Por qué los controles migratorios dañan el mercado interior europeo y hacen peligrar el espacio Schengen

El primer ministro alemán, Olaf Scholz, durante un encuentro de la Asociación Federal de Editores de Periódicos de Alemania (BDZV).

El anuncio del Gobierno alemán de introducir controles en sus fronteras terrestres durante al menos dos años muestra la fragilidad de dos de los grandes logros de la Unión Europea en las últimas décadas: el mercado interior y el espacio de libre circulación, conocido como Schengen.

Tras la subida de la ultraderecha de AfD en tres länder del este alemán, el jefe del Gobierno, Olaf Scholz, reaccionó anunciando esos controles fronterizos. No hay un aumento considerable de llegadas de migrantes este año, sino un aumento de la ultraderecha azuzando el odio al migrante. Scholz, con un Ejecutivo en coalición con ecologistas y liberales que no terminó nunca de funcionar como una unidad y que va camino de una derrota histórica en las legislativas de 2025 a manos de la derecha de la CDU/CSU, pone en peligro varios logros europeos por la situación central de Alemania y su preponderancia en la Unión Europea.

Al anuncio de Scholz respondieron varios países, como Polonia y Grecia, con protestas. Pero lo más llamativo por ahora no es las protestas de sus vecinos, sino el silencio de la Comisión Europea. El Ejecutivo de Von der Leyen sabe que el anuncio de Berlín, que debe aprobar la propia Comisión, no cumple la normativa de Schengen, que sólo permite controles fronterizos internos temporales y sujetos a dos causalidades: una amenaza a la seguridad nacional o razones de orden público. Ni los migrantes son una amenaza a la seguridad nacional alemana ni generan problemas de orden público. Bruselas calla y el ultraderechista húngaro Viktor Orban aplaude a Scholz.

Austria tiene controles con Hungría, Chequia y Eslovaquia desde 2015 y la Comisión le va aprobando su renovación cada año. Aunque el reglamento de Schengen asegura que el período máximo de cierre no puede superar los dos años.

La decisión de Scholz muestra además que el cacareado Pacto Migratorio europeo aprobado durante la Presidencia española del Consejo de la UE es una cáscara vacía que sólo sirve para dificultar la presentación de solicitudes de asilo en las fronteras externas, y que los gobiernos seguirán teniendo la última decisión pese a los acuerdos europeos. Los controles alemanes se impondrán con Austria, Bélgica, Chequia, Dinamarca, Francia, Luxemburgo, Países Bajos, Polonia y Suiza (que no está en la UE, pero forma parte del espacio Schengen). Es decir, Alemania hará controles tanto en los países desde los que le llegan los migrantes por vías terrestres como en países a los que los migrantes llegan después de pasar por Alemania, como es el caso de Dinamarca o los Países Bajos. 

La medida daña el mercado interior porque ralentiza el tráfico de mercancías y puede provocar, como en 2015, largas filas de camiones en fronteras. Daña la cohesión europea justo cuando Orban y la extrema derecha holandesa piden que sus países se salgan de todas las políticas migratorias europeas, un “opt-out”, como los que tenía el Reino Unido por ejemplo para no introducir el euro.

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¿Qué harán las autoridades alemanas cuando detecten en la frontera a un migrante irregular? Enviarlos de vuelta al país del que llegan, por ejemplo a Austria, puede generar un conflicto con Viena. Enviarlo, como manda el Reglamento de Dublín, al primer país europeo que pisaron, depende de la buena voluntad de este. Y puede provocar un cierre en cascada de controles fronterizos, poniendo Schengen patas arriba. El Reglamento de Dublín apenas se aplica. Alemania presentó en 2023 casi 75.000 peticiones a otros países europeos para devolverles migrantes que habían pasado primero por esos países. Más de 42.000 a Italia. Roma aceptó poco más de 2.000, pero poco más de 100 fueron realmente deportados a Italia.

Migrantes irregulares llegan desde hace décadas y a nadie se le ocurrió cerrar las fronteras internas hasta 2015. Desde que existe Schengen (2006) hasta 2015 hubo 37 cierres temporales, todos por grandes acontecimientos y para evitar traslados de manifestantes a través de fronteras. Se cerraban fronteras, por ejemplo, durante una semana y por una cumbre de la OTAN. Desde 2015 la Comisión Europea ha recibido 442 notificaciones de controles.

Esos controles no han impedido los movimientos migratorios. Sirven para que los ciudadanos crean que los gobiernos vuelven a tomar el control de sus fronteras, como exige una ultraderecha que abomina de la libre circulación europea. No funcionan porque no son sistemáticos. No hay más que plantarse en la frontera entre Bélgica y Países Bajos, en la autopista entre Amberes y Rotterdam, para ver que controlar cada coche generaría horas de filas y detendría el tráfico de mercancías.

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