Animales de oro
El cóndor de Perú
Lo saben hasta Simon & Garfunkel: El cóndor pasa es peruano. En concreto, una zarzuela de 1913, firmada por Julio Baudouin y Daniel Alomía Robles. Peruano y mundial: Wikipedia calcula que alrededor del mundo existen más de 300 versiones.
En 2004, la melodía fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación y hay quien la considera el segundo himno nacional del Perú. Tanta pasión despierta que incluso ha originado conflictos diplomáticos: en 2009 un congresista peruano acusó a Bolivia de haber robado la canción.
Quieras que no, cuando te despiertas en el Cañón del Colca, la canción te asalta, pegadiza, pegajosa. Peor aún, hay quien canta la letra del dúo estadounidense en la que, by the way, aparecen gorriones, caracoles, martillos, clavos, cisnes, bosques, calles, pies… ni un cóndor. Pero, todo se perdona: estamos al sur del Perú, y a punto de asistir a un espectáculo asombroso.
Hogar de collaguas y cabanas
El valle del Colca, con sus terrazas cultivadas (andenes, las llaman allí) y sus volcanes y nevados, está jalonado por algo más de una docena de pueblos coloniales que albergan muestras espléndidas de barroco mestizo.
El Valle del Colca, en la provincia peruana de Caylloma. / INGENIO DE CONTENIDOS
En todos ellos el turismo ha dado nueva vida a comunidades que, hasta los años ochenta del siglo pasado, parecían condenadas. Fue entonces cuando empresarios locales apostaron por el turismo, un sector cuya importancia creciente en la economía peruana es innegable: aporta el 4% del PBI y genera más de un millón de puestos de trabajo (directos e indirectos). Así, el valle se convirtió en el tercer destino más visitado de Perú, en un proceso en el que los ayuntamientos y el Programa de Desarrollo Territorial Rural con Identidad Cultural han tenido su papel.
Hay que decir que no es éste un fenómeno exclusivamente peruano, en muchos sitios se ha gestado un consenso según el cual las diferentes formas de turismo son una salida, quizá la única, para las familias indígenas. Una apuesta que no está exenta de riesgos: se apellide rural, étnico, ecologista o aborigen…, este turismo, como dijo Xerardo Pereiro en un trabajo titulado Los efectos del turismo en las culturas indígenas de América Latina, es “una forma de nostalgia que ha servido en muchos casos para generar presencias turísticas, pero también para mercantilizar y volver más exótica la cultura indígena”.
Miembros del pueblo collagua en el valle del Colca. / INGENIO DE CONTENIDOS
El valle es el hogar de los collaguas, cuya presencia está documentada desde épocas preincaicas. Es fama que dominan la escultura en piedra y el más delicado textil, y que durante el período colonial trabajaban como albañiles y hayllis, compositores.
Ellos primero, y los incas después, construyeron grandes depósitos de alimentos y granos llamados colcas, de los que se dice que el valle toma su nombre. Aunque también hemos leído que la denominación es un acrónimo de collaguas y cabanascollaguascabanas, el otro pueblo de la zona.
Collaguas y cabanas cultivan mitos de orígenes distintos, y se diferencian en el idioma: aquellos tenían como lengua general el aymara, éstos utilizaban el quechua. También presentaban un aspecto físico diferente. Adeptos ambos de las deformaciones craneanas, los cronistas atestiguan que los collaguas “apretaban la cabeza a los niños tan reciamente, que se la ahusaban y adelgazaban alta y prolongada lo más que podían, para memoria que las cabezas debían tener la forma alta del volcán de donde salieron” mientras que los Cabanas achataban los cráneos quizá usando placas de madera.
La expresión cultural del encuentro entre esas dos etnias es la Danza del wititi (Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad). Wititi es el personaje principal, un hombre que se viste con dos faldas de mujer, una camisa, una montera y una honda. Parece ser que la razón por la que luce prendas femeninas es la que imaginan: vestirse como ellas era la única forma que los varones tenían de aproximarse a las mujeres para cortejarlas.
El cóndor
Adentrémonos en el cañón, labrado por la porfiada voluntad del río Colca: 100 kilómetros de extensión y, en algunos puntos, 3.400 metros de altura. Según el Guiness Book of Records (1984), el cañón más profundo del mundo, un título honorífico refrendado en 1993 por National Geographic.
En ese cañón, entre Maca y Cabanaconde, se halla el mirador natural Cruz del Cóndor, un lugar privilegiado para avistar cóndores en vuelo.
Señalética del cóndor en el valle del Colca. / INGENIO DE CONTENIDOS
Hay que ir temprano, y con paciencia. Pero no es necesaria mucha: los guías turísticos tienen el timing perfectamente controlado. De pronto, un turista ve algo: “Ahí, ahí…”.
Turistas en el valle del Colca, en Perú. / INGENIO DE CONTENIDOS
Y todos los ojos, todas las cámaras, se dirigen al punto señalado, que crece y crece hasta convertirse en un ave magnífica.
El vuelo del cóndor en el valle del Colca. / INGENIO DE CONTENIDOS
No vuela, no agita las alas, no parece peligroso. No caza, a diferencia del águila, no puede agarrar un animal con las patas y levantarlo en el aire. El inmenso cóndor andino se deja llevar por las corrientes térmicas ascendentes, y ayudado por ellas avizora la carroña que tanto ansía, que no le importa compartir y que puede trasladar en su enorme buche, donde caben hasta 4 kilos de comida.
El cóndor se queda
Volvamos al cóndor zarzuelero. En la obra se narran unos hechos que llenan de horror a la comunidad en la que transcurre la historia.
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Sin embargo, el humor de los protagonistas cambia con la sorprendente aparición de un cóndor, el primero después de años. Porque el cóndor es sinónimo y presagio de libertad. “Todos somos cóndores”, gritan los mineros. Todos deberíamos serlo.
El cóndor sobrevuela el valle del Colca. / INGENIO DE CONTENIDOS