan pueblos, las sequías que estropean cosechas o las olas de calor son solo algunos ejemplos. Del clima dependen sectores tan amplios como la agricultura, la ganadería o el turismo. “A veces, la población lucha contra sus propios intereses. El sector del riego tiene que ser consciente de que en el corto plazo tienen que cambiar su sistema. Es una tarea difícil y que políticamente tiene un coste porque hay puestos de trabajo ligados, pero es una pedagogía necesaria”, coincide en este punto Andaluz. Frente al olivar, crecen los aguacates, un producto de moda que requiere muchos litros de agua en un contexto de futura sequía como el de Andalucía.
*Este artículo está publicado en el número de junio de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquíaquí